Es necesario distinguir entre crecimiento de la economía y aumento del PBI, ya que el PBI de un país puede aumentar tanto por el incremento del consumo como por el de la inversión. Si tal crecimiento se debe esencialmente al consumo, no puede decirse que el país haya crecido económicamente, ya que incluso puede haber retrocedido. Tal es el caso de la Argentina kirchnerista, en la cual el gobierno ha estimulado el consumo energético mediante tarifas controladas y baratas mientras que, por ello mismo, ha desalentado la inversión en el sector; incluso desestimando el más elemental mantenimiento, por lo que la elevación artificial del consumo ha implicado cortes de luz prolongados que han reducido notablemente el nivel de vida de algunos sectores de la población.
Puede decirse que el desarrollo económico de un país ha de darse luego de que su gobierno y sus habitantes posean hábitos de ahorro e inversión en reemplazo de aquel hábito que apunta a elevar en poco tiempo el nivel de comodidades para el cuerpo. El ahorro implica sacrificar el consumo del presente pensando en un beneficio futuro, mientras que el crédito implica sacrificar parcialmente el futuro para beneficiar el presente. Adviértase que un país como los EEUU, que dio suficientes muestras de ser apto culturalmente para el capitalismo, al predominar la tendencia a sacrificar el futuro mediante un generalizado endeudamiento, padece actualmente una crisis importante.
La postergación económica del África se debe esencialmente a aspectos culturales y hábitos sociales que resultan incompatibles con el ahorro y la inversión; variables económicas que son, justamente, la esencia del capitalismo. Sin capitales no puede haber desarrollo sustentable. Guy Sorman escribió: “La experiencia vivida por todo empresario africano demuestra esa incompatibilidad concreta entre la empresa capitalista y las culturas locales. Si llega a crear una empresa, el fundador está condenado ya sea a la quiebra, o a romper con su familia agrandada. En el mejor de los casos puede negociar. En efecto, la familia considera que tiene el derecho adquirido de compartir de entrada no los beneficios esperados, sino el capital mismo de la sociedad. Recuerdo a un ministro senegalés que, al disponer de un teléfono en su residencia, estaba «obligado» a dejar entrar libremente a todo el barrio. Arruinado, perdió el teléfono y el ministerio”.
“La cultura africana explica también el motivo por el que las empresas verdaderas, en los lugares donde existen, se mantienen de un tamaño reducido: el empresario difícilmente puede recurrir al mercado de trabajo, su familia es prioritaria y su autoridad sólo es reconocida si la ejerce personalmente. La autoridad patronal es de difícil aceptación cuando es delegada. Por lo tanto no puede existir una patronal africana objetiva en un mercado totalmente subjetivo. Por ese motivo las grandes empresas privadas están dirigidas por «lobos solitarios» apartados de sus vínculos: tribus nómadas, inmigrantes levantinos en África Occidental, indios en África Oriental, europeos. No es que los africanos sean incapaces de tener una empresa, la creatividad económica de las mujeres en los mercados lo demuestra. Pero no puede existir un «capitalismo africano» que amalgame el individualismo necesario del empresario y la «solidaridad tribal»” (De “El capitalismo y sus enemigos”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1994).
Mientras que el ahorro y la inversión implican cierta tendencia a mirar hacia el futuro, el consumo exacerbado implica mirar con exclusividad al presente. Incluso hay gobiernos que miran y se retrotraen al pasado con bastante persistencia para revivir los desencuentros ocurridos y así lograr algún rédito político, como ocurre en la Argentina. En cuanto al África, también existe una tendencia a mirar hacia el pasado, haciendo dificultosa la proyección hacia el desarrollo económico. El autor citado escribió:
“La invariante fundamental, inmediatamente perceptible, es la relación determinante del pasado. Todas las culturas africanas, señala Georges Balandier, están vueltas hacia el pasado y no al futuro, la cultura obstaculiza el desarrollo acumulativo de tipo occidental. Ese pasado africano no es histórico, no se transmite por una experiencia utilitaria, es mítico: así es como el recuerdo de las hambrunas de antaño no incitará necesariamente a mostrarse precavido para el futuro. Un futuro que en sí mismo tiene poca realidad sensible, como lo testimonia la facultad de un padre de dilapidar, en ocasión de un nacimiento, todo el patrimonio que hubiera podido servir para la educación de su hijo. En todas las culturas africanas, los ritos propiciatorios están así mezclados con la ostentación social y, en todos los casos, excluyen un dominio racional, «weberiano», sobre el mundo. Se sabe también que el capitalismo es el arte de administrar el tiempo, cuanto más madura el capitalismo, más precisa se vuelve en éste la gestión del tiempo. Ahora bien, en África el tiempo no existe. Ni los transportes ni las citas ni el trabajo obedecen a la más mínima de las normas previsibles”.
En las sociedades occidentales existen diferencias importantes respecto de la forma de priorizar los diversos valores culturales por lo que no resulta extraño que dos personas, con distintas prioridades y una misma entrada mensual de dinero, terminen en un lapso de diez años con una diferencia abismal en cuanto al patrimonio económico personal. Luego de un estudio realizado en los EEUU, Thomas J. Stanley y William D. Danko encuentran varios aspectos interesantes respecto del comportamiento de los millonarios en dólares. Al respecto escriben: “Hace veinte años, nos pusimos a estudiar cómo se hacía rica la gente. Al comienzo, como bien podrá imaginarse, lo hicimos mediante encuestas entre las personas que vivían en los denominados barrios de nivel alto de todo el país. Con el tiempo, descubrimos algo extraño. No todos los que viven en casas muy costosas y conducen autos de lujo tienen en realidad mucho dinero. Luego comprobamos algo más extraño aún: muchos de los que poseen una fortuna considerable ni siquiera viven en barrios de alto nivel”.
A nivel individual se produce algo similar a lo que ocurre a nivel nacional: no es rico el país que mucho consume, sino aquel que acumula capital productivo. “La mayoría de la gente tiene una idea errada sobre la riqueza en los EEUU. Riqueza no es lo mismo que ingreso. Si usted tiene un buen ingreso anual y lo gasta todo, no es rico. Simplemente vive bien. La riqueza es lo que se acumula, no lo que se gasta”.
En cuanto a los factores que llevan al éxito económico, los citados autores escriben: “¿Quién se hace rico? En general, el individuo rico es un empresario que vivió en la misma ciudad durante toda su vida adulta. Este individuo es dueño de una pequeña fábrica, una cadena de negocios o una empresa de servicios. Se casó una vez y sigue casado con la misma persona. Vive al lado de gente que tiene una fracción de su riqueza. Es un ahorrador e inversor compulsivo. E hizo el dinero solo. El ochenta por ciento de los millonarios de los EEUU son ricos en primera generación”. “La gente opulenta normalmente mantiene un estilo de vida que lleva a acumular dinero. En el transcurso de nuestras investigaciones, descubrimos siete denominadores comunes a quienes logran generar riquezas:
1- Viven muy por debajo de sus posibilidades.
2- Invierten su tiempo, energía y dinero de una manera eficiente que lleva a generar riqueza
3- Consideran que la independencia económica es más importante que exhibir una posición social alta
4- No recibieron atención económica de sus padres
5- Sus hijos adultos se autoabastecen económicamente
6- Son hábiles para detectar oportunidades en el mercado
7- Eligen la ocupación correcta
(De “El millonario de al lado”-Editorial Atlántida SA-Buenos Aires 1996)
Por lo general, la gente envidiosa supone que los millonarios son gente perversa y explotadora de sus empleados, estando motivados en la vida para hacer ostentación de sus riquezas, lo que parece no coincidir con las conclusiones extraídas del estudio mencionado. De ahí que el marxista aconseja a los jóvenes trabajar lo menos posible para evitar ser “explotados laboralmente” en la sociedad capitalista. De esta forma limitan y malogran el futuro desempeño económico de quienes los escuchan. Eduardo Sartelli escribió: “Hemos escrito este libro para luchar contra uno de los dogmas más dañinos que haya creado la sociedad de clases y que llega a su clímax, a su apogeo, bajo la sociedad del trabajo alienado. Se trata de una batalla contra una tendencia que brota del corazón mismo de la sociedad capitalista, pero que hoy es expuesta y defendida con más virulencia que nunca. Una batalla contra la perversa idea de que el sentido de la vida es trabajar (para otros)”.
“Esta disparatada concepción aparece en los medios intelectuales en general, como la panacea que cura todos los males. ¿El país no marcha bien, no crece, no se desarrolla? A los argentinos nos falta una cultura del trabajo. ¡Más trabajo, pues! ¿Los salarios son bajos? Hace falta trabajar más. ¿Desocupación? Más trabajo. ¿Miseria? Sí, obvio: más trabajo. Hasta críticos importantes del capitalismo hacen suya esta demanda: ¡Queremos más trabajo!” (De “Contra la cultura del trabajo”-Eduardo Sartarelli (compilador)-Ediciones ryr-Buenos Aires 2005).
Por lo general, la persona decente es la que busca trabajar para poder intercambiar en el mercado el fruto de su trabajo, bajo un sistema de cooperación social. Debido a la falta de empresarios, especialmente en las sociedades que desalientan su existencia, el empleado agradece la posibilidad que se le otorga para poder realizar una labor productiva. Debido a la movilidad social permitida por el sistema capitalista, existe la posibilidad de convertirse en empresario para dar trabajo a otros que no lo tienen. De ahí la importancia del empresariado en la economía de una sociedad. Quienes pretenden destruir tal sistema, por lo general comienzan desprestigiando al empresariado en la búsqueda de su futuro reemplazo, pero no a través del trabajo y la producción, sino de la expropiación estatal luego de acceder al poder político. Bajo el socialismo, ejercerán luego la explotación laboral desde el Estado, con la diferencia que el explotado no tendrá otras opciones ni podrá fácilmente cambiar de país, por lo que se tratará, no de una explotación circunstancial, sino de una esclavitud forzada. Hilda Molina, médica cubana, relata su caso:
“Mi primera jornada en el hospital de Mostaganem resultó esclarecedora. Al firmar mi contrato comprobé que el gobierno cubano cobraba muchas divisas por mi trabajo, tantas que la cifra final ascendió a más de un cuarto de millón de dólares. Yo, al igual que el resto de mis compatriotas, recibía sólo un pequeño estipendio en dinares argelinos que apenas garantizaba la supervivencia, al tiempo que en Cuba entregaban a mi madre mi modesto salario en pesos cubanos”.
“Supe también que mi presencia en Argelia no obedecía a una situación de catástrofe. El verdadero motivo era que los neurocirujanos de ese país se negaban a trabajar en Mostaganem y preferían hacerlo en ciudades más importantes con vistas a satisfacer sus intereses lucrativos. Conocí además que a los galenos cubanos nos obligaban a residir cual becarios adolescentes, varios en un mismo apartamento. Y confirmé que, tanto para las autoridades de la isla como para sus representantes en Argelia, los especialistas de la salud no éramos más que una dotación de esclavos ingenuos, obedientes, abnegados y excelentes productores de dólares”.
“….Y yo, una indefensa mujer, viajaba sola junta al chofer hasta el hospital donde en horario nocturno únicamente trabajaban hombres argelinos. El peligro que esto implicaba para mi seguridad y para mi salud no importaba ni a los diplomáticos ni a los funcionarios cubanos. A ellos solamente les interesaban las divisas que el régimen recaudaba por cada una de mis guardias, los dólares que fluían a partir de mi riesgoso trabajo y de mis inolvidables dolorosos sacrificios” (De “Mi verdad”–Grupo Editorial Planeta SAIC–Buenos Aires 2010).
Cuando la cultura favorece el desarrollo de la economía de mercado, los países crecen; de lo contrario, este proceso ni siquiera puede establecerse. Puede decirse que la cultura del trabajo, el ahorro y la inversión productiva favorecen el crecimiento económico, mientras que la contracultura de la vagancia, el derroche y el consumismo impide el crecimiento económico de la sociedad.
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