A principios del siglo XX, la Argentina ocupaba el 7mo lugar entre los países más desarrollados del planeta. A partir de la década del 20, comienza el retroceso que llega hasta nuestros días. Ello se debió en parte a que en la etapa de crecimiento predominaban las ideas liberales, mientras que en la etapa de la decadencia predominó alguna forma de populismo. Incluso se llegó al extremo de que, en las elecciones presidenciales del 2011, no participó ningún partido con orientación liberal, mientras que el candidato del radicalismo, Ricardo Alfonsin, llegó a expresar, ante posibles alianzas electorales con otros partidos, “mi límite es Macri”, político de orientación liberal. Con ello confirmaba que podía hacer alianzas con cualquier tendencia política, menos con la que mejores resultados alguna vez logró el país. Rafael Olarra Jiménez escribió:
“Es curioso que el esquema de economía de mercado y abierta al exterior no fuese, prácticamente, tenido en cuenta y que el debate tuviese lugar, casi de manera exclusiva, entre diversas variantes de desarrollo autárquico y de dirigismo estatal. El ejemplo del poderío de la economía estadounidense o el entonces de la reciente reconstrucción de Alemania no significó nada para el mundo académico. Sólo Alsogaray esgrimió en el campo político el «milagro alemán». El hombre que dirigió ese proceso, Ludwig Erhart, visitó Buenos Aires en medio de la general indiferencia de los economistas, salvo los muy pocos enrolados en la corriente liberal. Las corrientes políticas de signo liberal y los pocos dirigentes que conservan celosamente ese ideario eran ignorados por la generalidad de los economistas”.
Por lo general, no existen acuerdos entre los economistas aun a nivel teórico, por lo que es de esperar que se mantenga la divergencia de opiniones cuando se trata de la posible aplicación de alguna medida económica concreta. El citado autor escribió: “Roosevelt decía que, cada vez que formaba un comité con tres economistas, obtenía por lo menos tres opiniones, salvo que Keynes formase parte, en cuyo caso obtenía cuatro, dado que el inglés aportaba dos opiniones diferentes”.
En la Argentina, por lo general, se cree que la economía funcionará bien o mal, no tanto por las decisiones económicas y políticas adoptadas por el gobierno de turno, sino por la estima y el afecto que el Presidente sienta por su pueblo. Olarra Jiménez escribió: “Esencialmente el peronismo fue un fenómeno mágico que instaló en vastos sectores de la sociedad la creencia de que un líder, como Perón, por amor a su pueblo, puede ampararlo y protegerlo de todas las vicisitudes de la vida, con independencia de las limitaciones de medios y de las condiciones en que en la economía real se realiza la producción de bienes y servicios. En suma quedó en la conciencia de los sectores populares la sensación de que un gobierno inspirado en el bienestar del pueblo puede romper el cerco de la escasez y superar la restricción presupuestaria”.
“La situación de la economía argentina, después de la Segunda Guerra Mundial, hizo posible una especie de «edad de oro» para las clases populares, hacia las que volcó una redistribución de ingresos. Y no sólo de ingresos acumulados durante la guerra, sino con cargo al agro, a los ahorristas y a los propietarios de inmuebles urbanos alquilados o de campos arrendados que fueron objeto de despojo”. “Roto con la crisis de 1930 el modelo agro-exportador, la clase dirigente, acostumbrada a recibir el impulso económico desde afuera, cayó en el desconcierto. Con Perón se impuso la estrategia del crecimiento basado en la autarquía, el estatismo y la inflación” (De “La economía y el hombre”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2004).
Como el peronismo vencía electoralmente, y con facilidad, a sus adversarios políticos, éstos adoptaron sus mismos métodos, lo que explica el continuo deterioro económico y social del país. El citado autor escribió: “Después de Perón las corrientes políticas de todos (o casi todos) los signos se vieron infectadas de demagogia, en el sentido de que los políticos formulaban propuestas divorciadas de las posibilidades de la economía. En el mismo marco en materia económica establecido por Perón transcurren los gobiernos subsiguientes a la caída de éste. La ideología dominante en cuanto a la economía no difiere sustancialmente en el peronismo, el radicalismo y los militares”.
También Federico Pinedo advertía la situación luego de la caída de Perón, por lo que escribió al respecto: “Que convendría que las masas argentinas pudieran disponer de mayor cantidad de bienes nadie puede discutirlo, pero que la forma de que los tenga es embarcarse en una política similar a la que seguía el régimen caído es lo que me parece harto dudoso, aunque sean notorios enemigos del gobernante caído los que lo propugnan. Lo que me pareció muy mal bajo el viejo régimen también me parece mal ahora, aunque lo propongan partidarios decididos del nuevo régimen. Entre ello enuncio la política de persecución de la ganancia, de lo que es una manifestación el sistema de ver con más simpatía al que gane poco que al que gane mucho, como si la ganancia del que trabaja con éxito no fuera el motor que puede sacarnos del pantano económico en que nos encontramos. Manifestaciones esporádicas pero desgraciadamente no escasas de anticapitalismo obedecen a la misma ideología y además de ser teóricamente indefendibles son en los hechos, hoy por hoy, un verdadero lastre para el país” (De “El fatal estatismo”-Editorial Guillermo Kraft Ltda..-Buenos Aires 1956).
Entre los objetivos por lograr por las distintas tendencias en boga, se coincidía en la sustitución de importaciones. Al respecto, Luis García Martínez escribió: “El proceso sustitutivo de importaciones significa, en la práctica, que las industrias usuarias de los rubros que antes se importaban, deberán pagar por éstos un precio superior al que pagaban cuando se abastecían en el mercado internacional. Dada la interdependencia existente entre todos los sectores de la economía, estos mayores costos se trasladan al resto de la misma, disminuyendo la capacidad competitiva de la producción nacional en los mercados internacionales. De ahí se deduce la incompatibilidad, a mediano plazo, de pretender seguir reemplazando importaciones por producción interna, y, simultáneamente, incrementar el flujo de los embarques al exterior. Inversamente, toda estrategia que pretenda el incremento de las exportaciones para alcanzar un aumento sostenido del producto, debe promover una reorientación de los recursos a favor de éstas, lo que exige, necesariamente, abandonar las pretensiones de mantener a los niveles actuales la proporción de recursos que se vuelcan a la producción de bienes para el mercado interno […] En los hechos, estamos siguiendo la sustitución de importaciones, como estrategia básica del crecimiento; pero, como deseamos, al mismo tiempo, los frutos de una economía más abierta, vivimos quejándonos de lo que creemos es una confabulación contra nuestro país” (Citado en “La economía y el hombre”).
La tendencia económica que surge de la Argentina es la “teoría latinoamericana del desarrollo”, asociada al nombre de Raúl Prebisch, que puede sintetizarse como un intento de establecer un sistema intermedio entre socialismo y capitalismo: “[Se deberán integrar adecuadamente, sintetizándolos, elementos del socialismo y del liberalismo;] socialismo, en cuanto el excedente no seguirá empleándose de acuerdo a decisiones individuales, sino decisiones colectivas destinadas a elevar el ritmo de acumulación de capital y corregir progresivamente las diferencias estructurales en la distribución del ingreso, y liberalismo económico, en cuanto el ingreso así redistribuido podrá emplearse libremente en el mercado, conforme a decisiones individuales” (De “Contra el monetarismo”-Raúl Prebisch-El Cid Editor-Buenos Aires 1982).
Respecto a la teoría anterior, Guy Sorman escribió: “[Es el] desarrollismo una ideología económica fundada por el economista argentino Raúl Prebisch y retomada en Brasil por Celso Furtado”. “La vulgata desarrollista atribuye al Estado una función industrializante que el sector privado sería incapaz de asumir. Al mismo tiempo, considera que esa industrialización por supuesto genera los beneficios del crecimiento: educación, salud, justicia social. La teoría demostró ser doblemente perversa. En primer lugar, el Estado se apropió de todos los recursos, con lo que anestesió al sector privado y así logró probar a posteriori que ese espíritu empresarial privado no existía. En segundo lugar, tanto en Brasil como en cualquier otra parte, el Estado no es un instrumento abstracto, sino una colección de intereses bien concretos de los burócratas y los políticos. El desarrollismo explica la corrupción extrema que prevalece en esas esferas”.
“El desarrollismo afectó a toda América Latina, pero solamente en Brasil permaneció como ideología dominante. Ese desfasaje puede explicarse por el hecho de que el sector público no fracasó del todo, sino sólo medias”. “El desarrollismo –al que sólo puede financiar la inflación y que sólo se sustenta en proyectos faraónicos- necesariamente debía concentrar al capitalismo, recurrir poco a las industrias de mano de obra o de servicios y agravar las desigualdades”. “Sin duda es culpable por haberse equivocado con respecto a la naturaleza del Estado, por haber legitimado a las oligarquías y a los burócratas, por haber perpetuado la injusticia social y racial. Brasilia y las favelas se complementan perfectamente en ese sentido: las dos caras de una misma estrategia de «mal desarrollo»” (De “El capitalismo y sus enemigos”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1994).
La teoría de la dependencia, surgida en Brasil, fue otra de las tendencias del pensamiento económico latinoamericano. Rafael Olarra Jiménez escribió: “El libro más conocido sobre esta tesis, titulado «Teoría de la Dependencia», fue escrito por Fernando Enrique Cardoso juntamente con Falleto. En suma, la «dependencia» es una situación en la que un grupo de países tienen su economía condicionada por el desarrollo y la expansión de otra economía. El subdesarrollo sería una forma de capitalismo vinculada con la división internacional del trabajo. Por eso la dependencia y el subdesarrollo no se curan con la receta de Prebisch, o sea, con la industrialización, sino con la liquidación del capitalismo y la implantación del socialismo”. “Tal vez quepa hacer mención a una creencia hondamente arraigada en la conciencia popular argentina, ya que la teoría que acabamos de mencionar guarda estrecho parentesco con esos sentimientos y creencias. Consiste en esencia en creer que «somos un país muy rico, objeto de la codicia del mundo, que ha buscado y busca saquearnos, esquilmarnos, en complicidad con minorías antinacionales y antipopulares. Hoy estas minorías configuran la dirigencia política y el sector financiero. En otros tiempos (los del primer peronismo) la oligarquía ganadera»”.
La fórmula infalible para el fracaso consiste en culpar a los demás por nuestros errores y desaciertos, encontrando un justificativo para la inacción. De ahí que debemos adoptar una postura no tan distinta a la mencionada, y ella consiste en aceptar que quienes desde el exterior tratan de destruirnos, en realidad son peores de lo que suponemos, pero a esa situación debemos responder esta vez con acciones concretas sin caer en los errores y la ineficacia que nos caracteriza. Veremos que seguramente las cosas van a mejorar bastante.
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