martes, 3 de octubre de 2023

Acerca de Bernardo A. Houssay

La relación entre la ciencia y los políticos puede clasificarse en tres estados principales; los políticos apoyan a los científicos, o bien los políticos son indiferentes respecto de los científicos, finalmente, los políticos se oponen a los científicos, especialmente cuando el político se considera más importante que el resto de los ciudadanos de una nación.

Este ha sido el caso de la ciencia argentina durante la etapa más importante de su historia, cuando tres de los egresados de universidades argentinas lograron un Premio Nobel en ciencias (Bernardo A. Houssay, Luis F. Leloir y César Milstein).

En otras etapas, se ha utilizado la ciencia para llenar los organismos de investigación con simples empleados públicos, poco o nada dedicados a la ciencia, con la intención política de "dar trabajo" a la gente y así mantener vigente la compra de votos para futuras elecciones. El derroche de recursos afecta a toda la sociedad.

En la actualidad hay matemáticos, físicos y astrofísicos argentinos, con distinguidas actuaciones, si bien ejerciendo sus funciones en el extranjero, en donde se le da mucha importancia a la investigación científica.

A continuación se trascribe un artículo redactado por uno de los principales actores de los momentos más importantes de la medicina en la Argentina:

BERNARDO ALBERTO HOUSSAY (1887-1971)

Por Juan Carlos Fasciolo

Cursé Fisiología Humana, asignatura del 2do año del Doctorado en Medicina de la Universidad de Buenos Aires en 1928. El profesor Houssay era entonces profesor titular de Fisiología, dedicación exclusiva y director del Instituto de Fisiología, que comprendía además, las de Biofísica y Bioquímica. La cátedra de Bioquímica estaba a cargo del Dr. Narciso Laclau y la de Biofísica del Dr. Raúl Wernicke.

El Dr. Houssay dictaba sus clases magistrales los lunes, miércoles y viernes de 11 a 12 horas, en el auditorio principal de la vieja Facultad de Medicina de la calle Córdoba. Aunque el anfiteatro era amplio, la concurrencia era numerosa, por lo que convenía llegar con bastante anticipación si se deseaba estar ubicado en las primeras filas. Esto era importante, no sólo para asegurarse que el profesor lo viera, sino también porque el Dr. Houssay hablaba en un tono de voz bajo y los ubicados en las últimas filas perdían parte de la exposición. Además, a ambos extremos del auditorio había dos altos pizarrones, escritos con letra pequeña, que resumían lo dicho en clase y que resultaba difícil leer desde lejos.

Recuerdo al Dr. Houssay con su blanco guardapolvo abotonado hasta el cuello y con cinturón ajustado, caminar detrás de la larga mesa de madera, mientras exponía su clase. Sobre la mesa tenía papeles con anotaciones que consultaba ocasionalmente y un detallado plan de clase. Todos los años agregaba notas al plan de clase, consignando nuevos adelantos y contribuciones. Las clases eran más bien monótonas, pero estaban llenas de información relevante y de rigorismo científico.

Cuando el tema lo permitía, el Dr. Houssay realizaba experimentos en clase. No siempre los resultados del experimento salían de acuerdo con lo enunciado, con gran algarabía de los estudiantes y la consternación del Dr. Houssay.

Asistí a la mayoría de las clases del Dr. Houssay, a pesar de ser un oyente poco aprovechado. En su clase inaugural el Dr. Houssay nos había advertido contra un libro de apuntes de sus clases, que era entonces muy popular entre los estudiantes. No debíamos estudiar por esos apuntes que tenían más de diez errores por página. Aconsejaba, en cambio, el libro del eminente fisiólogo inglés Starling que había sido traducido al español. Me resultó muy difícil estudiar en el libro de Starling y poco progresaba a pesar de mi empeño. Decidí que para aprobar la asignatura debía concurrir a las clases de Houssay que me resultaban fáciles y accesibles. Mis apuntes de clase, sin embargo, dejaban mucho que desear, así que finalmente y con algo de vergüenza decidí adquirir los excomulgados apuntes. Comprobé que eran una fiel reproducción de las clases del Dr. Houssay y que si bien tenían errores, eran de gran utilidad para seguir el desarrollo de la asignatura.

El examen final de Fisiología se rendía entonces juntamente con Biofísica y Bioquímica. La mesa examinadora era exigente y el número de reprobados era siempre alto. No tuve, sin embargo, problemas con mi examen y como había obtenido buena calificación, opté por presentarme al concurso para actuar como jefe de trabajos prácticos ad honorem.

Los estudiantes en grupos de ocho o nueve asistían a una demostración de experimentos sencillos, realizados por el ayudante, que además explicaba los fundamentos teóricos de aquellos. Disponíamos de una guía de trabajos prácticos redactada por el Dr. Houssay y los jefes de trabajos prácticos de distintas épocas, y habitualmente los experimentos nos salían bien, sin necesidad de recurrir a trucos prohibidos.

Al cabo de dos años de trabajo ad honorem, fui nombrado rentado con noventa pesos mensuales. Esto agregó algunas responsabilidades, como concurrir cada tanto a escribir los pizarrones de clase y asistir a reuniones mensuales de la Sociedad de Biología, en el local de la Asociación Médica Argentina de la calle Santa Fe. El Dr. Houssay era el presidente vitalicio de la Sociedad de Biología, infaltable a las reuniones, a las que imponía una estricta puntualidad. Le gustaba hacer alarde de su observancia de los horarios. Recuerdo que en una reunión de la Sociedad de Biología, pidió disculpas a la audiencia por haber demorado la iniciación en dos minutos.

Resultaba muy difícil entonces pensar en dedicarse a la investigación científica, a menos que se tuvieran recursos económicos propios. En el Instituto de la década del 30, sólo revistaban con dedicación exclusiva en la Cátedra de Fisiología de Medicina, los doctores Houssay y Orías; este último fue reemplazado más tarde por el Dr. Foglia, cuando Orías fue designado profesor en Córdoba.

La posibilidad de conseguir un cargo con un sueldo razonable eran nulas. Por eso yo pensaba dedicarme a la cirugía ortopédica, pero antes de dejar para siempre la fisiología decidí probarme, haciendo una tesis fisiológica. El Dr. Houssay accedió a dirigirme y ser mi padrino de tesis y me propuso varios temas, entre ellos la hipertensión arterial, por el que me decidí finalmente.

La primera labor que me recomendó fue que desarrollara una técnica para provocar hipertensión arterial renal. Aunque entonces no me pareció una exigencia excesiva, creo que fue mucho pedir a un principiante. Muchos investigadores experimentados habían anteriormente fracasado en sus tentativas de producir hipertensión renal persistente en diversas especies. Estas exigencias formaban parte de la técnica que el Dr. Houssay empleaba para seleccionar a sus colaboradores. Inicialmente solía asignarles una labor de difícil realización y los dejaba librados a su propio esfuerzo. Muchos se cansaban y abandonaban el proyecto, ante dificultades que parecían difíciles de superar. Otros, en cambio, persistían a pesar de todo. Si esto ocurría, el Dr. Houssay sacaba la conclusión de que estaban realmente interesados, que tenían constancia y que merecían su apoyo. Su experiencia le había enseñado que se pierde mucho tiempo en orientar y ayudar a personas que sólo tienen entusiasmo pasajero y que abandonan sus proyectos a poco de iniciados.

Trabajar bajo la dirección del Dr. Houssay no era fácil. Era un jefe exigente que no toleraba flaquezas, pero que tomaba con gran interés el progreso del trabajo y que constantemente aconsejaba y discutía la marcha de las investigaciones. Semanalmente me hacía llenar fichas de trabajos recientemente aparecidos. Las revistas llegaban a su domicilio particular, de modo de que él era el primero en leer las novedades, que comentaba con nosotros en las reuniones que convocaba. Recuerdo los papelitos que dejaba sobre mi mesa de trabajo, con un lacónico: Fasciolo, véame.

Cuando decidimos adoptar el procedimiento de Goldblatt para provocar hipertensión renal en el perro, el Dr. Houssay operó a los primeros animales. Era un cirujano diestro y rápido, aunque su técnica quirúrgica no era muy depurada, sus resultados operatorios eran muy buenos. Era impaciente y autoritario y a veces duro con sus ayudantes.

Le encantaba realizar operaciones espectaculares y dificiles que realizaba rápidamente. En una oportunidad hizo una serie de experimentos manteniendo con vida cabezas de perro, cuya circulación sanguínea era provista por otro animal. Publicó estos experimentos con el título de Vida de la cabeza decapitada. El título fue objeto de burlas por un humorista de la revista El Hogar, Pescatore di Perle, quien jocosamente comentó que la cabeza decapitada, era la cabeza sin cabeza. Demás está decir que el Dr. Houssay no le encontró gracia al comentario.

Una de las características sobresalientes de la personalidad del Dr. Houssay era su increíble capacidad de trabajo. Consideraba una obligación trabajar sin descanso y sentía aprecio por aquellos que trabajaban duro. En una oportunidad alguien hizo un comentario sobre un profesional destacado de la época que era "muy inteligente, pero poco trabajador". El Dr. Houssay replicó que no debía ser lo bastante inteligente, porque si no trabajaria más. El trabajo no sólo era su pasión sino su diversión. Solía repetir: El trabajo es la diversión más barata. Recuerdo que en una oportunidad de una visista suya a Mendoza, encontró a un ex colaborador suyo, a quién preguntó, como lo hacía habitualmente, en qué tema estaba trabajando. La respuesta fue que mientras estuviera Perón no trabajaba, a lo que replicó el Dr. Houssay: Con Perón, sin Perón, y a pesar de Perón, hay que trabajar siempre. Ese era su credo, al que hizo honor toda su vida.

El Dr. Houssay concurría temprano al Instituto. Acostumbraba caminar desde su casa de la calle Viamonte, que distaba unas seis cuadras de la Facultad de Medicina. Nunca tuvo automóvil propio y sólo en los últimos años pudo disfrutar del auto del CONICET. Su día de trabajo estaba siempre completo. Tenía sumamente ordenada su labor, para obtener mayor rendimiento de su actividad. Solía decir: La mayor diferencia entre los hombres dependía de cómo aprovechaban su tiempo. En su agenda figuraban sus obligaciones diarias, algunas importantes y otras banales. Recuerdo haber leído en una ocasión, su plan de labor del día, que se encontraba sobre su escritorio. Entre las anotaciones figuraba: 18 hs. Cortarme el pelo.

Además de sus tareas como Profesor y Director del Instituto, desarrollaba una intensa labor realizando sus propias investigaciones, y dirigiendo las tesis y trabajos de un numeroso grupo de colaboradores. Traducía al francés, idioma que dominaba, todas las comunicaciones que se presentaban en la Sociedad Argentina de Biología, para su publicación en el Comptes Rendues de la Societé de Biologie. Leía, corregía y a menudo reescribía los trabajos y tesis que dirigía. Se daba tiempo para organizar y presidir reuniones bibliográficas semanales, donde se discutían publicaciones de reciente aparición. Algunas veces se lo veía realmente agotado y se quedaba dormido durante las reuniones bibliográficas. Milagrosamente despertaba cuando el visitante terminaba, y comentaba y discutía la presentación, como si no se hubiese perdido una sola palabra.

Tenía gran instinto para elegir líneas de trabajo productivo. Lo oí mencionar reiteradamente que desde estudiante se había hecho el propósito de estudiar la hipófisis. También decía que cuando un tema que estaba investigando en el Instituto, era tomado por investigadores norteamericanos o europeos, él lo abandonaba. No podemos competir con ellos en velocidad, decía: Ellos van en avión, nosotros en sulky.

Su versación en diversos campos de la fisiología era proverbial. Dirigía investigaciones en áreas tan dispares como endocrinología, cardiología, fisiología respiratoria, nutrición, metabolismo hidrosalino y otras. El Instituto de Fisiología se había convertido en la meca de médicos y bioquímicos, no sólo de nuestro país, sino también de toda América Latina. Docenas de profesores de las universidades de toda Latinoamérica se consideraban sus discípulos y lo proclamaban con orgullo.

Otro rasgo destacable de la personalidad del Dr. Houssay era la responsabilidad y sentido del deber que lo animaban. Su intensa actividad no le impedía cumplir puntualmente sus compromisos sociales: defunciones, nacimientos o acontecimientos importantes de sus colaboradores lo encontraban siempre presente. Cuando hice la adscripción a la Cátedra de Fisiología debí pronunciar cinco clases, a las que se suponía que el profesor debía concurrir, para apreciar las condiciones del adscripto. Lo habitual era que los profesores titulares no concurrieran, pero el Dr. Houssay asistió a mis cinco clases y me hizo críticas y comentarios que aún conservo.

Se sentía responsable por el desempeño de los becarios que enviaba al exterior, a los que escribía con regularidad. Conservo la primera carta que me hizo llegar cuando fui a los Estados Unidos, a Rochester N.Y. como becario de la Fundación Rockefeller. La carta manuscrita dice así:

Mar del Plata. 13 de Febrero de 1941

Estimado Dr. Fasciolo:

Esta carta lo acompaña y le dará a Ud. la bienvenida, portadora de mis deseos de una útil y eficaz estada en ese país. Sé que el que va a una tierra extraña espera recibir noticias de la suya.

El éxito de un becario depende de él mismo. Si trabaja intensamente, con método y disciplina, conseguirá la amistad y el interés de sus jefes. Si se contenta con mirar y es intelectual y físicamente pasivo, lo tratarán con cortesía, pero no establecerán intimidad intelectual. Es en ésta que se adquieren ideas fecundas, iniciativa e inspiración.

En los primeros tiempos verá sobre todo los defectos del país, laboratorios y personas. Más tarde apreciará sus cualidades.

Piense constantemente en su país y en lo que necesita. Qué es lo que conviene, qué es posible implantar en él, y qué asuntos o temas debe elegir para trabajar, no sólo por curiosidad, sino por su probable desarrollo futuro.

Si en New York le queda tiempo puede visitar muchas cosas: se ven y aprecian mejor al final de la estada que al principio. Entre ellas: Metropolitan Museum, Acuario, Museo de Historia Natural y Planetario. Reckefeller Center y Radio City. Centros Médicos de Columbia y Cornell. Instituto Reckefeller.

En Rochester no deje de presentar mis saludos a McCann, Fenn, Whipple, etc.

Con mis respetos a su señora, reciba Ud. mis más cordiales saludos.

Bernardo Houssay


Esta carta está fechada en Mar del Plata, adonde el Dr. Houssay había ido a veranear a instancias del grupo familiar y venciendo algunos escrúpulos. Se sentía un poco avergonzado de ese veraneo y durante su permanencia en Mar del Plata nos mandaba cartas con recomendaciones y tarjetas postales. Recuerdo una dirigida al personal del Instituto que entre otras cosas decía: Dichosos Uds. que pueden trabajar...alguien acotó: dice que pueden, no que trabajan.

Era un jefe exigente, a veces duro, pero siempre dispuesto a ayudar a superar dificultades. En una visita suya a Mendoza, los periodistas lo rodearon cuando descendió del avión. Uno de ellos hizo un aparte conmigo y me preguntó cuál era mi vinculación con el Dr. Houssay. Le respondí que había sido mi maestro y agregué: ¡Y un maestro duro!, el Dr. Houssay alcanzó a oír mis palabras y rápidamente respondió: ¡Sí, duro, pero no lo bastante!

Hizo una verdadera revolución científica en nuestro país, mediante la formación de muchos investigadores jóvenes con capacidad y vocación. Se ha dicho con razón que Houssay inscribió a la Argentina en el mapa de la ciencia mundial. Tenía gran confianza en la juventud. En una oportunidad le objetaron la excesiva juventud de un colaborador suyo, propuesto por él para un cargo importante. El Dr. Houssay respondió: En efecto, pero la juventud es un defecto que se corrige con el tiempo.

Tenía gran confianza en la ciencia como factor de progreso y bienestar, por eso dedicó todo su esfuerzo a promover su desarrollo en nuestro país. Según el Dr. Houssay, los países ricos lo son porque dedican dinero al desarrollo científico-tecnológico y los países pobres lo siguen siendo si no lo hacen. Cuando se le objetaba el elevado costo de la ciencia solía decir: La ciencia no es cara, cara es la ignorancia.

Su preocupación por la ciencia argentina no se reducía al campo de la biología. Conocía a fondo la labor de los científicos de nuestro medio que cultivaban diversas disciplinas, como las matemáticas, la astronomía, la física, la química y otras. Su labor en la Asociación Argentina para el Progreso de la Ciencia y posteriormente en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, evidencian esta obsesiva preocupación. En las reuniones del directorio del CONICET, que presidió durante años, así también como en las de las diversas comisiones, asombraba a todos por su conocimiento de la labor de los científicos de nuestro medio. Su extraordinaria memoria le permitía retener nombres y detallar con una precisión tal, que daba la impresión que acababa de informarse.

Tenía la firme convicción de que la obligación de los científicos argentinos era trabajar en el país y contribuir al desarrollo de nuestra ciencia. No simpatizaba con los investigadores que se establecían definitivamente en el exterior y siempre que tenía oportunidad les instaba a regresar. Una de sus preocupaciones como presidente del CONICET fue la repatriación de científicos argentinos. Dio el ejemplo cuando, después de haber sido separado de la Universidad por el gobierno militar que presidia el General Ramírez, rechazó ofertas de los Estados Unidos para dirigir un laboratorio y prefirió quedarse en la Argentina, pese a la pobreza de su laboratorio y a la manifiesta hostilidad del gobierno.

Era un hombre de convicciones firmes y acostumbraba a exponer sus ideas sin ambages. Criticaba públicamente a aquellas personas con las que discrepaba, lo que naturalmente le granjeó enemigos. Pero era luchador y sabía defender con calor sus puntos de vista. Recuerdo la reacción del Dr. Houssay cuando se ordenó la demolición de la vieja Facultad de Medicina de la calle Córdoba, a pesar de que aún no se había iniciado la construcción de la nueva. Se había comenzado la demolición y estaba a punto de iniciarse la de la biblioteca. La labor científica debía paralizarse durante un par de años o más. El Dr. Houssay estaba furioso y criticaba con los más duros términos al Dr. José Arce, responsable de tal medida. Movió cielo y tierra, entrevistó al Presidente de la Nación, General Agustín Justo, y a pesar de la influencia política de Arce, logró detener la demolición.

No era muy efusivo en sus demostraciones de afecto, pero las personas que estimaba podían contar con su solidaridad. Solía expresar su afecto poniendo su mano en el antebrazo de su interlocutor, ejerciendo una leve y breve presión.

Nunca conocí su filiación dentro de la política nacional, pero el Dr. Houssay era un liberal que sentía respeto por la libertad y el orden. Durante la última guerra mundial, simpatizaba con los aliados, no sólo por su vocación liberal, sino también por su ascendencia francesa. Amaba a Francia, que siempre significó para muchos argentinos inteligentes, un ejemplo de cultura y tolerancia. Como muchos argentinos, veía con pena y preocupación la tendencia pro-nazi de algunos integrantes del gobierno militar. A raíz de una petición hecha al gobierno por un grupo de personalidades, entre las que figuraba el Dr. Houssay, en la que se pedía se hiciera efectiva la solidaridad continental, fue separado de su cargo de Profesor de la Universidad.

Estuve presente cuando el Dr. Houssay dictó su última cátedra magistral. El anfiteatro de la antigua Escuela de Medicina estaba repleto de estudiantes, profesores y amigos que deseaban testimonearle su adhesión. Había también grupos adictos al gobierno militar y policías sin uniforme. En un ambiente tenso, algo pálido y nervioso, el Dr. Houssay dictó su Clase Magistral, como lo hacía habitualmente. No pudo sin embargo dejar de hacer una clara alusión política cuando al mencionar la regulación nerviosa dijo: Cuando la cabeza anda mal, todo anda mal, lo que fue recibido con una sostenida salva de aplausos.

Las amenazas intimidan a los débiles, pero no a los espíritus fuertes y valientes. El Dr. Houssay demostró su temple después de la expulsión. Lejos de amedrentarse, criticaba públicamente, dentro y fuera del país, a Perón y su gobierno, lo que entonces podía acarrear serios disgustos.

Pero lo que realmente le dolía y preocupaba era tener que interrumpir siempre su actividad cientifica. Con la ayuda de la Fundación Sauberán, pudo montar un modesto laboratorio en la calle Costa Rica. Allí concurrían a trabajar ad honorem casi todos, discípulos suyos que habían renunciado a sus posiciones universitarias en solidaridad con el maestro.

Pronto pudo organizar su pequeño Instituto y formar una buena biblioteca especializada, que sin ser completa estaba actualizada y ordenada. El laboratorio de la calle Costa Rica se convirtió así en el Centro de las Investigaciones Biológicas de la Argentina, mientras que los centros oficiales entraban en franca recesión.

El Dr. Houssay era un conversador ágil y agudo. Su charla estaba siempre matizada de recuerdos y anécdotas. En el laboratorio podíamos escucharlo durante los minutos dedicados al té de la tarde, o bien cuando lo asistíamos en las operaciones. En las reuniones sociales solía ser el centro de atracción por su conversación entretenida. Le encantaba hablar, liberado de la tiranía de su trabajo. Si había señoras en su auditorio, parecía inspirarse y su conversación era amena y chispeante por momentos. Solía hacer chistes que su audiencia y él festejaban. Recuerdo que en una oportunidad explicaba muy seriamente que uno de sus primeros trabajos de investigación fue sobre el veneno de las serpientes y agregó: Es este un trabajo muy peligroso, allí conocí a la mujer que más tarde se convirtió en mi esposa.

El carácter del Dr. Houssay se dulcificó en los últimos años. En el laboratorio de la calle Costa Rica recibía la visita de ex discípulos y amigos que le testimoniaban su adhesión y afecto. Aún antes de recibir el Premio Nobel se había convertido en una leyenda, en una figura nacional, por lo que representaba, no sólo en el campo de la ciencia, sino como símbolo del enfrentamiento de la inteligencia y el despotismo.

Ya radicado en Tucumán y después en Mendoza, visité con frecuencia al Dr. Houssay en el laboratorio de la calle Costa Rica y más tarde en el de la calle Obligado. También solía verlo con frecuencia en el CONICET donde él concurría todas las tardes.

Siempre disponía algunos minutos para conversar conmigo. En los últimos años lo encontraba a veces algo cansado y ausente, pero después de la habitual pregunta: ¿En qué está trabajando doctorcito?, al recibir la respuesta se animaba, me daba consejos, me enseñaba qué experimentos debía realizar y no era raro que tomara un papel e hiciera un plan de trabajo. El viejo maestro revivía, con la vocación inquebrantable que lo había acompañado toda la vida.

(De "Juan Carlos Fasciolo. Del hombre al científico" de Susana Fasciolo-EDIUNC-Mendoza 2010)

2 comentarios:

agente t dijo...

Al gobierno de Perón no debió de gustarle nada que le dieran el premio Nobel a un opositor a su régimen al que había represaliado.

Bdsp dijo...

Algunos autores peronistas, niegan los méritos cientificos de Houssay y atribuyen el otorgamiento del Premio Nobel a cierta animosidad de la Fundacipón Nobel contra Perón, lo que parece bastante absurdo.

Como curiosidad, puede decirse que el colaborador más conocido de Houssay fue el Dr. Salvador Bilardo, director técnico del seleccionado nacional de fútbol, campeón mundial en el 86 y subcampeón en el 90. Leí que, por algún tiempo, estuvo como colaborador de Houssay, posiblemente como ayudante de cátedra, o algo similar...