domingo, 29 de agosto de 2021

Dios (el Creador) y la naturaleza (su creación)

Cuando se menciona a Aristóteles, a más de dos milenios de su desaparición, identificamos tal palabra con la obra de dicho filósofo. Algo similar ocurre cuando se menciona a Mozart, asociando su nombre a su obra musical. En el caso de Dios, el creador de todo lo existente, no parece ocurrir lo mismo por cuanto, al menos desde la religión, muchas veces se lo desvincula de su obra: el universo, que surge como consecuencia de las leyes naturales que lo conforman.

La desvinculación de Dios y su obra implica esencialmente el aparente antagonismo entre religión y ciencia. Gran parte de los creyentes admiran a Dios por su capacidad para suspender, aparentemente, las leyes naturales establecidas, o por intervenir en los acontecimientos cotidianos cambiando las condiciones iniciales de una secuencia de causas y efectos. Incluso, como herencia del pensamiento medieval, algunos rechazan el universo real como algo mal hecho y suponen que la verdadera vida ha de ser posterior a la vida terrena.

Desde una postura científica se establece un estudio directo de las leyes naturales que conforman el orden natural, suponiendo, como principio básico, la invariabilidad de la ley natural rechazando las posibles intervenciones de Dios. Este ha de ser el planteo de la religión natural, que surge de la identificación de Dios con su obra.

Debido a la caracterización de Dios como un super-hombre que escucha los pedidos humanos, poco o nada se tienen en cuenta las leyes naturales que rigen todo lo existente, por lo que tampoco surge la necesidad de una adaptación a dichas leyes. Por el contrario, desde el punto de vista de la ciencia experimental, se acepta tácitamente que nos hemos de adaptar a las leyes naturales, obteniendo así un sentido de la vida objetivo y concreto.

Si, al menos, en la actualidad se priorizara el carácter esencialmente ético del cristianismo, dejando de lado todo lo que implica un escape hacia lo sobrenatural, se establecería una evolución en el pensamiento religioso y un acercamiento a la actitud predominante en la ciencia. Históricamente hablando, las religiones bíblicas son esencialmente morales y están asociada a la creencia en un Dios que exige comportamientos éticos adecuados para nuestra supervivencia, en lugar de suponer que el Dios imaginado espera, de cada uno de nosotros, homenajes y una muestra de fidelidad de tipo pagano. Morris Adler escribió: "El Talmud es la creación de un pueblo a través de sus representantes más dotados. Estos portavoces se hallaban profundamente enraizados en la historia y tradición de su grupo. No fueron hombres de mundo en el sentido convencional del vocablo, si bien estaban lejos de hallarse apartados de la vida común".

"Tampoco fueron dirigentes políticos o hacedores de imperios, legisladores o administradores, científicos o filósofos, poderosos ecónomos o artistas. No se ajustaban a ninguno de los moldes heroicos a los que el mundo occidental hubiera conferido generalmente el liderazgo. Fueron maestros -así fue como se titularon a sí mismos- si bien en el proceso de servir como maestros al pueblo también realizaron funciones de carácter judicial, administrativo y político. El tema de su instrucción era una tradición ético-cultural-religiosa".

"La incorporeidad de Dios es destacada junto a su unicidad. Tanto la Biblia como el Talmud presentan abundancia de antropomorfismos, algunos de los cuales ofenden la sensibilidad moderna. El propósito de la Torá era el de instruir a los hombres. En consecuencia, tenía que hablar en el idioma de los hombres. Y puesto que el lenguaje nace de la experiencia y el pensamiento de los hombres, no puede trascender la experiencia y el pensamiento humanos".

"Los antropomorfismos nunca son considerados más que figuras oratorias. Mientras que existe el peligro de describir a Dios en términos humanos, no puede evitarse si hemos de hablar de Dios, tanto frente a la infinitud de Dios como frente a las limitaciones morales del hombre".

"Mientras al referirse a Dios los antropomorfismos eran necesariamente empleados, era prohibido todo tipo de representación física. La idea de un Dios invisible era incomprendida aun para los miembros cultos de otras sociedades. Cuando Pompeyo conquistó a Jerusalén en el 63 a.de C. arrogantemente se abrió camino hacia el Sancta Sanctorum del Templo. Este refinado romano quedó atónito al no encontrar ninguna estatua u otra representación tangible de la deidad en la cámara sagrada. Consideraba a los judíos como un pueblo supersticioso y bárbaro" (De "El mundo del Talmud"-Editorial Paidós-Buenos Aires 1964).

Generalmente, quienes hablan de la religión como algo opuesto a la ciencia, cometen un primer error, que consiste en incluir bajo el término "religión" a una amplia variedad de formas religiosas, ya que, las que acatan las leyes naturales son compatibles con la ciencia, mientras que las que no las contemplan, no lo son. El segundo error implica ignorar tal posible compatibilidad. Si en las religiones bíblicas intercambiamos la palabra "Dios" por "orden natural", se observará la compatibilidad mencionada, ya que las leyes naturales que describe la ciencia son las leyes que Dios ha sancionado (simbólicamente) para hacer el mundo.

El atractivo del cristianismo consiste en la posibilidad que brinda respecto de la vida eterna, aunque tal atractivo no lo es tanto para Ortega y Gasset, cuando afirmaba que "mientras algunos no saben qué hacer con su tiempo, pretenden una vida eterna" (expresión aproximada). Como ejemplo de individuo que prioriza una vida posterior, aparece Miguel de Unamuno. Al respecto, Julián Marías escribió: "La obra entera de Unamuno está inmersa en un ambiente religioso; cualquier tema acaba en él por mostrar sus raíces religiosas o culminar en una última referencia a Dios".

"De ahí sus íntimas preferencias literarias e intelectuales, su desvío por lo meramente literario en el sentido de artístico, o por lo científico y erudito; y su manifiesta hostilidad hacia la actitud que propende a volver al hombre al cuidado exclusivo de su vida temporal y pasajera, sin ocuparse de la otra; concretamente, su enconada aversión a la sociología y a la pedagogía, y más aún a las degeneraciones sociológicas o pedagógicas de la religión".

"Las lecturas de Unamuno, sobre todo las más vivas en él, aquellas que afloran con más frecuencia y más autenticidad en sus escritos, son predominantemente filosóficas y religiosas. Unamuno, hombre de inmensa lectura, pero de espíritu nada erudito, mostraba bien claramente sus preferencias, y éstas son reveladoras. Sobre todo la Escritura, y más en ella el Nuevo Testamento, y dentro de éste, San Pablo, que apenas se separa de su pensamiento" (De "Miguel de Unamuno"-Espasa-Calpe Argentina SA-Buenos Aires 1950).

Es importante señalar que, en el cristianismo, el camino hacia la felicidad y hacia la vida eterna, en caso que exista, es el mismo, y está constituido por el cumplimiento de los mandamientos bíblicos. Como "amar al prójimo como a uno mismo" no resulta tan sencillo, ni tampoco la adopción de una predisposición hacia ello, gran parte de los creyentes se limita a alabar a Dios y hacerle pedidos cotidianos, olvidando que Cristo indicó que "Dios sabe que os hace falta antes que se lo pidáis".

1 comentario:

agente t dijo...

Los profestas crearon un pueblo y una cultura desde su posición de jueces y guías, y al grupo actual que más se acercan por su labor es al de los intelectuales porque fueron creadores de mitos unificadores.