domingo, 28 de marzo de 2021

Marx y Santa Teresa (II)

Por el R. P. Columbiano Gutiérrez de la Berdura

Teresa de Ávila

Nace Santa Teresa de Ávila en 1515. El sol resplandesciente y limpio de Castilla ilumina sus ojos, hasta que éstos se cierran en 1582. Nacida y crecida en un hogar cristiano de amor, llena de vitalidad, de entusiasmo y de alegría, marcha por los caminos que ella misma elige, siempre entusiasta, triunfante y arrolladora.

Problema existencial humano y soluciones filosóficas

Aunque el tono vivencial y psicológico de Santa Teresa –serena y limpia, siempre triunfadora y feliz- sea muy diferente del de Marx –vicioso y desordenado, entre fracasos y amarguras- ambos, desde jóvenes, coinciden en el problema existencial que se presenta, más o menos agudamente, según la inteligencia y sensibilidad de cada uno, a todo hombre que viene a este mundo.
Nos encontramos en la vida de repente, sin saber de dónde venimos ni a donde vamos.
Es posible que la mayoría no sienta el problema con la fuerza e instancia que lo vivieron tanto Marx como Teresa de Ahumada. Y aquí encontramos ya la primera coincidencia entre estas dos personas, que estamos analizando.
El problema tiene dos fases o vertientes: la primera es el propio yo, y la otra son los demás; diremos mejor: es la relación conmigo mismo y la relación con los otros, con el “yo” y con el “no-yo”, para hablar en términos filosóficos. Permitidme recordar otra vez a Hegel, aunque nos repitamos, que en él nos encontramos con Marx y nos encontramos también con Santa Teresa.
La conciencia del “yo”, de mi existencia, suscita el instinto de la supervivencia eterna. Yo no puedo admitir mi muerte y la vuelta a la nada. He de buscar a alguien, un ser que me garantice mi eternidad: es Dios, el Absoluto, el Eterno.
Puede ser el Dios de los judíos y cristianos, el Dios de los paganos, o puede ser el Dios de la filosofía, concretamente el Dios de Kant.
Pero Dios será siempre “el otro”, el “no-yo”. Y si para supervivir me integro en Él, no habré conseguido mi intento; para ser “el otro”, habré dejado de ser “yo”.
Esto tiene una palabra que se ha hecho famosísima en el lenguaje moderno, aun vulgar, y que la usamos venga o no venga a cuento. La palabra es: ALIENACIÓN. Quien pretende ser lo que no es, se deshace a sí mismo, se aliena; tanto si la alienación es solamente ideológica o es real.
Hegel ha encontrado una solución genial. Nada del Dios de los judíos o cristianos cuya adoración nos aliena, ni tampoco el Dios de Kant. Dios es el Espíritu Universal que subyace a todo lo existente, y yo no soy más que una manifestación del Espíritu. La materia que perece y desaparece en el individuo no afecta a la eternidad del Espíritu. El Espíritu permanece eternamente en las Instituciones: la Sociedad, el Estado, la Nación, el Ejército, la Universidad, etc., son diferentes vivencias del Espíritu. Fusionándome yo en algunas de ellas o en varias, vivo en mí mismo permanentemente, aunque mi cuerpo –la materia- desaparezca.
De aquí nació el Estado totalitario –nazi, fascista, comunista, etc.-, el concepto de Sociedad como valor absoluto: el individuo, la persona, como ser transitorio y mortal, es para la Sociedad, no la sociedad para la persona; más todavía: la persona no se desarrolla sino en cuanto se integra en la Sociedad. Y siguen las consecuencias que no es necesario enumerar.
Marx, que aceptó esta ideología, la abandonó más tarde, como dijimos, bajo el influjo de Feuerbach. Perderse en la Sociedad o en el Espíritu de la Sociedad, es una alienación, más desastrosa todavía que la de Kant, con un Dios que es “el otro”.
Rechazado el Dios de los judíos o de los cristianos, porque es ateo; negado el Dios de Kant por alienante; no admitido el Espíritu de Hegel por lo mismo, Marx se ha encerrado en un callejón sin salida, se ha convertido a sí mismo en un repugnante animal que come, bebe y muere. “Epicuri de grege porcus”, dirían los antiguos.
Pero también Marx es genial, y encontrará la solución: un Dios que no sea alienante: él mismo será Dios. Como él en sí mismo es mortal, creará una Sociedad inmortal, que no será la Sociedad de Hegel, sino la Sociedad socialista, justa, libre, progresiva, donde se integrarán todos los hombres en hermandad universal. Integrándose en ella no se alienará, no saldrá de sí mismo, porque es creación suya. Y lo mismo les ocurrirá a todos los demás, pues cada uno es creador de su sociedad socialista.
La verdad es que ni Marx consiguió ser Dios ni son eternas ninguna de sus creaciones. Huyendo de la alienación cayó en la ilusión, tomando por realidad el más ridículo de los sueños.

Solución teresiana

Santa Teresa rechaza por de pronto el Dios de los filósofos, que ya se conocía mucho antes de que Kant existiera; y prescinde del Dios de los judíos. Para ella Dios es Cristo Jesús, el hijo de la Virgen María, quien le habla del Padre y del Espíritu. Cree en Jesús, Dios-Hombre, le adora, le ama y confía vivir en Él eternamente, salvándose así de la muerte.
Pero se le presenta, como a Marx y a los maestros de Marx, mucho antes de que ellos nacieran, el problema de la ALIENACIÓN. Jesús-Dios es “el otro”. Si ella va hacia Él, se integra en Él. Teresa desaparece y la salvación que busca quedará frustrada.
La solución no podemos decir que la haya encontrado Santa Teresa; la solución es del Evangelio. El mérito de Teresa está en que la aplicó y vivió con sorprendente intensidad.
San Juan de la Cruz, compañero siempre de Santa Teresa en sus experiencias místicas, presenta el Evangelio como la búsqueda de Dios, de un Dios que está escondido. A impulsos del amor, el cristiano sale de sí mismo y, vagando por montes y riberas, pasando fuertes y fronteras, pregunta por Dios…

Conclusión

Una constante de la historia humana es el “idealismo”. Fascinado por el poder de su inteligencia, el hombre crea mitos, fantasmas, espíritus y dioses, a los que echa a volar fuera de sí, y luego corre, salta, vuela, sale de sí en pos de sus propias creaciones. Cuando las ha alcanzado, se abraza a ellas, hasta que descubre desilusionado que no ha salido de sí mismo, y es a sí mismo a quien, como un sempiterno Narciso, abraza para morir en la esterilidad.
Marx renuncia a todo idealismo; pero al no querer salir fuera de la materia, no tuvo más remedio, para librarse de la podredumbre y de la muerte, que constituirse Dios a sí mismo. Y al no sentirse convencido ni satisfecho consigo mismo, crea una sociedad conforme a sus propias ideas, una sociedad de justicia, de libertad, de igualdad, cayendo así en la alienación del idealismo, el escollo que con todas sus fuerzas y con toda su rabia quiso evitar. Rechazó todo idealismo para adherirse a la materia: no existe más que materia. Y acto seguido convirtió a la materia en idea. Su materialismo le hizo la burla más despiadada convirtiéndolo todas sus obras en mitos y fantasmas.

(Extractos de “Marx y Santa Teresa”-Revista de la Universidad Católica de La Plata-Año I-Nº 3-Enero/Marzo 1980-La Plata-Provincia de Buenos Aires)

Comentario: En la actualidad se acepta que todo lo existente está constituido por una substancia única, llamada materia, energía o como se la prefiera denominar. De ahí que las críticas al marxismo deben orientarse hacia el odio promovido y la mentira profesada, tanto como a los resultados que el socialismo produce.
Lo importante, desde el punto de vista individual, implica adoptar la mejor actitud, tanto emocional como cognitiva, ya que ello resulta accesible a nuestras decisiones. Si existe, o no, una vida posterior, no depende de cada uno de nosotros esa existencia.
El autor del escrito no exagera cuando dice que “Marx se convierte a sí mismo en Dios”. Si se tiene en cuenta que en la URSS surge el “homo sovieticus”, que transmitiría por herencia sus atributos socialistas adquiridos (posibilidad incompatible con la genética), con el tiempo tal especie reemplazaría al hombre derivado de la evolución biológica y cultural que busca adaptarse al orden natural. De esa manera, se lo hizo competir a Marx con el orden natural (o Dios creador) y, por lo tanto, se hizo evidente que Marx jugó a ser Dios. El colmo del ateo implica querer ubicarse en el lugar del Dios en el que no cree.

P. Zigrino

1 comentario:

agente t dijo...

Como se ha dicho muchas veces el sueño de la razón produce monstruos.

Existen estudiosos que afirman que Santa Teresa era una epiléptica. Genial, pero epiléptica.