sábado, 13 de marzo de 2021

Del Satanás medieval al Satanás actual

Existe una costumbre negativa, que se repite a lo largo de la historia, que consiste en materializar el mal en un enemigo real o imaginario. Así, en lugar de que cada individuo trate de buscar y superar sus propios defectos, renuncia a esa posibilidad para culpar al enemigo exterior que, si no existe, se lo inventa. Junto a esa renuncia aparece también la actitud cómoda de evadir responsabilidades aduciendo que cometió tal o cual delito por cuanto “estaba posesionado por Satanás”, de manera de mantener vigente su habitual hipocresía o cinismo.

La superioridad moral aducida por tales individuos se basa esencialmente en creer en la existencia del mal personificado o materializado por algún agente exterior. Ello sirve para sentirse libres de culpa y por combatir al enemigo, supuesto culpable de todos los males, como sostenía Adolf Hitler al considerar que "al combatir al judío, combato a favor de la obra del Señor”. Mientras que el Satanás bíblico dominaba la mente de las masas de la Europa medieval, los regimenes totalitarios lo materializaron en las “razas inferiores” y en las “clases sociales explotadoras”, dando sentido a la vida de sus adeptos mientras generaban catástrofes sociales antes poco conocidas.

La Biblia describe la lucha histórica entre el bien y el mal, siendo un libro esencialmente ético, que propone soluciones a los conflictos humanos intentando intensificar la empatía emocional. En la época medieval predominaban los simbolismos y también la creencia en las intervenciones directas de Dios en los acontecimientos humanos. De ahí que la figura simbólica de Satanás reemplazó un tanto la búsqueda de una mejora ética individual.

En principio, se adujo que Satanás fue un ente creado por Dios para “poner a prueba” la obediencia de alguno de sus adeptos. Con el tiempo, se lo interpretó como un ser independiente que se oponía a la voluntad de Dios, que así pasaba a ser sólo un “Creador parcial” de todo lo existente. Andrew Delbanco escribió: “Así parte la contienda relativa al aguante de Job: iniciada por un Satán descarado, entrometido, que hasta duda de la posibilidad de que pueda haber en este mundo un individuo leal, y que de este modo desafía el dominio de su padre”.

“Muéstrame a ese hombre perfecto, dice, que yo lo reduciré a uno que balbucee maldiciones. Con todo, una vez que Dios acepta el lance, Satán queda doblegado para siempre a la condición de mero instrumento de la voluntad divina, como el maestro que decide complacer al joven presuntuoso mostrándose de acuerdo con su plan, a expensas de Job. Todo lo que Job posee –su familia, sus posesiones- serán parte del fair game en curso; sólo él mismo quedará libre de castigo: «Y el Señor dijo a Satán: ‘Cuidado. Todo lo que él posee está en tu poder; tan sólo aparta tu mano de él’». Después de esta despedida, la historia se convierte en un diálogo entre Dios y Job del que Satán queda excluido” (De “La muerte de Satán”-Editorial Andrés Bello-Santiago de Chile 1997).

Por lo general, los regimenes de tipo totalitario tienden a justificar sus fracasos acudiendo a la supuesta influencia del enemigo, real o imaginario, en forma semejante a lo que hacía la Iglesia medieval. Johannes Bühler escribió: “La desproporción entre el mundo tal como era en realidad y el mundo tal como debía ser con arreglo a las ideas eclesiásticas, no podía pasar desapercibido, naturalmente, para el hombre de la Edad Media. Esta desarmonía tenía que sentirse con tanta mayor fuerza cuanto que la Iglesia disponía de un aparato enorme para proclamar sus doctrinas y hacer valer sus preceptos y sus prohibiciones”.

“Podrían llenarse volúmenes enteros con testimonios basados, además, en toda clase de documentos, eclesiásticos y seculares, de la creencia en el poder y en la dominación del demonio en plena era cristiana. La opinión indudablemente más extendida y que no era, ni mucho menos, la más radical, aparece expresada breve y concisamente en el Libro de Belial en estas palabras: «Del mismo modo que en el Reino del Dios Padre (en el Antiguo Testamento) los demonios eran libres y arrastraban a los hombres al pecado, también en el Reino del Dios Hijo nos encontramos con que todos los demonios son libres para atormentar y tentar a los hombres sobre si quieren permanecer o no firmes en su fe de Jesús»”.

“Hay que reconocer que la fe en el diablo, aun prescindiendo de su utilidad como medio para intimidar a quienes desobedecieran a la autoridad eclesiástica, prestaba a la Iglesia un servicio extraordinariamente importante: servía para explicar en cierto modo al menos, la desproporción existente entre el mundo tal como debiera ser y el mundo tal como era en realidad” (De “Vida y cultura en la Edad Media”-Fondo de Cultura Económica-México 1946).

Una causa importante para la masiva adhesión a los santos, no fue tanto considerarlos como ejemplos de comportamiento ético, sino como una especie de “antídotos” que protegían al creyente de los efectos negativos de Satanás. John H. Randall Jr. escribió: “Viviendo naturalmente en ese mundo no es prodigio que los hombres poblaran la Tierra de inteligencias y potencias espirituales y esperasen que lo inesperado tuviera sentido. Tampoco es menos natural que, en la exuberancia de su ser, estas potencias trataran de expresarse en lo maravilloso. Las vidas de los santos, tan caras a la Edad Media, tan enlazadas al orgullo local, tan afanosamente inmortalizadas en piedra y celebradas en festivales, están plenas de obras milagrosas; en realidad, estos milagros son el requisito previo a la canonización”.

“El diablo y sus demonios eran muy reales y muy próximos, y había que recurrir constantemente a las potencias de Dios y de sus ángeles para combatirlos. Las reliquias de los santos, las bendiciones de la Iglesia, las virtudes de la oración, de la súplica y de la ofrenda eran los recursos más útiles en tiempos difíciles. Podía invocarse un poder sobrenatural contra hombre o demonio en el diente de San Pedro, la sangre de San Basilio, el cabello de San Dionisio, la vestidura de la Virgen,.. Se buscaban con tanto ahínco que San Luis de Francia podrá consolarse diciendo que su cruzada había tenido pleno éxito, a pesar de que jamás llegó a ver la Tierra Santa, porque había traído consigo un fragmento de la cruz auténtica” (De “La formación del pensamiento moderno”-Editorial Nova-Buenos Aires 1952).

Los disidentes y los herejes eran considerados como individuos sometidos a la influencia del demonio; una idea que reaparece bajo los sistemas totalitarios, como lo son el socialismo y el nazismo. De ahí que el enemigo unificado de los socialistas, el Satanás actual, sea el capitalismo, Occidente, EEUU, la burguesía, la clase opresora, etc. Y no sólo este Satanás es considerado como causa de los males del mundo por parte del marxismo-leninismo, sino también, parcialmente, por parte del mundo islámico.

De ahí que sea común escuchar, por parte de todo socialista, que los males de Venezuela no se deben al chavismo vigente desde hace unos veinte años, sino a EEUU, el mayor Satanás de esta época. La actitud es similar a la advertida en la Edad Media. Bühler escribió: “Los historiadores eclesiásticos achacan a Lucifer casi todo lo malo que ocurre en el seno de la cristiandad. Es él quien siembra los odios y las discordias personales y no es raro ver a los demonios en las guerras o en los disturbios civiles, armados y capitaneando los bandos contendientes. Satanás es también, por supuesto, el inductor de la mayoría de los delitos cometidos por los hombres”.

“En los ejércitos espirituales de San Ignacio de Loyola estas consideraciones siguen teniendo un papel primordial. En ellos se pinta plásticamente a los devotos, para que lo vean con sus propios ojos, cómo Lucifer campea sobre un trono de fuego y humo a la cabeza de todos los espíritus malos, congregando en torno suyo una legión innumerable de demonios y diseminándolos por toda la Tierra para que ejerzan sus artes tentadoras, sin respetar a ningún país, a ningún lugar, a ninguna clase, a ningún individuo”.

El citado autor reflexiona sobre esta posibilidad: “¿Qué ser omnisciente e infinitamente bondadoso es ese que tolera la existencia de algo indeciblemente aborrecible y odioso, que condena a millones de hombres a las penas eternas del infierno para que con ello resplandezca mejor el bien? ¿Es que el Todopoderoso no tenía a su alcance otros medios igualmente eficaces que ese arte cruel del claro-oscuro para revestir del esplendor necesario la obra de su creación?”.

Desde el punto de vista de la religión natural, en donde se advierte la existencia de un universo regido por leyes naturales invariantes, se dejan de lado todas las complejidades derivadas de un Dios que intervendría en los acontecimientos humanos suspendiendo momentáneamente dichas leyes y también se deja de lado la supuesta existencia de un Satanás promotor de los males existentes. Por ser la religión una cuestión de ética, sólo debemos concentrarnos en acentuar nuestra empatía emocional buscando adoptar cierta predisposición a compartir las penas y las alegrías ajenas como propias.

1 comentario:

agente t dijo...

Según varios especialistas en estos temas el diablo representado como semihumano extraordinariamente seductor y malévolo, dotado de cuernos, cola, pies de chivo y alas de murciélago aparece durante la Edad Media como contrapunto necesario para la consolidación y justificación del poder del Papa y el del rey, quienes le combaten. Por cierto que esas características físicas están inspiradas en dioses paganos, creencias que entonces no estaban plenamente vencidas en todos los territorios nominalmente cristianos. Mataban dos pájaros de un tiro.