viernes, 26 de marzo de 2021

Marx y Santa Teresa (I)

Los problemas humanos, asociados al comportamiento individual y social, son por lo general bastante complejos, por lo que pocos son los que se conforman con el conocimiento adquirido hasta cierta etapa de su vida. De la misma manera en que el científico vuelve sobre sus pasos para fortalecer sus conocimientos, el científico social busca una comprensión adicional leyendo textos de autores que, a veces, pueden ser poco afines a su postura filosófica o religiosa.

En este caso se transcribe una interesante conferencia dictada por un sacerdote, que puede aclarar aspectos importantes asociados a las motivaciones que orientan a las diversas personas en el tránsito por la vida.

MARX Y SANTA TERESA

Por el R. P. Columbiano Gutiérrez de la Berdura

Significado de un título

Pido perdón por hablar de Marx a jóvenes pletóricos de vida y alegría que buscan marchar por caminos de luz, de belleza y de amor, hacia horizontes infinitos de felicidad. Porque Marx y su sistema es una de las cosas más tristes que existen sobre la tierra, propio más bien para viejos y desengañados. Nadie destruye al mundo si no tiene destruido su propio ser.
Cuando leo a Marx siento que el espíritu se me deprime, como si se desintegrara en el vacío; rápidamente acudo a Santa Teresa, a cualquiera de sus escritos, y al momento me vuelve la luz y la vida. Como Dante subía del infierno “a vedere il sole e l’altre stelle”.
Quizás por esto, el título un tanto extraño y chocante de mi disertación pueda tener un significado de fondo un tanto visceral. Juntar a Marx con Santa Teresa casi sonará a blasfemia. Pero también en el contraste de dos contrarios se perciben mejor las cualidades de cada uno. Resalta más el brillo de los contrarios estando juntos. Lo decían ya los antiguos: opposita iuxta se posita, magis elucescunt.
Sin embargo, yo pretendo buscar las coincidencias y afinidades entre estos dos personajes, famosos los dos por su actividad y sus escritos, y que han dejado profundamente marcadas sus huellas en la historia. Afinidades sorprendentes y también antagonismos irreductibles.
A primera vista parecen dos polos opuestos. Marx es materialista, práctico y ateo. Teresa idealista, religiosa y alejada de la vida terrena, como si viviera en un mundo distante. Pero veremos cómo Santa Teresa es materialista, humana y escandalosamente realista. Mientras Marx es idealista, religioso y que se pierde en alienaciones fantasiosas y enfermizas.

Delimitación del tema

Quiero delimitar más el tema de mi exposición. Ni Santa Teresa ni Marx aparecen como árboles de especie desconocida que brotaran y crecieran en un campo solitario por generación espontánea.
Marx es una síntesis, más o menos exacta, de la llamada “Filosofía alemana” (Kant, Hegel, Feuerbach…) con elementos de la Revolución Francesa, amasado todo con doctrina cristiana, incompleta y deformada.
Santa Teresa es un exponente, quizá el más sublime que se conoce, en su vida y en sus escritos del Evangelio de Jesús.
Platón creó el mito del “Demiurgo”, una especie de divinidad que organiza y reconstruye el mundo, transformando y perfeccionando lo que Dios creara confuso y desordenado.
La característica sobresaliente de Marx es la de un “Demiurgo” que escribe y lucha para transformar el mundo, quedando así él mismo transformado y perfeccionado. Dice una de sus tesis: “Los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo de diversas maneras; lo que importa es transformarlo”.
Santa Teresa tituló uno de sus libros más significativos: “Camino de perfección”. Y el afán de toda su vida fue transformarse perfeccionándose. A Marx le interesa perfeccionar el mundo y de ese modo se perfecciona él mismo. A Santa Teresa perfeccionarse ella misma y así comenzará a perfeccionar el mundo.

Figura de Marx

Lo que después y en la actualidad se llama “marxismo” desborda ampliamente la persona y la figura de Marx. Si Marx volviera a la vida no reconocería la mayoría de las teorías y sistemas que se apropian su inspiración o su nombre. Sin embargo, fue Marx, sin discusión, quien encendió la mecha del explosivo que ha explotado en revoluciones sociales, económicas y hasta religiosas que convulsionaron y siguen convulsionando al mundo entero.
Nació Karl Marx en una ciudad de Tréveris, de la Renania alemana, en 1818 y murió en 1883.
Ya desde joven aparece inteligente, inquieto, ambicioso y revolucionario. Es juerguista y entregado al vicio: orgulloso, inadaptado, hambriento de dinero, de fama y de poder. Aspira a la grandeza y se avergüenza de sus mismos hermanos porque no se presentan con el alto rango social al que él aspira. Exige imperiosamente a su padre más dinero del que su padre puede darle. Sueña con grandeza y buscando honores y poder escribe poesías que no tienen aceptación; funda publicaciones que fracasan; crea instituciones revolucionarias que no prosperan. Se siente perseguido, fracasado y sin dinero.
Esta experiencia de insatisfacción y fracaso le lanza a la acción revolucionaria para construir un mundo mejor donde él sea rey y señor, dominador de todo, con mucho dinero y placeres sin límites. Es el dinero, el placer, el poder y la fama lo que perseguirá durante toda su vida, aspiraciones que no conseguirá nunca.

Los escritos de Marx

Pocos son los que han leído a Marx; menos los que lo han estudiado; y todavía menos los que lo han entendido. Quizás ni él se entendió a sí mismo. Sus escritos componen un conjunto de teorías, elucubraciones filosóficas, sociales, políticas y económicas; a todo lo cual convierte, sin pretenderlo, en un sistema mental y religioso. Sistema y religión que después se llamó “Marxismo”.
Su filosofía –oscura, contradictoria, plagiaria-, queriendo ser realista y materialista, se convierte en un idealismo sin comprobación alguna.
Su economía, donde quisieron aplicarla, ha constituido un fracaso; queriendo repartir los bienes con igualdad y justicia, no ha repartido más que empobrecimiento, miseria e inmoralidad.
Su política y sociología que se presenta como democrática y liberadora, ha implantado en los países que la imponen, la tiranía y esclavitud más denigrante que se conoce en toda la historia. Parodiando al famoso político inglés Churchill, podemos decir: el marxismo no ofrece más que “fango, dolor y sangre”.

Difusión del marxismo

¿A qué se debe el éxito del marxismo? Difícilmente encontraremos en cualquier época otra ideología que se haya propagado con tanta amplitud y rapidez. Se la ha comparado en este sentido, y con razón, al mahometismo, impuesto con fervor fanático, y con las armas, a media cristiandad de siglos pasados.
La ideología marxista y sus esquemas y postulados han infectado, como la peste –una pandemia-, la mente y el corazón de millones de hombres educados en el cristianismo. Es interesante notar que no enraíza en las sociedades no cristianas, y raramente en la mujer.
Encontráis expresiones y prácticas marxistas en el economista que hace profesión de liberal; en el político que se dice conservador y demócrata; en el escritor y científico y publicista que es conocido por su independencia de criterio, y, a lo que parece, por su originalidad y antidogmatismo; hasta en el teólogo y sacerdote catequista cuando enseña la más pura doctrina evangélica, no se da cuenta que a veces su lenguaje, y por el lenguaje sus ideas son marxistas. Y, para terminar, está el joven burgués, con tres coches, dos pisos, una estancia, una renta de millones y la espera de cierta herencia paterna de más millones, que gasta y derrocha sin limitación, que paga sueldos de miseria a sus servidores, y no ayuda ni con cinco centavos al vecino que vive en la miseria…y este joven millonario hace alarde de sus convicciones marxistas.

La ideología ambiental

La ideología de Marx es, ya lo dijimos, repetición de la oscura, abstrusa filosofía de Kant, de Hegel, de Feuerbach (cito sólo los principales, los “tres grandes” de la filosofía moderna), cuyas teorías han ido modelando, poco a poco, desde hace tres siglos, la mentalidad ambiental del mundo. ¿Quién no tiene actualmente, en algún rincón de su cerebro, incrustadas las Categorías de Kant, la Lógica de Hegel y el Materialismo de Feuerbach?
Marx tuvo el mérito –si queremos llamarlo mérito- de haber hecho asequibles, deformándolas desde luego, al vulgo y a los pseudointelectuales, aquellas tesis filosóficas que solamente unos pocos creían entender. Marx supo traducirlas al lenguaje popular y presentarlas con matiz práctico, imponiéndolas con espíritu revolucionario. Transformó en normas de vida las más elevadas abstracciones mentales.
Necesitaba el impulso revolucionario y para ello le bastó acudir a las más bajas y universales pasiones humanas: envidia, ambición de poder, de fama y de riquezas; odio, violencia, hambre de placer sensual, soberbia de la mente.

Fundamentos antropológicos

Freud nos explicaría, caso por caso, las motivaciones profundas del marxismo en cada uno de los millones que siguen dicha ideología o sistema. Freud no gusta a muchos, y no precisamente porque gran parte de sus teorías no tienen base científica ni son originales; sino por los métodos que, rompiendo la barrera del subconsciente, donde encerramos instintos, tendencias, frustraciones, represiones, complejos y otros demonios íntimos, descubre la causa y el origen, frecuentemente vergonzosos, de nuestra conducta que solemos cubrir con vestidos y colores deslumbrantes.
Dejemos al famoso y discutido médico vienés y su psicoanálisis, para recordar dos relatos más amenos y significativos que encontramos en la Sagrada Escritura. Podemos entender estos relatos como históricos, y también como mitos, parábolas o imágenes literarias que explican e ilustran con más precisión que un tratado de psicología moderna el origen de las grandes corrientes del pensamiento y de la conductade los hombres.
Adán, padre de la humanidad, tuvo dos hijos: Caín y Abel. Caín labraba la tierra, que era toda suya. Abel pastoreaba animales domésticos por los campos que Caín no había ocupado por no ser aptos para la labranza. Sucedió que Abel se enriqueció multiplicando sus rebaños, mientras Caín no consiguió que la tierra produjera todo cuanto él ambicionaba. Envidioso Caín de su hermano lo mató, y seguramente se apoderaría de sus ganados.
Caín, arrepentido del crimen, quiso morir; pero Dios prohibió que mataran a Caín. Por eso, Caín es eterno, vivirá en la tierra mientras la humanidad exista.
Después nació Set, que seguía la línea de conducta de Abel. Para entonces los cainitas se habían multiplicado, construyeron ciudades y caminos y se extendieron por toda la tierra. No desaparecerán nunca porque Dios prohibió su extinción.
El segundo relato refiere un acontecimiento que tuvo lugar no en la tierra sino en los cielos, entre las Legiones de los Ángeles.
Muchos ángeles, capitaneados por uno de ellos llamado Luzbel, se sublevaron contra Dios, pretendiendo destronarle para constituirse en Dioses. Otros, dirigidos por Miguel, resisten a los revolucionarios. Se entabla una batalla de dimensiones cósmicas, en la que destruyen estrellas y planetas. Vencieron los partidarios de Dios, y los rebeldes, los que pretendían ser Dioses, fueron arrojados a la tierra estrepitosamente. Como son inmortales, por ser Ángeles, aquí los tendremos con nosotros mientras el mundo exista.
En estos dos relatos encontramos la explicación del marxismo. Juntemos a Caín envidioso y ambicioso de la prosperidad de su hermano, con Luzbel, que es soberbio y quiere destruir a Dios para proclamarse Dios él mismo, y habremos comprendido el porqué del marxismo, su naturaleza y su fuerza persuasiva y difusiva.

Los tipos de marxista más frecuentes

Permitidme traer aquí varios ejemplos de marxistas que he conocido:

- Uno buscaba dinero, poder y fama y fracasó en sus intentos.
- El estudiante que ni estudia ni aprende y quiere aprobar; o que aprobó y no consigue el empleo que corresponde a sus esfuerzos.
- Ambicionaba un puesto en la sociedad –profesor, catedrático, ministro, Jefe de Estado- y no pudo conseguirlo según las estructuras y las leyes vigentes.
- Fracasó totalmente en su matrimonio que con tanta ilusión contrajo, y ahora busca la separación o el divorcio.
- Ya desde niño no ha encontrado, ni en el hogar ni en ninguna otra parte, comprensión, cariño y amor.
- Es un escritor, un artista, un profesional que no consigue más que fracasos.
- Quiso ocupar un puesto que le pertenecía en la Sociedad, pero lo encontró ya ocupado.
- Era un sacerdote que pretendía ser Obispo, o Papa, o…¡que se yo! y al que pesaba además el celibato.
- Y una monjita que tenía problemas con la obediencia y con la convivencia.
- Por fin, se aprovecha ganando mucho dinero propagando el marxismo, aunque no lo entienda.

En cuanto hurgáis un poquito en la psicología de todos ellos, encontraréis las huellas inconfundibles de Caín y Luzbel: ambiciones, fracasos, envidias, odios y soberbia. Y como consecuencia el desahogo de la violencia destructiva.
Por ello el marxismo es tan viejo como el mundo y subsistirá mientras haya hombres sobre la tierra. Pasará Marx que durante una época dio nombre a un fenómeno social o conducta humana anterior a él. (De hecho, ya está pasando; en los últimos años, ahora mismo, los que ayer se llamaban marxistas, tratan de despersonalizar el sistema, prescindiendo de Marx y de sus dogmas y doctrinas, y le llaman socialismo, comunismo y de otras maneras).
No obstante, Caín y Luzbel permanecerán siempre en el corazón de numerosos hijos de Adán. Para hacerse visibles, necesitan solamente que alguien, al estilo de Marx, infunda espíritu de ideología a los instintos del subconsciente.

Marxismo y cristianismo

A pesar de su importancia, y de cuanto hemos dicho, los inconfesables instintos humanos no bastan para explicar totalmente el fenómeno social que llamamos marxismo. Aquellos ingredientes o causantes han de completarse con otro elemento esencial en nuestro caso: el cristianismo. Ya observé, y es importante notarlo, que el marxismo solamente encuentra aceptación dentro de la cultura cristiana. ¿Será el marxismo complemento, sustituto o superación del cristianismo? Todas estas cosas se han afirmado.
Recuerdo a un eminente catedrático judío que, haciéndose eco de aquellas palabras de Jesús: “la salvación viene de los judíos” (Juan 4,22), comentaba, haciendo de salvación sinónimo de civilización:

“El primer civilizador fue Moisés, judío, con su famosísimo Decálogo, resumen de sus enseñanzas. Por debajo del Decálogo, la barbarie”.
“Siglos más tarde aparece otro judío, Jesús de Nazareth, muy superior a Moisés, y extiende a toda la humanidad las normas de Moisés, que forman la esencia cultural y la organización del pueblo israelita”.
“Pasan 18 siglos y nace Marx, también judío, más grande que Moisés y que Cristo; los principios ideológicos y normas prácticas que habían creado y divulgado los anteriores, Marx los materializa en un sistema social, político y económico que elevará en muchos grados el estado de la civilización. Habrá que esperar ahora no sabemos si milenios de años o de siglos para que un nuevo judío, superior a los anteriores, impulse la humanidad a metas más altas de felicidad”.

Por de pronto esta síntesis que he escuchado después otras veces, como si se tratara de un disco grabado en ciertos ambientes, no solamente peca de simplista, sino que revela la más grave confusión de ideas y de los hechos históricos, y un desconocimiento total de Moisés, de Marx y de Cristo.
Hace 1980 años apareció en la tierra un hombre llamado Jesús, a quien sus amigos también llamaron Cristo, que significa “el elegido de Dios”. Él mismo se proclamó Hijo de Dios, Dios hecho hombre. Se constituyó así hermano de todos los hombres, a los que de esta manera convirtió en Hijos de Dios, en Dioses.
Si los hombres son hijos de Dios, todos serán hermanos entre sí –hermandad universal- Y, por lo tanto, iguales, con los mismos derechos, y libres con libertad divina. En cuanto hermanos, se amarán y ayudarán unos a otros, sin engaños ni mentiras, sin opresión ni explotación. Iluminados, dirigidos, llevados de la mano por el mismo Dios, su Padre, irán por caminos de justicia, de comprensión, de tolerancia, de libertad y de amor; sin luchas, sin guerras, sin envidias, hacia metas cada vez más elevadas de felicidad y desarrollo.

La dialéctica de Marx

Marx siguió al principio las ideas de Hegel, que elimina a un Dios diferente del hombre y de la naturaleza y crea un Espíritu Universal y eterno en el cual se integra el hombre; el cuerpo, la materia no es sino la manifestación del Espíritu. Hay que evitar la alienación del hombre buscando a un Dios que está fuera, que es “el otro”. El individuo que es limitado y mortal se hará infinito y eterno si es Espíritu.
Es el momento en que Marx, aburrido de sus estudios de Derecho –el Derecho es algo concreto, determinado, positivo-, se lanza en alas de su temperamento por las alturas de la poesía, del romanticismo y de la filosofía. El Espíritu que Hegel creara le fascina. Ese Espíritu lo encuentra en la Sociedad, en el Estado, y en él está la inmortalidad. Marx se siente satisfecho con la síntesis ideológica que acaba de descubrir.
Pero ahí se relaciona con Feuerbach, quien le convence que no existe el Espíritu de Hegel, manifestado en la naturaleza, en el individuo y en la materia. Todo es materia; no existe más que la materia.
Marx se adhiere a esta filosofía con todas sus fuerzas: todo es materia.
Feuerbach es consecuente con sus ideas: es un burgués adinerado, y convierte sus ideas en su estilo de vida: “comamos y bebamos, que mañana moriremos”.
Marx podrá darse el lujo de morir; no de comer y beber a satisfacción. Anda necesitado, y además de hambre de placeres, tiene ansias irresistibles de fama y poder. Otra vez, quizás sin darse cuenta, vuelve a Hegel; pero en vez del Espíritu Universal crea la Sociedad inmortal y eterna.
Se da cuenta –Marx no es tonto- de que él morirá, y en ese punto decide encarnarse en la Sociedad creada por él y que él mismo gobernará.
Habrá que establecer las estructuras de esta Sociedad, y aquí aparece la inconsecuencia, la humillante inconsecuencia de Marx.
Marx, materialista hasta la repugnancia, forma a su sociedad con componentes de alta espiritualidad: la justicia, la libertad, la igualdad, la democracia, la hermandad universal. Y para el establecimiento y desarrollo de esta Sociedad exige el idealismo y fanatismo religiosos: la violencia, la revolución, la lucha hasta la destrucción y muerte del enemigo. Como un nuevo Mahoma. Como los fautores de todas las religiones, con excepción de Cristo que elige morir Él para que se salven sus asesinos.
Y precisamente en esta inconsecuencia de Marx está la clave de su éxito. Ha construido un sistema materialista interpretando con idealismo filosófico los elementos que ha robado al cristianismo. Justicia, libertad, igualdad, hermandad universal… son, todas ellas, palabras evangélicas que encuentran resonancia en el corazón de millones de cristianos; las que, después de veinte siglos de cultura cristiana, han penetrado con su sustancia hasta el subconsciente del hombre civilizado, cuando ya civilización es lo mismo que Evangelio. Muchos creyentes pensaron que Marx repetía las enseñanzas de Cristo.
¿Se concluye de lo antedicho que el marxismo es cristiano, como algunos han dicho; o que puede cristianizarse, como otros con sospechoso interés pretenden? Nada más absurdo. El marxismo, con su dialéctica achatada y grosera, no solamente rechaza la existencia de un Dios trascendente, sino que hace imposible toda dimensión ultraterrena del hombre.
El famoso poeta clásico latino, Horacio, en su “Epistola ad Pissones” –Humano capiti cervicem pictor equinam- nos cuenta de un pintor que quiso dibujar la figura más hermosa que nadie imaginara. Le puso cara de mujer bellísima; cuello de caballo; cuerpo de batracio; la llenó de plumas por todas partes, y la completó con una cola de horroroso dragón. El poeta nos invita después a reírnos un rato ante el ridículo esperpento.
Así podríamos calificar al marxismo, pese a los ingredientes evangélicos que presenta, y precisamente por eso: un monstruo horroroso y ridículo.
¿Qué ese monstruo consigue atraer adoradores? Mejor que asombrarse del monstruo, nos asombraremos de la calidad de tales adoradores.

(Extractos de “Marx y Santa Teresa”-Revista de la Universidad Católica de La Plata-Año I-Nº 3-Enero/Marzo 1980-La Plata-Provincia de Buenos Aires)

1 comentario:

agente t dijo...

En resumen: Marx aventurero, revolucionario y profeta, pero nunca científico. Muy apreciable y atinada esta introducción al personaje.