domingo, 7 de marzo de 2021

Los dueños de las provincias y de la nación

En la Argentina se repite desde hace dos siglos, con algunas interrupciones, un fenómeno político que impide el progreso de la nación, además de impedir las deseadas y necesarias formas democráticas. Este es el caso de los caudillos peronistas que están convencidos que son los dueños absolutos de las provincias que dirigen, como la Formosa de Gildo Insfran o el Santiago del Estero de Gerardo Zamora. A nivel nacional es el caso de la Argentina de los Kirchner.

Una vez instalados en el poder ejecutivo, avanzan descaradamente sobre los otros poderes. Utilizan los recursos del Estado, no para beneficiar a la sociedad, sino para comprar votos para futuras elecciones y quedarse varios años en el poder. Se afirma que la provincia de Formosa genera sólo el 6% de lo que gasta o consume anualmente, predominando netamente el empleo estatal de tipo burocrático.

Por lo general, se define a estos sistemas como “feudalismos”, olvidando que en la época feudal europea no estaba el poder concentrado en un solo sector, sino que existían dos poderes; Iglesia y monarquía, que no siempre armonizaban. De ahí que estos sistemas, de tipo socialista, tienen mayor similitud con el mando ejercido por Fidel Castro en Cuba, disponiendo tanto de los bienes públicos como de los destinos individuales de los cubanos como si fuesen de su propiedad personal.

A grandes rasgos, podría resumirse la historia argentina, desde su emancipación del dominio español, durante el siglo XIX, como una sucesión de guerras civiles entre distintos caudillos, con un paréntesis liberal de unos 50 años, permitiendo que el país lograra en 1895 el más alto PBI per capita mundial, para caer con el peronismo nuevamente en la barbarie del pasado. Rubén H. Zorrilla escribió: “Los caudillos fueron jefes militares –o civiles que asumieron el rol militar- y que en el periodo 1810-1870 ejercieron un poder no institucionalizado. Simultánea o alternativamente, en una cierta área del país, contando para ello con el apoyo de las fuerzas armadas existentes y con algún consenso popular- variable según los periodos y las regiones que se consideren” (De “Extracción social de los caudillos”-Editorial La Pléyade-Buenos Aires 1972).

Domingo F. Sarmiento advertía en su época este proceso nefasto escribiendo al respecto: “En Facundo Quiroga no veo un caudillo simplemente, sino una manifestación de la vida argentina tal como la han hecho la colonización y las peculiaridades del terreno, a lo cual creo necesario consagrar una seria atención porque sin esto la vida y los hechos de Facundo Quiroga son vulgaridades que no merecerían entrar episódicamente en el dominio de la historia”.

“Facundo, en fin, siendo lo que fue, no por un accidente de su carácter, sino por antecedentes inevitables y ajenos a su voluntad, es el personaje histórico más singular, más notable que puede presentarse a la contemplación de los hombres que comprenden que un caudillo que encabeza un gran movimiento social no es más que el espejo en que se reflejan, en dimensiones colosales, las creencias, las necesidades, preocupaciones y hábitos de una nación en una época dada de su historia” (Citado en “Extracción social de los caudillos”).

Está tan arraigada en la Argentina la tendencia a formar parte de grupos cerrados, con la intención de combatir a otros similares, que en un club de remo, en Mendoza, cuando electoralmente se cambia a su presidente, sea natural que renuncie el director deportivo e incluso que varios remeros abandonen su actividad deportiva en adhesión a los que se van.

Los caudillos creaban especies de imperialismos internos en su zona de influencia, en donde sus seguidores por lo general perseguían a la gente decente (sus enemigos) para vivir a costa de ellos. Gustavo Gabriel Levene escribió: “El odio amasado con sangre, con barro, con hambres, con insomnios, ha metido tanta niebla en las almas, que en esas guerras civiles argentinas, ya no se ve claro donde está el bien y donde está el mal…No son las cabezas las que mandan a las lanzas y los sables; sino las lanzas y los sables los que determinan en los cerebros, esas danzas macabras que se llaman batallas…Se denominan «unitarios» y «federales» los que van a matar y morir…”.

“El odio de las guerras civiles suscita sorderas inclementes…Las exigencias de la paz se diluyen en recíprocas desconfianzas… Las palabras han perdido su prestigio persuasorio… Otras voces más íntimas, la ambición y el amor propio, prefieren entregar a las lanzas y a los sables el decidir quiénes seguirán figurando en las listas de los sobrevivientes… Y para sobrevivir es preciso un odio que perfeccione el triste oficio de matar compatriotas…” (De “Para una antología del odio argentino”-Editorial Plus Ultra-Buenos Aires 1975).

Tampoco en los caudillos existen definidas orientaciones ideológicas ya que, en nuestra época, algunos son privatistas o estatistas según las conveniencias personales del momento. Algo similar ocurría en el pasado. Levene escribió: “Son tantas las marchas y contramarchas del momento político que se vive, que un grupo de esos jefes y oficiales se pregunta, días antes de la Ciudadela: ¿«No sería mejor aliarse a Quiroga para combatir todos juntos a don Estanislao y a Rosas»? «No –dicen otros- es mejor unirse a López y Rosas para destruir a Quiroga». La confusión mental que este hecho revela, trasciende de la anécdota. Aunque esto pueda parecer increíble, es tanta la desorientación acerca de los fines doctrinarios que parecieran estar en juego, que los jefes encargados de estas presuntas luchas de tendencias no escapan a esa confusión…”.

Las formas totalitarias predominantes en la Argentina son, en la actualidad, de tipo verticalista, en donde la obediencia al líder y el desconocimiento de las leyes establecidas son de la mayor importancia. Saturnino Herrero Mitjans escribió: “Estamos entonces frente a alguien con opinión y autoridad incuestionable, que se encuentra más allá de toda crítica u opinión en contrario, como también eximido del cumplimiento de toda regla o norma, pues es él quien las impone; es la situación en la cual rige el «Führer Prinzip», el principio del culto al líder máximo”.

El Führer Prinzip (Principio del Líder o Jefe Supremo) se refiere a un sistema autoritario y vertical de liderazgo que se asimila con el de una estructura militar vertical y rígida; como tal, fue ampliamente aplicado en la década de 1930 en todos los órdenes del Estado en la Alemania nazi, sin que escaparan a ello las estructuras de la sociedad civil”.

“Esta ideología concibe la organización como una escala de líderes, cada uno de los cuales en su nivel tiene absoluta autoridad y responsabilidad por su área de incumbencia, demanda absoluta de obediencia de los que dependen de él y responde sólo a sus superiores, mientras que en el caso del líder supremo, este solo responde ante sí”.

En la Argentina de Perón se imitó gran parte del sistema político y económico nazi, siendo de gran aceptación popular, pero con pobres resultados, si bien el fanatismo generalizado nunca aceptó las nefastas consecuencias de tal tipo de liderazgo. Herrero Mitjans agregó: “Adolf Hitler, poco después de asumir el poder en Alemania, dictó un decreto suspendiendo hasta nueva orden los artículos de la Constitución alemana referidos a los derechos y garantías personales; este decreto no ordenaba ni prohibía nada, sino simplemente «suspendía», instaurando de este modo el estado de excepción, a partir del cual se hacía imposible saber y decir qué era lícito, o qué no lo era, colocando de este modo al ciudadano común en una situación de indefensión y culpabilidad latente” (De “La comunicación cosificada”-Temas Grupo Editorial SRL-Buenos Aires 2008).

1 comentario:

agente t dijo...

Desde un punto de vista antropológico lo que aquí se ha hecho es decribir un caso particular del ancestral espíritu de banda. Tendencia ínisita en la naturaleza humana, que aunque convive con otras de signo contrario, tiene una fuerza tremenda que sólo desde una consciente persuasión civilizadora puede contenerse y revertirse. Y esta voluntad proveniente de las élites de cada momento y sociedad es lo que hace avanzar o retroceder, en más o en menos, a los grupos y países que dirigen.