Los distintos gobiernos, por lo general, tratan de adquirir legitimidad para ser aceptados plenamente por la población que han de dirigir. Tal legitimidad se logra principalmente al ser elegidos voluntariamente mediante el libre sufragio. De ahí que el sistema eleccionario sea un requisito necesario, pero no suficiente, para la legitimidad de un gobierno. No resulta suficiente por cuanto, para continuar con la legitimidad inicial, debe respetar un conjunto de leyes establecidas previamente, tal la Constitución. Las leyes humanas provienen, o son compatibles, con las leyes naturales que rigen todo lo existente, o con las leyes establecidas por el Creador, de lo contrario no tendrían razón de ser. Sin embargo, no todos los políticos tratan de cumplir con las leyes previamente establecidas, sino que, a veces, pueden incurrir en uno, o ambos, de los siguientes casos:
a) Presuponen la existencia de leyes naturales o históricas que sólo ellos conocen, y las aplican sin un pronunciamiento explícito.
b) Fingen respetar las leyes constitucionales pero apenas las tienen en cuenta, incluso toman decisiones en contra del espíritu con que tales leyes fueron redactadas.
Respecto de las leyes históricas o naturales superiores, tenemos el caso del nazismo y la “ley de las razas superiores e inferiores” o el caso del marxismo y la “ley de las clases sociales explotadoras y explotadas”. Hannah Arendt escribió: “La ilegalidad totalitaria, desafiando la legitimidad y pretendiendo establecer el reinado directo de la justicia en la Tierra, ejecuta la ley de la Historia o de la Naturaleza sin traducirla en normas de lo justo y lo injusto para el comportamiento individual. Aplica directamente la ley a la Humanidad sin preocuparse del comportamiento de los hombres. Se espera que la ley de la Naturaleza o la ley de la Historia, si son adecuadamente ejecutadas, produzcan a la Humanidad como su producto final; y esta esperanza alienta tras la reivindicación de dominación global por parte de todos los gobiernos totalitarios” (De “Los orígenes del totalitarismo”-Editorial Aguilar-Buenos Aires 2010).
La tendencia a introducir “leyes históricas” ha sido calificada por Karl Popper como “historicismo” y propone el siguiente planteo en contra de su validez:
1) El curso de la historia humana está fuertemente influido por el crecimiento de los conocimientos humanos.
2) No podemos predecir, por métodos racionales o científicos, el crecimiento futuro de nuestros conocimientos científicos.
3) No podemos, por tanto, predecir el curso futuro de la historia humana.
4) Esto significa que hemos de rechazar la posibilidad de una historia teórica; es decir, de una ciencia histórica y social de la misma naturaleza que la física teórica. No puede haber una teoría científica del desarrollo histórico que sirva de base para la predicción histórica.
5) La meta fundamental de los métodos historicistas está, por lo tanto, mal concebida; y el historicismo cae por su peso.
En la dedicatoria de su libro podemos leer: “En memoria de los incontables hombres y mujeres de todos los credos, naciones o razas que cayeron victimas de la creencia fascista y comunista en las Leyes Inexorables del Destino Histórico”. Popper agrega más adelante: “Todas las versiones del historicismo son expresiones de una sensación de estar siendo arrastrados hacia el futuro por fuerzas irresistibles. Los historicistas modernos, sin embargo, parecen no haberse dado cuenta de la antigüedad de su doctrina. Creen -¿y qué otra cosa podría permitir su deificación del modernismo?- que su propia versión del historicismo es la última y más audaz realización de la mente humana, una realización tan sensacionalmente moderna que muy poca gente está lo suficientemente adelantada para comprenderla. Creen, además, que son ellos los que han descubierto el problema del cambio, uno de los problemas más viejos de la metafísica especulativa. Al contrastar su «dinámico» pensar con el pensar «estático» de todas las generaciones previas, creen que su propio avance ha sido posible por el hecho de que ahora estamos «viviendo en una evolución» que ha acelerado tanto la velocidad de nuestro desarrollo que el cambio social puede notarse ahora en el espacio de una vida. Esto es, naturalmente, pura mitología” (De “La Miseria del historicismo”-Alianza Editorial SA-Madrid 1984).
Respecto del totalitarismo que gobernó la URSS, Emmanuel Todd escribió: “Su Constitución y sus textos legislativos hacen de la URSS la más perfecta de las democracias. Por desgracia, en la vida social del país, el derecho es un tigre de papel, un elemento decorativo, más que activo, del sistema. Raymond Aron ha consagrado un capitulo entero de «Democracia y totalitarismo» al carácter ficticio de la constitución soviética que garantiza en teoría todos los derechos fundamentales: libertad de palabra, libertad de prensa y libertad de reunión. Es bastante fácil de comprobar, en 1976 como en 1937, épocas de los grandes procesos stalinistas, consecuencia lógica de la promulgación de una constitución perfecta desde el punto de vista democrático, que el derecho soviético es un derecho ficticio. Basta ver a la milicia prohibir el acceso a las iglesias a los jóvenes soviéticos cuando las misas de Pascua para comprender que la libertad de culto es una broma abyecta”.
“Más difícil es seguir la evolución del derecho real, implícito, oficioso, pero aplicado metódicamente por la policía y los tribunales, conocido por la población y por las autoridades pero que sin embargo no aparece en ningún texto, salvo quizás en las circulares del KGB (Servicio de Seguridad del Estado) y del Ministerio del Interior. La URSS es en gran medida un país de tradición oral, porque lo impreso, integralmente controlado por el Estado, describe un mundo fantasmal e inexistente, del dominio de la surrealidad, como diría Alain Besançon. En un sentido, el comunismo ruso ha secretado una sociedad primitiva, donde la información real –los acontecimientos censurados, como los reglamentos oficiosos- circulan de boca en boca, fuera de los diarios y de los libros. Existe un derecho consuetudinario muy estricto en la Unión Soviética que plantea un problema particular al analista, porque la tradición oral es móvil, fluida, contrariamente al derecho escrito”.
“La Unión Soviética combina las desigualdades monetarias y las desigualdades jurídicas: como en la Francia del Antiguo Régimen, los soviéticos no son iguales ante la ley; la no escrita, desde luego”. “Podemos considerar que la oligarquía soviética constituye alrededor del 2% de la población” (De “La caída final”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1978).
Por otra parte, Alejandro Magnet escribió: “El peronismo, al igual que el comunismo, reclama para si el calificativo de democracia auténtica y más perfecta que la que corrientemente se llama tal”. “Todo en la Argentina se desarrolla conforme a la Constitución y las leyes que, según el mecanismo establecido por ella, se dictan por los representantes del pueblo argentino. No existe en derecho el partido único, que es el sello innegable de los regimenes totalitarios. Además del Peronista, con sus dos ramas: masculina y femenina, existen la Unión Cívica Radical, el Demócrata Nacional, el Comunista y el Socialista. Todos esos partidos tienen existencia legal, autoridades constituidas, pueden presentar candidatos a las elecciones y «peticionar» a los poderes públicos. Desgraciadamente, sí, para expresar, difundir y hacer valer sus opiniones, se encuentran con insuperables dificultades de hecho. Sus diputados, no sólo ahora que están en la Cámara en proporción de 1 opositor contra 10 peronistas, sino incluso en la legislatura anterior, en que la proporción era de 1 a 2, se encuentran con llamadas al orden y clausuras del debate que les impiden hacer uso de la palabra”.
“Fuera del Parlamento la oposición se encuentra también con algunas dificultades. Hacerse oír por radio les resulta tan difícil a los no justicialistas que en el hecho los micrófonos sólo funcionan ante las bocas de los partidarios del gobierno. Cosa muy lógica, por otra parte, en gran número de casos, ya que no pocas de las más poderosas radioemisoras argentinas han pasado a ser propiedad del Estado”. “Mas, por grande y creciente que sea la importancia de la radio como medio de difusión de las ideas, la prensa sigue siendo para ello el instrumento por excelencia, y la libertad de prensa el mejor índice del grado de libertad general de que goza el pueblo. También aquí se topa la oposición con algunas dificultades de hecho, ya que en derecho la plena libertad de prensa existe en la Argentina y, conforme al artículo 26 de la Constitución Justicialista, no hay censura previa. Pero resulta que como la Argentina no produce suficiente papel para cubrir sus necesidades, ha sido necesario racionar y cuotear su consumo, con lo que, en el hecho, las publicaciones dependen de la buena voluntad de las autoridades para imprimirse”.
Estando casi lista una fábrica de papel de Celulosa Argentina SA, el gobierno peronista no autorizó la importación de algunas máquinas faltantes. Alejandro Magnet agrega: “Pero esa autorización no se da porque entonces la fábrica podría abastecer el 80% de las actuales necesidades argentinas de papel y así ya no se justificaría de ningún modo el racionamiento de este producto, cuyas cuotas distribuye el gobierno”.
En cuanto a los intelectuales y científicos, quienes no adherían al régimen podían quedar cesantes en su trabajo. El citado autor agrega: “Las universidades de Buenos Aires, de La Plata, la Nacional de Cuyo, la del Litoral, y multitud de institutos técnicos fueron, en efecto, sujetos a la intervención del gobierno federal para terminar, como dijo un vocero del Gral. Perón con «la fingida democracia» que predominaba en ellos e impedir que, «en momentos trascendentales de la vida argentina» las universidades quedasen desvinculadas del resto de la nación. Según parece, el profesor Bernado Houssay, Premio Nobel de Medicina, no estaba suficientemente vinculado al «momento trascendental» y un señor Bergara, interventor en la Universidad de Buenos Aires, lo expulsó por simple nota en que le decía: «Su cargo de profesor ha cesado a partir de la fecha». Igual suerte corrieron hombres como Ricardo Rojas, Carlos Saavedra Lamas [Premio Nobel de la Paz], Manuel Ordoñez, Manuel Río, Amado Alonso, Francisco Romero, Mariano de Vedia y Mitre, José M. Monner Sans, Ricardo Caillet Bois y más de un millar de profesores de todas las universidades argentinas”. “Como término medio, el 70% de los profesores universitarios fue expulsado y en algunos casos los alumnos, a fin de año, no tuvieron ante quien rendir sus exámenes pues no había profesores para constituir comisiones” (De “Nuestros vecinos justicialistas”-Editorial del Pacifico SA-Santiago de Chile 1953).
Si queremos simplificar en breves palabras la historia argentina del siglo XX, podemos decir que la Argentina progresaba a la par de Australia, Canadá, Nueva Zelanda y otros países similares, pero el pueblo debía elegir entre seguir en el desarrollo, el trabajo y la decencia, o caer en el peronismo, el odio y la confrontación, y eligió esto último. De ahí que nuestro subdesarrollo sea consciente y consensuado.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario