Dentro del comportamiento irracional del hombre encontramos algunas causas que hacen que el pensamiento resulte incompatible con la realidad. Una de esas causas psicológicas es la disonancia cognitiva, por la cual aparece cierta divergencia entre lo que un individuo siente, y lo que piensa y hace, ya que no existe acuerdo entre lo que le indican sus emociones y lo que le sugiere su razonamiento. Es posible que quien la padezca, carezca también de conciencia moral, ya que a su razón no le resulta posible controlar la acción sugerida por sus emociones.
La disonancia cognitiva es un inconveniente que atañe al subconsciente del pensamiento, aunque existe también una “disonancia cognitiva consciente” que no es otra cosa que el engaño premeditado que ejecutan ciertos individuos en la búsqueda de algún beneficio personal o sectorial a costa de un posible sufrimiento ajeno. En ese caso, tampoco existe coincidencia entre lo que el embaucador aparenta pensar y sentir y lo que expresa efectivamente.
Como ejemplo de disonancia cognitiva podemos mencionar el caso del filósofo Martin Heidegger, y su adhesión al nazismo, suponiendo que la barbarie nazi no estaba implícita en sus escritos como algo posible o deseable. Mario Vargas Llosa escribió: “Inscripto en el partido nazi el 1 de mayo de 1933, Heidegger continuaría pagando sus cuotas de afiliado hasta el fin de la guerra, en 1945”.
“¿Debemos aceptar, so pena de ser considerados unos inquisidores, esa censura infranqueable entre el hombre y la obra? ¿No hay, pues, relación entre lo que un filósofo piensa y escribe y lo que hace? ¿Es la excelencia intelectual una especie de salvoconducto que exime de responsabilidades morales? Parece que sí, por lo menos en nuestro tiempo. Y algunos consideran que esto es una gran conquista del espíritu, pues impermeabilizar la filosofía (o la literatura o el arte) de la moral es garantizarle la libertad, abrirle las puertas de la renovación permanente, inducirla a todas las audacias. Pero ¿y si fuera al revés? ¿Si disociar de esa manera tan tajante lo que leemos de lo que hacemos, fuera quitar todo valor de uso a la palabra escrita y apartarla de la experiencia común, ir empujándola cada vez más fuera de la vida, hacia la frivolidad o el juego irresponsable? Tal vez esta actitud tenga mucho que ver con la terrible devaluación que en nuestra época experimentan las ideas, con lo poco que significa hoy la filosofía para el común de las gentes (pese a haber tantos profesores de filosofía) y con los puntos que a diario pierden los libros en la batalla que tiene entablada con las imágenes de los medios. Si se trata sólo de entretener ¿cómo derrotaría Ser y tiempo a un culebrón?” (De “Desafíos a la libertad”-Alfaguara SA de Ediciones-Buenos Aires 2005).
Algunos años atrás, el físico Alan Sokal realizó una interesante experiencia que consistió en escribir un artículo “científico” (en apariencias) que no significaba prácticamente nada. Era puro palabrerío hueco que fue publicado en la revista “Social Text”. Podemos leer en la contratapa de uno de sus libros: “Su famosa broma de 1996 provocó un feroz debate y se convirtió en noticia de portada en publicaciones de todo el mundo: él mismo reveló que un artículo que había publicado en la revista de estudios culturales Social Text era una parodia hábilmente construida que ponía en evidencia la jerga sin sentido de la critica posmoderna de la ciencia. Tal critica sostiene que los hechos, la verdad y la evidencia son meras construcciones sociales”. “Sokal pone de manifiesto los peligros que entraña esa manera de pensar y propugna una visión del mundo basada en el respeto de la evidencia, la lógica y la argumentación racional por encima del pensamiento desiderativo, la superstición y la demagogia de cualquier signo” (De “Más allá de las imposturas intelectuales”-Alan Sokal-Ediciones Paidós Ibérica SA-Barcelona 2009).
Las verdades parciales, al implicar simultáneamente un ocultamiento parcial, se utilizan como una forma de engañar a los demás, siendo el ámbito de la política en donde se observa generalmente el importante arsenal de armas psicológicas que terminan perjudicando a la población en general. Un caso típico se da en la Argentina actual, en donde las autoridades y sus adeptos manifiestan que “existe plena libertad de expresión”, especialmente en los medios masivos de comunicación, algo que todos podemos comprobar. Sin embargo, se oculta un “detalle” poco observable y consiste en que los periodistas que emiten opiniones que no le gustan al gobierno, tarde o temprano perderán sus puestos de trabajo, por lo que resulta más ajustado a la realidad decir que no existe libertad de expresión. Respecto de las etapas iniciales del peronismo, Alejandro Magnet escribió:
“Tampoco es responsabilidad del gobierno si los inspectores sanitarios descubren que los talleres en que se imprimen las publicaciones de la oposición no cumplen en el hecho con los requisitos mínimos que exigen los reglamentos por lo cual, conforme a la ley, es necesario clausurarlos o imponerles fuertes multas. Así, por ejemplo, ocurrió con El Intransigente de Salta, cuyo dueño y editor David Michel Torino, cuenta la odisea de su diario en un libro titulado «Desde mi celda», la cual no es de un convento, precisamente. O con el semanario socialista Vanguardia, cuya imprenta molestaba con su ruido al vecindario. Y si un periódico como La Prensa de Buenos Aires tiene máquinas silenciosas y espléndidas instalaciones higiénicas, además de un prestigio mundial, no puede evitar el gobierno que el gremio de suplementeros de Buenos Aires, en un gesto de viril dignidad y rechazo a las tendencias oligárquicas y antinacionales del diario, comience a provocarle dificultades y que éstas lleguen a convertirse en tales desórdenes que, para evitar mayores trastornos de la tranquilidad pública, se vean las autoridades en la dolorosa necesidad de clausurar y apropiarse el único órgano opositor de importancia que quedaba en la Argentina” (De “Nuestros vecinos justicialistas”-Editorial del Pacífico SA-Santiago de Chile 1953).
También puede observarse la existencia de ayuda económica otorgada por el Estado hacia varios sectores de la población con la intención aparente de tratar de “disminuir la pobreza”. Como se trata de importantes sumas de dinero a ser distribuidas por el Estado, dado que los beneficiarios serán millones, se ha llegado a la situación de que se gasta bastante más de lo que el Estado recibe a través de los impuestos. De ahí que deba comenzar a emitir papel moneda a un ritmo mayor al del crecimiento de la producción, decisión que conduce al proceso inflacionario. Luego, aun cuando se hable de la “generosidad” del gobierno para con los pobres, la inflación creciente desmiente gran parte de la propaganda oficial.
Nótese que esta ayuda social adopta el carácter de universal por lo cual todo habitante perteneciente a cierto segmento de la población (embarazadas, matrimonios con hijos menores, etc.) ha de recibir la ayuda. Esto se hace para que muchos no se sientan “discriminados” por ser pobres en caso de que fuesen los únicos beneficiarios. Como resultado de todo esto, una gran parte de la ayuda termina en manos de quienes no la necesitan, por lo cual se desvían importantes montos de dinero que podrían servir para mejorar el nivel de vida de los sectores de menores recursos.
Se ha dicho que los gobiernos populistas aman tanto a los pobres que los fabrican por millones. Generalmente, el individuo que no recibe ayuda económica tiende a poner en marcha todos sus recursos psicológicos y personales para ganarse la vida honradamente mediante el trabajo, mientras que, por el contrario, quienes reciben una ayuda estatal tienden a amoldarse a la misma y a atenuar la puesta en marcha de tales recursos, inclusive dejando de trabajar. La creación de genuinos puestos de trabajo, es decir, de trabajo productivo y no sólo de “puestos de trabajo estatales”, resulta ser el único medio comprobado que dará resultados positivos en el largo plazo, aunque no sirva para ganar elecciones en el corto plazo.
Cuando alguien se proclama socialista, debería implicar que desea socializar (o compartir) parte de su patrimonio económico personal, mientras que en realidad implica que pretende socializar lo que es de otros. Luego, como muestra “buenas intenciones” (al desear repartir lo ajeno) se siente éticamente superior al resto de la sociedad, como es el caso de los “egoístas” que no quieren socializar o compartir aquello que les pertenece, por lo que van surgiendo dos bandos en conflicto. De ahí que la persona egoísta adhiera al Estado redistribuidor para revestirse con una máscara que lo ha de mostrar como una persona interesada por el bien de los demás, o bien se opondrá al populismo para no sufrir personalmente los embates distribucionistas.
Los severos ataques, sin embargo, los recibirán los empresarios que dan puestos de trabajo genuino, ya que crean “desigualdad social” por cuanto tienen más dinero que los demás sectores. Se dice que “explotan laboralmente” a sus empleados ya que, se supone, deberían compartir las ganancias con sus empleados (antes que con sus accionistas) por lo que, en realidad, antes que empleados se pretende que sean los nuevos socios del empresario. Cuando se trata de invertir y de trabajar duro para la formación de un medio productivo, son pocos los que se presentan, mientras que, cuando se trata de repartir beneficios, serán muchos los interesados.
Si un destacado intelectual, como Martin Heidegger, estuvo ligado al régimen nazi, no es de extrañar entonces que todo un país, como la Argentina, mantenga vigente al peronismo y a su “doctrina justicialista”, que en realidad pocos se atreven a definir exactamente de qué se trata, aunque ello pasa seguramente porque no es más que un conjunto de frases emitidas según las distintas necesidades y circunstancias. Alejandro Magnet escribió:
“En cuanto a la doctrina política, los militares triunfantes [en 1943] no tenían ninguna –confesable al menos- y ninguno era capaz de elaborar una. Perón tampoco, pero hizo algo más efectivo: supo crear una mística y hacerse caudillo de una estructura sindical creada por él mismo, desde arriba. Esa mística, que utilizaba todos los recursos de la técnica moderna para propagarse, enaltecía a la nacionalidad, al pueblo trabajador, cuyo símbolo era el descamisado, y a la persona del líder”. “Es técnica ya conocida y experimentada en otros países en donde se trató de determinar –y se obtuvo al menos por un tiempo- la formación de una especie de reflejo condicionado de las masas, que, a la sola excitación que significaban ciertas palabras como el nombre de jefe, nación, revolución, patria, independencia, traidores, etc., se echaban a gritar y cantar o se entregaban a la embriaguez de la violencia y el odio”.
“Cuando en agosto de 1948 el Gral. Perón intentaba contestar la pregunta de unos diputados radicales que querían saber qué cosa era el peronismo, tenía que hilvanar unas cuantas vaguedades sobre nacionalismo económico e igualdad y justicia en la distribución de la riqueza, para terminar afirmando que el peronismo «se siente o no se siente. El peronismo es una cuestión del corazón más que de la cabeza»”.
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