domingo, 27 de enero de 2013

La competencia para la cooperación

Los términos competencia y cooperación, en psicología, designan actitudes opuestas, ya que, en general, no es posible competir con alguien y a la vez cooperar con ese alguien en el mismo sentido en que se establece la competencia. Se puede, sin embargo, cooperar con los demás integrantes de un grupo para competir contra otro grupo. Así, el jugador de fútbol del equipo A coopera con todos sus compañeros en su competencia contra el equipo B. Finalmente existe la competencia por cooperar mejor, y es la propia competencia interna de los jugadores que cooperan para lograr el triunfo del equipo.

En el ámbito de la economía se habla también de competencia, esta vez entre los integrantes del grupo de los productores, por una parte, y entre los integrantes del grupo de los consumidores, por otra parte, como si fuese una competencia exenta de cooperación, lo que no siempre es así. Y ello se debe a que, cuando un empresario quiere lograr un porcentaje mayor del mercado, para cierta mercancía, debe mejorar la calidad de sus productos o el precio o ambos. De esa manera, al competir con otros productores, necesariamente ha de cooperar con el consumidor que se verá beneficiado por las mejoras mencionadas. Por otra parte, la competencia entre consumidores predomina en épocas de escasez. Esta situación puede ejemplificarse en el caso de un remate en donde hay poca oferta y bastante demanda.

La competencia en el mercado requiere de la no intervención del Estado en favor de alguno de los productores y también de la realización de actividades legales por parte de los empresarios. Tal es el planteamiento de los economistas que ven en dicho proceso una forma eficaz de cooperación entre productores y consumidores. Sin embargo, en la búsqueda de mayores ganancias, un empresario puede hacer trampas, saboteando, por ejemplo, las instalaciones de los rivales, o sugiriendo a algún político en el gobierno que actúe en contra de una empresa rival. De esa manera, en lugar de hacer mayores inversiones para aumentar su productividad, se dedica a perjudicar a la competencia buscando optimizar sus ganancias de una manera ilegal.

Cuando los economistas liberales se refieren a la competencia en el mercado, lo hacen pensando en la cooperación implícita que se da entre productores y consumidores, descartando la “competencia salvaje”, que es la búsqueda prioritaria de ganancias que no contempla ni la legalidad de las acciones ni las normas éticas elementales para una adecuada sociabilidad. Respecto de este tipo de competencia destructiva, Lester C. Thurow escribió: “Desplazar a otros del mercado para llevar sus ingresos a cero arrebatándoles sus oportunidades de ganancia es en lo que consiste la competencia”.

En cuanto a la competencia orientada a la cooperación, Ludwig von Mises escribió: “En la naturaleza predominan irreconciliables conflictos de intereses. Sólo sobreviven las plantas y los animales más aptos. Es implacable el antagonismo entre un animal que está muriendo de hambre y otro que trata de arrebatarle el alimento. Podemos llamar a esto competencia biológica, que no debe confundirse con competencia social, es decir, la lucha de los individuos para alcanzar la posición más favorable en el sistema de cooperación social. La competencia social está presente en toda forma concebible de organización social”.

“En un sistema totalitario la competencia social se manifiesta en el esfuerzo del pueblo por procurar el favor de los que están en el poder. En la economía de mercado la competencia social se manifiesta en el hecho de que los vendedores deben superarse los unos a los otros ofreciendo bienes y servicios mejores o más baratos y los compradores deben hacerlo ofreciendo precios más elevados”.

“La competencia en la economía de mercado no implica un antagonismo, en cuanto al sentido con que este término se aplica al hacer referencia al choque hostil de intereses incompatibles. Los psicólogos son propensos a confundir combate con competencia. Pero la praxeología [Teoría general de la acción humana] debe tener cuidado con dicho lenguaje ambiguo y falaz. Los términos militares no son apropiados para describir las operaciones mercantiles. Es, por ejemplo, una mala metáfora hablar de la conquista de un mercado. No hay conquista en el hecho de que una firma ofrezca productos mejores o más baratos que sus competidores”.

“Los dueños de las fábricas que ya están en funcionamiento no poseen ningún interés particular en la diferencia de clases al mantener la libre competencia. Se oponen a la confiscación y expropiación de su fortuna, pero sus intereses creados están más a favor de medidas que eviten que los recién llegados hagan temblar su posición. En la actualidad, aquellos que luchan por la libre empresa y la libre competencia no defienden los intereses de esos ricos. Desean libertad para actuar y decidir por propia iniciativa; que dicha libertad sea puesta en manos de hombres desconocidos que serán los empresarios del mañana y cuyo ingenio hará más agradable la vida de las generaciones venideras. Quieren dejar abierta una brecha hacia mejoras económicas ulteriores. Son los portavoces del progreso”.

“Lo que hace posible las relaciones amistosas entre los seres humanos, es la mayor productividad de la división del trabajo. Es lo que elimina el conflicto natural de intereses. Un interés común preeminente, la preservación y posterior intensificación de la cooperación social, se transforma en supremo y desvanece cualquier colisión especial. La competencia biológica se sustituye por la competencia cataláctica [asociada a la Ciencia de los intercambios]. Contribuye a la armonía de los intereses de todos los miembros de la sociedad” (De “La Acción humana” –Editorial Sopec SA-Madrid 1968).

Así como en la ética natural existe un principio igualitario por el cual debemos tratar de compartir las penas y las alegrías de nuestros semejantes, en los intercambios económicos debe predominar la búsqueda de un beneficio simultáneo entre las partes que realizan un intercambio. Milton y Rose Friedman escriben: “El hallazgo clave de Adam Smith consistió en afirmar que todo intercambio voluntario genera beneficios para las dos partes y que, mientras que la cooperación sea estrictamente voluntaria, ningún intercambio se llevará a cabo, a menos que ambas partes obtengan con ello un beneficio. No es necesaria una fuerza externa, la coerción o la violación de la libertad para conseguir la cooperación entre individuos que se pueden beneficiar de ésta. Tal es la razón por la que, como dice Adam Smith, un individuo que «intenta solamente su propio beneficio» es «conducido por una mano invisible a alcanzar un fin que no formaba parte de sus intenciones. Ni el hecho de que ese fin no formara parte de sus intenciones es siempre malo para la sociedad. Al perseguir sus propios intereses, el individuo promueve a menudo los de la sociedad de un modo más efectivo que cuando intenta directamente promoverlos. No he visto nunca que quienes dicen comerciar para el bien común hayan hecho mucho bien»”.

“El mérito de Adam Smith consistió en conocer que los precios que se establecían en las transacciones voluntarias entre compradores y vendedores –para abreviar, en un mercado libre- podían coordinar la actividad de millones de personas, buscando cada una de ellas su propio interés, de tal modo que todos se beneficiasen. Fue una brillante idea en aquel tiempo, y lo sigue siendo ahora, que el orden económico pudiese aparecer como una consecuencia involuntaria de los actos de varias personas en busca, cada una, de su propio beneficio”.

“La actividad económica no es de ningún modo el único aspecto de la vida humana en el que surge una estructura compleja y perfeccionada, como una inesperada consecuencia de que gran número de individuos coopera mientras cada uno de ellos persigue la satisfacción de sus intereses personales. Tomemos en consideración, por ejemplo, el lenguaje. Es una compleja estructura que se está desarrollando y cambiando continuamente. Posee un orden bien definido, pese a que no fue planificado por ningún organismo central. Nadie decidió qué palabras deberían ser admitidas en el lenguaje, cuáles deberían ser las reglas gramaticales, qué palabras deberían ser adjetivos y cuáles nombres. La Academia Francesa trata de controlar los cambios que se producen en la lengua, pero se trata de una medida relativamente reciente. Fue tomada mucho tiempo después de que el francés fuese ya una lengua muy estructurada, y su misión consiste principalmente en poner un sello de legitimidad a los cambios que escapan a su control”.

“Todas las disciplinas crecen de manera muy parecida al crecimiento del mercado económico. Los hombres de ciencia cooperan entre sí porque encuentran mutuas ventajas en ello. Aceptan de la labor de los demás lo que les parece útil. Intercambian sus descubrimientos por medio de la comunicación verbal, de la circulación de documentos no editados, de publicaciones en periódicos y libros. La cooperación se efectúa a escala mundial, lo mismo que sucede en el mercado económico. El aprecio o la aprobación de los colegas desempeña una función bastante parecida a la que desempeña la recompensa monetaria en el mercado económico” (De “Libertad de elegir”-Ediciones Grijalbo SA-Barcelona 1981).

Quienes se oponen a la economía de mercado son quienes sostienen que la economía, el lenguaje, la ciencia y toda actividad humana, deberían ser planificadas y dirigidas por el Estado, es decir, se supone que quienes han de gobernar el Estado, al tener que suplantar las millones de decisiones individuales que se adoptan en esos casos, han de poseer un grado tal de sabiduría que superaría enormemente la inteligencia del ciudadano común; tal es el caso del pensamiento socialista. James Buchanan escribió: “Consideremos ahora cómo responde esa persona [socialista cerca de la conversión] cuando se encuentra frente a sólidos argumentos de la teoría económica. Piénsese su reacción cuando finalmente entiende el principio del orden espontáneo de la economía de mercado. Esta persona ahora comprende que las elecciones en el mercado no son arbitrarias, que limita la posibilidad de la explotación del hombre por el hombre, que los mercados tienden a maximizar la libertad de las personas del control político y que la libertad, aquello que siempre constituyó un valor básico, está mejor preservada en un régimen que permite a los mercados un rol decisivo” (Citado en “Socialismo de mercado” de Alberto Benegas Lynch (h)-Ameghino Editora SA-Rosario 1997).

Consideremos el caso en que las impresoras asociadas a una computadora desplazan del mercado a las antiguas máquinas de escribir. Puede decirse que, al producirse una innovación tecnológica, se produce el final de lo que queda relegado y obsoleto. El usuario es el que favorece la “selección natural” que provoca la “supervivencia del más apto”. Este proceso es una consecuencia del progreso tecnológico aunque resulta criticado porque deja sin empleo circunstancialmente a quienes no supieron adaptarse a dicho progreso. Incluso algunos proponen subsidiar desde el Estado a las empresas menos eficientes para no perder puestos de trabajo. De ahí que pueda decirse que, mientras que el capitalismo promueve la “supervivencia del más apto”, el socialismo promueve la “supervivencia del menos apto”, lo que resulta bastante absurdo.

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