En cuestiones inherentes a la economía de una sociedad, aparecen dificultades respecto de la elección del mejor sistema para lograr los objetivos deseados, aunque también presenta dificultades encontrar los objetivos que se buscan. La ciencia económica describe el accionar del hombre en un ámbito de libertad. Encuentra los procesos y les asocia variables descriptivas buscando posteriormente una optimización del sistema, que es lo que se hace frecuentemente en las distintas ramas de las ciencias sociales. Por lo general se apunta a encontrar la forma óptima de transformar los recursos disponibles (capital, información, mano de obra, etc.) en productos y servicios. Es aquí donde el proceso del mercado muestra una gran eficiencia por cuanto las decisiones son adoptadas por muchas personas, cada una administrando sus propios recursos y realizando sus propios proyectos, sin descartar las asociaciones o sociedades que puedan formarse para promover la cooperación productiva. Ludwig von Mises escribió: “El gran cambio que en pocas décadas transformó a Inglaterra en la nación más rica y poderosa del mundo, fue preparada por un pequeño grupo de filósofos y economistas. Estos arrasaron enteramente la seudo-filosofía que hasta entonces había servido para orientar la política económica de las naciones”.
En muchas sociedades, sin embargo, existen dificultades que surgen de un comportamiento ético inadecuado por parte de sus integrantes, por lo que ese aspecto tenderá a incidir negativamente tanto en el ámbito económico como en los restantes aspectos de la vida social. De ahí que la elección del sistema de producción y de distribución más eficiente no baste para lograr un nivel económico aceptable o esperado. Debe también existir un nivel ético básico y suficiente para disponer de las reservas anímicas que llevarán al individuo a una vida plena de trabajo y de realizaciones personales. También debe predominar una escala de valores que ubique al factor económico (bienes materiales) en un lugar inferior al otorgado a los sentimientos humanos, que son justamente los que determinan el comportamiento ético del individuo.
Existe, sin embargo, una importante falla ética personal, la envidia, que hace que muchas personas se opongan a la economía de mercado por cuanto ella producirá individuos exitosos y también fracasados, materialmente hablando. Ello no implica que el individuo sea exitoso o fracasado respecto de la ambición natural de lograr un grado de felicidad óptimo. Sin embargo, como predomina una valoración material de las personas (vale más quien más tiene) se opta por combatir a la economía de mercado en lugar de combatir las fallas éticas individuales como es el caso del materialismo imperante y de la envidia que surge en los menos exitosos en ese aspecto.
Puede decirse que las tendencias socialistas surgen a partir de la necesidad de protección del individuo respecto de la envidia que puedan sentir, evitando así que lleve una vida desagradable. De ahí que los postulados básicos del socialismo apunten a la obtención de la igualdad económica. Si buscaran la igualdad personal o afectiva, habrían aceptado el mandamiento cristiano del amor al prójimo, que nos sugiere compartir las penas y las alegrías ajenas como si fuesen propias, es decir, una tendencia igualitaria por excelencia.
Por el contrario, el socialista se atreve a manifestar que toda persona exitosa, económicamente hablando, forma parte de una “clase social” que debe ser perseguida y destruida. Descarta la posibilidad de que los menos exitosos logren mejorar su situación por sus propios medios. Por otra parte, supone que la mencionada igualdad habrá de lograrse solamente mediante el proteccionismo del Estado dirigido por los socialistas, que han de constituir la “clase social éticamente superior”. El proteccionismo tiene dos aspectos; el que se busca cuando el Estado protege al empleado de la maldad propia del empresario nacional y, además, cuando el Estado protege al empresario nacional de la maldad propia del empresario extranjero.
Ludwig von Mises prosigue, refiriéndose a los filósofos y economistas antes mencionados: “Refutaron las viejas fábulas: que es injusto y vil sobrepasar a un competidor produciendo mercancías mejores y más baratas; que es inicuo desviarse de los métodos tradicionales de producción; que las máquinas que ahorran trabajo provocan desocupación, y por lo tanto su uso es perverso; que una de las tareas del gobierno civil es impedir que los comerciantes eficientes se enriquezcan; y proteger a los menos eficientes contra la competencia de los más capaces; que restringir la libertad y la iniciativa de los empresarios por la fuerza gubernamental o por la coerción ejercida por otros poderes, es un medio apropiado para promover el bienestar de la nación” (Citado en “Ideas sobre la libertad” Nº 41-Buenos Aires Abril 1982).
El lema básico del socialismo se debe a Louis Blanc, aunque fue popularizado por Karl Marx: “De cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad”. En esta expresión se advierte cierto determinismo en cuanto a la capacidad de las personas, ya que se admite que hay personas menos capaces que otras y que su trabajo deficitario debe ser compensado por los más trabajadores, para que todos reciban “según su necesidad”, que por lo general implica una “igual necesidad”.
Si se realiza una encuesta respecto de la conveniencia, o no, de poner en práctica este lema, los envidiosos y los que poco entusiasmo muestran por trabajar, lo apoyarán. También quienes tienen ambiciones ilimitadas de poder buscarán en el socialismo una posibilidad de ubicarse, a través del Estado, como los amos absolutos de la sociedad. Los trabajadores, los no envidiosos y los que no pretenden gobernar ni ser gobernados por otros hombres, se opondrán a dicho lema. Todo esto implica que la oposición existente entre capitalismo y socialismo trasciende el ámbito de la economía y de la política para ser considerado esencialmente como un problema ético.
El socialismo ha fracasado en todas partes por la sencilla razón de que los más trabajadores y creativos de una sociedad poca predisposición tienen para sustituir el trabajo deficitario de los menos trabajadores, para recibir una recompensa similar. Luego, al socialista sólo le queda, para su propaganda política, la difamación sistemática del capitalismo, atribuyendo al pensamiento liberal toda desviación ética que pueda ocurrir. Se repite frecuentemente que el empresario, en un sistema capitalista, “explota laboralmente” al empleado pagando un sueldo de subsistencia. En realidad, cuando se trata de empleados eficientes, el empresario trata de mantenerlos en su empresa pagándoles un sueldo razonable por cuanto, de no hacerlo, dichos trabajadores podrán irse a otra empresa, perdiendo el empresario elementos valiosos para el proceso productivo. Ludwig von Mises escribió:
“El beneficio del empresario brota de su capacidad para prever, con mayor justeza que los demás, la futura demanda de los consumidores. La empresa con fin lucrativo háyase inexorablemente sometida a la soberanía de los consumidores. Las pérdidas y las ganancias constituyen los resortes gracias a los cuales el imperio de los consumidores gobierna el mercado”. “Los gastos públicos y el déficit presupuestario implican de modo inexorable consumo de capital. El Estado se convierte en el principal dilapidador del capital existente cuando los gastos ordinarios –por beneficiosos que se reputen- son sufragados mediante gravar las rentas más elevadas que, en otro caso, hubiéranse dedicado a la inversión”.
Como no existe la mencionada “superioridad ética” de quienes pretenden dirigir y controlar la vida de cada integrante de la sociedad, los resultados económicos y sociales del socialismo son bastante pobres. Sin embargo, ello no constituye el principal perjuicio para el individuo que se somete a la planificación de cada aspecto de su vida. El problema más grave radica en la supresión de la libertad; algo que se opone a nuestra propia esencia; de ahí que el principal enemigo del socialismo sea la propia naturaleza humana. Ludwig von Mises escribió: “No hay más libertad que la engendrada por la economía de mercado. No existe gobierno ni constitución que pueda garantizar la libertad si no ampara y defiende las instituciones fundamentales en las que se basa la organización social. Reemplazarla por la planificación económica implica anular toda libertad. Las gentes en tal supuesto sólo gozan de un derecho: el de obedecer”.
El socialismo es un sistema político y económico por el cual una oligarquía revolucionaria toma el mando del Estado por las armas, o mediante el engaño y las urnas, para disponer de un poder absoluto. La confiscación de la propiedad privada implica, generalmente, el traspaso de bienes desde sus antiguos propietarios a algún miembro de la nueva oligarquía que detenta el poder. El físico Edward Witten afirmaba que la “teoría de supercuerdas es una teoría del siglo XXI que cayó accidentalmente en el siglo XX”. En forma similar, y dadas algunas semejanzas del socialismo con el feudalismo y con Gengis Kan, puede decirse que el socialismo es un sistema político y económico de la Edad Media que cayó accidentalmente en el siglo XX.
El robo y la confiscación estatal son justificados plenamente por el socialista por cuanto, aduce, el empresariado “explotó laboralmente”, en forma previa, a los trabajadores y ello da plenos derechos para el robo posterior, pero no para devolverle al pueblo lo injustamente extraído, sino para ser utilizado principalmente en beneficio de la oligarquía marxista. Jonathan Swift escribió: “Los pueblos insurrectos sólo trabajan para algunos tiranos y para su propia ruina, con un instinto tan ciego como el de los gusanos de seda, que mueren tejiendo magnificas vestiduras para seres elegidos de una naturaleza superior”.
Se ha definido al gobierno kirchnerista actual como un gobierno de tipo stalinista. Para comprender la razón de tal designación podemos citar a Hélène Carrère d´Encausse quien escribió: “El poder de Stalin se caracterizaba por la dictadura personal, el voluntarismo, la arbitrariedad total tanto en sus relaciones con la clase política como con la sociedad y, finalmente, por el hecho de que todo era imprevisible” (De “El poder confiscado”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1983).
En la Argentina se avanza a buen ritmo hacia la consecución del socialismo. Uno de los primeros objetivos a lograr por el partido gobernante es el control absoluto de los medios de comunicación. El escritor Juan José Sebreli manifestó en un programa televisivo que “de los canales abiertos de televisión, todos menos uno son oficialistas, y de las radioemisoras, todas menos una también lo son”. Con la aplicación de la ley de medios de comunicación se trata de lograr el control total que permitirá informarle al pueblo que vivimos en el “mejor de los países y con el mejor gobierno” y que el que diga lo contrario será un enemigo a quien se debe despreciar.
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