domingo, 3 de marzo de 2024

La clase política

Las sociedades en las que el Estado adquiere una influencia demasiado extensa, crean las condiciones para la formación de una nueva clase social: la clase política. Esta nueva clase se diferencia de las demás en el hecho de ignorar al resto haciendo recaer sus objetivos en el engrandecimiento y en la permanencia de dicha clase. De ahí que toda acción o toda decisión tomada desde el Estado, que beneficie a la sociedad en su conjunto, se ha de adoptar pensando en la posibilidad de lograr éxito en futuras elecciones.

La actual crisis de la Argentina se debe esencialmente a la ausencia de un patriotismo mínimo, ya que la “tradición” generalizada de robarle a la sociedad vía el Estado, a través de gran cantidad de empleo estatal superfluo, jubilaciones sin aportes, planes sociales para vagos, etc., y diversas opciones de robo “legal” (validado por leyes) ha llevado a la destrucción material y moral de la nación.

La mentalidad que predomina en la Argentina es la que ha favorecido el crecimiento y la permanencia de la clase política dominante, la cual no consiste en una clase cerrada, ya que muchos son los que pretenden ser parte de ella para beneficiarse personalmente, y no para ser parte de un organismo que existe para beneficio de la nación. Tal es así, que en varias encuestas aparecen porcentajes cercanos y mayores al 50% en las que se afirma tranquilamente que no tendrían ningún “prejuicio” moral por robar al Estado (y a la sociedad) si la situación lo permitiera.

Este proceso tiene también semejanzas con la aparición de la “nueva clase”; la clase política dirigente de la ex Yugoslavia, descripta en el libro “La nueva clase” de Milovan Djilas. Mientras que la clase política argentina presenta una lucha entre diversos partidos políticos, la lucha en los países comunistas implica una lucha interna dentro del mismo partido. Milovan Djilas escribió: "Partiendo de la premisa de que sólo ellos conocen las leyes que gobiernan la sociedad, los comunistas llegan a la conclusión demasiado simple y anticientífica de que ese supuesto conocimiento les da el poder y el derecho exclusivo a modificar la sociedad y dirigir sus actividades. Éste es el error más importante de su sistema".

"La monarquía no tenía una idea tan elevada de sí misma como la que los comunistas tienen de sí mismos, ni era tan absoluta como ellos" (De "La nueva clase"-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1957).

En cuanto al socialista que se opone a la formación de elites separadas del resto de la sociedad, como fue el caso de Djilas, pronto será relegado y, en su caso, encarcelado por nueve años por oponerse a la formación de esa nueva clase y por denunciarla en el libro mencionado. El citado autor, quien fuera un jerarca del comunismo de Yugoslavia, describe la situación por la cual escuchó a su conciencia antes que obrar en contra de ella: "Me vi aislado, con mis camaradas despreciándome y denigrándome, calumniándome, con mi familia aterrorizada y en el límite de sus fuerzas. Me vi entre la «gentecilla», que no tendría manera de saber si yo era un loco o un sabio. Pero el combate interior fue de breve duración. No pasaría de unos minutos hasta ordenar mis pensamientos y recuperarme de mis aprensiones. Porque ya sabía, sí, sabía, repito, que aquél era mi auténtico ser, y que no podría renunciar al mismo a pesar de las vacilaciones a que había sucumbido a pesar de la prueba tremenda con que tendría que acabar por enfrentarme" (De "La sociedad imperfecta"-Editorial Ariel SA-Barcelona 1969).

Algo similar ocurrió con Arkadi N. Shevchenko, un jerarca de la URSS que no soportaba tener que pensar de una manera y actuar de otra totalmente opuesta. Finalmente renuncia a su país y se refugia en Occidente. Al respecto escribió: “Mi experiencia en la URSS me hizo llegar a la conclusión de que, por debajo de la multiplicidad de razones, había un común denominador. En el fondo, era el propio sistema soviético el que llevaba a sus súbditos a la desesperación, al coartarles la libertad o al obligarlos a obrar contra sus convicciones”,

“A mí y a mis compañeros nos enseñaban a pensar esquemáticamente, a hablar con fórmulas sin reflexión o vacilación, a aceptar sin reservas todo lo que el Partido Comunista enseñaba y todo lo que él representaba. Mis maestros insistían en que nosotros deberíamos ser modelos y ejemplos, en que debíamos esforzarnos en ser superiores en el ideal socialista a fin de poder ocupar posiciones dignas en la «sociedad soviética multinacional colectiva»”.

“Sonreía y actuaba con hipocresía, no sólo en público, en las reuniones del Partido, en las reuniones con desconocidos, sino hasta en el seno de mi propia familia y conmigo mismo. Todo político o diplomático debe fingir en cierta medida por la causa que defiende o por los intereses de su país y a veces ni siquiera por causas tan buenas. Pero simular en todo, siempre y en todas partes y haber perdido la fe en lo que uno está haciendo es algo que no todos pueden soportar. Verse obligado a obrar de ese modo es como constreñir a un individuo profundamente religioso a vivir entre ateos militantes y forzarlo no sólo a repudiar a Dios sino maldecidlo a Él y a la Biblia en todo momento”.

“Sentado a la misma mesa con Brezhnev, Gromyko y otros miembros del Politburó me enteré de muchas cosas sobre aquellos hombres que eran los amos de la Unión Soviética. Ví cómo llamaban vicio a la virtud y cómo con igual facilidad invertían de nuevo el sentido de las palabras, cómo su hipocresía y corrupción habían penetrado en los aspectos más triviales de sus vidas, hasta qué punto estaban aislados de la población que gobernaban”.

“El Kremlin era el último lugar de la tierra en que pudiera esperarse encontrar sinceridad, honestidad y franqueza. La falsedad de esos hombres estaba presente en todas partes, en sus vidas personales y en sus grandes designios políticos. Yo los veía cómo jugaban con la política de distensión. Vi cómo constituían una fuerza militar sin precedentes que sobrepasaba obviamente las necesidades de defensa y seguridad, y todo a expensas del pueblo soviético”.

“Los oí manifestar en medio de cínicas bromas su voluntad de suprimir la libertad a algunos aliados. Los vi desplegar su duplicidad con quienes seguían la línea soviética en Occidente o en el tercer mundo y hasta participar en conspiraciones para eliminar a figuras políticas «inapropiadas» de otros países. Ansiaban ávidamente la hegemonía y padecían de la enfermedad imperialista de que ellos acusaban a otros y que los llevaba, primero, a ampliar la zona de influencia soviética en el mundo y, segundo, a encontrar maneras de apaciguar su insaciable deseo de expansión”.

“Muchos rasgos del régimen soviético son bien conocidos. Pero por fin comprendí que la divinidad ante la cual se inclinaban los gobernantes del Kremlin era su propio poder y la máxima satisfacción de sus exigencias personales. Y esas exigencias no tenían límites pues iban desde la adquisición de automóviles extranjeros a la adquisición de naciones enteras situadas fuera del bloque soviético” (De “Cómo y por qué rompí con Moscú”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1986).

1 comentario:

agente t dijo...

La realidad es que el concepto “clase política” sirve para identificar al grupo de personas que gobierna en diverso grado o posición a una determinada sociedad, y que se caracteriza fundamentalmente por su afán de poder y por su ansia de medro personal gracias al mismo. Claro que esa apetencia es más o menos disimulada y cruda dependiendo del régimen en el que están inscritos, pero su común denominador es la distancia que ponen entre ellos y el resto de la sociedad, a la que manipulan y engañan en la medida que les permite la situación política concreta en la que operan. El conocimiento de la Historia y la reflexión personal sobre la actualidad llevan indefectiblemente a tener una profunda desconfianza ante el conjunto de individuos al que nos estamos refiriendo.