martes, 25 de abril de 2023

Woke o cultura de la cancelación

En las últimas décadas han resurgido movimientos sociales que promueven venganzas en contra de descendientes de antiguos colonizadores, explotadores o discriminadores de personas, tal el caso del individuo de raza blanca en general, considerado "culpable hasta que demuestre lo contrario". Esta absurda tendencia hace recordar el antisemitismo católico en contra de los descendientes de quienes mataron a Cristo hace "apenas" dos milenios y a los que denominaron "pueblo deicida".

Esta no es una ilegal "justicia por mano propia", sino "venganza por mano propia", mayormente en contra de personas inocentes. De ahí que no corresponda llamar "cultura" a lo que, evidentemente, se opone a la evolución cultural de la humanidad. En cuanto a la mencionada "cancelación", se advierte que los nuevos "justicieros", al detectar alguna posible infracción en contra de sus propuestas, es de inmediato publicitado en las redes sociales para que tenga la consiguiente sanción social y el infractor sea considerado un paria que será relegado hasta de sus posibles empleos. Esto se parece a las penas impuestas en la Unión Soviética por el gobierno a los opositores. Incluso la cancelación social woke es peor aún porque involucra a miles o millones de personas que discriminan al unísono a las víctimas ocasionales.

Leemos en CNN Español: "La palabra «woke» ha estado asociada en las últimas décadas con diferentes movimientos en contra de las injusticias sociales, y recientemente ha incluso generado una cruzada en su contra de parte de amplios sectores de la política en Europa, que temen su impacto. ¿Pero qué es exactamente ser o estar woke?"

"En sus orígenes en las comunidades negras de Estados Unidos, «woke» era usado para describir a las personas que han despertado (de «wake up», en inglés) a las cuestiones progresistas, y están alertas a las injusticias".

Por otra parte, Winston Manrique Sabogal escribió: "Lo políticamente correcto y la cultura woke ya son percibidos como un Caballo de Troya de la democracia. Lo que nació como una petición-regalo noble en aras de la justicia social y la armonía ha terminado por minar la raíz y un símbolo del sistema: la libertad de expresión y de creación. Escritores, pensadores y expertos lo han denunciado en libros, artículos y conferencias. Varios creadores, expertos y gestores culturales consultados por WMagazín advierten de la manipulación del lenguaje como arma política y arrojadiza en este ámbito. Recuerdan que la ofensa no está en la palabra, si no en el tono, el contexto y la intención de quien la usa y que la gente no es tan ignorante como se quiere hacer creer; y de que no todo es fobia cuando se formulan dudas, preguntas y reflexiones sobre un tema de minorías o delicado".

"Es la batalla por aleccionar y dominar el relato, la narrativa del revisionismo sobre cómo corregir y reescribir el pasado a los ojos del presente e impulsar una generación más responsable desde una hipersensibilidad que asfixia la realidad. Eso lleva a que se asiente la idea de la corrección política de los extremos bien pensantes como una tiranía que genera lo contrario a lo prometido: involución, puritanismo y temor. Ninguna de las personas consultadas niega que hay muchas cosas que mejorar, pero desde el sentido común. Lo dicen en un momento en que crece la espiral de polémicas sobre el revisionismo a obras de arte, la cultura de la cancelación que no tolera el debate o la discrepancia en favor de un pensamiento único y el habla y la expresión como un campo de minas para los creadores y la sociedad" (De https://wmagazin.com).

A continuación se trascribe la descripción de un caso concreto mediante el cual se perjudica seriamente a una persona que saca un brazo afuera del vehículo que manejaba y realiza movimientos con sus dedos que son interpretados como una adhesión a sectores discriminadores. Grabada la escena desde otro automóvil, las imágenes son publicadas en redes sociales para promover el castigo social correspondiente:

"Perdí el mejor empleo de mi vida por una foto en redes sociales": los peligros de la "cultura de la cancelación" (y dónde está el límite)

El 3 de junio de 2020, el estadounidense Emmanuel Cafferty, de 47 años, volvía a su casa después de una jornada más de trabajo. Su rutina consistía en pasar entre 8 y 12 horas al día inspeccionando las redes subterráneas de gas y electricidad de la ciudad de San Diego, California.
Caía la tarde y hacía calor. Al volante de la camioneta de la empresa, mantenía la ventanilla abierta y el brazo izquierdo en el exterior. Según Cafferty, juntaba dos dedos de la mano distraídamente, en un gesto que repitió varias veces durante la entrevista con BBC News Brasil.
"En ese momento, un desconocido con un celular y una cuenta de Twitter puso mi vida del revés", cuenta Cafferty.

Hacía apenas una semana que George Floyd, un hombre negro desarmado, moría después de que un policía blanco le retuviera en el suelo durante varios minutos presionándole el cuello con la rodilla en Mineápolis. Las imágenes de la muerte de Floyd desencadenaron lo que se considera la mayor ola de protestas contra el racismo en Estados Unidos en la historia reciente.
En ese contexto, el chasquido de dedos de Cafferty fue interpretado por otro conductor como un gesto específico: un símbolo usado por supremacistas blancos.
"Ese hombre comenzó a tocar la bocina y a insultarme. Gritaba: '¿va a seguir haciendo eso?' y sacó el celular para fotografiarme. Pensé que tal vez le había cerrado el paso en el tráfico, por accidente. Pero estábamos los dos parados en el semáforo y yo no entendía nada", relata.

Dos horas después del incidente, su supervisor le llamó para decirle que había sido denunciado como racista en las redes sociales y que le suspendía del trabajo sin sueldo.
Una hora más tarde, sus colegas llegaron a su casa para llevarse la camioneta y la computadora de la empresa. Cinco días después fue despedido.

"Así fue como perdí el mejor empleo de mi vida", dice Cafferty. Sin estudios superiores, hijo de inmigrantes mexicanos, vivía su versión del sueño americano.
Ganaba US$41 la hora, el doble que en su empleo anterior, y tenía cobertura de salud y de jubilación por primera vez en su vida.

Cuando consiguió la plaza, seis meses atrás, él, sus tres hijas y sus nietos salieron a comer para celebrarlo. Cafferty explica que no tenía ni idea de que el gesto que se le atribuye, comúnmente asociado con un "OK" en Estados Unidos, pudiese tener connotaciones racistas.
De acuerdo a la Liga contra la Difamación, una organización centenaria que combate los discursos de odio en Estados Unidos, el símbolo del "OK" fue adoptado en 2017 por usuarios racistas en foros de internet como 4chan. La propia organización recomienda tener cuidado con la interpretación de la señal.

"La abrumadora mayoría de las veces el gesto significa consentimiento o aprobación. Por eso no se puede presumir que alguien que lo haga lo esté usando en un contexto de racismo, a menos que exista otra prueba para apoyar esa percepción. Desde 2017, muchas personas fueron acusadas erróneamente de ser racistas o supremacistas por usar el gesto en el sentido tradicional e inocuo", alerta la organización. Eso es exactamente lo que le pasó a Cafferty. O peor.
"En mi caso, no era un símbolo. Sólo estaba chasqueando los dedos. Pero un hombre blanco lo interpretó como un gesto parecido al 'OK', que sería racista, y se lo dijo a mis jefes, también blancos, que decidieron creerle a él, no a mí, que no soy blanco", afirma exasperado, al tiempo que se frota los brazos para mostrar el color de su piel.

El autor de la fotografía y del primer post contra Cafferty admitió ante el equipo local de la cadena estadounidense NBC que quizá exageró en la interpretación que hizo del supuesto gesto y que, a pesar de haber etiquetado en su publicación a la empresa en la que Cafferty trabajaba, no quería que fuera despedido.
El usuario borró el mensaje original e incluso la cuenta de Twitter. Pero ya era tarde, el post se había viralizado y el empleo estaba perdido.

"Una multitud de Twitter me canceló. Ya llamé a todos mis exempleadores en las seis semanas desde que aconteció el episodio y nadie me llama de vuelta. Lo primero que hace un empleador a la hora de contratar es poner el nombre en Google. El mío quedó ligado a este episodio, sin importar si era cierto o no. No sé cómo voy a seguir con mi vida de aquí para adelante", se desahoga.
Ha tenido que acudir a terapia semanal para lidiar con el dolor y el miedo que ha sentido. El caso de Cafferty es emblemático de lo que se considera un peligroso efecto colateral de la llamada cultura de la cancelación.

El movimiento comenzó hace algunos años como una forma de llamar la atención sobre causas de justicia social y preservación medioambiental, como una manera de amplificar la voz de los grupos oprimidos y forzar acciones políticas de marcas o figuras públicas.
Funciona así: un usuario de redes sociales como Twitter o Facebook, presencia un acto que considera equivocado, lo graba en video o lo fotografía y lo publica en su cuenta, con el cuidado de etiquetar a la empresa empleadora del denunciado y autoridades públicas u otros influencers digitales que puedan amplificar el alcance del mensaje. Es común que, en cuestión de horas, el post haya sido replicado miles de veces.

La cascada de menciones a una empresa suele precipitar actitudes sumarias para frenar el desgaste de imagen, sin que la persona a la que se denuncia pueda defenderse adecuadamente.
"En mi caso, me escucharon una vez y luego ya me despidieron. Parece que concluyeron que era un racista", señala Cafferty.
BBC News Brasil intentó hablar con la empresa SDG&E, donde trabajaba Cafferty, pero no obtuvo respuesta hasta la publicación de este reportaje.
Como reacción a las primeras denuncias de usuarios contra Cafferty en Twitter, la empresa afirmó: "Creemos firmemente que no hay espacio en la sociedad para ningún tipo de discriminación" y añadió que inició una investigación sobre la conducta del entonces todavía empleado.

La cancelación va más allá del típico troleo de internet, con insultos coordinados, frecuente en disputas de opinión entre usuarios de redes.
Es un ataque a la reputación que amenaza el empleo y los medios de subsistencia actuales y futuros de la persona cancelada.
Extremadamente frecuente en Estados Unidos, hoy desprestigia también a personas anónimas, gente común como Cafferty. "Usted puede ser cancelado por algo que diga en medio de una multitud de completos extraños si alguno de ellos lo graba en video, o por un chiste que suene mal en las redes sociales, o por algo que usted dijera o hiciera hace mucho tiempo y de lo que quede algún registro en internet", escribió el columnista del diario The New York Times Ross Douthat en un artículo sobre el fenómeno de la cancelación.
"Y no hace falta que sea prominente, famoso o político para ser públicamente avergonzado y permanentemente marcado: todo lo que usted necesita hacer es tener un día particularmente malo y las consecuencias pueden durar mientras Google exista"

(De BBC News Brasil).

1 comentario:

agente t dijo...

La llamada cultura de la cancelación lo que realmente pretende es acallar toda duda, pregunta, reflexión o crítica sobre los discursos o las ideologías con que últimamente se enmascara la izquierda. Si el fascismo era, entre otras cosas, acusar a los enemigos de lo que era realmente el fascista, ahora se trata de acusar a quienes no son izquierdistas de lo que gustaría que fueran, no de lo que son realmente. Y si los disparates que la caracterizan tienen éxito es porque los que la reciben y difunden tienen una piel muy fina (más que la boca) y es fácil hacer aflorar su resentimiento, normalmente a base de cultivar un ego que es en realidad muy defectuoso pero que se ve realzado artificialmente con ese propósito de agitación.