jueves, 13 de abril de 2023

Religión natural (deísmo) y Religión revelada (teísmo)

El cristianismo puede interpretarse tanto como una religión natural, desprovista de todas las complejidades de lo sobrenatural, y también como una religión revelada, es decir, revelada por Dios a los hombres desde el ámbito de lo sobrenatural. Debido a que todo lo existente está regido por leyes naturales invariantes, o leyes de Dios, no parece sensato suponer que existen leyes naturales, por una parte, y leyes sobrenaturales, distintas de las primeras. Si existe un Dios Creador, seguramente ha hecho un conjunto de leyes que no corresponde denominarlas de ambas formas, como si constituyeran mundos independientes con breves contactos entre sí.

Podemos sintetizar ambas visiones de la siguiente forma:

Religión natural: Universo = Dios = Naturaleza

Religión revelada: Universo = Dios + Naturaleza

Todo parece indicar que el orden natural exige del hombre todo su potencial anímico e intelectual como un precio que dicho orden nos impone como precio por nuestra supervivencia. De ahí que la religión haya surgido del hombre y no de Dios. Si surgiera de Dios, el hombre tendría poco o ningún mérito en el proceso de la evolución cultural en vistas a una adaptación a dicho orden.

Es posible encontrar coincidencias entre ambas visiones. Ello se vislumbra teniendo en cuenta el concepto de ley natural, como vínculo invariante entre causas y efectos. Nuestra vida es posible en un mundo en el que todo responde de igual manera en iguales circunstancias, es decir, un mismo efecto sigue a una misma causa, al menos en el mundo macroscópico de nuestra vida cotidiana. Si así no fuera, estaríamos desconcertados por cuanto no podríamos prever ni siquiera el futuro inmediato. De ahí que la existencia de una ley natural invariante es un requisito necesario para permitir nuestra adaptación al medio y nuestra supervivencia.

En el caso de las personas sucede otro tanto. Si no tuviésemos una respuesta estable, o actitud característica, no podríamos prever el posible comportamiento de los demás y mucho menos sus posibles respuestas. Nuestro crecimiento moral se va construyendo de a poco a medida que vamos advirtiendo los efectos negativos que algunas acciones o expresiones propias inducen en los demás. De esa forma, las vamos dejando de lado y optamos por mantener y acentuar aquellas acciones o expresiones que provocan una respuesta positiva en los demás. No es otra cosa que el método de prueba y error que aplicamos consciente o inconscientemente durante la mayor parte de nuestra vida. De esa forma vamos construyendo de a poco nuestra propia actitud característica.

Si consideramos, aceptando la postura teísta, que Dios es una persona, o que se parece a una persona, imaginamos que responde de igual manera en iguales circunstancias, es decir, lo imaginamos constituido con una actitud característica definida e invariante. Suponemos que un ser eterno ha tenido suficiente tiempo como para ir conformando una personalidad adecuada a su función.

Tanto las personas como las cosas, como se dijo, responden de igual manera en iguales circunstancias, de ahí que todo lo existente esté regido por alguna ley natural; tal la visión asociada a la ciencia experimental. Luego, resulta equivalente la postura de quien cree en un universo regido por leyes naturales invariantes a la postura de quien cree en un universo regido por un Dios que posee una actitud característica definida. Esta idea ya fue tenida en cuenta por René Descartes. Al respecto, Franklin L. Baumer escribió: “Fuese lo que fuese, Dios seguía siendo, ante todo, «inmutable» para la mayoría en el siglo XVII. Desde luego, en la idea de plenitud hay una sugestión de que Dios actúa de maneras nuevas y distintas, de un Dios fecundo, que crea, generosamente, infinidad de seres y de mundos. Pero para todo el que tomara en serio el nuevo orden de la naturaleza, era esencial que Dios mismo no cambiara, como después querrían hacerle cambiar los hegelianos”.

“Descartes insistió en la «inmutabilidad de Dios», en sus Principios de filosofía. Sabemos, escribió Descartes, no sólo que Dios es «inamovible por naturaleza» sino que «actúa de una manera que nunca cambia». «Por el hecho de que Dios no está sujeto al cambio y que siempre actúa de la misma manera, podemos llegar al conocimiento de ciertas reglas a las que yo llamo las leyes de la naturaleza»”.

“Es obvia la conexión, en el cerebro de Descartes entran los dos, entre Dios y las leyes de la naturaleza. La inmutabilidad de Dios garantiza la confiabilidad de la naturaleza (considerada como obra de Dios), y por tanto, la certidumbre científica. Esta interconexión también era cierta para Spinoza y Leibniz, aun cuando tenían ideas distintas acerca de Dios y de su relación con la naturaleza. Hasta entonces, el hincapié seguía, claramente, en el ser de Dios, no en su devenir” (De “El pensamiento europeo moderno”-Fondo de Cultura Económica SA-México 1985).

La creencia en un Dios que interviene en los acontecimientos humanos, como lo establece el teísmo, presenta el inconveniente en que puede fácilmente convertirse en un vulgar paganismo, ya que se acepta que lo que le acontece a cada individuo no depende tanto de su actitud moral como de la respuesta de Dios a sus pedidos. De ahí que Cristo expresó: “Dios ya sabe que os hace falta antes de que se lo pidáis”, para hacer inefectiva tal distorsión.

Se puede creer en la revelación cristiana sin cumplir con los mandamientos y también se puede cumplir con los mandamientos sin creer en la revelación cristiana. Este es el punto central: ¿es el cristianismo una filosofía en la cual el objetivo y el mérito radican prioritariamente en las creencias en los dogmas adoptados por la Iglesia o bien se trata de una religión inserta en el proceso de adaptación cultural del hombre al orden natural?

Teniendo presente la profecía bíblica del Apocalipsis, que esencialmente amplía la profecía del propio Cristo acerca de su segunda venida, cabe la siguiente pregunta: ¿qué cambios va a haber en el futuro del cristianismo? Si hasta ahora se lo ha interpretado como una religión teísta, mientras que la ciencia experimental ha confirmado que el mundo real funciona como lo sostienen los deístas (o más cercanamente), es de esperar que en el futuro toda religión tienda a constituirse en una religión natural. Y si es posible una unificación de religiones, seguramente ha de ser en su versión deísta. Si no ha de haber cambio alguno, entonces no sería verdadera la profecía, o no tendría sentido su realización.

La teocracia indirecta, que toma como referencia los libros sagrados, se ha de convertir en una teocracia directa que toma como referencia la ley natural. La actitud característica no sólo ha de ser un vínculo entre individuo y sociedad, sino también entre el individuo y Dios, identificado con el orden natural.

1 comentario:

agente t dijo...

Muy acertada y sugerente la opción de un cambio desde los dogmas a un mejor cumplimiento del orden natural descubierto por el hombre gracias a su interés y preocupación por conocerlo y comprenderlo.