lunes, 19 de septiembre de 2022

La política como guerra

La democracia plena requiere, de los diversos partidos políticos, cierta coincidencia de objetivos por cuanto se busca establecer la seguridad y el bienestar de la población. La competencia entre partidos está orientada hacia la mejor forma de satisfacer las demandas de los votantes. Predomina en los discursos la palabra "nosotros", es decir, todos los integrantes de la sociedad. La buena administración del Estado es lo esencial.

Una grave deformación de la democracia la constituye la política en la cual uno de los partidos, o varios de ellos, adoptan una postura beligerante y los objetivos dejan de estar asociados a la administración eficaz del Estado para orientarse a la conquista y el mantenimiento del poder. Esta vez los discursos distinguen entre "nosotros" y "ellos". Dejan de haber opositores para constituirse en enemigos. El odio impuesto desde la política (o mejor, politiquería) comienza a invadir todos los ámbitos de la sociedad. María Yannuzzi escribió: "Esta lógica de poder que termina adquiriendo la política democrática en el siglo XX, lejos de favorecer la participación, profundiza el extrañamiento del hombre común al tender a alejarlo del espacio público para recluirlo en su mundo privado".

"Pero esto ocurre no solamente porque pierde sentido la argumentación -práctica fundante de todo debate- sino, más grave aún, porque la voluntad de poderío, expuesta ya sin contención alguna, lleva a una clara reducción de la política a la guerra. Es decir que los grupos en pugna desarrollan, tanto hacia su interior como en su relación con el Estado y con las otras organizaciones, una concepción de poder suma 0. A esto se refiere Carl Schmitt, por ejemplo, cuando plantea la distinción amigo/enemigo como forma de definición de lo político: «La específica distinción política a la cual es posible referir las acciones y los motivos políticos es la distinción amigo y enemigo»" (De "Democracia y sociedad de masas"-Homo Sapiens Ediciones-Rosario 2007).

En la Argentina, el peronismo se ha caracterizado por adherir a la política como guerra, mientras que la oposición, en su mayor parte, pareciera no haberse dado cuenta de esta situación, y ha caído varias veces en la trampa del "diálogo" con quienes buscan destruirla. Así, la actual gestión se identifica con Ernesto Laclau, partidario de la división entre amigo y enemigo.

Muchos opositores al peronismo mantienen ingenuamente algún tipo de vínculo con quienes los consideran "enemigos", siendo un caso similar al del judío que mantiene vínculos sociales con un nazi, sabiendo o ignorando que el nazi aboga o aplaude la eliminación de los judíos.

En la política como guerra, predomina el relativismo cognitivo. Así, hay ideólogos que sostienen que la realidad no debe ser la referencia a tener en cuenta para comparar las descripciones que hacemos de ella, sino algún sistema de ideas propuesto por un filósofo. José Enrique Miguens escribió: “El nuevo concepto modernista de verdad […] puede definirse así: La verdad de las afirmaciones sobre la realidad no se apoya en las cosas tal como son, sino que se apoya en el contexto de un sistema racional de comprender el mundo forjado por algún filósofo y adoptado por un movimiento político o incorporado a la cultura modernista”.

“Es así como toda acción política de ellos no sólo es verdad, sino que se sacraliza, por estar llevando a la construcción del reino del dios Espíritu Absoluto”.

La diferencia entre una persona psicológicamente normal y otra que no lo es, radica esencialmente en el grado de aceptación y reconocimiento de la realidad. De ahí que el seguimiento de ideologías que reemplazan la realidad, como referencia para todo diálogo o discusión, en cierta forma promueve una tendencia hacia alguna anormalidad psíquica. Miguens agrega: “La «verdad orgánica» es tal y revela su calidad de verdad, porque es parte de un sistema coherente y unitivo de ideas, no porque tenga relación alguna con lo que podemos llamar el orden real de las cosas”.

“No se trata de una diferencia entre interpretaciones de la realidad ni tampoco sobre lo que conviene hacer o dejar de hacer políticamente, diferencias que se presentarán lealmente al debate entre los ciudadanos. Se trata de definiciones dogmáticas que se pretende imponer a todos desde el poder, acerca de la realidad de los sucesos y acontecimientos y acerca del orden real de las cosas, que no admite discusión alguna. Además, se fundan en premisas que los creadores de estos sistemas filosóficos no aceptan poner en discusión, tal como lo demostró Eric Voegelin en los casos de Hegel, Marx, Nietzsche y Comte” (De “Modernismo y satanismo en la política actual”-J.E. Miguens-Buenos Aires 2011).

El kirchnerismo se ha identificado ideológicamente con esta tendencia al compartir el punto de vista de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, autores de “Hegemonía y estrategia socialista: hacia una radicalización de la democracia” (Fondo de Cultura Económica-Buenos Aires 2010). Miguens comenta: “Resulta difícil analizar este libro porque está plagado de agachadas engañosas y de juegos artificiosos con los conceptos y las afirmaciones, que disimulan la intencionalidad concreta del texto y sus objetivos políticos de dominación. Cuando se sustituye la realidad por el pensamiento, como lo hacen los autores declaradamente, se está negando injustamente la objetividad de la realidad como tal; esto les permite hacer cualquier truco discursivo engañoso con tal de que tenga alguna coherencia interna”.

“Reconociendo que el «proletariado» ya dejó de ser el protagonista de la revolución, los autores lo dejan de lado desdeñosamente y espigan algunos nuevos sujetos con potencial revolucionario para apoyarse en ellos en la apropiación del poder político. Movimientos como el feminismo, el ecologismo, el antirracismo, el antiinstitucionalismo, los de las minorías étnicas, regionales o sexuales, pueden ser «rearticulados como relaciones de opresión […] de las que puede surgir un antagonismo»”.

“Dicho en lenguaje usual prescindiendo de todos estos disimulos verbales, los autores están diciendo que hay que «articularlos» o sea, aprovechar cualquier conflictividad social exacerbándola como «relaciones de opresión» (lo que significa inventarles un culpable o un enemigo) suscitándoles el odio y la violencia”.

“Todo este potencial articulado de antagonismos se aprovecha para encaramarse sobre su potencial, con el fin de obtener la hegemonía sobre el resto de la sociedad, incrementando los resentimientos y las frustraciones y canalizándolas hacia algo que es el culpable y el enemigo, para así apoderarse y perpetuarse en el poder político”.

“No les interesa solucionar los problemas, sino exhibir ante la opinión pública las maldades de la sociedad represora y utilizar políticamente los resentimientos desatados para ponerlos a su servicio. Una sociedad antagónica nunca puede ni sabe, resolver los problemas concretos de la gente ni los que tiene como sociedad, sino articularlos para construir hegemonías y anestesiar a los que padecen con las promesas de una futura sociedad feliz”.

“Para estos autores […] lo fundamental es la creación del enemigo al modo de los descendientes políticos del hegelianismo. Ernesto Laclau en su libro de 2007 titulado La razón populista sostiene que lo que une a estos movimientos para hacerlos efectivos es crearle enemigos a quienes odiar. «Lo que hace posible la mutua identificación entre los miembros, es la hostilidad común hacia algo o hacia alguien»”.

Entre las decisiones políticas del peronismo se advierte la descarada compra de votos a través de millones de planes sociales, miles de cargos prescindibles en el Estado, millones de jubilaciones sin aportes, etc., que han destruido la economía nacional por muchos años. María Yannuzzi escribe al respecto: "Si en un principio el acceso a los cargos del Estado no es más que un medio necesario para la realización de un proyecto determinado, la puja entre los distintos grupos para acceder a esos lugares a la larga termina desvirtuando el sentido primigenio de la lucha, ya que lo que constituye simplemente un medio, es decir, un instrumento, se convierte directamente en el fin que en definitiva se persigue. Esto hace que muchas veces, en la puja entre aparatos, los verdaderos problemas de la sociedad queden relegados a un segundo plano".

Quienes esperan que la Argentina resurja desde la irracionalidad, el oscurantismo, la mentira y el odio, esperan un milagro. Las mejoras sociales e individuales provendrán de la racionalidad, la claridad, la verdad y el amor. Es oportuno destacar el detallado análisis que hace José Enrique Miguens cuyo mérito consistió en descender al mundo de las ideologías nefastas y volver para describirlo haciéndolo accesible a la persona normal.

1 comentario:

agente t dijo...

Con ese relativismo cognitivo no se quiere dar juego a todas las opiniones, tal como sucede en una democracia sana, sino excluir las de quienes creen, a la antigua usanza, en la existencia de verdades objetivas. Es dar forma a la nueva hegemonía cultural propuesta por Gramsci: más que defender la nueva cultura frente a la vieja mostrar que no hay fundamentos para ninguna, por lo que nada se encuentra a salvo del compromiso político, es decir y para entendernos, de la ley del más fuerte.