viernes, 9 de septiembre de 2022

Estrés: la epidemia del siglo XXI

Cuando quedamos sometidos a una situación de riesgo, presencia de un animal peligroso, por ejemplo, nuestro cuerpo responde encendiendo varias alarmas (aumenta la presión sanguínea, aumenta la frecuencia de los latidos del corazón, etc), predisponiéndonos a enfrentar la situación. Una vez que desaparece el peligro, volvemos a la normalidad. Hay veces, sin embargo, en que nuestra adaptación a las situaciones adversas no es eficaz, quedando encendidas algunas alarmas, lo que se conoce como estrés y es causante de varias enfermedades de origen psicológico.

Entre los causantes que evitan tal situación, aparece el equilibrio emocional, o tranquilidad espiritual, cuyo alcance, sin embargo, depende de las habilidades personales para alcanzarlo. Se menciona a continuación un escrito al respecto:

ESTRÉS Y ESPIRITUALIDAD

Por el Dr. Daniel López Rosetti

Más allá de cualquier cuestionamiento o controversia filosófica y/o religiosa, la relación entre la espiritualidad y el estrés es directa. La práctica médica cotidiana demuestra que aquellas personas con fe religiosa o con un notable desarrollo espiritual encuentran en ello una fuente de referencia y de respuesta que alienta la paz del alma. Esta paz y serenidad interior, dado que genera equilibrio entre la razón y la emoción, se traduce en una sensación de control y seguridad y, en consecuencia, constituye una poderosa herramienta contra el estrés.

Creer es beneficioso para la salud física y espiritual, y la espiritualidad ejerce una fuerte influencia sobre el estrés. El desarrollo espiritual condiciona creencias y certezas que hacen desaparecer las inseguridades y con ellas al miedo. El temor, la duda y la incertidumbre son causa de estrés; la espiritualidad ayuda a combatir a estos tres enemigos.

La espiritualidad propicia un estado de "no soledad". Recordemos que la soledad y la sensación de aislamiento son caldo de cultivo ideal para el estrés. El desarrollo de nuestro ser espiritual o bien nos conecta con un ser superior o nos permite una relación con el mundo de los otros o con el universo, más positiva y fructífera.

Esas conexiones dan respuesta a interrogantes filosóficos y religiosos que son fuentes de paz y de seguridad. Algunas veces, esa espiritualidad se canaliza a través de una doctrina religiosa que funciona como puente o nexo, o bien puede ser una vinculación con uno mismo o con el mundo que lo rodea espiritualmente. Numerosos y bien documentados estudios demuestran que esa conexión con uno mismo, con los demás o con un ser superior disminuye la aterosclerosis, y con ello la enfermedad coronaria y cerebrovascular.

Por encima de nuestro hipotálamo, que habíamos asemejado a una bisagra que articula nuestro cerebro con nuestro cuerpo, se encuentra nuestra mente. En ella, todo pensamiento o creencia negativos, angustiantes, de temor, de duda o de miedo, son causa de activación del estrés que, a manera de cascada, atraviesa esa bisagra, estimula exageradamente el sistema nervioso simpático y el endócrino u hormonal, y desencadena así los efectos físicos del estrés.

Pero también debe entenderse que esos pensamientos negativos permanecerán en nuestra mente deambulando como fantasmas, esperando entorpecer nuestro entendimiento de las cosas o percepciones. Por ello, esas percepciones erróneas o distorsionadas serán agentes desencadenantes de nuestro estrés. Hoy ya no existen dudas científicas sobre la espiritualidad, la fe y la creencia como recursos que elevan nuestro nivel de salud, al aumentar nuestra resistencia a las enfermedades, disminuir nuestro estrés y mejorar nuestra calidad de vida.

Infortunadamente, éste es el único recurso contra el estrés que no puede ser indicado o sugerido del mismo modo que se hace con el ejercicio físico, la nutrición o las técnicas de relajación. La espiritualidad, la fe y la creencia no se venden en comprimidos ni pueden ser aplicadas con inyecciones. No se recetan ni se las encuentra en iglesias, templos o sinagogas; no habitan en las altas cumbres del Tibet ni en los templos de Katmandú ni en la India milenaria. Su germen, por el contrario, anida por naturaleza en cada ser humano, y quien logre descubrirlo crecerá enormemente al hacerlo crecer.

Creer no es una cuestión menor, como tampoco lo es el no creer. Quienes creen comparten con los no creyentes un terreno o espacio común donde a menudo los agobian momentos angustiantes. Ese espacio es la duda. Los que logren resolverla personalmente accederán a una condición espiritual que les otorgará una gran satisfacción y una sensible mejoría en la calidad de vida.

(De "Estrés"-Grupo Editorial Lumen-Buenos Aires 2000)

1 comentario:

agente t dijo...

Lo afirmado en este artículo, aunque no puede cuantificarse, es observable y apreciable sin duda. La cuestión está en que por esa imposibilidad de dosificar o particularizar el tratamiento tampoco podemos prevenir las sobredosis ni, en general, los peligros de la automedicación.