miércoles, 6 de julio de 2022

Inmoralidad del político y del ciudadano

Por lo general se protesta contra los políticos no sólo por sus limitaciones conductivas sino por sus evidentes fallas de tipo moral. Sin embargo, se olvidan dos aspectos importantes; que un político corrupto e inepto podrá ser apoyado electoralmente por un gran sector de la población y que el político inepto y corrupto es el reflejo de una sociedad en decadencia moral que padece de similares defectos.

De ahí que la solución de los males que aquejan a toda una nación no dependerá tanto de la política o de la economía, sino de aspectos éticos dejados de lado por la mayor parte de la sociedad. Hace más de un siglo, Agustín Álvarez observaba una situación algo similar a la actual, en la Argentina, seguramente menos grave que la actual.

Uno de los síntomas de la decadencia estaba materializado en el egoísmo de quienes, carente de todo patriotismo, encuentran en la política un camino para la satisfacción de sus intereses personales con un total desinterés por la solución de los males sociales. Dante Ramaglia escribió: "Toda esta serie de defectos encuentran un fuerte arraigo en nuestra historia nacional. Es parte de la herencia colonial que han tenido los pueblos de Hispanoamérica, no corregida con la irrupción de la fase independiente. El modo hispánico de conducirse se muestra en la búsqueda de prestigio, gloria, fama y poder a través de la actuación política, donde se privilegia lo personal y el propio grupo, en lugar de los intereses generales. Esto se traduce en actitudes intransigentes, de intolerancia y atropello frente a los adversarios, en desprecio por el trabajo y paralelamente la ostentación del ocio como rasgo de nobleza y en una creencia dogmática en las ideas defendidas".

"La solución impulsada dentro de nuestra ilustración no permitió superar los defectos anteriores porque aquella es un producto del mismo tipo de mentalidad. Ante ello se juzga insuficiente la imposición de una constitución y de leyes que no se adaptan a los usos sociales. Lo que cuestiona Álvarez es la convicción de que la solución provenga de una reforma efectuada desde el poder político únicamente. Tal solución, además de no producir una transformación verdadera en lo social, se presenta como fuente de inestabilidad de los gobiernos de Sudamérica".

"Los excesos derivados de la acción de restauradores, protectores y salvadores que proliferaron en nuestras tierras... son producto de una fe ciega en los manifiestos, proclamas y principios abstractos. Confiaban en un transplante de las instituciones y leyes de los países más avanzados para imponer de una vez y para siempre un orden perfecto" (De "La denuncia de inmoralidad política en Agustín Álvarez" en "América Latina y la moral de nuestro tiempo" de Adriana Arpini (comp.)-EDIUNC-Mendoza 1997).

Juan Bautista Alberdi había ya advertido que la constitucion por si sola no podría producir los beneficios esperados. Álvarez, en el mismo sentido, escribió: "No son las leyes escritas en el papel, que admiten lo que le pongan, la medida del estado de civilización de un pueblo, sino su conciencia y su razón, porque todo depende, a lo menos en las leyes políticas, de ese juez doméstico de las acciones y su asesor, que disciernen lo que es bueno y lo que es malo, que son los legisladores soberanos de las costumbres -llamadas segunda naturaleza- sin duda para indicar que son más fuertes que la ley, en el modo en que las cosas predominan sobre las palabras, sin preocuparse siquiera de si las acompañan o andan por otro lado" (De "South America").

Respecto de la educación, Álvarez sugiere priorizar la formación moral del alumnado promoviendo un acceso posterior al autogobierno personal. Ramaglia agrega: "El ejercicio de una razón natural ha predominado, según Álvarez, en la vida política del país, a pesar de haberse suplantado el régimen colonial. El sentido práctico, del que aquí se carece y que sí poseen los anglosajones, es lo que indica como indispensable fomentar. Apela para ello a la educación, no comprendida como pura ilustración, sino que brinde principalmente una orientación moral. De esa manera se destaca la necesidad de inculcar ciertas virtudes cívicas como la honestidad, la seriedad, la sinceridad, el hábito del trabajo, que contribuyan a formar esa MORALIDAD, aplicada al manejo tanto de los asuntos públicos como privados".

"Su respuesta, que recurre a lo subjetivo, se orienta a la consecución de un valor supremo, la libertad. La condición previa que supone la idea de un ciudadano libre es su necesaria independencia económica, lograda por su esfuerzo, trabajo e iniciativa personales. Es la idea del autogobierno, que menciona repetidamente Álvarez, como capacidad del individuo de constituirse en el propio juez de los actos y responsable de las acciones que realiza. La instancia subjetiva se utiliza como medida de la conformación objetiva de la sociedad toda. El progreso en el orden social queda radicado así en la posible mejora de la propia condición moral".

2 comentarios:

agente t dijo...

La situación moral de la actual sociedad española tampoco está para tirar cohetes según uno de sus más ínclitos conocedores, el sociólogo Amando de Miguel, quien afirma que:

El talante característico de los españoles se traduce en el arte de aparentar, hacer ver lo que el sujeto no es y, quizá, querría ser. Es algo más que disimular, alardear, hacer el paripé, esforzarse por quedar bien, cultivar gestos teatreros (el postureo en el plano político). Todo ello se da, a ser posible, con el máximo de simpatía extravertida; aunque, la procesión vaya por dentro.

Lo anterior representa el lado de las formas. Respecto al ánimo, los valores dominantes de los españoles no son, ya, la religiosidad o el sentido del honor. Eso queda para la literatura de los siglos anteriores. Ahora, en la mentalidad colectiva, lo que priva es el propósito de hacerse uno rico de la manera más rápida. El resultado óptimo es conseguirlo sin trabajar mucho, apoyándose en las cualidades físicas o en las de la suerte. ¿Para disfrutar de la riqueza? No, para dar envidia. Esa es la manifestación última del arte de aparentar. Naturalmente, es una aspiración que, solo, se consigue para una escuálida minoría de afortunados. Al resto le queda el resentimiento, que es el alcaloide de la envidia.

La consecuencia natural de tan heteróclita mezcolanza de factores de forma y de fondo nos lleva a unas relaciones interpersonales enseñoreadas por la desconfianza. La cual explica el retardo histórico en el interés por la economía o la ciencia. Paradójicamente, la desconfianza basal lleva a extremar las relaciones amicales, el verdadero centro de interés de los españoles hodiernos.


Es decir, hedonistas, muy amigos de los amigos pero hipócritamente desconfiados y temerosos, a la par que incultos y dogmáticos.

Bdsp dijo...

Esta descripción se adapta a la situación argentina. Recuerdo haber leído a Ortega y Gasset diciendo que el argentino trata de llegar a un ideal que nunca logra, pero que actúa como si ya lo hubiese logrado (o algo similar).
Por acá hemos heredado los defectos de los españoles, de los italianos, principalmente, y les hemos agregado los propios...Así andamos.