viernes, 22 de octubre de 2021

La trampa peronista

Los momentos de catástrofes o de crisis social severa, presentan dos aspectos posibles: en un caso se vislumbra una solución (pasado el terremoto se procede a reconstruir lo deteriorado), o bien se vislumbra una trampa (no hay solución posible ante la mentalidad reinante en la sociedad). Este parece ser el aspecto de la crisis moral y social que nos afecta en la actualidad.

Ante la pobreza y la desocupación reinantes, una salida de la crisis provendría de la promoción del empleo. Pero ello no es posible por cuanto, si un empresario contrata un nuevo empleado, las condiciones de un posible despido son muy desventajosas; se arriesga a un juicio laboral producto de la "industria del juicio", algo frecuente en nuestro país. Además, por cada $100 que recibe el empleado, el empleador deberá pagar otros $60 al Estado y a los sindicatos. Si acepta empleados no registrados, se arriesga a sufrir multas. De ahí que las leyes laborales, beneficiosas para quienes ya tienen un empleo, son un gran impedimento para quienes deseen un primer empleo.

La enorme emisión monetaria mantiene un elevado índice de inflación. Sin embargo, el gobierno peronista culpa a los hipermercados por ese proceso. Al imponer un control de precios, surgen quienes aducen que tal control "nunca logró buenos resultados", olvidando a veces mencionar que empeora lo que se quiere solucionar. La limitación de ganancias restringe el interés por producir aquello que fue afectado por los precios máximos, por lo que la producción tiende a decaer, provocando desabastecimiento y futuras subas de precio.

Al promover el control de precios, utilizado como propaganda electoral, no se menciona que un 40% del costo de los alimentos va al Estado vía impuestos, y que esos montos son destinados principalmente al mantenimiento de millones de vagos y parásitos sociales.

Los políticos en el gobierno aducen que los hipermercados suben los precios para lograr elevadas ganancias, ignorando que las ventas se reducen cada vez que aumenta un precio. Además, si los hipermercados ganaran en la Argentina tanto como afirman los peronistas, empresas como Wal-Mart no se habrían ido del país.

Los planes sociales, el empleo público superfluo y otras "ayudas" generan cada vez más pobreza, pero ningún político se atreverá a limitarlas, ya que ello lo perjudicará en futuras elecciones. La trampa es perfecta porque no se advierte solución posible ante la mentalidad reinante en este país.

El peronismo sólo sabe repartir riquezas ajenas y robar. El primer peronismo encontró un país rico y despilfarró todos los recursos económicos, iniciando la decadencia que llega hasta el presente. En situaciones de severa crisis social, sigue despilfarrando como siempre, acentuando la grave situación.

A continuación se trascriben algunos párrafos acerca de la esencia del peronismo de ayer, similar al de hoy y de siempre:

PERONISMO

Por Raúl Torres de Tolosa

En 1943 la vida social argentina, en todos sus aspectos, padecía de cierta rigidez, que impedía el aprovechamiento de capacidades potenciales. Que muchos valores positivos, individuales y sociales, no hallaban la vía para su realización, sin que ello implicase desconocer las ponderables realizaciones del pasado y aún del instante observado. Existían a nuestro modo de ver, fuerzas con poder expansivo latente, que se hallaban constreñidas, tal como los electrones en el interior del átomo. Nuestra interpretación se valía de un símil, aprovechando la espectacularidad de las consecuencias de la fisión nuclear.

Así las cosas, entra en escena el profesor Perón, armado de su ciencia estratégica. Trabaja incansablemente en su laboratorio de Trabajo y Previsión, preparando la bomba capaz de liberar la energía social reprimida, hasta que la obtiene, lanzándola sobre el país. A la explosión se suceden reacciones en cadena; se desintegran cadenas oligárquicas y una inmensa energía social queda liberada.

"¡Perón, Perón, que grande sos!", ha hecho el milagro. Y no sólo las masas populares (atención) sino muchos hombres y mujeres postergados u olvidados, de todas las clases, viven la euforia de la expansión, de la rotura de ligaduras enervantes. Personifican en Perón sus nuevas posibilidades de plenitud vital, de realización; sienten la embriaguez del triunfo, de la afirmación de la propia personalidad y, claro, comienzan a adorarlo como a un dios.

A nuestro juicio, el fenómeno esencial del peronismo es de orden espiritual, más que económico-social, como suele decirse. Es evidente que el sistema liberal resulta más apto para la producción de riqueza. Prescindamos del problema de la distribución que es perfectible y observemos al hombre como ente espiritual. El liberalismo es eficiente, pero frío y duro. La competencia puede llegar a ser feroz, y los mejores espíritus sentirse arrollados, extraños, cohibidos, en una sociedad fuertemente competitiva, como gustan decir los liberales.

Perón, realidad o mito poco importa, simboliza la comprensión, el calor humano, la protección, y, en pareja con Evita, el amor. (No te enojes gorila amigo). El conjunto de estos imponderables y no las leyes sociales que puede dictar cualquiera, es lo que constituye la fuerza de Perón. Eso es lo que no ha podido ser reemplazado hasta el presente. Perdonadme, queridos aprendices de demagogo, pero sois unos pigmeos.

Nuestro manejo discrecional del tiempo nos permite volver "al tiempo aquel" como dicen los nostálgicos. Hay empleo para todos. El dinero circula alegremente. Las multitudes invaden los restaurantes, confiterías, cinematógrafos, teatros, estadios deportivos. En las fiestas de fin de año la juventud de ambos sexos, que ha cobrado su aguinaldo, canta su alegría de vivir en bares y cervecerías. La sidra y el pan dulce llegan a los hogares humildes de todos los rincones de la Patria, deslumbrando a muchos que nunca antes los habían conocido, en suma, la euforia desborda con apariencias de culto dionisiaco.

Ahí está la energía liberada; ahí están las puertas del ancho mundo abiertas a la acción, al empuje, a las ansias de vivir. Ahora sí, podrá construirse la gran Argentina soñada. Con gratitud para el presente y fe en el porvenir, se habla de la Nueva Argentina, renegando airadamente del pasado.

De pronto, los más reflexivos comienzan a advertir que la producción de bienes, en lugar de aumentar disminuye. Que el efecto mágico producido por la tenencia de dinero, no sirve para comprar artículos de consumo, que desaparecen de la venta o sólo se obtienen a precios exorbitantes; que cada día es más difícil obtener vivienda a precios accesibles, que para utilizar servicios o adquirir mercaderías a precios congelados es preciso sumarse a interminables colas. Los que saben, antipáticos como ellos solos, comienzan a pronunciar misteriosamente una palabreja antes desconocida para el común: ¡INFLACIÓN!

El mago ha olvidado que no es suficiente liberar la energía. Es preciso además poder controlarla y encauzar su uso en forma productiva. Pero "él" tiene fe en su varita mágica, e intenta de mil maneras detener el avance de la ola inflacionaria, que amenaza con sumergir al país entero. Y una vez más los hechos, estos famosos hechos que han destruido la democracia y al comunismo, no se dignan a obedecer.

El taumaturgo se enfurece, ruge, amenaza, pero las aguas siguen subiendo y ya le alcanzan al cuello. Entonces implora. Llama a los suyos, a los que ayudó, a los que le deben su prosperidad, a los obreros sudorosos, a sus queridos descamisados, y les pide que lo ayuden a salir del pantano. Quiere hacerles comprender, con su no desdeñable elocuencia, que debe evitarse matar la gallina de los huevos de oro, que sin mayor producción de bienes no habrá nada que repartir. Gesticula, hace chistes para animarlos, alza los brazos invitándolos a la acción, sonríe, siempre con los brazos en alto. Un silencio metafísico, que pareciera venir del más allá, por lo absoluto, le responde.

Hasta que un día tormentoso el mago desaparece. La escena del teatro de sus triunfos transmite una sobrecogedora sensación de vacío. El mito comienza a transformarse en leyenda. La leyenda de lo que pudo haber sido y no fue. Del sueño de fundar un imperio, estancado en la etapa de la dictadura demagógica. Pareciera que el moderno totalitarismo democrático, no es ámbito propicio para que germine el genio de los césares. Mejor así. Mientras tanto, la fecunda energía liberada, pero sin control, había destruido la moral y la economía, mucho más difíciles de restaurar que la libertad, también perdida.

(De "Argentina monárquica o el huevo de Colón"-Ediciones Theoría SRL-Buenos Aires 1966).

1 comentario:

agente t dijo...

También ahora estamos ante una incógnita sobre cómo conseguirán los actuales gobernantes dejar de dar patadas al balón hacia delante y tomar el toro de la inflación y el desabastecimiento por los cuernos.