sábado, 5 de septiembre de 2020

Perón y los conflictos con la Iglesia

Los líderes totalitarios se han caracterizado por sus ilimitadas ambiciones de poder, llegando al extremo de romper con sus antiguos aliados cuando se ven imposibilitados de lograr el poder absoluto. Este fue el caso de Perón con sus amigos terroristas, los Montoneros, a quienes, siendo presidente, ordena “exterminar”; ya que los usó para llegar al poder y ya no los necesitaba. Algunos años atrás, al no lograr que la Iglesia Católica accediera a obedecer sus órdenes, inicia una serie de acciones para someterla, aunque sin éxito.

Estos comportamientos poco normales se consideran como la consecuencia de un fuerte complejo de superioridad con el que se intenta compensar un subyacente, y no menos importante, complejo de inferioridad. A continuación se transcribe una nota acerca de los hechos ocurridos en el año 1954.

CONFLICTOS CON LA IGLESIA

Por Félix Luna

De pronto, a fines de 1954, en noviembre exactamente, Perón produce un hecho absolutamente incomprensible a la luz de la lógica política. Menos de un año más tarde sería derrocado.

Este hecho es el discurso que pronuncia ante los gobernadores de las provincias argentinas y ante dirigentes de su partido, sindicales y femeninos, denunciando a parte de la Iglesia argentina como el foco más importante contra el cual tiene que luchar ahora.

¿Por qué lo hizo? Es bastante difícil saberlo. Tal vez una falsa sensación de omnipotencia. Perón tenía todo. Manejaba el mundo obrero, el empresario, el periodístico, manejaba las Fuerzas Armadas, la educación. En algún lado tenía que haber algo que no respondiera en forma tan absoluta a su política. Y esto era la Iglesia, que por su misma naturaleza no podía comprometerse con una política determinada, aunque muchos de sus miembros estuvieran agradecidos a Perón por la enseñanza religiosa obligatoria en las escuelas y otras actitudes favorables al catolicismo que había tenido a lo largo de su gobierno.

Pero que Perón, en un discurso que además fue pronunciado en un tono muy chabacano, nombrara a los curas y obispos que eran contreras –palabras textuales-, y estaban molestando en un lado o el otro, no podía sino provocar la reacción de la Iglesia, que de todos modos fue muy prudente y trató de acortar distancia sin romper relaciones.

De pronto, Perón se vio envuelto en una dinámica que no podía detener porque algunos de los hombres que lo acompañaban, sobre todo en segunda o tercera fila, venían lejanamente de la izquierda y esta lucha contra la Iglesia, este tono anticlerical que comenzó a dar Perón a su prédica, los remitió a sus luchas juveniles. Y entonces los diarios, que formaban el conjunto del aparato de propaganda peronista adoptaron un violentísimo tono anticlerical. Había secciones, que no dejaban de tener su gracia, como la que escribía Jorge Abelardo Ramos, llamada El avispero revuelto, donde se publicaban los peores chismes sobre las conductas de los curas y de los obispos. Y esto se hacía prácticamente todos los días, martillando sobre la opinión pública y tratando de influir en ella.

La Iglesia, a su vez, comenzaba a reaccionar. El 8 de diciembre, cuando se festejó el Día de la Virgen, hubo una impresionante manifestación rodeando una procesión que habitualmente no era sino un inofensivo paseo de algunas beatas y algunos caballeros alrededor de una imagen.

La Iglesia se estaba empezando a convertir en el baluarte que unificaba a una oposición hasta ese momento disgregada. El gobierno peronista acentúa entonces su ofensiva y en los últimos días de diciembre de 1954 el Congreso aprueba otra ley derogando la de la enseñanza religiosa obligatoria, otra autorizando la apertura de prostíbulos, otra retirando todo apoyo o subsidio a los institutos de enseñanza privados –religiosos, generalmente- y finalmente una ley estableciendo el divorcio.

Algunas de las cosas que más fastidiaban a la Iglesia las hace sacar Perón en el Congreso, con la resistencia y el íntimo desgarramiento de algunos legisladores y sobre todo legisladoras peronistas. Algunos –muy pocos- renuncian, pero muchos legisladores auténticamente católicos, ante la alternativa de obedecer o no las órdenes que venían de arriba, optan por hacerlo, con mucho dolor.

Este conflicto sigue. Se apacigua en el verano, como suele ocurrir en este país, y a partir de abril cobra una nueva virulencia. En junio, después de otras leyes que se van sancionando se produce la procesión de Corpus Christi, y una enorme multitud desfila, a pesar de la prohibición policial, desde la Plaza de Mayo hasta la del Congreso.

Allí se produce otro de los errores de Perón que parecen increíbles, porque él en todas estas situaciones había jugado un papel de árbitro. No se ponía al frente, pero era obvio su acuerdo con estas medidas que molestaban a la Iglesia. En ocasiones parecía dispuesto a conciliar, y de pronto salía con un hecho, una iniciativa, una medida, que ponían las cosas al rojo vivo. Los sectores eclesiásticos, sobre todo los sectores católicos laicos, empezaban a enfervorizarse también alrededor de una causa no política sino de orden religioso, lo cual daba mucha más fuerza a las convicciones.

Este error tremendo que comete Perón es el de atribuir a los manifestantes del Corpus Christi la quema de una bandera. Se supo enseguida que ellos no habían sido y que en realidad había sido quemada en una comisaría de la zona, y esto decide entonces a un grupo de Aeronáutica a apresurar un golpe de Estado que estaba ya preparándose. Lo demás es historia conocida: bombardeo a Plaza de Mayo, masacre de doscientas a trescientas personas que andaban por ahí, cuando lo que se buscaba en realidad era matar a Perón, refugiado en el Ministerio de Guerra.

Esa noche se desatan todos los demonios sobre Buenos Aires y otras ciudades del interior. Se queman y saquean iglesias, Perón es incapaz de poner coto a estos desmanes, con lo cual, esto que había sucedido a mediodía en la Plaza de Mayo, este intento homicida desesperado del bombardeo que había provocado centenares de muertos, es tapado por la quema de las iglesias por parte de turbas que contaban con la complicidad de la policía, los bomberos, es decir, de todas las fuerzas represoras, en un momento en el que no había movimiento en el país ignorado por el gobierno.

(De “Argentina se hizo así”-Agrupación de Diarios del Interior SA-1993)

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