domingo, 20 de septiembre de 2020

Las raíces del mal

A partir de las graves catástrofes humanas y sociales ocurridas durante el siglo XX, como fue el caso de los totalitarismos y de las guerras mundiales, es posible describirlas bajo un esquema simple, que encontramos también en otras épocas e incluso en la actualidad.

Por una parte advertimos diferencias de todo tipo entre individuos y entre grupos y pueblos. Las diferencias que han llevado a las diversas disputas y conflictos se deben esencialmente a la etnia (o raza), clase social, religión o creencia y nacionalidad. Tanto el egoísmo como el odio llevan a muchos individuos a considerar que su sector es mejor que el de los demás y que, si el convencimiento es muy fuerte, resulta necesario combatir y exterminar a los demás.

El individuo adecuado para este proceso destructivo es el hombre-masa, o el “idiota moral”, carente de empatía emocional ante la presencia o la referencia de todo individuo de otra etnia, de otra clase social, de otra religión o de otra nacionalidad. “Tradicionalmente se ha llamado «idiota» al que tiene mermada su capacidad mental. El idiota moral es, en cambio, el que muestra una incapacidad para distinguir entre el bien y el mal. La mayoría de estos seres son inteligentes” (De “El idiota moral” de Norbert Bilbeny-Editorial Anagrama SA-Barcelona 1993).

Un conjunto desorganizado de individuos con tales atributos, no resulta peligroso. Sin embargo, en cuanto alguien establece una ideología que promueve la tendencia destructiva que los anima, aparece el grupo hostil. El ideólogo es el “intelectual”, o más precisamente, el “pseudo-intelectual”, por cuanto un intelectual auténtico es partidario del bien y de la verdad, conceptos faltantes en los orientadores y promotores del odio del hombre-masa. Raymond Aron escribió: “Al tratar de explicar la actitud de los intelectuales, despiadados para con las debilidades de las democracias, indulgentes para con los mayores crímenes, a condición de que se los cometa en nombre de doctrinas correctas, me encontré ante todo con las palabras sagradas: izquierda, revolución, proletariado. La crítica de estos mitos me llevó a reflexionar sobre el culto de la Historia y, luego, a interrogarme acerca de una categoría social a la que los sociólogos no han acordado aún la atención que merece: la intelligentsia” (De “El opio de los intelectuales”-Ediciones Siglo Veinte-Buenos Aires 1967).

Las diversas luchas por el poder, que se han sucedido a lo largo de la historia, hicieron innecesario un apoyo de ideólogos, dada la habitual y frecuente competencia egoísta surgida con cierta naturalidad. Entre los primeros ideólogos que sugieren, en el caso de la religión, la muerte del hereje, aparece el propio Tomás de Aquino, que puede considerarse como el ideólogo de la Inquisición, una especie de “totalitarismo en pequeña escala”, ya que sus víctimas se contaban por decenas de miles, mientras que los totalitarismos del siglo XX exterminaban en el nivel de las decenas de millones. “El caso del hereje, que aceptaba la misma revelación que su vecino ortodoxo pero que le daba una interpretación diferente, distorsionándola y corrompiéndola, apartando a los hombres de su salvación, era mucho más grave que el caso del no creyente. La herejía era un veneno que se extendía, y una comunidad que la tolerara invitaba a Dios a que le retirara su protección”.

“Santo Tomás de Aquino lo expone de esta manera: «La herejía es un pecado que no solamente merece la excomunión, sino también la muerte, pues es peor corromper la Fe, que es la vida del alma, que acuñar monedas falsas para que circulen en la vida secular. Así como los falsificadores son justamente castigados con la muerte por los príncipes como enemigos del bien común, de la misma manera los herejes merecen el mismo castigo»” (De “Las raíces del mal” de John Kekes-Editorial El Ateneo-Buenos Aires 2006).

De las cuatro principales causas de conflictos que provienen del pasado, esto es, nacionalismos, totalitarismo religioso, totalitarismo racial y totalitarismo de clase, sólo el tercero (nazismo) parece haber desaparecido en la actualidad de las mentes y de los escritos de los pseudo-intelectuales. Mientras que la Inquisición desapareció desde hace basta tiempo, su lugar ha sido ocupado por el totalitarismo islámico. Gustavo D. Perednik escribió: “Los gobiernos totalitarios imponen, por vía del temor, del adormecimiento intelectual, y del cada vez más difícil aislamiento informativo, que una parte de la gente en efecto piense exactamente como lo requiere el ingeniero social”.

“Se socava el sentido de la verdad y el respeto hacia ella, se corroe la moral social, y la masa termina aceptando no sólo los fines últimos, sino también las justificaciones en detalle de cada medida en particular”.

“Ahora bien, como quienes deciden a veces son guiados por un mero prejuicio o aversión, estos caprichos van siendo racionalizados para permitir la construcción de teorías a las que se someten los pueblos”.

“El islamismo nació, como los otros dos totalitarismos, en el primer tercio del siglo XX. Podría ubicarse su génesis en la Hermandad Musulmana, fundada en 1929 en Egipto por Hassan al-Banat, y tiene por objeto explícito imponer al mundo entero la cara más tenebrosa del Islam”.

“Si el nazismo ve en el sustrato de la historia una lucha de razas; y la doctrina marxista ve una lucha de clases; el islamismo sostiene una constante lucha religiosa. A sus ojos, las miserias y el atraso que padecen los países musulmanes se deben precisamente a que han abandonado la pureza del sendero coránico, incluida la guerra santa contra los infieles. Pregonan que un Occidente malévolo arruinó la otrora gloria del Islam y hoy, ese Occidente caerá putrefacto a los pies del Islam” (De “Autopsia del socialismo” de Alberto Benegas Lynch y Gustavo D. Perednik-Grito Sagrado Editorial-Buenos Aires 2013).

Los que simpatizan con asesinos en masa y promueven sus nefastas ideologías, llegan al cinismo extremo cuando acusan a la persona decente de "incitar al odio". Sin embargo, así como, respecto de un perro rabioso, no se siente nada más que temor, no muy diferente ha de ser lo que se ha de sentir por un Hitler o un Stalin, o por quienes los admiran y divulgan sus nefastas ideologías. De ahí que también los promotores de los totalitarismos despierten en la gente decente, además de temor, cierto asco o repugnancia. Friedrich Nietzsche escribió: "No se odia mientras se menosprecia. No se odia más que al igual o al superior".

3 comentarios:

agente t dijo...

Tomás de Aquino explica tan convincentemente el ateísmo que no me extraña que para disimular se volviera un defensor de los métodos expeditivos. También se dice que Bin Laden y el grupo más cercano a él eran ateos.

Bdsp dijo...

Ser creyente y no cumplir con los mandamientos bíblicos equivale a saber leer y no leer nunca nada.....

agente t dijo...

Debe ser que una cosa es ser creyente y otra ser jerarca de un culto no simplemente organizado sino organizado como poder.