miércoles, 31 de enero de 2018

Adaptación cultural y sentido de la historia

Luego del descubrimiento del fenómeno natural de la evolución biológica, se vislumbró la posible existencia paralela de un proceso de adaptación cultural al orden natural, que habría de darle sentido a la historia e incluso a la propia existencia de la humanidad. Desde la religión se afirmaba, desde muchos siglos atrás, que la voluntad de un Creador imponía una misión a la humanidad y a cada hombre, estableciendo premios y castigos en función de la obediencia o la desobediencia a sus designios. En la actualidad, este mismo proceso puede interpretarse considerando a un orden natural invariante que genera bienestar, o sufrimiento, en función del grado de adaptación o desadaptación a sus leyes.

La historia de la humanidad se identificaba con la historia de la religión, considerando cada acontecimiento en función de un acercamiento o un distanciamiento hacia Dios. En la actualidad, tal historia puede describirse en función del conocimiento y posterior adaptación a las leyes naturales que rigen todo lo existente. Tratándose de un mismo proceso, aunque uno de ellos expresado simbólicamente, resulta conveniente razonar en base al proceso real para interpretar adecuadamente la religión tradicional, tanto para fundamentarla como para renovarla en función de la nueva visión que tenemos del universo.

Cada rama de la historia del hombre posee, en el mejor de los casos, un hilo conductor que permite recorrer en ambos sentidos el laberinto constituido por los pasos dados hasta el momento. Este es el caso de la biología, en cuyo inicio consistía en una recopilación de datos carente de significado que esperaba la aparición de un hilo conductor que permitiera darles un sentido. Este hilo conductor apareció justamente con la teoría de la evolución por selección natural. En forma semejante, el hilo conductor de la historia de la humanidad ha de ser el proceso de adaptación cultural mencionado.

Todos los acontecimientos que conforman nuestra historia deben evaluarse en función del mejoramiento, o empeoramiento, de nuestro nivel adaptativo, como casos extremos. Por ejemplo, los totalitarismos del siglo XX, y las ideologías que los sustentaron, constituyeron un gran retroceso para nuestro proceso adaptativo, mientras que el descubrimiento de los antibióticos favoreció a la humanidad. Mientras que tales hechos dejan poco lugar a dudas respecto a sus efectos, otras propuestas o innovaciones culturales dan lugar a dudas respecto de sus efectos sobre el proceso adaptativo.

De la misma manera en que los santos, como personajes destacados de la religión, favorecieron con sus ejemplos la mejora ética de sus seguidores, la ciencia tiene sus “héroes del proceso adaptativo”, como fueron los casos de Edward Jenner o Louis Pasteur. Al respecto, S. Nisenson y P. Cane escribieron: “Se estima que alrededor de sesenta millones de europeos murieron de viruela entre 1700 y 1800”. “En la epidemia de 1721, más de la mitad de la población de Boston contrajo la viruela y de cada diez atacados, uno murió. Esta horrorosa enfermedad es tan rara en nuestros días que pocos médicos han visto un caso. El otrora terrible morbo ha sido eliminado por la vacuna, cuyo principio adelantó el doctor Edward Jenner en 1796” (De “Gigantes de la Ciencia”-Plaza & Janés SA-Buenos Aires 1964).

Según lo anterior, Jenner habría podido decir, con bastante orgullo, que su vacuna había permitido salvar la vida de 60 millones de personas por siglo. De la misma manera en que, desde la religión, no sólo surgieron santos, sino también personajes violentos y sanguinarios, desde la ciencia han surgido grandes hombres y también aquellos que colaboraron con la creación de armas de destrucción masiva. Como en toda actividad humana, ha habido quienes favorecieron al proceso adaptativo y quienes lo perjudicaron.

Una gran parte de los seres humanos encontró en la religión, la ciencia, el arte, la educación o la literatura, un lugar en el cual poder ubicarse, como partícipe o como observador, en la tarea emprendida para promover con éxito al proceso adaptativo, sin pensar en ello o sin ser conscientes de esa tarea. De la misma manera en que, en otras épocas, la gente se volcaba a la religión dedicando su vida a ese ideal, en la actualidad cada tarea establecida con un sentido cooperativo lleva un carácter similar, sólo que ahora la actitud religiosa ha quedado materializada en acciones que pueden no parecer tales. Sin embargo, es de gran utilidad advertir esta posibilidad en el caso de quien todavía no ha encontrado un sentido para su vida ignorando que toda acción orientada hacia la cooperación hacia los demás la incorpora a una religión natural que no tiene templos, ni símbolos, ni parece tal.

A lo largo de la historia, surgieron teorías acertadas que promovieron el avance del conocimiento, aunque también encontramos una especie de “museo de los errores” ya que varias quedaron por el camino. Mientras que algunas de ellas favorecieron indirectamente el posterior progreso, otras simplemente atrasaron su desarrollo normal. En forma semejante, se advierte en la historia de la política una serie de innovaciones que resultaron favorables y también otras desfavorables al progreso humano. Sin embargo, mientras que en la física se distingue netamente el error de lo correcto, tanto en la política como en las ciencias sociales no se hace mayor distingo entre el error y el acierto, pasando a la historia tanto lo acertado como lo erróneo.

Este ha sido el caso de los totalitarismos, que todavía hoy siguen vigentes en la mente de varios sectores de la población. Basados en ideologías incompatibles con la realidad marcaron el mayor retroceso observado en los últimos siglos. Ignacio Massun escribió: “Las ideologías son «religiones laicas» porque tratando de liberar al hombre de la tutela de la religión, se tiñeron de sus peores vicios; la intolerancia y el dogmatismo” (De “Las ideologías en el siglo XXI”-Editorial Métodos SA-Buenos Aires 2004).

El citado autor recuerda que, cuando niño, sus padres no le permiten que ingrese a la escuela primaria para evitar ser adoctrinado bajo la totalitaria ideología peronista: “Cuando en 1955, me tocaba ir a primer grado de la escuela primaria, mi familia decidió no enviarme a la escuela para que no me adoctrinaran. En aquellos años los manuales de texto estaban atosigados de fotos del general y la entonces fallecida Evita. Mi madre me enseñó a leer en casa, lo que era un evidente gesto de rebeldía, que recién hoy valoro en su real dimensión”.

Mientras que la ciencia muestra un progreso sostenido, la religión tiende a detenerse en el tiempo y la política a retroceder hacia épocas pasadas. Los sectores de izquierda tienen la costumbre de hacernos recordar a cada tanto la penosa actitud de la Iglesia Católica en contra de Galileo Galilei, mientras pocas veces mencionan un caso similar, o bastante peor, ocurrido hace unos 60 años en la URSS. Este fue el “caso Lysenko”, cuya teoría, compatible con el materialismo dialéctico, pero no con las leyes naturales, dominó por varios años la biología en varios países socialistas. Leonardo Moledo escribió: “De la misma manera que el juicio a Galileo en el siglo XVII, el «caso Lysenko» muestra en el XX las nefastas consecuencias de la intolerancia. En febrero de 1935, en plena época del siniestro terror stalinista, y durante el Segundo Congreso Soviético de Granjas Colectivas de la URSS, un tal Trófim Denisovich Lysenko habló y denunció a los genetistas que trabajaban científicamente y con rigor mendeliano, como «enemigos del pueblo»”. “El mismísimo Stalin, que estaba presente, interrumpió el discurso y gritó: «¡Bravo, camarada Lysenko, bravo!». A partir de ese momento, Lysenko inició un ascenso meteórico que le permitió transformarse durante treinta años en el dictador de la biología soviética. Y un dictador nada blando, por cierto, un dictador que participaba de la manía persecutoria y homicida de Stalin”.

“Lysenko no era sino un biólogo del montón, que en los años veinte se había interesado por la adaptación de ciertas variedades de plantas a climas rigurosos. En diversos artículos sostuvo haber obtenido fabulosos rendimientos por hectárea, y reclamó que se extendieran sus «nuevos métodos» al conjunto de la agricultura, ante el escepticismo de los biólogos soviéticos, que cuestionaban el rigor de su metodología, la veracidad de sus cifras, o la temeraria afirmación de que un experimento a escala reducida pudiera generalizarse a un territorio tan vasto y complejo como el de la URSS. Otros, simplemente lo ignoraban”.

“Pero no el régimen de Stalin, que abjuró de la genética y defendió el lamarckismo; Lysenko elaboró una «teoría» de la herencia que negaba todos los principios de la genética mendeliana: los genes no existían y la transmisión hereditaria era una propiedad general interna de la materia viva, que no necesita de ningún mecanismo especial. Es decir, volvía a la ya refutada teoría según la cual los caracteres adquiridos por adaptación al medio ambiente pueden ser transmitidos a la descendencia” (De “Los mitos de la ciencia”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2008).

La teoría de Lysenko resultó atractiva por cuanto el marxismo-leninismo supone que la influencia del medio es la determinante de las características de todo individuo. Como con el socialismo se trataba de conformar al “hombre nuevo soviético” con atributos especiales para su desempeño en tal sociedad, y como esos atributos adquiridos habrían de ser hereditarios, el “hombre nuevo” ocuparía en el futuro el lugar del despreciado burgués, por lo que se habría de dar el salto definitivo de la evolución cultural de la humanidad. El antiguo hombre “a imagen y semejanza de Dios” habría de ser reemplazado por el “hombre diseñado por Marx”. Mientras que, para el científico o el religioso, predomina la palabra “adaptación” (a Dios o al orden natural), para el marxista predomina la palabra “transformación” (de la naturaleza humana, especialmente).

Los efectos en la agricultura soviética no tardaron en manifestarse: Moledo agrega: “Desde 1948 hasta 1964 Lysenko reinó soberano en la biología y la agricultura soviéticas (ya que tras la muerte de Stalin, Kruschev también apoyó el lysenkismo). La investigación y el desarrollo en una de las ramas más dinámicas de la ciencia contemporánea, lentamente fue deslizándose al marasmo y finalmente se detuvo, con sus lógicas consecuencias en la agricultura: en 1963, por primera vez en su historia, la URSS debió importar granos para alimentar su población. El desastre agrícola que el lysenkismo produjo en la Unión Soviética no fue para nada ajeno a la caída de Kruschev. El retraso científico en un área central como la biotecnología fue tal que la entonces URSS nunca pudo recuperar el tiempo perdido”.

Los efectos de la pseudociencia también se advirtieron en la gran hambruna producida en la China. Moledo escribió al respecto: “En la China de Mao-Tse-Tung se creía que las plantas crecerían mejor si se las socializaba, para lo cual se crearon vastísimos campos de arroz pero con cultivos bien apretaditos. La consecuencia: enormes cosechas de basura y campos arruinados. También creían que las gallinas podrían dar más huevos y las vacas más leche si se les leían las palabras del líder”.

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