martes, 16 de enero de 2018

Peronismo: ¿populismo o totalitarismo?

Generalmente asociamos la palabra “populismo” a gobiernos democráticos (según su acceso al poder) que tratan de alcanzar objetivos personales o sectoriales a costa del estancamiento o del retroceso económico y social de un país. En estos casos, la mentira es el principal protagonista del proceso. E. Gómez de Baquero escribió: “Todos los que han creído las mentiras de un charlatán se ven obligados a sostenerlas, para no confesar que han sido unos imbéciles. Creer una verdad es un acto natural que no nos compromete; creer una mentira es una simpleza que cuesta trabajo reconocer. Por eso las mentiras se defienden con más tenacidad que las verdades” (De “Historias de la Historia” Segunda Serie, de Carlos Fisas-Editorial Planeta SA-Barcelona 1984).

La eficaz labor de encubrimiento, cumplida por periodistas e intelectuales argentinos, puede comprenderse, al menos en parte, en base al criterio mencionado. Todavía hoy se siguen repitiendo, a lo largo y a lo ancho de todo el país, las mentiras fabricadas por Perón, mientras sus beneficiarios directos (políticos y sindicalistas partidarios) siguen robando en una forma tan organizada como la de las mejores épocas.

Por otra parte, asociamos la palabra totalitarismo (Todo en el Estado) al proceso político en el que, a la mentira populista, le agrega el odio sectorial. De ahí que un proceso totalitario puede comenzar como un populismo hasta llegar a convertirse en un totalitarismo, resultando peligroso y opresivo a quienes no acepten someterse a la obediencia impuesta por el líder totalitario. En este caso se produce una alteración total de los valores democráticos. En un sistema democrático tiene validez aquello de que: “El miedo del malvado debe combinarse con la seguridad del inocente”, mientras que en un sistema totalitario pasa a convertirse en: “El miedo del inocente debe combinarse con la seguridad del malvado” (De “Historias de la Historia” de Carlos Fisas-Círculo de Lectores SA-Buenos Aires 1988).

Por lo general, las definiciones y usos de las palabras “populismo” y “totalitarismo” se asocian a la política y a la economía, y no tanto a las sensaciones emotivas de quienes deben padecer tales sistemas. En cuanto al significado político: “Totalitarismo: Término moderno con el que se designa un tipo específico de dominación política caracterizada por una tendencia a la hegemonía del Estado sobre todos los ámbitos de la vida social e individual. Se distingue de otras formas análogas de dominación como la tiranía, el absolutismo u otros sistemas autoritarios, pues mantiene una aparente estructura democrática o representativa, utiliza modernas tecnologías que atañen a sus fines –en especial las que se relacionan con el manejo de la opinión pública, la información-desinformación y la propaganda-, está vinculado ordinariamente a un partido político único o monopolizador, con una economía fuertemente centralizada, fundado en una ideología, y con instrumentación de un fuerte sistema de control” (Del “Diccionario de Sociología” de E. del Acebo Ibáñez y R. J. Brie-Editorial Claridad SA-Buenos Aires 2006).

El odio colectivo, sembrado por Perón y Eva, perjudicó principalmente a sus seguidores, ya que el odio, por ser una mezcla de burla y envidia, es propio de personas inferiores. Friedrich Nietzsche escribió al respecto: “No se odia mientras se menosprecia. No se odia más que al igual o al superior”.

Apenas iniciado su primer gobierno, Perón dividió a la población en seguidores (amigos) y opositores (enemigos). Incluso con el paso del tiempo llegó a instigar a sus seguidores a ejecutar actos violentos contra los opositores. Algunas de sus arengas fueron las siguientes: “A los enemigos, ni justicia”, “Levantaremos horcas en todo el país para colgar a los opositores”, “Vamos a salir a la calle para que no vuelvan más ellos, ni los hijos de ellos”. “Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de ellos”, etc. (Citado en “Los deseos imaginarios del peronismo de Juan José Sebreli-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1992).

La grieta social, ampliada y revivida por el kirchnerismo, es esencialmente una grieta moral, que pocas posibilidades tiene de cerrarse por cuanto fue abierta por peronistas y afianzada por kirchneristas, que tienen poca o ninguna predisposición a renunciar al odio sectorial y a las mentiras que constantemente difunden. El peronista o el kirchnerista inician la grieta al designar como “enemigo” a la persona decente. Luego, ¿quién es el que debe cambiar de actitud? ¿El que inicia la descalificación, la marginación, la exclusión y la desigualdad? ¿O la persona decente es quién debe cambiar?

Cuando la tiranía encabezada por Perón fue derrocada en 1955 por un movimiento militar, se puso fin a un totalitarismo para restaurar la democracia perdida. Con el tiempo, tal acontecimiento pasó a la historia como que “una dictadura militar, antidemocrática” desplazó del poder a “un legítimo gobierno democrático”. Incluso se dice que Perón huyó del país por cuanto no quiso promover un derramamiento de sangre, cuando en realidad hubo enfrentamientos entre militares, y también con policías, por cuatro días consecutivos, con varias víctimas, de ambos bandos. Al ser derrotado militarmente, se vio obligado a refugiarse en el exterior.

Su posterior asociación con grupos terroristas marxistas, como Montoneros, decididos a destruir la nación a cualquier precio, para tomar el poder, indican claramente que poco o nada le importaba el país y mucho menos la vida de sus ciudadanos, tanto seguidores como opositores. Luego, una vez que usó a los terroristas en beneficio propio, logrado el poder, decreta como presidente el “exterminio” de sus antiguos socios de la destrucción nacional.

En cuanto a las primeras etapas del peronismo, Juan José Sebreli escribió: “El Estado totalitario se basa en la absorción de los poderes Legislativo y Judicial en el Ejecutivo, ejercido además por un solo individuo. Según los totalitarios, la dictadura se justifica porque el líder es la única institución verdaderamente «democrática», en tanto es elegido directamente por el pueblo. La hegemonía del Ejecutivo sobre el Legislativo y el Judicial implica además poner la actividad en lugar de la deliberación, la decisión en lugar de la valoración, tal la doctrina del «decisionismo» del jurista nazi Karl Schmitt”.

“El Estado peronista se basó en la concepción jurídica de Schmitt; intentó en lo posible la destrucción de lo que despectivamente se llamó «demoliberalismo» y «partidocracia» y la transformación del régimen republicano en una dictadura totalitaria”. “El Poder Legislativo, en sus dos cámaras, Senadores y Diputados, quedó totalmente subordinado al Poder Ejecutivo. Para ello el peronismo contaba a su favor, desde el primer periodo legislativo, con la mayoría en ambas cámaras”.

“La degradación a que llegó el Congreso peronista lo muestra la comisión parlamentaria destinada a investigar las acusaciones de torturas a presos políticos, que terminó con una investigación a los periódicos que habían publicado dichas denuncias”.

Mientras que en las naciones civilizadas se admira a los personajes que ayudaron a construirlas, en la Argentina se admira la “viveza” (o inteligencia) del que logró alcanzar metas personales a costa de hacer trampas y de mentirle a todo el país. Una de esas maniobras es la que le permitió a Perón justificar el reemplazo de miembros de la Corte Suprema de Justicia aduciendo haber avalado al gobierno inconstitucional del cual el propio Perón formó parte. Sebreli escribió: “En una reunión de diputados peronistas Perón volvió sobre el asunto: «Si el gobierno ha de funcionar con éxito, los tres poderes deben funcionar en armonía…En la actualidad el Poder Judicial, con excepción de algunos magistrados, no habla el mismo lenguaje que los otros dos poderes». Un mes más tarde se iniciaba el juicio político a los miembros de la Suprema Corte de Justicia con el paradojal argumento de haber convalidado el gobierno de facto de 1943, prescindiendo del detalle que de ahí había surgido el peronismo. Destituidos todos los jueces, con excepción de Tomás D. Casares, hombre de la Iglesia y además peronista, se los sustituyó por magistrados de reconocida conformidad con el régimen”.

La Doctrina justicialista debía ser la referencia orientadora en todos y cada uno de los aspectos institucionales de la nación. “En 1955, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, mayor Aloe, decía: «Los jueces de la Nueva Argentina, no son jueces de orden común, sino jueces que deben saber interpretar los principios de la Doctrina y la voluntad del General Perón. Perón no es el nombre del presidente ni de un político, sino la expresión de la Justicia»”.

“Los apologistas del peronismo argumentarán que la Justicia al fin no es sino una mera «formalidad» burguesa, que el anterior Poder Judicial estaba al servicio de la oligarquía y no de la justicia. Sin duda, la balanza de la justicia suele inclinarse del lado de las clases dominantes, pero la subordinación de los jueces, no ya a una clase sino a un partido político o a una dictadura, deja en el desamparo también a las clases dominadas. Cuando las obreras telefónicas torturadas presentaron la denuncia ante un juzgado, debieron soportar la burla de ver cómo su torturador, el comisario Lombilla, se abrazaba con un juez”.

La forma en que Perón atentó contra su propia nación, tanto desde el gobierno como fuera de él, ha dejado perplejo a más de un analista político. Julio Irazusta escribió: “¿Cómo fue posible que un hombre dotado con algunas de las condiciones para hacerse seguir, no sólo de las masas, sino de sus propios hermanos de armas, que le dieron la base de su demagogia oficialista al entregarle la dirección del Estado antes de ser elegido presidente constitucional, faltara a los más elementales deberes de la solidaridad con aquellos, y acabara planeando la disolución del ejército y su reemplazo por milicias obreras?”.

“¿Que un niño mimado de la sociedad existente, que lo admitió en uno de sus principales cuerpos del Estado, pese a la oscuridad de su cuna, y lo educó, lo formó y le dio todos los ascensos al alcance de su capacidad, volviera las armas que ella le había dado para su defensa y las aplicara a destruirla? ¿Que un favorito del azar histórico desperdiciara la mejor ocasión que el país tuvo de prosperar y consolidar su estructura material y moral, para despeñarlo de la altura casi imprevista en que se hallaba, al abismo de unas vísperas sangrientas en guerra civil preparada con científica frialdad por el Estado, y a una crisis económica sin precedentes. Cuando el mundo azotado por la segunda conflagración universal había restañado sus heridas y restaurado su economía y sus finanzas? Este último aspecto del problema es el más incomprensible. Pues de aprovechar la ocasión histórica como el destino le ofrecía, tal vez hubiese podido contrarrestar los obstáculos que los otros dos debían a la larga suscitarle” (De “Perón y la crisis argentina”-Editorial Independencia SRL-Buenos Aires 1982).

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