jueves, 18 de enero de 2018

Principio de placer vs. Adaptación cultural

Al describir las tendencias generales que orientan las acciones humanas, encontramos a dos de ellas: el principio de placer, por una parte, y la búsqueda de nuestra adaptación cultural al orden natural, en oposición a aquel. El placer, como meta u objetivo de nuestra vida, orienta a personas poco adeptas al pensamiento cotidiano, mientras que la búsqueda de mayores niveles de adaptación resulta ser la consecuencia de pensamientos de mayores alcances.

En cuanto al principio de placer, leemos lo siguiente: “El hedonismo sostiene que el placer es el principio director de la acción humana, tanto de hecho como por norma. Aristipo, el primer representante de la teoría hedonista, creyó que la consecución del placer y la eliminación del dolor constituyen el fin de la vida y el criterio de la virtud. Placer es, para él, el placer del momento” (Del “Diccionario de Psicología General y Aplicada” del Dr. L. C. Béla Székely-Editorial Claridad-Buenos Aires 1983).

La búsqueda del placer está vinculada a lo material y a todo lo que se compra con dinero, de donde surge la absurda competencia por ser, o por mostrarse, más feliz que los demás. También la envidia surge principalmente en quienes se orientan por el principio de placer. La población mundial, en este caso, no constituiría una asociación orientada hacia objetivos comunes, sino constituida por individuos aislados y solitarios. Fulton J. Sheen escribió: “Puesto que el placer es el objetivo supremo de toda vida egotista, será conveniente que conozcamos algo sobre sus leyes….El placer, como finalidad de la vida, es un espejismo…nadie lo alcanza. Pero es posible disfrutar de estables y agradables placeres”.

“Cuado un hombre comienza sosteniendo que sus deseos egoístas deben ser tenidos como algo supremo, primacial, de que nada tiene importancia y significado fuera del ego, entonces se sigue que las solas normas con las cuales podrá juzgar el valor de cualquier experiencia son el placer que la misma proporcione y su intensidad. Cuanto más así lo experimente, más verdadero y más admirable será” (De “Eleva tu corazón”-Editorial Difusión-Buenos Aires 1966).

En cuanto al proceso de la evolución cultural, puede decirse que el principal objetivo de la humanidad implica alcanzar mayores niveles de adaptación al orden natural. Debido a que la adaptación biológica implica un lento proceso que requiere de largos periodos para mostrar cambios en las especies en evolución, el hombre mismo es quien debe continuar con el proceso adaptativo, aunque esta vez se establezca a través del conocimiento de nosotros mismos y del medio en donde se desarrolla nuestra vida. Julian Huxley escribió: “Se han definido la responsabilidad y el destino del hombre, considerándolo como un agente, para el resto del mundo, en la tarea de realizar sus potencialidades inherentes tan completamente como sea posible. Es como si el hombre hubiese sido designado, de repente, director general de la más grande de todas las empresas, la empresa de la evolución, y designado sin preguntarle si necesitaba ese puesto, y sin aviso ni preparación de ninguna clase. Más aun: no puede rechazar ese puesto. Precíselo o no, conozca o no lo que está haciendo, el hecho es que está determinando la futura orientación de la evolución en este mundo. Este es su destino, al que no puede escapar, y cuánto más pronto se dé cuenta de ello y empiece a creer en ello, mejor para todos los interesados” (De “Nuevos odres para el vino nuevo”-Editorial Hermes-Buenos Aires 1959).

Tanto si el universo tiene un Creador localizado en el tiempo y en el espacio, como si al universo podemos identificarlo con las leyes eternas que lo rigen, surge la pregunta acerca del objetivo de la aparición de la vida inteligente. La respuesta dada por el hedonismo resulta muy pobre por cuanto acepta tácitamente que el hombre existe sólo para disfrutar de los placeres inmediatos, siendo una postura adoptada por gran parte de la población mundial. Por el contrario, al ser conscientes de la importante misión que nos ha impuesto el orden natural, podrá surgir una actitud cooperativa que tenderá a hacer de la humanidad una sociedad con objetivos comunes a sus integrantes. Y así, cada individuo apuntará hacia una mejora ética.

En el siglo XIX, ambas orientaciones fueron explicitadas por Søren Kierkegaard como una elección entre una vida estética o bien de una vida ética. La primera surgida como consecuencia de la búsqueda de placer, asociada a la competencia y a la envidia; la segunda surgida como consecuencia de la búsqueda de mayores niveles de adaptación, asociada a la cooperación y a un sentido de la vida objetivo, impuesto por el propio orden natural. Pablo Da Silveira escribe respecto del libro “Enten-Eller” (“Lo uno o lo otro”): “Era un libro escandaloso porque afirmaba que no estamos obligados a vivir de acuerdo a los dictados de la moral. Esta es una de las opciones que se nos plantea en la vida, pero no la única ni necesariamente la más atractiva”.

“Ese era justamente el sentido de ese «o lo uno o lo otro», que daba título a la obra. Kierkegaard quería enfrentar a sus lectores a una opción entre dos caminos divergentes, de los cuales solamente uno conducía a la moralidad. Y lo escandaloso era que, en lugar de pronunciarse desde el principio a favor de esta opción, Søren decidió explorar ambas vías hasta sus últimas consecuencias. Así construyó la imagen literariamente genial de una existencia que era al mismo tiempo inmoral y fascinante”.

“El personaje que creó Kierkegaard para describir la vida que se aparta de la moral se llama Juan el Seductor. Juan es un mujeriego refinado e inescrupuloso que sale a la caza de jovencitas y las incita a vivir aventuras perfectas. Su objetivo es «vivir estéticamente», es decir, vivir en una continua búsqueda de experiencias y de sensaciones, manteniéndose en un eterno presente que no se preocupa del tiempo. Se trata de ir de lo interesante a lo interesante, de sumergirse en el ahora, de disolver la vida en una, es decir, vivir en una continua búsqueda de experiencias y de sensaciones, manteniéndose en un eterno presente que no se preocupa del tiempo. Se trata de ir de lo interesante a lo interesante, de sumergirse en el ahora, de disolver la vida en una serie de instantes agradables e inconexos”.

“El seductor desconoce el compromiso y la responsabilidad. Busca permanentemente lo nuevo y, cuando lo que tiene entre manos pierde novedad, pasa rápidamente a otra cosa. La chica de turno no es más que una excusa y su único interlocutor real es el aburrimiento. El seductor vive cada aventura con pasión pero sabe que todo va a agotarse en un instante. Ese es el clásico lamento de Don Juan, con el que Søren estaba obsesionado”.

“La otra respuesta consiste en lo que Søren llamaba la «vida ética», cuyo representante, el juez Wilhelm, nunca alcanzó la fama de su rival. «Vivir éticamente» significa vivir con el propósito de construir una vida moralmente buena. Por eso, el hombre que vive éticamente mira su vida como una unidad y se preocupa de su coherencia. Tiene que darse buenas explicaciones acerca de lo que ha hecho y tiene que hacer de su vida una historia con sentido. Quien elige vivir éticamente ve la vida del seductor como una existencia que se agota en una serie de comienzos sucesivos. Pero eso no es auténtica variedad sino repetición de la misma cosa. Lo interesante está en poder ir más allá del comienzo”.

“Søren pensaba que la vida ética era preferible a la vida estética, pero afirmaba que esta idea sólo es comprensible para quien ya ha optado por esta última. Ideas como las de continuidad, responsabilidad o coherencia no tienen ningún sentido para el esteta. Esto significa que, si bien podemos optar en favor de la vida ética, esta elección será anterior a toda argumentación: una vez que hemos hecho nuestra opción podemos justificarla con razones, pero la elección en sí misma es un salto al vacío, una especie de apuesta. La elección es radical porque no se trata de optar entre el bien y el mal, sino de decidir si el bien y el mal van a ser importantes para nosotros. El hombre que todavía no ha optado por una de estas vías debe empezar por elegir el tipo de razones a las que va a reconocer valor” (De “Historias de filósofos”-Alfaguara-Buenos Aires 1997).

El antagonismo entre la vida estética y la vida ética, que en la actualidad puede considerarse como una elección entre la orientación hacia el placer o bien hacia la adaptación al orden natural, fue expresado a lo largo de la historia mediante otras formas simbólicas, como es el caso de las dos ciudades (del hombre y de Dios) propuesta por San Agustín. Carlos Boyer escribió: “¿Cómo podemos distinguir esas dos ciudades? Están mezcladas, y desde el comienzo del mundo seguirán mezcladas hasta el fin de los siglos…¿Cómo podremos pues hacerlas ver ahora, si están mezcladas juntas? El Señor las hará ver, cuando ponga unos a la derecha, los otros a la izquierda. Jerusalén estará a la derecha, Babilonia a la izquierda. Jerusalén oirá estas palabras: «Venid, benditos de mi Padre; recibid el reino que os ha sido preparado desde el origen del mundo». Babilonia oirá que se le dice: «Id al fuego eterno, que ha sido preparado para el demonio y sus ángeles»”.

“Estas dos ciudades están formadas por dos amores: Jerusalén, por el amor a Dios. Babilonia, por el amor al siglo. Que cada uno se pregunte lo que ama y encontrará a qué ciudad pertenece; y si se descubre ciudadano de Babilonia, que se arranque sus pasiones y plante la caridad; si encuentra que es ciudadano de Jerusalén, que tome con paciencia su cautiverio y que espere su libertad” (De “San Agustín”-Editorial Excelsa-Buenos Aires 1945).

Por lo general, el adepto religioso supone que la adhesión a determinada Iglesia o la adopción de determinada postura filosófica aseguran su pertenencia a la ciudad de Dios. Recuérdese que, en la religión moral, sólo cuentan las actitudes éticas, ya que no existe un vínculo concreto entre postura filosófica (opinión acerca de cómo funciona el mundo) y respuesta moral (actitud respecto de los demás seres humanos).

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