viernes, 2 de febrero de 2018

El marxista antes y después de acceder al poder

Se ha dicho que, “si quieres conocer a alguien, dadle poder”, ya que cierto predominio sobre los demás amplifica tanto nuestras virtudes como nuestros defectos. Así, es posible que resalten tanto la sencillez de las personas amables como la soberbia del que aparentaba humildad. En el caso del marxista, se advierte un cambio de visión de la realidad según el lugar ocupado. Tal es así que, cuando uno lo escucha antes de acceder al poder, advertirá que siempre repite palabras y conceptos tales como explotación laboral, igualdad, liberación, defensa de los trabajadores, imperialismo, paz, derechos humanos, etc. De ahí que, quien lo escucha, supone que, bajo el socialismo, se solucionarán todos los problemas considerados y se evitarán todos los excesos denunciados. Sin embargo, podrá llegar a sorprenderse cuando se entere que los problemas se acentúan y perduran los excesos antes criticados.

Esta especie de disonancia cognitiva, mediante la cual se dice una cosa y se piensa o se hace otra, se debe a que una crítica hacia la sociedad a destruir podrá convertirse fácilmente en elogio de la sociedad por construir. Ello se debe a que la primera es la sociedad del enemigo, mientras que la segunda será la construida con los amigos. En realidad, es el mismo comportamiento de la persona egoísta y odiosa que opina positivamente de su propia persona mientras que, aun cuando posea similares defectos personales, opinará negativamente del enemigo.

En lugar de emplear su sistema lógico de tesis, antitesis y síntesis, el marxista dispone de una tesis de denuncia, luego presupone una antitesis, que no va más allá de las palabras, para establecer finalmente la tesis inicial, pero reforzada. Puede decirse que no se lo podrá interpretar usando la lógica corriente ni tampoco la lógica dialéctica.

Como defensor de la “igualdad” y de los “derechos humanos” es el principal iniciador de la abrupta división social entre proletarios y burgueses, mientras no les reconoce a estos últimos el derecho a la vida (todo sea por el socialismo). Incluso el llamamiento del “nunca más” no fue emitido para que los marxistas abandonaran sus intentos destructivos y violentos, sino para que quienes defendían su propia nación no incurrieran en métodos similares de defensa, o bien para que en el futuro se abstuvieran de defenderla ante el avance socialista. Nélida Rebollo escribió: “La frase «Nunca más» la hemos oído y leído en los últimos tiempos en casos resonantes…Las coincidencias de la reiteración de la frase nos ha recordado el uso que hacen de ella «los líderes liberadores» contemporáneos, que están apareciendo en diversos países. Esos «liberadores» integran bandas revolucionarias y son famosos por el alarde sanguinario de sus actos. No obstante se autodefinen como «salvadores de los oprimidos» y de los «explotados». Con la promesa de la liberación reclutan adeptos para iniciarlos en el sabotaje destructor para cambiar el rumbo de la historia. Se creen poseedores de la verdad definitiva acerca de sí mismos y del futuro”.

“Los que admiran a esos mitos nacionales caen en la trampa mortal del fanatismo que los lleva a callar los crímenes de los líderes liberadores, pero se les permite denunciar las supuestas atrocidades de los que están fuera de su círculo. Ejercen, además, el monopolio del vicio y del sexo, mientras reclaman una democracia con desenfrenada irresponsabilidad para hacer uso perverso de la libertad, atacando con saña a los que no logran someter. Los discípulos, pronto se tornan personajes siniestros y feroces y son propagandistas incondicionales de la nueva doctrina cuyo centro de interés son las utopías sociales y la visión endemoniada de la realidad”.

“El campo predilecto para los que trabajan para la «liberación» es América Latina. ¿Qué prometen estos nuevos césares de la historia? Pues, el colectivismo burocrático, el capitalismo de Estado controlado por una burocracia que gobierna despóticamente en nombre de una ideología. Los que gobiernan son prisioneros de la misma idea” (De “Nuestro tiempo y nuestras razones”-Editorial Fraterna SA-Buenos Aires 1986).

En caso de que los revolucionarios triunfen militarmente, sus acciones cambiarán en muchos aspectos. La citada autora agrega: “Lo que no le dicen los «abanderados de la liberación» a sus seguidores es que cuando ellos toman el poder por la fuerza, comienzan por imponer un respeto absoluto a las leyes que ellos mismos violaron antes; exigen una obediencia ciega para los nuevos gobernantes revolucionarios. Cualquier pretensión de abuso es castigada con la mayor crueldad para que no vuelvan a incurrir en ella y aquí viene a propósito la frasecita «Nunca más», ya que castigan con la muerte cualquier desobediencia”.

“¿Quién denuncia tal iniquidad de los liberadores en el poder? Nadie, pues los medios de información independientes usados en un clima de libertad por los «liberadores» para exacerbar las pasiones y la codicia promoviendo la guerra revolucionaria, luego los reducen a silencio. «Nunca más» habrá ataques al poder, ni críticas, ni diálogos, ni reclamos. Tampoco habrá nada que comunicar al pueblo a través de la radio, la televisión y los diarios porque el comité revolucionario será en adelante el único vocero de la verdad oficial”.

“Los mismos que glorifican a los «mártires revolucionarios» caídos en otros tiempos, cuando ellos toman el poder se dan a la tarea de organizar las bandas de delincuentes y los grupos armados para que nunca más nadie se anime a rebelarse ni a disentir”.

“Los «líderes liberadores» una vez instalados en el poder sustituyen de una manera permanente, como lo demuestra el régimen cubano, la legitimidad de la democracia por la dictadura más cruel y férrea. «Nunca más habrá libertad», pues gobierna el prisionero de una ideología. Los servidores de ese régimen férreamente adoctrinados serán en adelante custodios de la sociedad socialista aunque tengan que apelar a un frenesí de sangre y horror”.

Mientras el marxista en vías de alcanzar el poder busca promover cada conflicto que advierte, induciendo el odio entre empleado y empleador, entre hombre y mujer, entre nacional y extranjero, entre alumno y docente, etc., una vez en el poder, tratará de aislar a la sociedad comunista de la “contaminación” que pueda provenir de alguien perteneciente a un país capitalista. Nélida Rebollo escribió: “El refinamiento del cinismo comunista no tiene parangón. Resulta que ellos constituyen el mayor crimen contra la humanidad y la mayor amenaza que se ha cernido sobre nuestra civilización mediante el lavado de cerebro, el crimen a traición y la corrupción de la juventud en la deleznable empresa de reclutarlos para el crimen y la destrucción y decretan no contaminarse con la «perniciosa propaganda capitalista»”.

El cinismo extremo aparece cuando se habla de “derechos humanos”, que para el marxista significa “derecho a la vida” reconocido exclusivamente al combatiente a favor del socialismo. La vida del opositor no significará completamente nada. Tal es así que, para ingresar a Montoneros, el aspirante debía pasar primeramente por una prueba consistente en asesinar a un policía, a traición y en plena vía pública, para quitarle seguidamente el arma reglamentaria. Luego, más por instinto de conservación que por amor a la patria, los policías incurren en los excesos varias veces descriptos, es decir, lo que se describe casi siempre es la reacción policial mientras se calla la acción terrorista previa. Luego se hablará de “los jóvenes idealistas” aunque asesinen, roben y secuestren bajo la “sagrada misión” de instalar el socialismo.

Cuando se produce la derrota militar de los combatientes de izquierda, continúan la campaña destructiva por otros medios, como la difamación de la nación a nivel internacional junto a sus instituciones. La destrucción también apunta hacia aspectos culturales mediante una contracultura que incluye la destrucción de los valores morales esenciales para la vida de una sociedad. “Ese nihilismo que hoy nos agobia es la incapacidad para creer; el no querer y respetar a nadie ni a nada; el sentir placer ante el deseo de cometer una maldad. Ese nihilismo de esa época se nutre de negaciones sin ninguna grandeza de alma. Hay bajeza y mucha maldad. Para esos nihilistas Dios no existe y si los sentimientos religiosos de los demás necesitan a Dios, los nihilistas lo desalojan para quedarse sólo con el mal”.

“Sienten la insignificancia universal pero disimulan el vacío y las nauseas de sí mismos con el ataque personal. Son la autocreación del Superhombre que quiere demolerlo todo porque «todo está mal», necesitan un cambio violento de la sociedad y si es posible sin derechos y sin garantías para el pueblo, aunque lo invoquen a cada rato en una actitud demagógica insufrible. Quieren esos «superhombres» la delegación del poder absoluto a un partido único para privar la libertad a todos aquellos que no están precisamente en ese partido”.

“La ideología del superhombre se descubre en la fraseología y en las acusaciones de manicomio hechas siempre con el martilleo sobre las mismas cosas, son una metralleta abierta, tan deslenguados que ni respiran mientras repiten la letanía de su libreto, para el ataque. Los que pertenecen a una misma comunidad intelectual; a una misma comunidad cristiana; a una misma comunidad con vocación de libertad responsable tienen que seguir defendiendo las leyes positivas, fundando la obediencia en la justicia” (De “Nuestro tiempo y nuestras razones”).

Si tuviésemos que describir la acción de los guerrilleros de los 70 como si fuese la trama de una película, diríamos que se trata de un conjunto de justicieros que, en nombre de la historia y de la humanidad, trata de destruir una sociedad pecaminosa y corrompida para que luego florezca la sociedad perfecta junto al hombre nuevo soviético. El elevado fin justifica, en este caso, los terribles medios, tal la matanza indiscriminada de aquellos considerados irrecuperables para adaptarse al socialismo. La sociedad real ni siquiera se parece a la sociedad ideal que existe en sus mentes, de ahí que “los jóvenes idealistas” realicen sus macabros proyectos bajo la creencia de estar cumpliendo una importante misión histórica.

Si alguien pretende discutir con un marxista convencido, para hacerle ver sus errores, perderá con toda seguridad su tiempo, ya que el adepto cree firmemente en el paraíso socialista y considerará toda opinión adversa como simple “propaganda yanky”. De ahí que la única alternativa eficaz consiste en evitar que las personas decentes caigan en las redes del odio colectivo; actividad cada vez más difícil de llevar adelante desde que Jorge Bergoglio declaró que “son los comunistas los que se parecen a los cristianos” o que “el capitalismo liberal es inhumano”. Recordemos que Capitalismo = Trabajo + Ahorro productivo + Innovación, por lo que poco se entiende la orientación adoptada por el Vaticano en estos últimos tiempos.

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