Es deseable disponer de un terreno firme para poder construir un gran edificio. En forma similar, para la construcción del edificio de la ciencia, es deseable disponer de un marco firme y estable, tal el vislumbrado por el Iluminismo, o la Ilustración, movimiento intelectual y científico al cual se asocia la modernidad. Entre sus propuestas se destacan la confianza en la razón, el rechazo al mito, la investigación libre, el naturalismo, el cientificismo, el utilitarismo, el respeto por la tecnología, el universalismo, el individualismo y el modernismo junto a la confianza en el futuro, según la opinión de Mario Bunge (en “La relación entre la sociología y la filosofía”). El desarrollo posterior de la ciencia fue promovido por la actitud modernista, sin embargo, a partir de mediados del siglo XX, aparece un rechazo a sus lineamientos básicos que consiste, principalmente, en el distanciamiento de los estudios sociales respecto de los conceptos iluministas, dando origen a lo que algunos autores denominan la posmodernidad.
Los tres campos de discusión se asocian principalmente a la ciencia, la ética y el arte, que admiten un carácter objetivo, desde el punto de vista de la modernidad, mientras que para la posmodernidad todos ellos resultan ser esencialmente subjetivos, de ahí la incompatibilidad de ambas visiones de la realidad. Esther Díaz escribió: “El espíritu de las luces dieciochesco –es decir, la Ilustración o madurez moderna- defendió la idea progresista de la historia. Concibió la cultura conformada por tres esferas: la ciencia, la moralidad y el arte. Estas esferas se validaban, respectivamente, por medio de la verdad, el deber y la belleza. Además, convergían al orientarse por el ideal de la unidad de la ideología del Progreso. Pues, en tanto y en cuanto la razón gobierna las acciones humanas, la humanidad se dirige hacia su perfección. Los tres ámbitos podrían en un futuro confluir en una unidad plena. En esa unidad suprema se fundirían todos los deseos y las opiniones particulares. La subjetividad concentraría su posibilidad máxima accediendo a la universalidad de la razón, gran ideal de la «humanidad»”.
“Desde la perspectiva que defiende los valores modernos, se pretende que existe objetividad absoluta y unidad metodológica en la ciencia, legalidad universal en la moral y una lógica (racional) interna en el arte. Pero desde las prácticas y los discursos contemporáneos, asistimos a la siguiente realidad: cada ciencia impone sus reglas de juego, la moral se rige por una pluralidad de códigos y el arte no se atiene a imperativos meramente racionales, sino más bien creativos, sensitivos, irónicamente eruditos e incluso populares”.
“El discurso de la modernidad se refiere a leyes universales que constituyen y explican la realidad. Algunos de sus términos son determinismo, racionalidad, universalidad, verdad, progreso, emancipación, unidad, continuidad, ahorro, mañana mejor. El discurso de la posmodernidad, en cambio, sostiene que sólo puede haber consensos locales o parciales (universales acotados), diversos juegos de lenguaje o paradigmas inconmensurables entre sí. Algunos de sus términos son deconstrucción, alternativas, perspectivas, indeterminación, irreversibilidad, descentralización, disolución, diferencia. La modernidad fue rica en «ismos»: iluminismo, modernismo, empirismo, racionalismo, positivismo; la posmodernidad es rica en «post»: posestructuralismo, posindustrial, poscrítica, poshistoria, posciencia, posfilosofía, postsexualidad” (De “Posmodernidad”-Editorial Biblos-Buenos Aires 2005).
Considerando principalmente los ámbitos de la ciencia y de la ética, encontramos un antagonismo esencial entre ambas tendencias, ya que la modernidad admite la posibilidad de una verdad objetiva y universal, en oposición al relativismo cognitivo asociado a la posmodernidad. Además, la modernidad admite la posibilidad de una ética objetiva y universal, en oposición al relativismo moral asociado a la posmodernidad. La modernidad sostiene que, con el tiempo, tanto la ética como la religión podrán ser fundamentadas por la ciencia, mientras que la posmodernidad niega tal posibilidad. Armando Roa escribió: “Una actitud que asombra y que sin embargo aparece natural, es una especie de paso desde la ética de los deberes a la ética de los derechos en los últimos veinte años. La ética siempre fue una disciplina ocupada del deber ser, o sea, la que discernía entre lo que se quiere y se puede hacer, y a su vez, lo que cabe hacer sin evadirse de lo correcto”.
“Se reclama si se vulnera el más pequeño de los derechos, y de hecho suena mal hacerle presente a alguien sus deberes. Se podría pensar que todo derecho involucra un deber, pero la posmodernidad maximiza los derechos y en cambio tiene una mirada benévola, comprensiva, silenciosa, para las evasiones de deberes. Parece curioso sin embargo que la situación engendrada por este paso a la ética del posdeber, no haya provocado un caos en la vida social, como sería lo esperado” (De “Modernidad y posmodernidad”–Editorial Andrés Bello-Santiago de Chile-1995).
Al predominar la actitud hedonista y consumista, el hombre posmoderno compra a crédito, beneficiando al presente y sacrificando al futuro. Si se dedicara a ahorrar, o a invertir, sacrificaría el presente en favor de cierta seguridad futura. La búsqueda permanente del placer hace que desatienda otros aspectos como los deseos de trabajar y de estudiar, algo que se refleja en los pobres rendimientos escolares que se están dando últimamente. Ante la ausencia de un sentido de la vida, asociado al vacío existencial, existe una necesidad de evasión de la realidad, lo que conduce frecuentemente al alcoholismo y a la drogadicción.
La interpretación posmoderna de la ciencia, de sus objetivos y de sus resultados, ha producido una ruptura entre las diversas ramas de la ciencia experimental, por una parte, y algunas posturas de la filosofía y de la sociología, por otra parte. Estas últimas, desvinculadas totalmente de la ciencia, parecen hablar un idioma distinto, por lo cual no tiene mayor sentido intentar comunicación alguna, ya que sus resultados son recíprocamente ignorados. Esther Díaz escribió: “La pretensión de una uniformidad subyacente que explicaría toda la realidad, con el aval de una objetividad universal, responde al modelo de ciencia propio de la modernidad. Hoy se impone otro estilo. No se niega la objetividad, pero se la redefine. Lo objetivo está condicionado por relaciones de poder y, obviamente, de verdad. No obstante, también la verdad es una construcción histórico-cultural”.
Si tomamos a la física como ejemplo, podemos decir que sus resultados dependen de la verificación experimental de las descripciones propuestas. Al existir un mundo real, independiente de que lo observemos, o no, el comportamiento de la naturaleza no contempla para nada “las construcciones histórico-culturales” que sobre ella podamos hacer, ni tampoco del poder, económico o de cualquier tipo, de quien realice una investigación. Steven Weinberg escribió: “Es sencillamente una falacia lógica pasar de la observación de que la ciencia es un proceso social a la conclusión de que el producto final, nuestras teorías científicas, es el que es a causa de las fuerzas sociales e históricas que actúan sobre el proceso. Un grupo de escaladores podrá discutir sobre cuál es la mejor vía hacia la cima, y estas discusiones pueden estar condicionadas por la estructura histórica y social de la expedición, pero al final encuentran o no una buena vía hacia la cima, y cuando lo hacen la reconocen. (Nadie pondría a un libro sobre escalada el título de «La construcción del Everest»)” (De “El sueño de una teoría final”-Crítica-Barcelona 1994).
Como ejemplo, podemos considerar a la Electrodinámica cuántica, cuyos resultados previstos por la teoría difieren de la experiencia recién en el décimo lugar luego de la coma decimal. De ahí podemos sacar algunas conclusiones; una, que podemos encontrar descripciones muy cercanas a la realidad, o a la verdad, ya que ésta implica un error nulo. Otra, que el éxito de tal teoría no se debió a la influencia de poderes políticos o económicos, sino a la aptitud de los científicos que lograron realizarla. Tampoco su validez depende del consenso científico, y menos del popular, ya que la aproximación a la realidad no depende de los gustos particulares ni colectivos de la gente, sino de la divergencia existente entre descripción y realidad. En el resto de las ramas de la ciencia pasa algo semejante, a pesar de que muchas veces, por consenso, se pueda aceptar como válida una teoría errónea, lo que no invalida lo anterior, sino que en ese caso debe decirse que tal rama de la ciencia se halla todavía en una etapa precientífica y, por lo tanto, resulta ser poco confiable.
Si aceptamos la definición de “ciencia experimental” aceptada por los científicos, tal el de un proceso cognitivo cuyos resultados difieren de la realidad con un cierto error, y de cuya magnitud se infiere su carácter científico, o no, debemos considerar que las opiniones que provienen de otros ámbitos y que utilizan el término “ciencia” para designar algo muy distinto, no deben considerarse seriamente por cuanto se refieren a otra cosa, y no a la ciencia en sí. La ciencia produce resultados cuya validez es objetiva por cuanto, en principio, todos pueden realizar o repetir experimentos de validación de hipótesis contrastables. Una actividad cognitiva, en la que la validez de sus resultados dependa de cada observador particular, nada tiene que ver con la ciencia experimental usual y corriente.
De ahí que el antagonismo esencial entre posmodernidad y modernidad, implica en realidad un antagonismo hacia la ciencia surgido desde ámbitos anticientíficos que, no sólo ignoran sus resultados y sus lineamientos básicos, sino también sus conclusiones. De ahí que desde la ciencia tampoco exista el menor interés por conocer escritos de tipo filosófico de autores que pretendan darse el lujo, en pleno siglo XXI, de ignorar los resultados aportados por las distintas ramas de la ciencia experimental. Afortunadamente, gran parte de los científicos sociales pretenden darle seriedad a sus trabajos al adoptar los requisitos impuestos por la mayor parte de las ramas de la ciencia.
El posmodernismo resulta ser una tendencia que busca menoscabar, en el consenso social, valores tales como el bien y la verdad, por cuanto les cercena sus atributos objetivos y universales. Al intentar relativizar los objetivos de la ética y de la ciencia, tiende a impedir la posibilidad de encuadrar al hombre bajo la tendencia general de la adaptación cultural al orden natural. De esa forma, implícitamente está permitiendo una adaptación cultural a algún orden artificial propuesto por algún ser humano, en forma similar a lo que proponían los diversos totalitarismos. Por el contrario, la modernidad afianza la posibilidad de que la ética objetiva constituya la esencia de la religión natural que, como una religión universal, nos acercará en el futuro a la resolución definitiva de algunos de los grandes problemas que nos afectan.
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