En el ámbito de las ciencias humanas y sociales se acepta que la conducta humana depende tanto de factores hereditarios como de la influencia cultural que proviene del medio familiar y social, estimándose la importancia de ambos factores en un 50%. De ahí que se denomina naturaleza humana al aspecto enteramente biológico, sobre el cual ha de incidir el aspecto cultural. Haciendo una analogía con una computadora digital, puede decirse que la naturaleza humana se asemeja al hardware (circuitos eléctricos) mientras que la influencia cultural resulta similar al software (programación). Podemos precisar algo más la definición de la naturaleza humana identificándola con el contenido de los estudios derivados de la neurociencia, la cual estudia la estructura básica del cerebro tal como fue moldeado por el proceso de la evolución biológica.
En la actualidad, no resulta difícil aceptar tal afirmación, por cuanto estamos familiarizados con los resultados que provienen de los estudios acerca del cerebro como también lo estamos respecto de las computadoras digitales, algo que no ocurría algunas decenas de años atrás. Sin embargo, todavía persisten las opiniones de quienes afirman que “no existe algo así como la naturaleza humana”. En ese caso, tienen presentes seguramente sólo los aspectos culturales del comportamiento humano, que admiten diversas variantes, sin advertir que existe un sustrato cerebral sobre el cual se deposita tal influencia.
Uno de esos casos fue el del psicólogo conductista John B. Watson quien, desde pequeño, sufrió de miedo a la oscuridad, siendo un comportamiento condicionado por la influencia de una persona que lo tenía a su cargo durante algunas horas al día. D. Cohen escribió: “La niñera le dijo que el demonio acechaba en la oscuridad y que si alguna vez se levantaba durante la noche, el Malvado podría sacarlo de la penumbra para llevarlo directo al infierno. Aparentemente, Emma [la madre] no hizo nada por evitar que la niñera siguiera infundiendo tales terrores a su hijo menor. Lo más probable es que lo haya aprobado. Después de todo, sentir terror por el demonio era lo adecuado y prudente. Siendo un bautista fundamentalista, creía que Satanás siempre estaba merodeando. Todo esto ocasionó que Watson sufriera de terror a la oscuridad durante el resto de su vida. De hecho, llegó a admitir abiertamente que había estudiado si los niños nacían con miedo instintivo a la oscuridad, porque él nunca había podido deshacerse de esa fobia. Varias veces trató de usar sus principios conductistas para curarse, pero en realidad nunca se las arregló para lograrlo. En su vida adulta, Watson se deprimía con frecuencia y, en esos periodos, a veces tenía que dormir con la luz encendida” (Citado en “Historia de la Psicología” de B. R. Hergenhahn-Cengage Learning Editores SA-México 2011).
Uno de los experimentos llevados a cabo por Watson consistió en estudiar el condicionamiento de la conducta de niños pequeños, precisamente para comprobar si el miedo a algunos animalitos se les podía inducir o condicionar. Henry E. Garrett escribió: “Watson se decidió a ver si podía formar un miedo condicionado en el laboratorio. Su sujeto fue un niño, Alberto B., de 11 meses de edad, de carácter impasible flemático. Primero se determinó mediante pruebas reales que no tenía miedo a los animales de pelo, como el conejo o la rata blanca”.
“Sin embargo, la reacción de Alberto al ruido fuerte producido al golpear una barra de acero con un martillo era, claramente, de miedo. Hacía pucheros, levantaba los brazos, se daba vuelta para huir del ruido y comenzaba a lloriquear. El problema que Watson se planteó fue el siguiente: ¿puede un animal sustituir al ruido fuerte y convertirse, así, en un objeto-miedo? La disposición del experimento fue ésta: primero, se le presentó la rata blanca a Alberto. De inmediato, trató de tomarla y tan pronto como la tocó se le dio a la barra de acero, que estaba precisamente atrás de su cabeza, un golpe fuerte. La reacción de miedo apareció de inmediato. A la siguiente vez que el niño trató de alcanzar a la rata, se repitió el ruido con el mismo resultado: miedo claro y distinto. Siete días después el niño miró con cautela a la rata cuando se le presentó, y se negó a tocarla” (De “Las grandes realizaciones de la psicología experimental”-Fondo de Cultura Económica-México 1958).
De la experiencia descrita puede inferirse, además, que el niño confunde la correlación entre rata y ruido, por una causalidad entre ambos. Esto se asemeja, en cierta forma, a las cábalas que los adultos establecemos cuando asociamos el triunfo de la selección nacional de fútbol al hecho de haber visto el partido por televisión sentado en un determinado lugar. Luego, para el próximo partido, tratamos de que todos los detalles se mantengan iguales “por si acaso” la correlación implica en realidad una causalidad.
Watson pensaba que toda nuestra conducta se conformaba en base a la influencia recibida en nuestro medio familiar y social, sospechando que, lo que ahora conocemos como plasticidad neuronal, era en realidad una plasticidad total. Al respecto escribió: “Dadnos una docena de niños sanos, bien formados, y un mundo apropiado para criarlos, y garantizamos convertir cualquiera de ellos, tomado al azar, en determinado especialista: médico, abogado, artista, jefe de comercio, pordiosero o ladrón, no importa los talentos, inclinaciones, tendencias, habilidades, vocaciones y raza de sus ascendientes” (Citado en “Psicologías del siglo XX” de Edna Heidbreder-Editorial Paidós-Buenos Aires 1967).
La creencia de que el hombre actúa sólo por la influencia recibida del medio social resultó bastante más perjudicial que el relativismo cultural, moral y cognitivo, por cuanto aparecieron algunos “ingenieros sociales” que creyeron que sus dotes humanas “superiores y excepcionales” podrían convertirlos en los creadores de la futura humanidad, condicionándola en base a la propuesta de Karl Marx. De ahí el origen del “hombre nuevo soviético”, que se amolda a la sociedad sin clases y se une a sus semejantes mediante el trabajo colectivo bajo el lema “De cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad”. Tal sugerencia, en realidad, derivó en una imposición que no contemplaba excepciones. De ahí que el plan fracasó rotundamente por la sencilla razón de que existe la naturaleza humana.
Puede decirse que el marxismo es la ideología que tiene, como principal enemigo, a la propia naturaleza humana, ya que ésta se resistió a adaptarse a la “naturaleza artificial” que se le trató de imponer bajo los diversos regimenes comunistas. Alfredo Sáenz escribió: “La Revolución se ha propuesto algo nunca visto: cambiar la naturaleza humana, haciendo que el hombre viva en la utopía como si ello fuera lo normal. Bertrand Russell fue uno de los primeros en advertirlo cuando al llegar en 1930 a la joven República Soviética, con gran horror se encontró en pleno reino de la utopía: «Todo el mal deriva de la visión del mundo de sus bolcheviques, de su dogmatismo vengativo y de su convicción de que puede transformar por la fuerza la naturaleza humana….»”.
“Se trata de educar al hombre soviético en base a una ideología bien determinada. De ahí el grave error que cometen los occidentales cuando analizan el fenómeno marxista olvidando la ideología que lo impregna”. “La esencia del régimen soviético es una ideología, pero una ideología en el poder, en orden de crear un sistema de reflejos condicionados que ponga a cada ciudadano soviético en la necesidad de pensar y actuar como comunista”. “El ideólogo fija el objetivo, el tipo de hombre que hay que formar, y una vez definido el carácter de ese hombre nuevo en sus grandes líneas, el creador –el nuevo dios creador- escoge sus instrumentos. Ya se recurrió a un surtido extremadamente variado de instrumentos, dolorosos unos, anestesiantes otros, con el fin de llevar adelante un plan cuyos detalles podrán alguna vez modificarse, pero que en sus aspectos esenciales persevera siempre invariable” (De “De la Rus` de Vladímir al «hombre nuevo» soviético”-Ediciones Gladius-Buenos Aires 1989).
Como ejemplo de estudios realizados sobre aspectos no culturales de nuestro comportamiento, podemos considerar a la psicología de los gestos; muchos de ellos aparecen idénticos en distintos pueblos sin que hayan existido vínculos previos entre los mismos. Unos de esos gestos fueron observados por Víktor Frankl quien interpretó los de afirmación y negación asociándolos a la aceptación, o no, de la comida que a una persona se le ofrece. La respuesta afirmativa implica un movimiento de la cabeza similar al acto de masticar, mientras que la respuesta negativa implica un movimiento de giro, hacia un lado y el otro, como es el caso de los niños que cierran su boca y mueven la cabeza cuando no les gusta alguna comida.
En cuanto a la psicología que estudia las distintas respuestas ante los estímulos correspondientes, puede decirse que, en general, hace referencia a los diversos aspectos de la naturaleza humana. Sin embargo, es posible utilizar tal método para encontrar respuestas generales de la personalidad que incluyan tanto los aspectos biológicos como culturales, tal el caso de la actitud característica, que resulta ser una variable esencial en las descripciones establecidas en la psicología social. Atendiendo en forma intuitiva la existencia de tal respuesta, el cristianismo propone el tránsito hacia el hombre nuevo adaptando nuestra actitud hacia una tendencia predominantemente cooperativa, para optimizar nuestro comportamiento. De ahí que el cristianismo sea compatible con la ciencia experimental mientras que el marxismo no lo sea, aunque generalmente se crea y se acepte todo lo contrario.
El atributo psicológico individual, que resulta esencial para la descripción de la conducta humana, es la actitud característica. Es una respuesta típica de cada ser humano que puede definirse como la relación entre respuesta y estímulo. Así, mientras que la psicología general estudia principalmente los atributos asociados a nuestra naturaleza humana, y la antropología estudia principalmente aquellos que provienen de la influencia cultural, en base a pares respuesta/estímulo, la psicología social lo hace considerando ambos aspectos conjuntamente, ya que la actitud característica es una respuesta típica que depende tanto de nuestra naturaleza humana hereditaria como de la influencia recibida del medio social y cultural.
Es de destacar que toda mejora social o individual provendrá finalmente del cambio asociado a nuestra actitud característica. De ahí que una mejora ética se logrará bajo un condicionamiento de nuestras emociones mediante el pensamiento. Así, la cultura podrá influir en el individuo, optimizando su comportamiento ético, mediante un proceso incluido bajo el fenómeno general del condicionamiento psicológico, pero esta vez no dependerá de procesos como el de Watson antes citado, sino que se deberá a la previa posesión de ideas que derivan de una adecuada descripción de nuestra naturaleza humana. Por ello podemos asociarlo a la evolución y posterior adaptación cultural de la humanidad:
Adaptación cultural al orden natural = Condicionamiento cultural
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