En el caso del liberalismo, y en forma similar a lo que ocurre con una persona difamada públicamente, antes de describir sus atributos positivos, debe responder a todo aquello que se ha dicho para descalificarlo y que poco tiene que ver con la realidad. Sus principales opositores son los ideólogos totalitarios, quienes, para tener éxito en sus turbias ambiciones, se encargan de eliminar a la competencia mediante cualquier artilugio posible. Las criticas, vengan de donde vengan, si son genuinas, promoverán un mejoramiento del liberalismo, ya que se verá obligado a fortalecer sus puntos débiles. Sin embargo, lo que abundan son las simples descalificaciones que apuntan a una desfiguración total, por lo que resultaría beneficioso que las criticas fuesen dirigidas hacia lo que en realidad consiste. Además, debemos considerar como liberalismo económico al conjunto de postulados y pensamientos emitidos por los intelectuales más representativos, y no por lo que cualquier persona opine o repita al respecto.
La táctica destructiva más común tiene como objetivo cambiar el significado de las palabras hasta que impliquen algo opuesto a lo que originariamente significaban. Carlos Becker escribió: “Los conceptos corrientes sobre el liberalismo económico no son uniformes, ni claros, sino hasta contradictorios. El término ha acabado por ser, como el de «capitalismo» y muchos otros más, usados con exceso, una simple manifestación de sentimiento de hostilidad o simpatía, no de ideas claras y objetivas. Para tales manifestaciones del ánimo no se necesita, a decir verdad, términos. Hasta diríamos que mejor valdría no tenerlos. Sólo engendran lamentables desórdenes, puesto que todo aquel que hace uso inapropiado o hasta deshonesto de los términos, puede llegar, en consecuencia, a las conclusiones más imprevistas y caprichosas. Le será fácil negar o probar todo. Es precisamente esa facilidad la que hace preferir la imprecisión a los espíritus superficiales o poco disciplinados”.
“Razonar con un lenguaje mal hecho, se ha dicho con mucha razón, equivale a pesar con pesas falsas. Esta deshonestidad consciente o inconsciente en el uso de los términos es un hecho y desgraciadamente un hecho común. En los ambientes científicos se la desaprueba y se la ridiculiza, pero en la vida social y política se la soporta con la mayor naturalidad. Toda discusión sobre el liberalismo económico es inútil si no llegamos a ponernos de acuerdo sobre lo que entendemos por él” (De “La economía mundial en las tinieblas”-Buenos Aires 1952).
En cuanto a lo que el liberalismo económico es, puede decirse que se trata de un método de producción utilizado para satisfacer la demanda del consumidor en el mercado, siendo tal individuo el que orienta y determina la producción. Para cumplir eficazmente su misión, el liberalismo se fundamenta en los conocimientos aportados por la ciencia económica, cuyo objetivo es describir el comportamiento económico de los seres humanos en el ámbito social. El citado autor agrega: “En los libros de economía podemos leer que el liberalismo económico es el régimen de estas cuatro libertades: libertad de la producción, libertad de comercio, libertad de trabajo y libertad del consumo”. “Es un sistema económico que reposa sobre la libre iniciativa personal provocada por el afán de lucro, pero mitigada imprescindiblemente por la responsabilidad personal, y que tiene, como corolario y como factor indispensable de equilibrio entre la producción y el consumo, la libre competencia individual”.
Entre las críticas dirigidas aparece la que sostiene que “el liberalismo promueve el egoísmo”. En realidad, toda ciencia social que describa aceptablemente al ser humano real ha de encontrar al egoísmo entre las actitudes dominantes. De ahí la observación de Adam Smith de que el proceso autorregulado del mercado puede funcionar aceptablemente a pesar del egoísmo existente en muchos de sus actores, que no es lo mismo a decir que el egoísmo es imprescindible, o beneficioso, para su óptimo funcionamiento. Mariano Grondona escribió: “Aparece, así, un Smith mucho más condescendiente con el pobre que con el rico. Smith no admira a los ricos, pero ellos son un hecho, están ahí, y él saca las consecuencias económicas de su presencia. En el fondo, toda la obra de Smith revela una cierta conmiseración moral, marca una condena a la vanidad que trabaja detrás de cada rico”.
La incomprensión de las ideas de Adam Smith radica en que, para él, existen atributos y valores humanos que exceden el ámbito económico, mientras que para los ideólogos totalitarios existen solamente valores materiales, y, por consiguiente, suponen que la felicidad depende solamente de esos valores. Entre las falsas acusaciones que hacen, aparece la proveniente del marxismo, cuya ideología sostiene que el proceso del mercado es una especie de “modelo económico inventado por Smith” de la misma manera en que el socialismo es un modelo económico inventado por Marx. En realidad, Smith describe el comportamiento de la sociedad de su tiempo para, luego, encontrar la forma en que el proceso económico funcione mejor de lo que lo hace. Adam Smith escribió:
“Y en lo que realmente hace a la felicidad del hombre, en eso no son inferiores a aquellos a quienes miran y admiran tan arriba de ellos. En salud del cuerpo y paz del espíritu todos los rangos están en el mismo nivel. El mendigo que toma sol en el costado de la carretera goza a veces de esa seguridad por la cual luchan los reyes”. Mariano Grondona agrega: “Smith está muy lejos de pensar que el sistema de propiedad privada es ideal; lo que él está diciendo es que es un mal menor. Usa un lenguaje de gran violencia para juzgar al indiferente, al rapaz, al vanidoso, al avaro; con lo cual está diciendo «no quiero una sociedad así, pero es así». Y el Director del Universo ha hecho que se pueda vivir bien aun en ella. Ésta es la «mano invisible» de Adam Smith. Aquí se juntan las aguas del sentido práctico y la reprobación moral, cuya fecunda convergencia es el aporte singular del liberalismo” (De “Los pensadores de la libertad”-Editorial Sudamericana SA-Buenas Aires 1986).
Una vez que se malinterpreta la opinión liberal sobre el egoísmo, se da un paso más y se identifica egoísmo con individualismo, ya que el liberalismo promueve el mejor desempeño de todos los hombres al proponer metas individuales que se suman para establecer las metas de la sociedad. Por el contrario, los totalitarios suponen que las metas individuales siempre se oponen al bien social, de ahí la propuesta colectivista que anula aquellas para implantar metas colectivas en forma similar a lo que ocurre en un hormiguero.
Mientras que el liberalismo observa en la competencia económica la forma en que los hombres dan lo mejor de si, de la misma manera en que los deportistas llegan a su óptimo nivel cuando compiten con los mejores, los colectivistas critican esta situación, por lo cual proponen el monopolio estatal, cuya ineficacia queda fuera de toda duda, ya que todos trabajan a “media máquina” por la falta de incentivos.
Se dice también que el liberalismo conduce a la concentración de las riquezas en pocas manos. Sin embargo, no debe olvidarse que el éxito económico de una empresa se logra a partir de haber favorecido a los consumidores que la han elevado a una situación preeminente, mientras que, en realidad, es el socialismo el que provoca la máxima concentración de riquezas, mediante la estatización de los medios de producción, que quedan en manos de quienes dirigen al Estado.
Otra de las críticas que se le hacen al liberalismo consiste en confundirlo con el anarquismo económico. Carlos Becker escribió al respecto: “El anarquismo considera a la autoridad pública inútil e indeseable, mientras que la libertad económica o el liberalismo necesita del Estado para poder realizarse. Tiene que ser naturalmente una fuerza pública la que proteja a todos los ciudadanos y a todos los intereses por igual. El anarquismo se funda sobre la hipótesis utópica de la bondad y la perfección de los individuos que, según él, sólo el Estado ha corrompido”.
La calumnia totalitaria no perdona tampoco a la historia, ya que, por lo general, se le atribuyen al capitalismo errores sociales previos a su aparición. El autor citado escribió:
“Uno de los hechos más asombrosos del siglo XIX fue el aumento de la población. En Europa ésta creció de 1800 a 1929 de 187 millones a 478 millones”. “Lo más notable, sin embargo, de esa evolución no fue aquella progresión de la población en sí. Fue el hecho de que se produjo sin que tuviera lugar un aumento de la tasa de natalidad. Ésta tendía más bien a bajar en donde los países la riqueza nacional se desarrollaba. El progreso de la población –en Europa por lo menos- tampoco se debía a las inmigraciones, puesto que Europa tuvo un fuerte saldo de emigraciones. Se debía sencillamente a la disminución de la mortalidad y ésta se redujo, ante todo, a causa del mejoramiento del nivel de vida de las capas más desheredadas de la población”. “A pesar de estos hechos irrefutables, los adversarios del liberalismo (para encontrar adictos a sus doctrinas utópicas, falsas y peligrosas las cuales domina hoy a casi toda la opinión pública), no cesan de afirmar que el progreso de aquella época sólo fue aprovechado por la «clase burguesa». Las clases trabajadoras, según ellos, habrían sido más bien perjudicadas a favor del «capital»”. “Las estadísticas más diversas y más serias desmienten de un modo total tales aserciones”.
Se ha asociado la lucha de clases al capitalismo, sin embargo, Marx describe en realidad el proceso que ocurrió antes del capitalismo, por cuanto éste, al permitir la movilidad social y la aparición de la clase media, fue poniendo fin a dicha lucha. Por otra parte, el socialismo, con la estatización de los medios de producción, tiende a formar una sociedad con dos clases bien diferenciadas, en donde sólo puede evitarse la lucha de clases mediante la implantación del terror y de una excesiva militarización de la sociedad. De ahí que Marx, al promover el socialismo, como una sociedad sin clases, sostiene que habría de ser la culminación de la historia, aunque, en realidad, ese atributo habría de corresponder al capitalismo, como tendencia que tiende a formar una predominante clase media que diluye cualquier forma de lucha de clases. De ahí que el tan criticado “fin de la historia” de Francis Fukuyama estaría avalado por la realidad y, parcialmente, por las propias ideas de Marx. Ludwig von Mises escribió:
“Karl Marx, en el primer capítulo del Manifiesto Comunista, ese pequeño panfleto con el que inicia su movimiento socialista, cuando proclama la existencia de una inevitable lucha clasista, para probar su tesis, no consigue, sin embargo, presentar más ejemplos y situaciones de las épocas precapitalistas. Entonces sí hallábase la sociedad dividida en diversos estamentos de condición hereditaria, similares a las castas de la India”. “Cada clase tenía sus ventajas y sus desventajas. Los de arriba, desde luego, prácticamente no tenían sino privilegios; los de abajo, sólo padecimientos”. “Bajo el capitalismo, por el contrario, se instaura eso que los sociólogos denominan «movilidad social»” (De “Seis lecciones sobre el capitalismo”-Unión Editorial SA-Madrid 1981).
Por otra parte, Rubén H. Zorrilla escribió: “Allí donde la economía de mercado pudo desarrollarse, erosionó y finalmente disolvió la sociedad aristocrática, quebró y fragmentó sus estamentos o castas, y dejó flotando a la deriva sus restos institucionalizados, tal como sucedió en Francia antes de 1789 y en Rusia antes de febrero de 1917, entre otros ejemplos” (De “Principios y leyes de la Sociología”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1998).
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