A partir del reinicio de la democracia en la Argentina, comenzó a gestarse la deformación histórica de la década de los setenta, a veces con objetivos políticos, pero siempre con espíritu de venganza por parte del bando perdedor. El ataque sufrido por la sociedad argentina, por parte de la guerrilla pro-soviética, en épocas de la Guerra Fría, llevaba como objetivo instalar una dictadura similar a la vigente en Cuba sin importar en lo más mínimo la destrucción de vidas humanas cuando alguien se oponía a tales planes. La respuesta militar fue del mismo tenor y de ahí que surgió la polémica de si debía juzgarse con la misma vara tanto al grupo foráneo y agresor, como al bando local, que se vio obligado por las circunstancias a defender a la sociedad de la que era parte. Podemos hacer una breve secuencia de la “guerra sucia”:
1) Acción guerrillera: tenía como objetivo exterminar al bando enemigo
2) Reacción militar: tenía como objetivo exterminar al bando agresor
Luego de finalizado el conflicto, debieron tomarse decisiones acerca de posibles premios y castigos, si es que correspondían, para volver a la normalidad. Para ello habría sido oportuno tener presente lo que aconteció luego de la Primera Guerra Mundial, cuando se decide castigar a Alemania, el país agresor, mediante el Tratado de Paz de Versalles, que favoreció indirectamente el ascenso de Adolf Hitler al poder, desencadenando la Segunda Guerra Mundial. Debido al fracaso de tal decisión, luego de este último conflicto se optó por ayudar a Alemania a volver a la normalidad. En cuanto a la “posguerra sucia”, había que decidirse por alguna de las siguientes posibilidades:
a) Otorgar una amnistía a ambos bandos
b) Otorgar la amnistía al bando defensor y castigar al agresor
c) Otorgar la amnistía al bando agresor y castigar al defensor
d) Castigar tanto al agresor como al defensor
Las opciones “a” y “d” posibilitarían la paz posterior, mientras que las opciones “b” y “c” mantendrían la fractura de la sociedad que estaba dividida en dos sectores antagónicos. La alternativa que finalmente se impuso fue la “c”, que premió al bando agresor y foráneo para castigar al bando defensor y local. Esta opción tiene ahora un apoyo importante de la opinión pública por cuanto la ciudadanía fue debidamente desinformada a través de la tergiversación histórica de la cruenta lucha. El gobierno de facto del Gral. Reynaldo Bignone decreta una amnistía general tanto para los terroristas como para los militares, para poner fin a la contienda, sin embargo, el gobierno democrático que le sigue entra en una etapa de juzgamiento para un solo sector. El historiador Agustín Laje Arrigoni escribió:
“Apenas tres meses más tarde, ya con Raúl Alfonsín en el poder, éste declaró nula la amnistía general alegando que la misma provenía de «un gobierno de facto», fundamento ciertamente indefendible (aunque entendible siendo que el propio Alfonsin fue abogado ad honorem de Santucho y simpatizante del ERP [Ejército Revolucionario del Pueblo])…… sino que además, dicha amnistía quedó vigente en sus efectos para con los guerrilleros beneficiados. Vale decir, se anuló los efectos de la amnistía para con el bando que no era de la simpatía del presidente, y conservó los beneficios para con los terroristas” (De “Los mitos setentistas”-Buenos Aires 2011).
Entre las primeras tergiversaciones aparece la de los desaparecidos. Con el tiempo fueron “apareciendo” varios de ellos advirtiéndose parte del “negocio de los derechos humanos”, ya que los familiares cobraron por cada uno de ellos la suma de 250.000 dólares, mientras que los familiares de los caídos en defensa de su patria, o bien del ciudadano común que fue abatido por el bando foráneo, apenas si habrá cobrado alguna pequeña pensión del Estado. Es algo similar a que el Estado argentino acordara brindarles una indemnización de 250.000 dólares a los familiares de los soldados ingleses caídos durante la Guerra de las Malvinas y una pequeña pensión para los combatientes argentinos. El autor citado escribió:
“A pesar de haber empleado innumerables recursos para atraer denuncias, la lista de desaparecidos del «Nunca Más» contabilizó un total de 8.961 casos. Este número, a pesar de ni siquiera aproximarse a los cacareados 30.000, tampoco sería en absoluto verídico y fue por ello que las autoridades de la editorial Eudeba de inmediato quitaron de circulación el anexo –de casi 500 páginas- que incluía el listado. No obstante, según una puntillosa labor de investigación, de los 8.961 desaparecidos que engrosan el trabajo de la CONADEP solamente 4.905 llevan datos personales, como por ejemplo números de documentos de identidad, con lo cual se concluye que «casi la mitad (el 46%) son sobrenombres o apodos de indocumentados sin el menor rigor de verdad»”.
Según el oficialismo y la izquierda, los guerrilleros setentistas eran “jóvenes idealistas que luchaban por un mundo mejor”. Sin embargo, en todo país civilizado el asesinato es considerado un delito (cometieron unos 850), el secuestro extorsivo es un delito (cometieron 1.748), los atentados y destrucción con explosivos es también un delito (cometieron más de 20.000). De ahí que no corresponde denominar “jóvenes idealistas” a peligrosos delincuentes.
Como parte del engaño sistemático dirigido a quienes no vivieron los setenta, se dice que “no hubo una guerra” y que “los militares los asesinaban por sus ideas”. El autor citado escribe: “En términos de formación militar, los guerrilleros recibieron sofisticado entrenamiento en el extranjero, principalmente en Cuba (donde se calcula que pasaron 6.000 guerrilleros argentinos)”. “A modo de ejemplo, Montoneros tenia sus propios «hombres rana», encargados de la ejecución de atentados por debajo del agua. Uno de ellos era Máximo Fernando Nicoletti, quien haciendo uso de la técnica de buceo colocó los explosivos que volaron en pedazos el yate del comisario Alberto Villar (murió junto a su esposa durante el suceso)”.
“Según el jefe montonero Roberto Perdía, hacia 1973, solamente Montoneros tenía «unos dos mil trescientos oficiales; unos doce mil miembros sumados los aspirantes, y unas ciento veinte mil personas agregando a la gente más o menos organizada que adhería a nuestra propuesta»”. “En cuanto al ERP refiere, el propio jerarca Enrique Gorriarán Merlo anota: «Nosotros llegamos a tener una militancia de 5.000 compañeros. Para ser militante cada uno tenía que tener cinco colaboradores simpatizantes»”.
“La justicia alfonsinista, en el marco del juicio a los comandantes en 1985 (Causa 13) determinó que en total la guerrilla subversiva contó con «25.000 miembros activos, de los cuales 15.000 eran combatientes”. “En el caso del ERP, éstos instalaron en conjunto con la JCR «una fábrica de armas en la Argentina que producía explosivos, granadas y, especialmente, la subametralladora JCR1»”.
“Por el lado de Montoneros, además de montar fábricas de armamento militar en Medio Oriente, contaron con múltiples fábricas locales. Una de estas últimas llevó por nombre Sabino Navarro (en honor al jefe terrorista caído en la guerra) donde se llegaría a producir lanzagranadas de fusil LG 22, granadas de tipo SFM-4 y la granada para fusil antiblindaje G 40 (en otras instalaciones produjeron también granadas de mano)”. “Por citar algunos ejemplos, señalamos que culminando el mes de agosto de 1975, Montoneros en una operación tipo Vietnam «preparó desde marzo a agosto un canal que pasaba bajo la pista del aeropuerto de Tucumán. Lograron colocar 5kg de TNT, 60 kg de dietamón y 95 kg de Amonita con detonador a distancia. La hicieron explotar cuando despegaba un C-130 de la Fuerza Aérea con 114 gendarmes a bordo», dejando un saldo de 6 muertos y 25 heridos de distinta gravedad. De similar manera, pero haciendo uso de un coche bomba, harían explotar el 12 de septiembre de 1976 un ómnibus policial en Rosario, provocando la muerte de 9 policías y 2 civiles, e hiriendo gravemente a por lo menos 50 personas más”.
Otro de los mitos creados para difamar al bando ganador, lo constituye la llamada “noche de los lápices”, atribuyendo al sector militar haber asesinado a un grupo de estudiantes por “haber pedido una rebaja del boleto de colectivo para estudiantes”, siendo que la detención se debió al accionar guerrillero de varios de tales estudiantes. Agustín Laje Arrigoni escribió:
“Vale destacar la opinión que tiene sobre la temática en cuestión el ex montonero Martín Caparrós, puesto que ha conocido de cerca todos esos sucesos por su condición de ex guerrillero: «La noche de los lápices es la mayor falacia que se ha producido en la historia argentina contemporánea. Falacia que se va a reproducir cuándo ¿mañana, pasado?, ¿cuándo es el día de la noche de los lápices? […] La noche de los lápices es un mamarracho, quiero decir es como la quintaesencia de esta idea de ¡ay!, esos pobres chicos estudiantes secundarios que querían el boleto estudiantil, los agarraron los militares que eran tan malos y los mataron a todos. Esos chicos que querían el boleto estudiantil, además de querer el boleto estudiantil, eran militantes de unas organizaciones, unas agrupaciones que apoyaban a unas organizaciones que estaban a favor de la lucha armada y de todo eso. Yo también era militante de una de esas y no creo que eso justifique de ninguna manera que los secuestren, que los maten, que los torturen, etc. Parece que al principio de esta construcción del desaparecido como victima angelical, había mucha gente que pensaba que si hubieran dicho que esos desaparecidos no eran chicos que pedían el boleto estudiantil sino militantes de una agrupación revolucionaria, eso equivalía a justificar las desapariciones y los asesinatos. Seguramente porque pensaban que a los militantes es un poco más legítimo secuestrarlos y asesinarlos. Porque sino, no se ve porqué tenían que ocultar eso»”.
La deformación de la historia de los setenta no sólo agravia al sector militar, sino a los propios guerrilleros, por cuanto muchos de ellos, aun reconociendo los errores cometidos, podrán quedar en la historia como un grupo de cínicos, con una absoluta falta de dignidad, por mostrarse como inocentes de las atrocidades cometidas y aun así esperar que la sociedad los considere como víctimas del bando militar. De ahí que muchos de ellos han mostrado su disconformidad con la tergiversación de los hechos que son usados como una eficaz maniobra propagandista y electoral. El ex montonero Luis Labraña escribió:
“No nos hagamos más los pacifistas a conveniencia. Aquí hubo una guerra. Pese a lo que digan los vendedores de memoria. Y quienes lo niegan faltan a la verdad y ofenden la convicción y la valentía de quienes murieron en ambas trincheras. Negar la guerra, a la cual nos referíamos continuamente en nuestros documentos como «guerra revolucionaria, popular y prolongada», es hacernos quedar como niñitos estúpidos de un jardín de infantes. Es desmerecernos en provecho de algunos bolsillos. Nosotros fuimos héroes en tiempos de guerra. Y en la otra trinchera también. Nadie debe apropiarse de la sangre y del dolor de los que escribieron la historia de los 70`”.
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