domingo, 17 de junio de 2012

La obediencia destructiva

Uno de los experimentos de mayor trascendencia en Psicología Social fue el realizado por Stanley Milgram en su afán por investigar los efectos negativos derivados de una excesiva obediencia ante autoridades o jerarquías superiores. Tal experimento requirió de unos 1000 participantes que recibieron una retribución monetaria por su participación. Se les informó que se trataba de una investigación acerca de la influencia del castigo en el ámbito educativo, mientras que, en realidad, lo que quería verificarse era el límite que cada participante se impondría a sí mismo cuando el nivel de sufrimiento infligido a otro individuo fuera considerable. Saul Kassin, y otros, escriben:

“La investigación que llevó a cabo Stanley Milgram a principios y mediados de los sesenta vinculó de manera espectacular la época de la posguerra con la era de la revolución social. Su trabajo se inspiró en la obediencia destructiva demostrada por los oficiales nazis y los ciudadanos comunes durante la Segunda Guerra Mundial, pero también centró la mirada en la desobediencia civil que comenzó a desafiar las instituciones en muchas partes del mundo. Los experimentos de Milgram, que consiguieron demostrar la vulnerabilidad de los individuos ante las órdenes destructivas de la autoridad, se convirtieron en la investigación más famosa en la historia de la psicología social” (De “Psicología Social”-S.Kassin, S.Fein, H.R.Markus-Cengage Learning Editores SA-México 2010).

El experimento consistía en que cada participante (como “profesor”) debía aplicar una breve y progresiva descarga eléctrica (que iba desde los 15 voltios hasta una tensión máxima de 450 voltios) cada vez que el “alumno” erróneamente respondía cuando se le requerían ciertas palabras que debía memorizar. En realidad, el “alumno” era un actor que fingía y exteriorizaba el sufrimiento mediante expresiones adecuadas al nivel de tensión eléctrica supuestamente recibida, estando ubicado en otra habitación, pero permitiendo hacer conocer sus reacciones al participante. También la elección del rol de “profesor” y “alumno” estaba establecida de tal manera que al encuestado siempre le tocaba “por azar” el lugar del “profesor”.

Cuando estaban interactuando solamente “profesor” y “alumno”, el porcentaje de participantes que llegaba a aplicar el máximo nivel de tensión fue bastante reducido. Sin embargo, cuando el “profesor” estuvo en presencia de un instructor que lo alentaba a seguir, asumiendo la total responsabilidad por la situación, el porcentaje subió hasta un sorprendente 65%, algo que fue bastante más allá de todas las expectativas. Experimentos similares fueron realizados posteriormente en otros países, dando resultados similares. Stanley Milgram dijo: “Diría, luego de haber observado a miles de personas, que si en EEUU se estableciera un sistema de campos de exterminio del tipo que vimos en la Alemania nazi, se encontraría suficiente personal para operarlos en cualquier pueblo mediano” (Citado en “Psicología social”-David G. Myers-McGraw-Hill Interamericana-México 2007).

Podemos decir que tanto la obediencia (hacia padres, docentes, autoridades, etc.) forma parte de las virtudes sociales de un individuo, como también lo es la elemental actitud de compartir el sufrimiento ajeno. Ambas virtudes no son contradictorias ni opuestas, pero es indudable que la última debe ser prioritaria a la primera. Recordemos que la prioridad cristiana es el amor al prójimo, por la cual se sugiere compartir las penas y las alegrías de los demás como si fuesen propias. En la experiencia analizada se observa que los resultados mostrados son, por el contrario, la consecuencia de priorizar la “ley del César” antes que la “ley de Dios”.

El comportamiento de los participantes puede comprenderse a través de algunos supuestos, tales como los mencionados por Tom Butler-Bowdon, quien escribió: “¿Por qué los sujetos que administraban las descargas eléctricas no se sentían culpables y sencillamente abandonaban el experimento? Milgram fue cuidadoso a la hora de señalar que la mayoría de los sujetos sabían que lo que estaban haciendo no era correcto. Detestaban soltar las descargas, especialmente cuando las víctimas se oponían a ello. No obstante, aunque pensaban que el experimento era cruel o absurdo, la mayoría no era capaz de dejarlo. En lugar de eso, desarrollaron estrategias para justificar lo que estaban haciendo. Entre estas se hallaban las siguientes:

Concentrarse en el aspecto técnico del experimento. La gente tiene un fuerte deseo de resultar competente en su trabajo. El experimento y su terminación exitosa se convertía en algo más importante que el bienestar de las personas implicadas.

Transferir la responsabilidad moral del experimento a su director. «Me limitaba a seguir órdenes» y que se halla en todos los juicios sobre crímenes de guerra. El sentido o la conciencia moral del sujeto no se pierde, pero se transforma en un deseo de agradar al jefe o al líder.

Decidir creer que sus acciones son necesarias como parte de una causa valiosa más amplia. Si en el pasado las guerras se habían librado por motivos religiosos o por ideologías políticas, en este caso la causa era la ciencia.

Devaluar a las personas que reciben las descargas eléctricas: «Si son tan tontos como para no recordar los pares de palabras, merecen ser castigados». Tal impugnación de la inteligencia o del carácter es utilizada habitualmente por los tiranos para animar a sus seguidores a librarse de grupos enteros de personas. No valen mucho -sigue diciendo esa manera de pensar-, así que, ¿a quien le importa si se eliminan? El mundo será un lugar mejor”. (De “50 Clásicos de la Psicología”-Editorial Sirio SA-Barcelona 2008).

El experimento mencionado, y las conclusiones correspondientes, constituyen la base del conocimiento psicológico que permite describir el comportamiento de individuos, grupos y sociedades que realizan o apoyan acciones violentas, tal el caso de grupos totalitarios y terroristas. Así, el odio generalizado promovido por los nazis hacia las “razas incorrectas” o por los marxistas hacia la “clase social incorrecta” puede analizarse como un caso típico de la psicología social antes de entrar en el ámbito de la política. Agrega Tom Butler-Bowdon:

“Quizás el resultado más sorprendente fue la observación de Milgram acerca de que el sentido moral de los sujetos no desaparecía, sino que se reorientaba, para sentir deber y lealtad, no hacia aquellos a quienes estaban haciendo daño, sino a la persona que daba las órdenes. El sujeto no era capaz de salir de la situación porque –sorprendentemente- habría sido descortés ir contra los deseos del experimentador. El sujeto sentía que había aceptado hacer el experimento, de modo que abandonarlo le haría aparecer como alguien que incumplía las promesas”.

“El deseo de agradar a la autoridad era más poderoso que la fuerza moral de los gritos de los otros voluntarios. Cuando el sujeto expresaba su oposición a lo que estaba sucediendo, era típico que lo hiciera en los términos más respetuosos. Milgram describe así a un sujeto: «Piensa que está matando a alguien, y sin embargo usa el lenguaje de la mesa de té»”.

Si bien los asesinatos en masa cometidos por nazis y marxistas son consecuencias del odio colectivo, despertado por las ideologías respectivas, que instigan al individuo a difamar, denigrar y hasta eliminar al “enemigo”, existen algunas diferencias notables. Mientras que el nazi trata de hacerlo con alguien supuestamente “inferior”, alguien que “poco vale”, el ideólogo marxista sugiere luchar contra un enemigo que es superior materialmente, económicamente hablando. De ahí que muchos nazis eliminaban a sus víctimas sin sentir remordimiento ni satisfacción. Hanna Arendt escribió: “Eichmann no odiaba a los judíos y eso lo hizo peor, por no tener sentimientos. Hacer aparecer a Eichmann como un monstruo lo vuelve menos peligroso de lo que era. Si uno mata a un monstruo puede irse a la cama y dormir, porque no hay muchos. Pero si Eichmann representara la normalidad, la situación es mucho más peligrosa”.

Así como se siente cierta liberación de conciencia por responsabilizarse a otros, a quienes se obedece, tal “liberación” también aparece cuando se asesina en favor de “una causa justa”. De ahí que no haya ningún arrepentimiento tanto por parte de la mayor parte de los terroristas argentinos de los 70, que asesinaban sin contemplación a policías, militares, empresarios, etc., motivados por la “causa justa del socialismo”, como por parte de varios militares que justificaban la represión ilegal aduciendo luchar por la “causa justa de la patria”.

Quienes se agrupan en torno de un líder que predica la violencia, muchas veces lo hacen por razones estrictamente personales. La ausencia de un sentido definido de la vida, les da la ocasión, al formar parte de “una gran causa”, de encontrar un sentido pleno. De ahí que no es raro que Ernesto Che Guevara, en épocas en que era un estudiante universitario, apenas se interesara en la política, siendo que en su país pocos eran los que se mantenían al margen de los dos grupos en que se dividía la sociedad: peronistas y antiperonistas. Su participación en la revolución cubana fue favorecida inicialmente por poseer cierto espíritu aventurero. Tom Butler-Bowdon escribió: “Un movimiento de masas en ascenso atrae y mantiene a los seguidores no por su doctrina y sus promesas, sino por el refugio que ofrece ante las ansiedades, el vacío y la falta de significado de una existencia individual”.

“A los movimientos de masas se les suele acusar de dopar a sus seguidores con esperanzas de futuro mientras les engañaban respecto del disfrute del presente. Ahora bien, para el frustrado, el presente está irremediablemente echado a perder. Las comodidades y los placeres no pueden llenarle. Ningún contenido de bienestar auténtico puede surgir de sus mentes, a no ser de la esperanza”. “A veces nos involucramos en las grandes causas para no responsabilizarnos por nuestras vidas y a fin de huir de la vanalidad o del sufrimiento del presente”.

Buscamos tanto la felicidad como el camino para lograrla, pero ese camino debemos descubrirlo en nuestra propia naturaleza humana. Las leyes naturales sólo permiten la felicidad de quienes comparten la felicidad de los demás y permiten compartir con los demás la suya propia. Pero hay muchos que sólo logran la infelicidad ya que tienen la singular capacidad de transformar el éxito ajeno en malestar propio y tan sólo pueden ofrecer a los demás sus actitudes negativas. De ahí que el marxista tenga que soportar cada año el hecho de que varios de los “detestables ciudadanos” de los EEUU obtengan algún Premio Nobel en ciencias. También puede mencionarse el caso del tormento intelectual que debió sufrir Alfred Rosenberg, un ideólogo nazi, al enterarse de que el, generalmente considerado, mayor exponente de la intelectualidad alemana, Wolfgang Goethe, era un admirador y seguidor del filósofo judío holandés Baruch de Spinoza, hecho que contradecía abiertamente sus creencias y sus deseos.

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