domingo, 24 de junio de 2012

La evolución del capitalismo

Para la adopción del sistema económico propuesto por el liberalismo, el capitalismo, se debe inducir en la sociedad una previa adaptación a las leyes propuestas y aceptadas por la ciencia económica. Como toda ciencia experimental, habrá de orientarse principalmente por el método de “prueba y error”, aceptándose lo que concuerde con la realidad y rechazándose lo que de ella difiera sustancialmente. De ahí que pueda hablarse de una evolución de la ciencia económica como una progresiva adaptación del pensamiento económico a la propia realidad descripta. La historia de la economía consiste en una sucesión de conocimientos incorporados (previa selección de los mismos), que constituye un conjunto unificado y coherente sujeto a revisión y a un posterior perfeccionamiento.

Se considera, como inicio de la ciencia económica, la labor de los fisiócratas, mientras que todo conocimiento económico previo es considerado como una etapa pre-científica, aunque con aportes importantes ya que en esa etapa se planteó gran parte de los problemas que habrían de solucionarse en el futuro. Entre los aportes de los fisiócratas aparece el concepto de “orden natural”, es decir, el reconocimiento de que el hombre, realizando intercambios en libertad, tiende a establecer un ordenamiento que admite ciertas leyes. La palabra “fisiocracia” significa, justamente, “gobierno del orden natural”. Miguel A. Martínez-Echeverría escribió: “Su concepción básica es que todo el universo, incluida la actividad económica, funciona automáticamente con arreglo a sus propias leyes. Este funcionamiento es armonioso y autorregulable, siempre que se le quiten las trabas que le impiden manifestar su íntima vitalidad y salud” (De “Evolución del pensamiento económico”-Editorial Espasa-Calpe SA-Madrid 1983).

De los fisiócratas surge la expresión francesa “laissez faire et laissez passer, le monde va de lui-même” (Dejar hacer y dejar pasar, el mundo anda por sí mismo) indicando que existe un ordenamiento espontáneo y que no hace falta establecer un “orden artificial”. Esta postura es análoga a la del creyente religioso que acepta la existencia de un orden natural al cual, mediante sus actitudes éticas, se debe adaptar, mientras que el no creyente considera que el hombre mismo es el que tiene la responsabilidad de diseñar un modelo de sociedad “artificial” al cual todo individuo debería adaptarse.

La etapa siguiente está asociada a Adam Smith quien publica en 1776 “La Riqueza de las Naciones”. Se destaca en dicho libro el esclarecimiento de la esencia del “orden natural espontáneo” propuesto por los fisiócratas. Tal orden implica primeramente la división (o especialización) del trabajo, por medio del cual se incrementa notablemente su productividad. La existencia de tal proceso implica la necesidad de un intercambio posterior, lo que da lugar al mercado. Se considera que el mercado constituye un sistema autorregulado (de realimentación negativa), por lo que Adam Smith lo describe mediante la supuesta existencia de una “mano invisible” que ordena los intercambios en el mercado.

El mercado, tal como lo describen los economistas, es una abstracción que nunca se encuentra en la realidad. Sin embargo, tal abstracción orienta a la economía hacia una meta que debe alcanzarse. Recordemos que este método, por el cual se establecen entes idealizados cercanos a la realidad, es el utilizado en la teoría de los circuitos eléctricos. Así, no existe en el mundo real un bobinado que tenga solamente inductancia y que carezca completamente de resistencia y de capacidad eléctrica. Sin embargo, el inductor puro, como elemento circuital idealizado, es uno de los entes básicos de tal teoría.

El problema inmediato que surge de la posibilidad, y de la necesidad, de efectuar intercambios, es el criterio para asignar el valor de cada producto, para que el intercambio sea equitativo, es decir, para que se beneficien ambas partes. En un comienzo, el valor de un bien se asociaba al trabajo (o al costo) necesario para producirlo, consistiendo aparentemente en un valor objetivo, ya que generalmente no se tenia presente la forma de la incorporación de la habilidad o la información necesaria para producirlo. Con el tiempo se fue aceptando la existencia de un valor subjetivo de cada bien que proviene esencialmente del “precio de mercado” determinado por las presiones opuestas ejercidas tanto por la oferta como por la demanda. Si al productor le resulta desventajoso tal precio, debe optar por dejar de producir la mercancía correspondiente.

Una consecuencia sorprendente (y discutible) es que el mercado funciona aceptablemente (desde un punto de vista estrictamente económico) a pesar del egoísmo de los participantes en el proceso (pero no así a pesar de la negligencia de los mismos). Epicteto escribió: “No se trata tan sólo de la estimación por uno mismo: porque es natural en el hombre, lo mismo que en otras criaturas, hacerlo todo en el propio beneficio…en general, Zeus ha creado de tal modo la naturaleza del animal racional, que éste nada puede lograr para sí mismo sin proporcionar a la vez algún servicio a su comunidad. De lo que se desprende que hacerlo todo en el propio beneficio, en modo alguno es antisocial” (Citado por L. S. Stepelevich).

Una vez aclarado el comportamiento del sistema, se observaron algunos inconvenientes que debían subsanarse para que no se perdieran las ventajas de su eficacia. Puede hacerse una síntesis de los inconvenientes que impiden el desarrollo eficaz del proceso del mercado:

Causas internas (debidas a sus participantes): a) Negligencia generalizada para el trabajo, b) Búsqueda generalizada de trabajo en relación de dependencia y falta de empresarios, c) Formación de monopolios, d) Explotación laboral, e) Especulación financiera.
Causas externas (debidas a la intervención del Estado): a) Expansión monetaria excesiva, b) Cobro excesivo de impuestos, c) Imposición de precios máximos o mínimos de los bienes y servicios, d) Reducción o elevación compulsiva de la tasa de interés de los créditos, e) Gastos estatales mayores que los ingresos.

La severa crisis mundial producida a partir del 2008 se inicia por una reducción artificial (por parte del Estado y fuera del mercado) de las tasas de interés para préstamos otorgados para la adquisición de viviendas en los EEUU. Edmund Conway escribió: “Muchas familias que no tenían una posición acomodada aceptaron hipotecas sin darse cuenta de que, cuando terminaran los años de tipos de interés bajos, sus amortizaciones mensuales se dispararían repentinamente a niveles que no estarían en condiciones de pagar. Los economistas convencionales no previeron la escala del descalabro que se produciría a continuación, en parte porque no consiguieron advertir que la gente estaba tomando decisiones visiblemente irracionales que en última instancia les llevaría a perder sus hogares” (De “50 cosas que hay que saber sobre Economía”-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 2011).

Como en el caso de otras ciencias sociales, la economía presenta tanto una función descriptiva como una función normativa. Así como la medicina no sólo consiste en realizar una actividad descriptiva respecto del funcionamiento del cuerpo humano, sino que debe definir acciones concretas para restablecer la salud en caso de enfermedad, el economista también debe contemplar la posibilidad de sugerir soluciones concretas ante diversas circunstancias que se presentan en un país.

La teoría económica se basa en el supuesto de que los actores económicos (empresarios y consumidores) mantienen un comportamiento racional, buscando lo que los favorece y rechazando lo que los perjudica. Sin embargo, entre las causantes de las crisis actuales aparece un comportamiento poco racional tanto en empresarios como en consumidores. De ahí que la nueva tendencia de la economía sea el estudio de los comportamientos reales de las personas de tal manera que el Estado, mediante leyes y decisiones, trate de limitar el libre accionar para evitar los graves inconvenientes posteriores. Edmund Conway escribió: “La economía se encuentra en un proceso de evolución que plantea un cambio radical de perspectiva: de una fe casi ilimitada en la capacidad de los mercados para decidir el mejor resultado se camina hacia una disciplina que cuestiona que precisamente los mercados siempre tengan esa capacidad. Como la novela moderna, que en lugar de limitarse a un único discurso escoge con eclecticismo entre una variedad de estilos diferentes, la economía del siglo XXI habrá de elegir elementos del keynesianismo, el monetarismo, la teoría de los mercados racionales y la economía del comportamiento para crear una nueva fusión”. “La idea en síntesis: hay que intervenir cuando la gente no se comporta en forma racional”.

Por lo general, las “necesarias” intervenciones del Estado en la marcha de la economía, se deben a la necesidad de solucionar las previas e “innecesarias” intervenciones a la misma. En decir, el Estado debe intervenir en la economía de manera tal que no llegue a distorsionar el mercado, debiendo poner límites jurídicos al accionar de sus participantes para permitir su libre funcionamiento.

Debido a que los políticos, que dirigen el Estado y hacen leyes, también muestran un comportamiento irracional, debemos acelerar los pasos pero para pasar de una economía que presupone el hombre racional a una que contemple al hombre ético, ya que toda irracionalidad, en el comportamiento económico, se la puede asociar a un comportamiento poco ético. En realidad, la ciencia económica debe describir al hombre tal cual es, pero, si se busca optimizar el comportamiento económico, tanto como todo tipo de comportamiento social, debe reclamarse una mejora ética en todos los integrantes de la sociedad, en lugar de proseguir en la búsqueda de leyes y resoluciones que contemplen las innumerables formas que el hombre dispone para perjudicar a los demás y a sí mismo, resaltando la única forma cooperativa que existe para beneficiarse conjuntamente con los demás. Wilhelm Röpke escribió:

“El sistema en que los precios y la producción son determinados por la oferta y la demanda, merece ser considerado y defendido solamente como parte de un orden general más amplio, que abarca la ética, el derecho, las condiciones naturales para la vida y la felicidad, el Estado, la política y el poder. La sociedad en su conjunto no puede ser regida por las leyes de la oferta y la demanda, y el Estado es algo más que una especie de empresa comercial”. “Los individuos que compiten en el mercado en procura de su propio beneficio, necesitan más que nadie de las normas sociales y morales de la comunidad, sin las cuales la competencia degenera hasta los extremos más penosos” (Citado en “Enfoques económicos del mundo actual”-L.S.Stepelevich-Editorial Troquel SA-Buenos Aires 1978).

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