domingo, 1 de abril de 2012

La influencia de la religión en la economía

Desde el mismo momento en que toda religión orienta éticamente la acción individual de sus fieles, ha de tener cierta influencia en los aspectos económicos de la sociedad. A partir de las interpretaciones del Evangelio, durante la Edad Media, la Iglesia católica establece restricciones en cuestiones económicas. R. H. Tawney escribe:

“Está permitido al hombre buscar las riquezas necesarias para vivir de acuerdo a la posición que ocupa. Buscar más no es empresa, sino avaricia, y la avaricia es un pecado mortal. El comercio es legítimo; los diferentes recursos de los distintos países indican que así lo dispuso la Providencia. Pero es un negocio peligroso. Debe asegurarse al hombre que a él se entrega de que llena una función pública y que las ganancias que percibe no excedan la recompensa de sus trabajos”. “La usura es contraria a las Escrituras, es contraria a Aristóteles, es contraria a la Naturaleza, pues su finalidad es vivir sin trabajar”.

El comunismo, sociedad en que se comparten los bienes materiales y el trabajo, funciona en forma similar a los monasterios cristianos en los cuales sus integrantes delegan toda su libertad optando por la obediencia a un superior que tiene como misión ordenar la vida en ese lugar. La pérdida de la libertad material poco les importa por cuanto buscan prioritariamente la libertad espiritual. Pero en el comunismo propuesto por Marx, se obliga a todos los ciudadanos a vivir de esa manera. Mientras que en los monasterios todos concuerdan en sus ideas y creencias religiosas, bajo el comunismo marxista se obliga a todo individuo a acatar el credo respectivo, esté de acuerdo con él, o no. De esta semejanza es posible que surja cierta simpatía de los sacerdotes hacia el marxismo. Luigi Einaudi escribió:

“En la Edad Media florecían los conventos y duran todavía hoy en día. ¿Quiénes son los monjes y las monjas sino personas que han abdicado en manos de sus superiores toda facultad de manifestar deseos y de libre elección de sus satisfacciones? Comen, se visten, duermen, se despiertan, viven como quiere el reglamento y como ordena el padre guardián. Su economía no es de mercado sino de obediencia a la orden de sus superiores. Si son felices de vivir así, ¿Por qué no respetar su voluntad? Generalmente, sin embargo, los hombres gustan de vivir a su modo y no como los monjes del convento” (De “La economía social de mercado”).

Los cambios más significativos, luego de la Edad Media, los encontramos en la Reforma protestante, especialmente en el caso de Calvino (Jean Calvin). R. H. Tawney escribe:

“Es la suya [la de Martín Lutero] una economía natural, más bien que monetaria, basada en los pequeños negocios entre campesinos y artesanos en el reducido mercado del pueblo, donde la industria no tiene otra misión que el sostenimiento de la familia”.

“Tiene el calvinismo temprano sus reglas propias, y muy rigurosas, para la conducta en los asuntos económicos. Pero ya no le inspira suspicacias el mundo de los motivos económicos como extraño a la vida del espíritu, ni desconfía del capitalista como una persona que se ha enriquecido a costa de los infortunios del vecino, ni considera la pobreza como una cosa meritoria de por sí; acaso sea el primer código sistemático de enseñanzas religiosas del cual se puede decir que acepta y aplaude las virtudes económicas. No es su enemigo la acumulación de riquezas, sino el mal uso que puede hacerse de ellas para fines de la propia comodidad u ostentación. Es su ideal una sociedad que busca las riquezas con la sobria gravedad de los hombres conscientes a un tiempo de la disciplina de su propio carácter en el paciente esfuerzo y de su propia dedicación a servicios aceptables para Dios” (De “La religión en el origen del capitalismo”-Editorial Dedalo-Buenos Aires 1959).

Varios autores señalan que el catolicismo, al considerar la pobreza como una virtud y la riqueza como un pecado (otra coincidencia con el marxismo) retarda el desarrollo económico, mientras que el protestantismo, al valorar de distinta forma esos atributos, favorece el desarrollo. Mariano Grondona escribe:

“En tanto las sociedades resistentes toleran el pecado –que es la incoherencia entre aquello en lo que se cree y aquello que se hace- pero rechazan la herejía –pensar en forma diferente de lo establecido-, las sociedades favorables aceptan y estimulan la diversidad «herética» de las opiniones pero rechazan el pecado, entendido como la falta de integridad, de coherencia entre lo que se proclama y cómo se vive. Por eso en el protestantismo no hay sacramento de la confesión. En realidad, no hay ante quien confesarse, puesto que nadie ocupa el lugar eminente del perdonador”.

En cuanto a la Encíclica papal Populorum Progressio, P. A. Mendoza, C. A. Montaner y A. Vargas Llosa escriben:

“Es interesante que, en las tres o cuatro primeras líneas del párrafo citado, Pablo VI consigna las tres fobias que, por razones morales, una y otra vez fustiga el catolicismo: la búsqueda del lucro, la competencia y la propiedad privada. Es como si el Santo Padre o sus asesores en materia económica no entendieran la naturaleza humana y mucho menos los mecanismos íntimos que rigen la creación de riquezas, algo difícil de comprender de una sabia institución que cuenta con dos mil años de existencia, casi todos en compañía, precisamente, de las clases dirigentes y adineradas”.

“Sin el afán de lucro, sin la voluntad de sobresalir, las personas no consiguen prosperar. ¿Conocía Pablo VI lo que sucedía en las dictaduras comunistas, en las que se había demonizado el afán de lucro? ¿No sabía de esas muchedumbres impasibles, apáticamente marginadas de la actividad económica por la falta de motivaciones? ¿Sería cierto, como en 1905 escribió Max Weber, que las comunidades protestantes son más ricas que las católicas porque cultivan una ética de trabajo que no penaliza el afán de lucro, siempre que se mantenga dentro de los límites que marca la ley?”.

“En cuanto a la competencia….sin ella, sencillamente, no hay progreso ni desarrollo. La competencia es el modo que tiene la sociedad de purgar sus errores y de crear formas de vida cada vez mejores y, allí donde funciona el mercado, más barata. Es cierto que la competencia coloca sobre la persona una durísima tensión o estrés, pero de ella depende la posibilidad de mejorar el mundo en que vivimos”.

“Hace ochenta años que esto lo explicó con toda claridad un economista austriaco llamado Joseph Schumpeter. La competencia dura, demandante, a veces agónica, es lo que hace que las personas y las empresas se esfuercen por hacer las cosas mejor y a mejores precios. ¿Que en el camino hay personas y empresas que fracasan? Por supuesto. Si no hubiera fracasos, si diera igual producir poco o mucho, bien o mal, ¿por qué las personas o las empresas se iban a esforzar?”.

“Sin propiedad privada –y así lo sostuvo la Iglesia durante quince siglos- es muy difícil mantener la libertad de las personas. Es un derecho natural, porque es algo que las gentes conquistan con su trabajo. Cuando se pierde esa relación entre el esfuerzo personal y la obtención de bienes privados, los seres humanos quedan a merced de quien detenta los derechos de propiedad, sea el Estado u otra entidad colectiva. A partir de ese momento las posibilidades de decidir sobre la propia vida se reducen notablemente, porque el control de nuestros actos queda en manos de otras personas” (De “Fabricantes de miseria”-Editorial Plaza & Janés SA-Barcelona 1998).

A manera de ejemplo, se considera la distinta influencia que produjo una misma decisión empresarial sobre católicos y protestantes, Mariano Grondona escribió:

“Max Weber alude a un caso en el que, preocupado por aumentar la productividad de sus obreros en las diversas plantas que tenia a lo largo del territorio alemán, un empresario decidió aumentarles el sueldo. Pensó que así se motivarían”.

“Sin embargo, obtuvo dos reacciones distintas según fuera la localización geográfica de las plantas. En la zona bajo predominio protestante, muchos obreros pensaron que al recibir más por cada hora de labor, si agregaban más horas a su jornada sin aumentar sus gastos incrementarían su ahorro y así podrían convertirse ellos mismos, algunos años más tarde, en empresarios. Por lo tanto, redoblaron su esfuerzo. En su caso, la previsión del empresario se cumplió”.

“Pero no ocurrió lo mismo en Baviera, donde predominan los católicos, porque allí muchos obreros pensaron que, ya que se les pagaba más por hora, podrían dedicar menos tiempo al trabajo y más tiempo al descanso, a los amigos, a la familia, sin destruir por ello su ingreso mensual. En este caso, la previsión del empresario fracasó”. “La misma regla sirvió para aumentar la producción en Prusia y para disminuirla en Baviera, porque fue recibida en dos opuestos contextos culturales; uno moderno, el otro tradicional”.

“A la inversa de lo ocurrido en Baviera, tanto en la Europa protestante como en los EEUU se instaló por razones originariamente religiosas, la ética del trabajo. Ella altera el orden de valores de Pitágoras, exaltando lo que éste, Platón, Aristóteles y el cristianismo medieval tenían por lo más bajo: el trabajo económicamente productivo” (De “Las condiciones culturales del desarrollo económico”-Editorial Planeta Argentina SAIC-Buenos Aires 1999).

En cuanto a la actitud de muchos obispos católicos, Carlos A. Montaner escribió:

“Los obispos, y en particular los sacerdotes de la teología de la liberación, son todavía más destructivos cuando atacan el motivo de la ganancia, la competencia y el consumismo. Lamentan la pobreza de los pobres, pero al mismo tiempo promueven la idea de que tener propiedades es pecado, al igual que la conducta de las personas que tiene éxito en la economía mediante el trabajo, el ahorro y la creatividad. Predican actitudes que son contrarias a la psicología del éxito”.

“El «neoliberalismo» no es más que un abanico de medidas de ajuste diseñadas para aliviar la crisis económica de la región: reducciones del gasto público, reducciones de los empleados del sector público, privatización de las empresas del Estado, un presupuesto equilibrado, y un cuidadoso control de la emisión monetaria; puro sentido común después de un modelo intervencionista que durante más de medio siglo no produjo ningún progreso abarcador para los pueblos de América Latina. Esas medidas, que el clero critica tan firmemente, no son diferentes de las que los ricos países europeos se exigen entre sí para poder acceder al euro. Se trata, simplemente, de implantar una política económica sensata”.

“Para algunos de los sacerdotes de la teología de la liberación, la pobreza es inevitable, aunque sea debido al supuesto imperialismo de los países ricos, con los EEUU a la cabeza. Y la única forma de huir de la pobreza es la violencia armada, que ha sido incitada –y nunca repudiada- por el líder de la teología de la liberación, Gustavo Gutiérrez” (De “La cultura es lo que importa” de S. P. Huntington, L. E. Harrison y otros-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2001).

Respecto del ajuste neoliberal, que le sigue a la crisis por la distribución masiva sin fondos suficientes, por obra del socialismo o del populismo, comienzan las severas críticas a quienes buscan reducir el derroche y las malas asignaciones de recursos por parte del Estado. Los socialistas pretenden solucionar la crisis aumentando incluso los gastos excesivos; justamente los que produjeron la crisis.

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