viernes, 23 de abril de 2021

La venezuelización de la Argentina

Por Manuel Adorni

El proceso de devastación que hoy se vive en el país no es ni más ni menos que un proceso que ha llevado varios años y donde su punto exacto de inicio es difícil de identificar con exactitud

El desastre venezolano no es algo que haya comenzado en los tiempos recientes. Tampoco le dio comienzo a la decadencia Nicolás Maduro. Ni siquiera lo hizo el mismísimo Hugo Chávez. La destrucción de Venezuela da a luz allá por la década del setenta, cuando junto al nacimiento de Petróleos de Venezuela Sociedad Anónima (PDVSA) se da comienzo al peligroso proceso de nacionalización del petróleo. Así fue como la hoy devastada república latinoamericana comenzó a transitar su camino populista.

La historia reciente en la Argentina no dista demasiado de lo que fue ocurriendo en Venezuela a través de las últimas décadas. El proceso de devastación que hoy se vive en el país no es ni más ni menos que un proceso que ha llevado varios años y donde su punto exacto de inicio es difícil de identificar con exactitud. Tal vez fue allá por la década del treinta, quizás ocurrió con la llegada al poder de Juan Domingo Perón o simplemente deberíamos ubicarnos en los momentos posteriores ocurridos luego de la brutal crisis del año 2001, donde los planes sociales, las dádivas públicas y los aires políticos de hacernos creer en Argentina como la potencia milagrosa invadieron las mentes de buena parte de nuestra sociedad.

Desde los dos millones de planes sociales que nacieron durante el año 2002 (luego del quiebre de finales del año anterior) la historia es conocida (aunque no por eso carece de mérito para recordarla): se estatizó una buena porción de YPF como también los fondos acumulados en las AFJP (lo que en la década del 90 soñó con ser un sistema de jubilación privada) y Aerolíneas Argentinas. Se incorporaron al sistema previsional a más de tres millones de personas sin aportes (incluso hoy más de la mitad de aquellos que cobran un haber previsional transitan una moratoria por no haber cumplido con los requisitos para poder acceder a él), se sumaron 1.500.000 empleados públicos en todos los niveles de gobierno, se han impuesto retenciones a las exportaciones y se ha pulverizado el sistema energético (entre congelamiento de tarifas y corrupción). Tampoco fueron suficientes aquellos planes sociales de principio de siglo: estos se han multiplicado hasta llegar a que un cuarto de la población acceda a un plan social. A casi dos décadas de aquel comienzo del asistencialismo extremo, más de la mitad de los argentinos cobra algún cheque del Estado.

El resultado de esto fue ni más ni menos que el esperado: más pobreza, inflación crónica sin control, catorce años sin crear empresas, diez años sin la existencia de creación de empleo genuino y un sector privado devastado y ya sin ganas (incluso en la gran mayoría de los casos sin posibilidades) de seguir adelante. La decadencia de las instituciones tuvo su nota destacada durante estos años. La educación también fue parte de la degradación, pero ese es un capítulo aparte.

Parece que no hemos aprendido absolutamente nada y el proceso de mimetización con Venezuela es cada vez más evidente: la gran apuesta del gobierno para su flagelo inflacionario son medidas de corte puramente chavista. El control de precios en sus múltiples variantes (por la ley o por la fuerza), el control del precio del dólar (generando escases, no solo de dólares sino de todo tipo de bienes, muchos de ellos necesarios para que las industrias puedan producir), la ley de góndolas, las tarifas de servicios públicos congeladas, el “Observatorio de Precios”, el “Sistema Informativo para la Implementación de Políticas de Reactivación Económica” (llamado de manera abreviada SIPRE, una especie declaración de todo lo que pasa puertas adentro de las empresas), el “Registro de exportadores de carne”, la “Comisión mixta de seguimiento” (de seguimiento que más bien es persecución de aquellos que exportan bienes), el “Código de buenas prácticas comerciales de distribución mayorista y minorista” (una especie de manual de lo que hay que hacer en términos de marketing e información a los clientes) y porque como nada de esto alcanza, también hay que destacar los cientos de inspectores que recorren los comercios auditando precios y stocks de mercaderías (algunos inspectores que pertenecen a la propia AFIP, otros tantos de diferentes dependencias del Estado y hasta personas que pertenecen a movimientos sociales: si, esos que hace algún tiempo saqueaban los supermercados hoy se encargan de controlarlos).

Nadie habla de cómo generar empleo para salir de la pobreza. Menos aún de como terminar con la inflación, mejorar las instituciones o incluso analizar cómo vamos a resurgir de las cenizas que deje la pandemia en nuestro país, pandemia ésta que en algún momento se retirará de las principales preocupaciones y dará paso nuevamente mirar de frente a nuestros problemas estructurales que tienen implicancia directa en ese futuro que espera por nosotros.

El populismo no es más que la tarea de crear ilusión en la gente, haciéndoles creer que mágicamente tendrán hoy lo que deberían lograr obtener en el lago plazo, a base de esfuerzo, trabajo y dedicación. Y cuando esa ilusión se cuela en las venas de la sociedad, cualquier alternativa diferente y real de progreso, se transforma en inviable. El populismo necesita de dos características básicas para poder funcionar: cerrarse al mundo y disponer de recursos (en virtud de sostener la ilusión de bienestar). Por desgracia, cerrarnos al mundo ya lo hemos logrado. En cuanto a los recursos, éstos se han agotado. Y cuando el populismo agota los recursos (lo que tarde o temprano se le vuelve inevitable) es cuando llega el gran momento donde hay que tomar una decisión crucial entre seguir definitivamente alguno de los dos caminos posibles: cambiar para intentar ser un país normal o simplemente radicalizarse en contra de la república y la democracia. Venezuela ya ha elegido, Argentina aún no. Ese es el único paso que no hemos dado y que aún nos diferencia. Ser un país con futuro, aún hoy es una posibilidad.

(De www.infobae.com)

2 comentarios:

agente t dijo...

El punto clave en el que se debe optar claramente para redirigir la perspectiva de futuro del país está en la creación de riqueza. No se trata de seguir distribuyendo una tarta menguante gracias a unos impuestos atroces aderezados con corrupción, sino en posibilitar que la acumulación de capital se dé en una medida que permita el crecimiento sano y sostenido de la economía. Ello traerá consigo, inevitablemente y gracias a los mecanismos de mercado, un enriquecimiento transversal de la sociedad, reservándose el Estado para tal situación la misión de no permitir que se den signos de indolencia que hagan escasa o favoritista la redistribución de una riqueza en progresión.

Bdsp dijo...

Lamentablemente, el actual gobierno busca ganar elecciones y mantenerse en el poder, a cualquier costo. Poco o nada le interesa el futuro de la nación y un 30% de la población lo apoya incondicionalmente...