domingo, 11 de abril de 2021

Alberdi y los caudillos

Luego de independizarse del dominio español, la Argentina entra, en el siglo XIX, en una etapa de caos y guerras civiles que tiene por principales actores a los caudillos provinciales. Aparecen en la historia nacional como los únicos culpables de una época de barbarie. Sin embargo, Juan Bautista Alberdi advierte que también fueron culpables quienes centralizaron el poder en Buenos Aires menoscabando las autonomías provinciales. Federico A. Daus escribió: “El abolengo castellano de los caudillos ha sido señalado por distintos autores, con su individualismo absoluto y su regionalismo intolerante; en tal tesitura mental, cada caudillo se cree rey y a cada comarca se reputa un Estado”.

“La guerra civil perpetua, sin motivaciones nacionales, es la secuencia inevitable de esta psicología fermentativa; la heroicidad y la lucha cruel es corolario necesario de ese comportamiento pendenciero. No es, pues, necesario indagar sobre qué ancestro recae el origen de la vocación heroica-pendenciera de los caudillos, señores feudales de las sierras, descendientes de conquistadores hispanos, conmilitones espirituales de Pizarro, Nuflo de Chaves,….”.

“Parece oportuno recordar la definición que W. Schubart ha dado del hombre heroico y que explica su singular comportamiento: «El hombre heroico no vive pacíficamente en el mundo, sino en perpetua oposición; lo llenan la confianza en sí mismo y la codicia de dominio; la secularización es su destino, el heroísmo es su sentimiento vital y la tragedia su acto final»”.

“Contribuye a caracterizarlos lo que atañe a los móviles de la lucha a que se lanzaron con ímpetu feroz y, sobre todo, la indiferencia que mostraron por la guerra nacional de la independencia –excepción hecha de Güemes, que es un caso singular en la galería de los caudillos- Todos, como este último, estuvieron en condiciones de enrolarse en los ejércitos patrios y no lo hicieron, contrariando su deber y su linaje heroico”.

“Los móviles de los caudillos no fueron nacionales, lo cual acerca más a este género de hombres batalladores al prototipo pendenciero que al heroico. Se ha observado que en las épocas de las guerras civiles argentinas fue sumamente difícil para los oficiales de los ejércitos regulares, frecuentemente involucrados en las luchas, puesto que en la mayor parte de las revueltas era «por demás dudoso dónde estaba el deber con la Patria y hacia cuál bando aconsejaba inclinarse el deber militar» (Best). La falta de objetivos nacionales claros era, sin duda, el origen de las dudas de los oficiales, que sin motivaciones psicológicas se veían envueltos en las reyertas de los pendencieros, por pertenecer a los cuadros regulares del ejército”.

Lucharon “contra otros caudillos rivales, miembros todos de las oligarquías lugareñas; y lucharon específicamente contra Buenos Aires, ejecutora y beneficiaria del «centralismo» y agente de la modernización, heredera de los privilegios del régimen colonial –de la aduana, en primer lugar-, gobernada por una «minoría usurpadora del poder de los pueblos»” (De “Desarrollo y comportamiento”-Editorial El Ateneo-Buenos Aires 1976).

Respecto de las opiniones de Alberdi, Manuel Lizondo Borda escribió: “Definiendo al caudillo en Sud América, Alberdi se pregunta: «¿Quién lo constituye, quién lo crea, quién le da poder y autoridad?». Y se contesta: «La voluntad de la multitud popular, la elección del pueblo. Es el jefe de las masas, elegido directamente por ellas, sin ingerencia del poder oficial, en virtud de la soberanía de que la revolución ha investido al pueblo todo, culto e inculto; es el órgano y brazo inmediato del pueblo»…En todo lo cual Alberdi decía la verdad”.

“Luego apunta esto que es igualmente cierto: «Como órgano del pueblo y de la multitud popular, el caudillo es el tipo opuesto al militar, que es por esencia órgano del gobierno, de quien siempre depende. El caudillo supone la democracia, es decir que no hay caudillo popular sino donde el pueblo es soberano…»”.

“A lo cual, con toda lógica, agrega: «El caudillaje que apareció en América con la democracia, no puede ser denigrado por los que se dicen partidarios de la democracia sin el más torpe contrasentido…A esto responden –observa- que hay dos democracias en América, la democracia bárbara, es decir la popular, y la democracia inteligente, es decir, la anti-popular…». Pero –dice- «llamar democracia bárbara a la del pueblo de las campañas de América, es calificar de bárbaro al pueblo americano»…”.

“Y a continuación, tras citar a nuestros caudillos más notorios, que fueron soldados de Belgrano y San Martín en la guerra de la independencia, distinguiéndose en ella, expresa con verdad: «¿Por qué tienen mala fama? ¿A qué deben su descrédito? Sus violencias y arbitrariedades innegables fueron el pretexto. Vástagos e instrumentos de una revolución fundamental, no podían ser dechados de disciplina; no lo son en ninguna parte los jefes de una democracia que no se ha constituido definitivamente»”.

“Más adelante, entrando en la entraña del problema sobre nuestros caudillos, que es la de su acción o voluntad histórica, que los salva y justifica ante la posteridad, Alberdi nos dice: «¿Qué querían Güemes, Ramírez, López, Ibarra, Quiroga, etc.? La federación, de que Buenos Aires había dado la doctrina y el ejemplo; la autonomía provincial, a falta del poder nacional, que Buenos Aires desconoció y estorbó pertinazmente, bajo un pretexto u otro. Esa autonomía era el significado práctico de la libertad de los pueblos disputados a España. Y bien; ¿no es ése el sistema que ha triunfado al fin?»”.

“Sobre lo cual declara: «La federación, en el sentido de los pueblos, fue la participación de todos ellos por igual en la gestión de su gobierno común: fue la resistencia de las provincias a la pretensión de Buenos Aires de ser única y sola para el gobierno de todas: fue la independencia interior, la libertad concéntrica, el derecho de no ser avasallados por Buenos Aires en nombre de la patria, personificada en esa sola provincia, como querían los que así entendían la unidad». Y así –añade-, «Buenos Aires aborrece a los caudillos, porque ellos significan en la historia argentina…el desconocimiento de la autoridad soberana y suprema, que el pueblo de Buenos Aires quiso asumir sobre los otros pueblos de la Nación Argentina»”.

“Por último, Alberdi sintetiza su concepto histórico sobre nuestros caudillos, en su época, con estas notables palabras que son –para nosotros- profundamente verdaderas: «La democracia consiste en la soberanía del pueblo. El pueblo es soberano por los hechos generales y por las ideas de este siglo. El pueblo americano lo es, además, por el Océano Atlántico, foso de miles de leguas que separa los gobiernos de derecho divino, de los gobiernos por la voluntad nacional. Belgrano quería suprimir los caudillos sin suprimir la democracia. Su remedio era éste: Belgrano quería salvar la democracia independiente de América monarquizándola [en forma constitucional] es decir, dándole una personificación americana noble, alta, digna de ella, en un jefe irrevocable de su elección, con el título de soberano; en lugar de tener por personificación y símbolo encarnado a los Artigas, a los Quiroga, a los Chacho, y a toda esa larga dinastía de reyes de poncho, sin corona pero sin ley, y armados de un cuchillo en lugar de un cetro»”.

“«Mitre, Sarmiento y los de su escuela liberal e inteligente –continúa- hallan que América merecía este gobierno más bien que el que quería Belgrano. Solamente ellos quieren reemplazar los caudillos de poncho por los caudillos de frac; la democracia semi-bárbara, que despedaza las constituciones republicanas a latigazos, por la democracia semi-civilizada, que despedaza las constituciones con cañones rayados, y no con la mira de matarlas, sino para reconstruirlas más bonitas; la democracia de las multitudes de las campañas, por la democracia del pueblo notable y decente de las ciudades; la democracia que es democracia…por la democracia que es oligarquía»”.

“«Si la república es buena, si se está por ella –dice más adelante-, es preciso ser lógicos: se debe admitir su resultado, que son los caudillos, es decir, los jefes republicanos elegidos por la mayoría popular entre los de su tipo, de su gusto y confianza. Pedir que la parte inculta del pueblo, que es tan soberana como la culta, se dé por jefes, hombres de un mérito que ella no comprende ni conoce, es una insensatez absoluta»”.

“«Belgrano –concluye- partía de ese hecho; y para librar al país de los Artigas y los Francia, no trataba de exterminarlos, sino buscaba la cooperación de ellos mismos para dar a la democracia la forma que la libere de tener por jefes caudillos semi-bárbaros, elegidos por las campañas y caudillos semi-cultos, elegidos por las ciudades; y que, en lugar de caudillos y de jefes populares de toda especie, tomase una personificación permanente en la forma de gobierno adoptado por la civilización de la Europa liberal, que dé paz y libertad a las campañas y a las ciudades, a los semi-bárbaros y a los semi-cultos, sin perjuicio del derecho democrático de todos a tomar en la gestión de su gobierno la parte que le concede esencialmente la necesidad de moderarlo y mantenerlo dentro de la ley y del respeto de los derechos populares»” (De “Encuesta sobre el caudillo”-Varios autores-Universidad Nacional de La Plata-La Plata 1966).

La opinión algo benevolente de Alberdi hacia los caudillos, pareciera surgir sólo de tener en cuenta la legitimidad de sus accesos al poder y no tanto a la legitimidad de sus respectivas gestiones. Posiblemente tal actitud haya sido favorecida por la animadversión de Alberdi por sus adversarios intelectuales, como lo fue Sarmiento, un opositor a los caudillos. De todas formas, resulta ser una opinión respetable debido al conocimiento que Alberdi tenía acerca de los acontecimientos y las ideas imperantes en el siglo XIX.

1 comentario:

agente t dijo...

La falta de objetivos nacionales procede de la falta de conciencia nacional, y esto tiene por resultado que sus clases dirigentes, y el pueblo en general, no procuran lo necesario parar aumentar y mejorar las capacidades de la nación en lo material (incluyendo el crecimiento económico, el desarrollo científico y técnico y la capacidad defensiva), en lo individual (con especial hincapié en la educación de las nuevas generaciones y en la capacitación laboral y personal de los ciudadanos en edad activa mediante el acceso a la formación y a la cultura) ni en su relación con los demás pueblos (atracción del turismo y promoción exterior de sus productos e intereses). Es un fenómeno muy extendido entre los países hispánicos, incluida España pese a haber tenído más tiempo para desarrollarla.


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