lunes, 5 de octubre de 2020

Los planes sociales y sus nefastos efectos

La grave crisis social que padece la Argentina, resulta ser una especie de callejón sin salida, por cuanto la mayor parte de la población considera que las “ayudas sociales” otorgadas por el Estado son una solución para los problemas de pobreza extrema. De ahí que durante el kirchnerismo se hayan otorgado millones de jubilaciones sin aportes, millones de planes sociales, miles de ayudas por maternidad, cientos de miles de “puestos de trabajo” estatales e, incluso, casi un millón de “pensiones por invalidez” para gente que puede trabajar, al menos en su mayoría. El macrismo, en lugar de disminuir tal tendencia despilfarradora de recursos, sólo planteó la posibilidad de financiarla con inversiones que vendrían del exterior.

Los recursos económicos, para mantener tan fenomenal proceso de “ayuda social”, surgen del sector productivo a través de impuestos casi confiscatorios de sus ganancias. Ello llevó a reducir la posibilidad de crecimiento empresarial, de nuevas inversiones y del otorgamiento de puestos de trabajo adicionales. Mientras tanto, alejó del trabajo productivo a millones de argentinos, ya que en algunos lugares del país han peligrado las cosechas de frutas por cuanto, según la ley, el que tiene un plan social y trabaja en blanco, pierde momentáneamente dicho plan.

Quizás el mayor efecto, casi criminal, surge del mantenimiento, por parte del Estado, de mujeres con muchos hijos, asignándoles un pago adicional por cada nuevo hijo. Estas madres, al tener como única entrada monetaria tal ayuda social, entran en una continua maternidad irresponsable, por cuanto traen al mundo niños que tendrán pocas posibilidades de insertarse en la sociedad. De ahí que no deba extrañar que el nivel de pobreza de los niños sea bastante más elevado que el nivel de pobreza general.

La irresponsable distribución de recursos económicos, iniciada por el kirchnerismo y mantenida por el macrismo, no se debió a unas supuestas “buenas intenciones”, aunque equivocadas, sino a la posibilidad de “comprar votos” para futuras elecciones con el propio dinero del Estado, o dinero de todos. De esa manera, el país puede considerarse como un gran tumor maligno (el Estado derrochador) que cada vez se alimenta y se agranda consumiendo al tejido sano (el sector productivo). Para colmo, ambos sectores distribucionistas han tenido la precaución de hacerle creer a la población que quien se opone a tales ayudas es el perverso y egoísta liberal que poco o nada se interesa por el sufrimiento de los pobres.

Procesos algo similares se han visto en otros países, advirtiéndose que, en muchos casos, cuando una mujer recibe ayuda del Estado, su marido, o pareja, se aleja por cuanto se ve desligado de la obligación de mantener a sus propios hijos. George Gilder escribió: “Los conservadores advirtieron que la verdadera pobreza es menos un estado de ingresos que un estado mental y que las dádivas del gobierno perjudican a la mayor parte de la gente que pasa a depender de él”.

“La lección del periodo iniciado en 1964 –una lección tan manifiesta que no puede exagerarse- en que los conservadores, en el mejor de los casos, expresaron tácitamente su argumento. Desde que se lanzó la guerra contra la pobreza, el flagelo moral de la dependencia se ha complicado y extendido a generaciones futuras mediante la peste virtual de la disolución familiar”.

“El número de familias negras encabezadas por mujeres, ya causa de gran alarma en tiempos del famoso Informe Moynihan de 1965, ha crecido a más del doble, y también el número de niños negros criados en esos hogares sin padres. En 1978 seis de cada diez niños negros eran criados en familias sin padre o en instituciones (en contraste con menos de dos de cada diez blancos). El desastroso potencial de estas tendencias y programas ya se evidenciaba a fines de los años 70, como lo muestran las tasas de desempleo y retiro de la fuerza laboral de los negros jóvenes, que llegan al 60 por ciento en áreas urbanas centrales y el incremento del desempleo de varones negros, pese a la disminución de las tasas de desempleo de los blancos y niveles ascendentes de empleo en general”.

“Cualquiera que observe estas estadísticas –o, como hice yo durante dos años de entrevistas en el ghetto, cualquiera que observe las vidas que han sido mutiladas y desmoralizadas como consecuencia- sólo puede rogar que estas apariencias de tragedia lo hayan engañado. La historia social está demasiado llena de sorpresas para permitir ninguna profecía segura. Pero nadie puede presenciar ese tendal de hogares y vidas destruidas y llamarlo una victoria sobre la pobreza sin privar a la palabra de toda significación”.

“Como ha dicho Irving Kristol, una sociedad libre en que la distribución es en general considerada injusta no puede sobrevivir mucho tiempo. La mentalidad distribucionista golpea así el corazón vivo del capitalismo democrático” (De “Riqueza y pobreza”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1982).

La mentalidad “distribucionista de lo ajeno”, propia de la socialdemocracia y asociada al Estado de Bienestar, tiende a provocar serios problemas sociales, opuestos a los objetivos buscados. En referencia al mencionado proceso ocurrido en los años 60, Alberto Benegas Lynch (h) y Martín Krause escriben: “Ilustra magníficamente el perjuicio que el mal llamado «Estado benefactor» significa para los más pobres lo que ha sucedido en los Estados Unidos. Y hemos elegido deliberadamente aquel país porque es el más eficiente de la Tierra y el lugar en donde más se respeta la justicia debido a su independencia de los vaivenes del poder”.

“Para no tomar periodos más alejados que comienzan con el New Deal y concentrar la atención en periodos más recientes, un meduloso estudio de Michael Tanner muestra que desde que el gobierno de los EEUU declaró «la guerra contra la pobreza» en 1965 se gastaron en ese país 5,4 billones de dólares para «combatir» la pobreza hasta 1996. El resultado de esa guerra y de los respectivos combates que insumió la cantidad referida de recursos –monto verdaderamente impresionante por cierto- es que hay más gente bajo la línea de pobreza sobre el total de la población que la que había al comenzar «la contienda»”.

“Para apreciar la cantidad astronómica de recursos que significan los 5,4 billones de dólares consumidos por el gobierno en esta pelea tan mal concebida, señala el autor que con esa cantidad se podrían comprar los activos netos de las 500 empresas «top» según la revista Fortune y toda la tierra destinada a la producción agrícola en los EEUU”.

“Y ya que estamos hablando de guerras, el mismo autor muestra que los 5,4 billones de dólares representan el 70% de la totalidad de los gastos que demandó el extenso periodo de la Segunda Guerra Mundial. Como si esto fuera poco, el estudio de referencia revela que al comenzar este «programa» en 1965, 70 centavos de cada dólar llegaban a los destinatarios y el gobierno retenía 30 y, en la actualidad, las cifras se reinvirtieron: sólo 30 centavos de cada dólar llegan al destinatario y 70 quedan en el camino, es decir, en las agencias gubernamentales y en los bolsillos de los burócratas. Y tengamos en cuenta nuevamente que estamos hablando del país más eficiente de la Tierra…imaginemos lo que queda para el resto” (De “En defensa de los más necesitados”-Editorial Atlántida SA-Buenos Aires 1998).

1 comentario:

agente t dijo...

Nunca se advertirá bastante sobre los efectos narcisistas y corruptores de no tener que ganarse la vida en individuos sanos y capaces durante su edad laboral.