lunes, 12 de octubre de 2020

Derechos naturales vs. Derechos artificiales

Los derechos naturales, que nos otorga el orden natural, o Dios, son aquellos que nos corresponden a todos los seres humanos en la condición de tales. De ahí que se denominen “derechos humanos”. Ellos son, principalmente, el derecho a la vida y el derecho a lograr un aceptable nivel de felicidad. El respeto que debemos otorgar a todo ser humano implica también un respeto por sus derechos naturales, que no deben ser impedidos ni perturbados por nuestras acciones.

El derecho al desarrollo de nuestras potencialidades, como camino necesario para el logro de la felicidad, requiere de una libertad individual que no deberá ser entorpecida por los demás. Tal libertad implica no ser gobernados material ni mentalmente por otros seres humanos; requisito promovido tanto por el cristianismo como por el liberalismo.

La propiedad privada también es un derecho derivado de los anteriores (vida y felicidad), ya que, si se la reemplaza por la propiedad colectiva, o estatal, se establecen las condiciones necesarias para que nuestra vida sea dirigida por quienes administren la propiedad colectiva o estatal. Si alguien piensa que tal propiedad no debe ser administrada por nadie, admite la posibilidad de una anarquía, o caos, que impedirá disponer de los beneficios derivados de los derechos otorgados por el orden natural. El respeto de los derechos naturales individuales es la forma básica de adaptación al orden natural.

Tal adaptación implica también adaptarnos al medio ambiente, o geográfico, advirtiéndose en este caso que las formas propuestas no presentan demasiadas controversias, al menos en comparación con las que surgen ante las formas de adaptación social entre los propios seres humanos en vista a la supervivencia y a la felicidad de todos. Gustavo D. Perednik escribió respecto de los derechos humanos: “Son aquellos derechos que uno tiene en virtud de ser un ser humano, es decir por el sólo hecho de haber nacido”.

“Caben en esa categoría, en general, los derechos a la vida y a la libertad, y más específicamente algunos derivados, como por ejemplo el derecho a no ser perseguido ni torturado”.

“En una segunda etapa se agregan los derechos que uno tiene, no por haber nacido humano, sino por vivir en sociedad, tal como el derecho a la propiedad o a la libre expresión. En ese punto ya uno se aparta de los derechos humanos elementales” (De “El retorno de la barbarie” de A. Benegas Lynch (h) y Gustavo D. Perednik-Ediciones Amagi-Buenos Aires 2019).

Los derechos naturales implican la posibilidad de alcanzar los respectivos objetivos por nuestros propios medios, permitiendo, además, que otros los alcancen. Cuando se supone erróneamente que cada derecho que poseemos implica una obligación para que otros lo logren por nosotros, estaríamos estableciendo una desigualdad esencial por cuanto habría seres humanos con derechos y seres humanos con deberes (para satisfacer los derechos de aquéllos).

Así como el cristianismo y el liberalismo coinciden en fundamentar sus propuestas en base a los derechos naturales, los socialistas han propuesto “derechos artificiales” que a veces poco o nada tienen en cuenta a los naturales. Ello implica que ya no es el orden natural, o Dios, el que nos concede los derechos a la vida y a la felicidad, sino que ha de ser el Estado socialista el que ha de cumplir tal función. Perednik agrega: “El problema es que la izquierda ha diluido el mapa de esos derechos ya que, fiel a sus perspectivas utópicas, lo amplía irresponsablemente a tales como el «derecho» a la vivienda digna, a la huelga paga, a la formación universitaria, y casi a cualquier beneficio que le parezca apetecible”.

“Esta extensión artificial de los derechos humanos termina no solamente por disolverlos en una retahíla de buenas voluntades que en la práctica pierden significado, sino que incluso conculca los derechos en aras de supuestos derechos sociales de los que los gobernantes se autodesignan como únicos intérpretes y protectores. Es una tragedia que de este modo, el concepto mismo de derechos humanos se desvanece”.

En el caso del “derecho a una vivienda digna”, puede decirse que vivienda digna es la construida con medios dignos; cuando un individuo, mediante su trabajo, y posiblemente con la ayuda voluntaria de otros, logra realizarla. Cuando aparece una ley por la cual el Estado “otorga el derecho a una vivienda digna”, implícitamente indica que otros deben aportar recursos propios para construirle una vivienda que, por derecho le correspondería a quien no la posee. Cuando el Estado asume tal actitud, le crea deberes al sector productivo mientras reduce la laboriosidad y responsabilidad individual de los sectores poco productivos. Mariano Grondona escribió: “El derecho a «recibir» felicidad sin haberla perseguido, a resultas del clientelismo, no trae consigo el desarrollo porque diluye la ética del esfuerzo, suplantándola por una red de beneficencia social que condena a los pobres a una eterna dependencia de demagogos y «punteros»”.

“El derecho de «perseguir» la felicidad, en cambio, apunta a la desigualdad de los resultados a partir de la igualdad de oportunidades. Los que trabajen y se esfuercen, según esta otra alternativa, prosperarán, dirigiendo de ahí en más el sobrante de lo que obtengan hacia las inversiones, las únicas capaces de promover el desarrollo económico de las naciones” (De “El desarrollo político”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2011).

El Estado debería favorecer la “igualdad de oportunidades” apoyando la educación y la salud pública, cuyos beneficios recaerán sobre todos los sectores de la sociedad. Por el contrario, cuando el Estado trata de imponer una “igualdad de resultados”, provoca serios inconvenientes de tipo moral y social. Grondona escribió al respecto: “Si el Estado está a cargo, además, no ya de asegurar la igualdad de las oportunidades sino también la igual satisfacción de los resultados, actúa frente a sus ciudadanos como un padre benigno pero castrador, puesto que aspira a ahorrarles, según la famosa frase de Tocqueville, «el trabajo de vivir y la molestia de pensar»”.

“¿Qué somos entonces frente al Estado? ¿Adultos preparados a combatir cada cual su propio combate, a asumir cada cual el riesgo de su propia vida, o niños en demanda constante de amorosa atención, aun a costa de nuestra libertad?”.

En la base de toda crisis social y de toda decadencia, existe una crisis o una decadencia moral a nivel individual. Ello se observa en el individuo que carece de dignidad y que exige que el Estado le permita “vivir dignamente” con los frutos del trabajo ajeno. En países como la Argentina, predomina tal tipo de individuo, ya que la constante prédica peronista y socialista le han inculcado que, entre los derechos otorgados por el Estado, está el mencionado, y que las culpas de la decadencia se debe al sector productivo que no “distribuye” adecuadamente sus ganancias y que por ello el Estado debe “redistribuirlas” igualitariamente, y no según los méritos productivos y el trabajo ejecutado en cada caso.

1 comentario:

agente t dijo...

Alguien dijo que los derechos que derivan de que otros desembolsen su dinero no son derechos sino privilegios. Bueno, es así cuando se trata de bienes de consumo no elemental o raíces, pero no si se trata de condiciones necesarias para una mejoría de las oportunidades, como son la sanidad y educación.