jueves, 25 de junio de 2020

Simbologías, arte y realismo socialista

El conocimiento se establece a través de una interacción entre simbologías y realidad, siendo las simbologías productos de la mente mientras que la realidad se caracteriza por leyes naturales que la rigen. Aunque no son pocos los individuos que asocian la existencia de leyes naturales invariantes a un riguroso determinismo que imposibilitaría toda libertad de elección, debe tenerse presente que todo lo existente ha sido construido en base a una evolución cósmica que condujo, a partir de partículas fundamentales, a conformar átomos, luego moléculas, células, organismos, hasta llegar a la vida inteligente.

Así como las breves reglas de juego del ajedrez permiten la realización de infinidad de partidas, cada una distinta de las demás, las leyes naturales invariantes permiten la existencia, el cambio y la diversidad que constituye la compleja realidad que se presenta ante nosotros.

En el caso de la ciencia experimental, puede tomarse como ejemplo la actividad del físico teórico que establece una hipótesis utilizando simbologías tales como imágenes mentales, palabras y entes matemáticos. Luego, trata de verificar la compatibilidad de su propuesta descriptiva con la realidad. Si existe compatibilidad, se acepta su hipótesis. De lo contrario se la rechaza, o bien se la trata de modificar hasta que concuerde con la realidad. Esto constituye el método de "prueba y error", advirtiéndose que no existe oposición o incompatibilidad permanente entre simbologías y realidad.

Por el contrario, especialmente en religión, las simbologías tienden a reemplazar la realidad en la mente del creyente. Ello se debe a que los Libros Sagrados, como la Biblia, escritos hace miles de años, difundían sus mensajes entre gente que no sabía leer, por lo que se recurría a simbolismos en forma permanente. Luego, gran parte de los adeptos, aún en la actualidad, no distingue entre simbología y realidad, por lo cual interpreta que simbología y realidad son la misma cosa, llegando a planteos absurdos y debilitando la utilidad de la religión.

La creencia en lo sobrenatural, un mundo paralelo supuestamente no regido por leyes naturales ni por ley alguna, genera muchas veces cierto enajenamiento mental que llega al extremo de admitir el "todo vale" y del subjetivismo total por cuanto se pierde toda referencia con la realidad. Toda postura que rechace el mundo real, con sus leyes naturales, resulta esencialmente antirreligiosa por cuanto rechaza la obra del Dios al que previamente se ha considerado.

La ética cristiana resulta compatible con las leyes naturales, o leyes de Dios, lo que constituye el requisito principal que debe cumplir toda religión que pretenda ser verdadera, ya que la verdad no es otra cosa que la compatibilidad entre una descripción simbólica y la realidad descrita. Tal compatibilidad se advierte en la admisión de la empatía emocional como base de dicha ética, con la posterior recomendación de compartir las penas y las alegrías ajenas como propias como predisposición permanente a adoptar.

Siendo el arte esencialmente un conjunto de simbologías utilizado para la transmisión de emociones y conocimientos, no resulta raro que en muchas ocasiones haya sido utilizado para transmitir, no la realidad, sino una ideología que reemplaza la realidad, tal el caso del "realismo socialista". Alberto Moravia escribió: "Los críticos comunistas suelen oponer entre sí el arte por el arte y el arte partidista. En realidad, este contraste no existe, y ni el uno ni el otro pueden considerarse expresiones sanas y directas de una sociedad determinada. El arte sano y directo nace del encuentro en plano de paridad entre la sociedad y el artista. Este encuentro podemos comprobarlo en todos los escritores clásicos de las grandes épocas del arte. En cambio, el arte por el arte y el arte de propaganda evitan tal encuentro, el primero por orgullo y el segundo por espíritu de atropello. En suma, los dos se abstraen de la realidad, la que, en cambio, requiere estudio, paciencia, humildad, sinceridad, sentido de la verdad, desinterés. En este sentido, el abstractismo y el realismo socialista, ambos infantiles e impotentes, se equivalen".

"El problema de la realidad para un Estado que pretenda poseer la verdad en virtud de su ideología, se plantea de modo muy simple: es real todo lo que responde a tal ideología; irreal, o sea irracional, o sea negativo, todo lo que la contradice. En suma, un artista que no sea del agrado del Estado se evade de la realidad, aventura terrible, que por ahora sólo ha sido intentada por las novelas que tratan de tiempos futuros. El mal consiste en que con frecuencia el artista está perfectamente en la realidad, y en cambio el Estado se ha evadido de ella. Pero para hacer que un artista vuelva a entrar en la realidad basta una crítica desfavorable publicada en un diario oficial. En cambio, para hacer que un Estado vuelva a entrar en la realidad, no se necesita menos que una revolución".

"Desde el momento en que el realismo socialista o cualquier otra estética parecida se convierte en una cuestión de Estado, es de temer que se vea obligado a obedecer a las normas que rigen para las cuestiones de Estado; o sea, que se convierta en un asunto de burocracia, de reglamentos, de infracciones, de conformidad, de controles y de autoridad. Lo que no puede menos que ocasionar, precisamente, una grave limitación de la autonomía que, aunque sea relativa, consideramos indispensable para el arte".

"Adanov dijo, entre otras cosas, en un discurso: «Representar las nuevas virtudes de los hombres soviéticos, mostrar a nuestro pueblo no solamente lo que es hoy sino también lo que llegará a ser mañana: he aquí la tarea del escritor soviético honesto. El escritor no debe dejarse arrastrar por los acontecimientos, debe marchar a la vanguardia del pueblo y señalarle el camino de su desarrollo». He aquí, en pocas palabras, una buena definición del arte de propaganda, el que, en efecto, no representa a los hombres tales como son, sino como deberían ser, no trata de las cosas presentes, sino de las que indudablemente vendrán y, en suma, no describe el reino de esta tierra, sino el reino de los cielos. Decimos esto para subrayar el carácter edificante de tal arte, su parentesco con la profecía y el vaticinio. Pero raramente la propaganda llega a ser poesía; le falta, para poder serlo, la dimensión de la memoria".

"Asombra que ciertos escritores y críticos de occidente, de fe marxista, defiendan el arte de los países orientales que, según muchos opinan, sólo deberían juzgar severamente. Y, en estos casos, se habla de disciplina de partido. Sin embargo, nosotros creemos que se trata de un intercambio, que se ha producido en el fondo del ánimo, entre la ideología y la realidad. Para los comunistas la ideología es la realidad, y eso que la gente común llama realidad no es nada. Si la realidad no da la razón a la ideología, peor para la realidad".

"No podríamos censurar a aquellos escritores y críticos comunistas, por lo menos desde un punto de vista psicológico. Por lo general, el intercambio, la substitución, ha ocurrido en ellos en condiciones dramáticas como son, en definitiva, las de todas las conversiones. En tales momentos, la ideología es verdaderamente la realidad; y, si no lo es, la conversión no puede tener lugar. Más tarde, ante el arte, como ante cualquier otra manifestación o actividad humana, lo que ocurrió con desgarramiento y dolor en el tiempo de la conversión, se repite fácilmente, de manera casi automática" (De "El hombre como fin"-Editorial Losada SA-Buenos Aires 1967).

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