miércoles, 4 de julio de 2018

Voltaire el optimista vs. Pascal el pesimista

La creencia que nos hace optimistas o pesimistas depende de la opinión que tengamos acerca de la bondad o de la maldad natural de los seres humanos. Como en realidad en toda sociedad existe una transición gradual entre la bondad y la maldad de sus integrantes, puede denominarse optimista al que supone que el hombre es naturalmente bueno, excepto algunos, mientras que pesimista es el que supone que el hombre es naturalmente malo, excepto algunos. La importancia de tal creencia se debe a que “no son las cosas las que atormentan a los hombres, sino las opiniones que se tienen de ellas” (Epicteto) (Del “Diccionario de Citas” de C. Goicoechea Romano-Editorial Labor SA-Barcelona 1953).

Las opiniones optimistas y pesimistas son las generadoras de la gran división ideológica entre liberalismo y socialismo. Mientras que el liberal sostiene la bondad natural del hombre, aunque con ciertas limitaciones, y propone la vigencia de la libertad y la responsabilidad individual, el socialista sostiene la maldad natural del hombre, proponiendo el colectivismo y la obediencia hacia los dirigentes socialistas (que habrían de ser la excepción a la generalización pesimista).

Los filósofos, por lo general, traducen sus sentimientos y emociones personales en pensamientos, por lo que la postura filosófica emergente tiene bastante que ver con sus vidas íntimas. Ben-Ami Scharfstein escribió: “Al analizarse a sí mismos histórica o psicológicamente, los filósofos apartan su atención de la filosofía, vista impersonalmente, para concentrarla en sus propias naturalezas en cuanto filósofos. En y fuera de las ciencias, la experiencia ha enseñado que entendemos una conclusión mejor cuando conocemos los instrumentos físicos y teóricos por los que ha sido establecida. El filósofo, que es el instrumento de su propio pensamiento, no es ninguna máquina de pensar ideal. La naturaleza de sus instrumentos humanos puede ayudar a explicar la filosofía” (De “Los filósofos y sus vidas”-Ediciones Cátedra SA-Madrid 1984).

Blaise Pascal fue un físico, matemático e inventor, que dedica sus últimos años de vida a la religión, La muerte lo sorprende a la edad de 39 años, cuando componía un libro que iba a titular “Elogio de la religión cristiana”. Sus apuntes fueron editados póstumamente con el título de “Pensamientos”. La débil y enfermiza constitución de su cuerpo influye considerablemente de la actitud que adopta frente al mundo y a la vida. Scharfstein escribió: “Según su hermana Gilberte, al padre le agradaron tanto los progresos científicos de Pascal que no vio que a éste le estaban costando la salud. La dificultad de concebir y llevar a cabo la reducción de una ciencia enteramente mental a forma mecánica, dijo, fatigó excesivamente a Pascal. «Esta fatiga y la fragilidad de su salud debida a los difíciles años pasados hicieron que sufriera continuados achaques, cuyo resultado fue, nos decía a veces, que desde la edad de dieciocho años no había pasado un solo día en que no tuviera algún dolor»”.

“Cuando Pascal tenía veinticuatro años, informa su hermana mayor, sus achaques habían empeorado, hasta el punto de que ya no podía beber líquidos a menos que se le administraran gota a gota. Padecía también una insoportable jaqueca, quemazón en los intestinos y otros «muchos» achaques sin especificar. Los médicos, cuya medicina aceptaba estoicamente, le aconsejaron abandonar todas sus ocupaciones intelectuales y divertirse de modos más convencionales. Obedeciendo como de costumbre sus deseos, inició lo que se conoce como su periodo mundano. Pero a los veinticinco años escribió una emocionada carta en la que decía que cada vez era más consciente de su poca capacidad, y de que, en vez de iluminar a los demás, él mismo se sentía turbado y confuso. Sólo Dios podría tranquilizarle, escribió, y prometía aplicarse en su búsqueda”.

La actitud de Pascal, un tanto pesimista respecto a la vida, la vuelca en sus “Pensamientos”, que son una serie de notas sin corregir, que caerán en el futuro en manos de críticos mordaces como Voltaire, que no advertirán la diferencia existente entre un escrito publicado y una serie de esbozos establecidos para ser pulidos más adelante. Carlos Goñi escribió: “Cuando uno lee los «Pensamientos» de Pascal siente como si su autor le hablara al oído, como si le hiciera confidencias personales. Allí encuentra el lector ideas entrecortadas, intuiciones en estado puro, argumentos que, al estar todavía sin pulir, adquieren más fuerza, pensamientos al ritmo del pensamiento, declaraciones de intenciones, apuntes que se quedaron sin desarrollar…y mucho más” (De “Las narices de los filósofos”-Editorial Ariel SA-Barcelona 2008).

Uno de los pensamientos más conocidos es el de la “apuesta” ante la duda de la existencia, o no, de la vida eterna. Si uno apuesta a favor, llevará una vida virtuosa, no perdiendo nada en caso de que no exista tal vida de ultratumba. Por el contrario, quien descree de esa vida posterior y adopta una vida libertina, y, en caso de que no exista la vida ultraterrena, habrá perdido la oportunidad de llevar una vida virtuosa. Puede advertirse, como un posible error, que Pascal asocia la virtud a una postura filosófica determinada, lo que, en general, no resulta válido. Pascal, que fue uno de los creadores del cálculo de probabilidades, escribió: “No apostar por que Dios existe, es apostar a que no existe. ¿Qué elegiréis entonces? Pesemos la ganancia y la pérdida, tomando el partido de creer que Dios existe. Si ganáis, lo ganáis todo; si perdéis no perdéis nada. Apostad pues a que existe, sin vacilar. –Sí, hay que apostar; pero quizá apuesto demasiado-. Vamos, puesto que hay semejante albur de ganancia y pérdida, aunque no tuvierais más que dos vidas que ganar por una, podríais aún apostar”.

Voltaire replica a este pensamiento: “Es evidentemente falso decir: «No apostar por que Dios existe, es apostar a que no existe», pues el que duda y pide iluminarse no apuesta ciertamente ni por ni contra”.

“Por otra parte, este artículo parece un poco indecente y pueril; esta idea de juego, de pérdida y ganancia, no conviene a la gravedad del tema”.

“Además, el interés que tengo en creer una cosa no es una prueba de la existencia de esa cosa. Os daré, me decís, el imperio del mundo si creo que tenéis razón. Yo deseo entonces de todo corazón que tengáis razón; pero, hasta que me lo hayáis probado, no puedo creeros”.

“Comenzad, podríamos decir al Sr. Pascal, por convencer a mi razón. Tengo interés, sin duda, en que haya un Dios; pero si, en vuestro sistema, Dios ha venido para tan pocas personas; si la pequeñez del número de los elegidos es tan amedrantadora; si no puedo nada en absoluto por mí mismo, decidme, os lo ruego, ¿Qué interés tengo en creeros? ¿No tengo acaso un interés visible en estar persuadido de lo contrario? ¿Con qué cara osaréis mostrarme una dicha infinita a la que, de un millón de hombres, apenas uno sólo tiene derecho a aspirar?”.

“Si queréis convencerme, arreglaos de otra manera, y no vayáis tan pronto a hablarme de juego de azar, de apuesta, de cara y cruz, tan pronto a espantarme con las espinas que sembráis en el camino que quiero y debo seguir. Vuestro razonamiento no serviría más que para hacer ateos, si la voz de toda la naturaleza no nos gritase que hay un Dios, con tanta fuerza como debilidad tienen esas sutilezas” (De “Cartas filosóficas”-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1993).

En otros pensamientos, se advierte la actitud pesimista de Pascal antes mencionada: “Viendo la ceguera y la miseria del hombre, y esas contradicciones asombrosas que se descubren en su naturaleza, y mirando a todo el universo mudo, y el hombre sin luz, abandonado a sí mismo, y como perdido en este rincón del universo, sin saber quién le ha puesto en él ni qué ha venido a hacer aquí, ni lo que será de él cuando muera, me lleno de espanto como un hombre que hubiera sido llevado mientras dormía a una isla desierta y sin tener ningún medio de salir de ahí; y además me admiro de cómo no se desespera uno de tan miserable estado”.

Voltaire replica: “Leyendo esta reflexión, recibo una carta de uno de mis amigos, que mora en un país muy alejado. He aquí sus palabras: «Estoy aquí como vos me dejasteis, ni más alegre, ni más triste, ni más rico, ni más pobre, gozando de una salud perfecta, teniendo todo lo que hace la vida agradable, sin amor, sin avaricia, sin ambición y sin deseo, y mientras esto dure, me llamaré audazmente un hombre muy feliz»”.

“Hay muchos hombres felices como él. Sucede con los hombres como con los animales; tal perro come y se acuesta con su querida; tal otro da vueltas a la noria y tan contento; tal otro se vuelve rabioso y se le mata. En lo que a mí respecta, cuando miro París o Londres, no veo ninguna razón para caer en esa desesperación de que habla el Sr. Pascal; veo una ciudad que no se parece en nada a una isla desierta, sino poblada, opulenta, urbana y donde los hombres son tan felices como la naturaleza humana lo consiente. ¿Qué hombre sabio está dispuesto a ahorcarse porque no sabe cómo ver a Dios cara a cara, y porque su razón no puede dilucidar el misterio de la Trinidad? Lo mismo sería desesperarse por no tener cuatro piernas y dos alas”.

“¿Por qué horrorizarnos de nuestro ser? Nuestra existencia no es tan desdichada como se nos quiere hacer creer. Mirar el universo como una celda y todos los hombres como criminales a los que se va a ejecutar es la idea de un fanático. Creer que el mundo es un lugar de delicias donde no se debe tener más que placer, es el sueño de un sibarita. Pensar que la tierra, los hombres y los animales son lo que deben ser en el orden de la Providencia es, creo, de un hombre sabio”.

En cuanto a las actitudes que el hombre adopta respecto del pasado, presente y futuro, Pascal escribió: “Que cada uno examine su pensamiento; lo encontrará siempre ocupado en el pasado y en el presente. No pensamos casi en el presente; y si pensamos en él, es sólo para iluminarnos y preparar el porvenir. El presente no es nunca nuestra meta; el pasado y el presente son nuestros medios; sólo el futuro es nuestro objeto”.

Voltaire responde: “Es preciso, lejos de quejarse, agradecer al autor de la naturaleza por lo que nos da ese instinto que nos lleva sin cesar hacia el porvenir. El tesoro más precioso del hombre es esa esperanza que suaviza nuestros pesares, y que nos pinta placeres futuros en la posesión de los placeres presentes. Si los hombres fuesen lo bastante desdichados para no ocuparse más que del presente, no se sembraría, no se edificaría, no se plantaría, no se proveería nada: se carecería de todo en medio de ese falso goce. ¿Cómo puede un espíritu como el del Sr. Pascal caer en un lugar común tan falso como ese? La naturaleza ha establecido que cada hombre gozaría del presente alimentándose, teniendo hijos, escuchando sonidos agradables, ocupando su facultad de pensar y de sentir, y que saliendo de esos estados, a menudo en medio mismo de esos estados, pensaría en el día siguiente, sin lo cual perecería de miseria hoy”.

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