viernes, 27 de julio de 2018

Tolerancia vs. Intolerancia

Para que en una sociedad reine la paz, es necesario que sus integrantes muestren signos de tolerancia hacia quienes sostienen ideas o creencias que no concuerden con las propias. En cuanto al significado de la palabra, leemos: “Tolerancia: actitud consistente en dejar a los demás la libertad de expresar opiniones que juzgamos falsas y de vivir conforme a ellas” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico” de Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1967). El concepto de tolerancia surge en épocas del conflicto entre católicos y protestantes. John Locke escribió al respecto: “Dado que usted quiere saber cuál es mi pensamiento sobre la tolerancia entre cristianos, con toda sinceridad, debo decirle, que creo que es la peculiaridad de la verdadera Iglesia. Aunque existan algunos que se jacten de la antigüedad de sus lugares de culto y nombres, o de la suntuosidad de su culto, o de la reforma de su doctrina, y todos de la ortodoxia de su fe –ya que todos se consideran a sí mismos ortodoxos-, éstas y otras cosas de la misma naturaleza son más bien características de la lucha de los hombres por el poder y por la autoridad que particularidades de la Iglesia de Cristo”.

“Si alguien posee prestigio, majestuosidad y ortodoxia de la fe, pero está desprovisto de caridad, humildad y buena voluntad hacia todos los hombres sin distinción, no sólo hacia los que se profesan cristianos, no es aún cristiano….El fin de la verdadera religión, que no nació para vanagloriarse de sus riquezas exteriores, ni para ejercer el dominio eclesiástico, ni tampoco para utilizar la fuerza, sino para guiar la vida de los hombres con integridad y piedad. Quien quiera ser parte de la Iglesia de Jesucristo debe, ante todo, despojarse de sus propios vicios, de su soberbia y de su propio placer” (De “Carta sobre la tolerancia”-Gradifco SA-Buenos Aires 2005).

Lo esencial del caso tratado implica definir la actitud tolerante, que no ha de diferir esencialmente de la actitud cooperativa que debería predominar en todas personas. Así, la persona tolerante será aquella que tiene la predisposición a perdonar errores ajenos y a reconocer los propios, por lo que la actitud tolerante habrá de estar relacionada con errores cognitivos y morales, tanto propios como ajenos.

En oposición a la actitud cooperativa existe la actitud competitiva, por la cual existe muy poca predisposición a perdonar errores ajenos y a reconocer los propios, como es el caso de quienes motivan sus vidas en el odio y el egoísmo, siendo ésta la actitud intolerante.

Los seres humanos disponemos de cuatro posibles referencias para establecer el conocimiento; la propia realidad, lo que uno mismo piensa, lo que piensa otra persona y lo que piensa la mayoría. De ahí que la actitud tolerante ha de estar ligada a quienes adoptan la realidad como referencia, como es el caso del científico. Ello se debe a que, en el ámbito de la ciencia, está muy claro el método de prueba y error, surgiendo una conciencia de que todos somos buscadores de la verdad, excepto en el caso de quienes aducen ser poseedores de la verdad, siendo esta última creencia la principal generadora de actitudes intolerantes, como es el caso de los adeptos a los totalitarismos (políticos o religiosos), ya que no adoptan a la realidad como referencia, sino la opinión de algún líder político o religioso, sin advertir las limitaciones propias de todo ser humano.

Si bien resulta positiva la predisposición a la tolerancia, ello no significa que el tolerante acepte toda opinión diferente, especialmente cuando se trata de ideas que llevan implícita alguna forma de violencia o de intención destructiva hacia la sociedad. De lo contrario, “tolerante” pasaría a significar “cómplice” de la intolerancia e incluso de su propia destrucción. Tampoco ha de significar aceptar conocimientos falsos, sino que implica defender la verdad conocida, cuando ello sea posible.

Otra actitud observada es la de quienes muestran una falsa tolerancia proviniendo de aquellos que “toleran todo” en nombre del relativismo moral, sin distinguir lo que ha de producir efectos negativos de lo que los ha de producir positivos. Este es el caso de quienes aducen que “todas las religiones son iguales”, por lo cual no habría diferencia entre aquella que sugiere amar a los enemigos de la que sugiere establecer una guerra santa para combatirlos. Henri Poincaré escribió: “Dudar de todo o creerlo todo, son dos soluciones igualmente cómodas, pues tanto una como la otra nos eximen de reflexionar”.

Por lo general, asociamos el adjetivo de tolerante a quienes soportan estoicamente lo inaceptable, en lugar de asociarlo al que tiene la mejor predisposición para ubicarse imaginariamente en la situación del otro. Enrique Krauze escribió: “Entre nosotros la palabra «tolerancia» tiene un sentido negativo. Lo usamos como sinónimo de «soportar». «Ya no te tolero», decimos, «pero no tengo más remedio». Lo cual se traduce así: «Si pudiera, te suprimiría, pero, como no puedo, te tolero». La palabra tolerancia –en la historia de las ideas políticas de Occidente- tiene un sentido más noble, un sentido positivo, es casi una celebración de la diferencia entre personas: «qué bueno que pensemos distinto, qué raro sería que pensáramos igual; y, como pensamos de distinto modo, juntos, si nos escuchamos y nos toleramos, lograremos ensanchar la verdad, juntos podemos conquistar y ampliar (desde posiciones distintas) el territorio de la verdad». Por desgracia, no ocurre así entre nosotros. La pluralidad, la diversidad, la divergencia, la diferencia, son vistas todavía con recelo” (De “Travesía liberal”-Tusquets Editores SA-Buenos Aires 2004).

En cuanto a la tolerancia religiosa, tanto en el pasado como en el presente, se aduce que en realidad se trata de tolerancia parcial, y no como la que se acepta en las sociedades democráticas. Bernard Lewis dijo: “Hay quienes juzgan que aquellas épocas fueron una suerte de moderna utopía en la que cristianos, musulmanes y judíos convivían en armonía y total cooperación. No sucedió tal cosa. Hubo tolerancia, es cierto; y la tolerancia es mucho mejor que la intolerancia. Pero entendamos lo que significa la tolerancia: significa que te voy a otorgar algunos, pero no todos los derechos y privilegios de los que yo disfruto, y esto bajo la condición de que te comportes según las leyes que yo imponga. Ésa me parece una definición aceptable de tolerancia. No es, por supuesto, una práctica aceptable según las ideas democráticas modernas, pero era infinitamente mejor de lo que había en la mayor parte de Europa” (Respuesta a Krauze en “Travesía liberal”).

Entre los ejemplos históricos acerca del conflicto entre tolerantes e intolerantes, puede mencionarse el de los romanos respecto de los judíos y de los primeros cristianos. Mientras que los romanos eran tolerantes con las religiones paganas, los cristianos eran intolerantes con ellas, por lo cual los romanos adoptan, en represalia, la misma actitud intolerante respecto de los cristianos. Sin embargo, mientras que los cristianos rechazaban las religiones de ofrendas y beneficios, promoviendo la religión moral, los romanos estaban equivocados en esos aspectos, por lo cual, con el tiempo, el cristianismo es aceptado por los romanos, John Bagnell Bury escribió: “La regla general de la política romana fue la de tolerar en todo el Imperio cuantas religiones y opiniones existieran. La blasfemia no fue castigada. La máxima del emperador Tiberio no deja lugar a dudas: «Si los dioses son insultados, que se cuiden de ello por sí mismos». Se hizo una excepción a la regla de tolerancia en el caso de la secta cristiana, y se puede decir que el trato a esta religión oriental inició la persecución religiosa en Europa. Es difícil comprender por qué algunos Emperadores que fueron capaces, humanos y nada fanáticos, adoptaron esta política excepcional”.

“Durante mucho tiempos los cristianos fueron considerados por aquellos romanos que habían oído hablar de ellos, como una secta de judíos. La judía fue la única religión que, por su exclusivismo e intolerancia, fue considerada por los tolerantes paganos con disfavor y sospecha. Pero, aunque tuvo algunas veces conflictos con las autoridades romanas, y se hicieron contra ella algunos ataques mal inspirados, la política constante de los Emperadores fue el dejarla sola, protegiendo a los judíos contra el odio que su propio fanatismo provocaba”.

“Si bien la religión judía fue soportada en tanto que se confinó a los que habían nacido dentro de ella, la perspectiva de su propagación planteó nuevos problemas. Pueden producirse graves recelos en la mente de un gobernante al ver extenderse un credo agresivamente hostil a todos los otros credos del mundo –credos que hasta entonces habían vivido juntos y en buena amistad- y que ha ganado para sus adherentes la reputación de ser los enemigos de la raza humana. ¿No podría llegar su expansión a significar un peligro para el Imperio?”.

“Era evidente que su espíritu resultaba incompatible con las tradiciones y bases de la sociedad romana. El emperador Domiciano, dándose cuenta exacta del problema, adoptó severas medidas para estorbar el proselitismo entre los ciudadanos romanos. Algunos de los que atacó pudieron ser cristianos, pero si percibió la diferencia, desde su punto de vista era el mismo. El cristianismo se parecía al judaísmo, del que había brotado, por su intolerancia y su hostilidad hacia la sociedad romana, pero difería por su facilidad para ganar prosélitos”.

“Bajo Trajano, se sienta el principio de que el ser cristiano es un delito que se castiga con la muerte. En lo sucesivo el cristianismo seguirá siendo una religión ilegal, pero en la práctica la ley no será aplicada rigurosa ni consecuentemente. Los emperadores deseaban extirpar al cristianismo, a ser posible, sin derramamiento de sangre. Trajano decretó que no se persiguiera a los cristianos, que no se tomasen en cuenta las acusaciones anónimas contra ellos, y que todo delator que no pudiese probar su acusación quedara expuesto a la aplicación de las leyes contra la calumnia. Los mismos cristianos reconocieron que tales medidas prácticamente los protegían”.

“Hubo algunas ejecuciones en el siglo II –no muchas que estén bien probadas- y los cristianos buscaron la pena y la gloria del martirio. Hay indicios que demuestran hasta qué punto se facilitaba la huida de los detenidos y, por lo general, la persecución cabe atribuirla más bien al populacho que al deseo de las autoridades. La masa sentía horror por esta misteriosa secta oriental que odiaba abiertamente a los dioses y rogaba por la destrucción del mundo. Cuando ocurrían inundaciones, hambres y especialmente incendios, se inclinaba a atribuirlos a la magia negra de los cristianos” (De “Historia de la libertad de pensamiento”-Ediciones Populares Argentinas-Buenos Aires 1957).

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