martes, 31 de julio de 2018

Comunismo: ¿convento, cuartel o cárcel?

De la misma manera en que Auguste Comte describe el avance del conocimiento humano en base a tres estados consecutivos (teológico, metafísico y positivo), puede describirse el proceso de formación del socialismo en base a tres estados que, esta vez, se suceden uno a otro en forma mucho más rápida.

El atractivo que el socialismo presenta radica en que es imaginado (y promovido) como un grupo social similar a un convento, en el cual los sacerdotes trabajan voluntariamente, bajo una propiedad colectiva, cada uno produciendo según su capacidad y asignando recursos según la necesidad de cada integrante. Este tipo de sociedad, que se ha tratado de reproducir en ámbitos laicos, conocidos históricamente como “socialismos utópicos”, no difiere esencialmente del “socialismo científico”. De ahí que conviene distinguir, no entre socialismos utópicos y científicos, sino entre socialismos voluntarios e involuntarios. En estos últimos, por medio de la revolución o del engaño, se lo trata de imponer a quienes tienen vocación sacerdotal tanto como a quienes no la tienen.

Son muchas las personas que, para vivir con tranquilidad, prefieren delegar en otros las responsabilidades propias que le corresponden como individuos. En cierta forma intercambian protección por libertad, a costa de adoptar una postura de obediencia perpetua. Otros hombres, con vocación de poder, se encargan de convencer a la mayoría de que, dada la incapacidad general de los hombres de saber lo que más les conviene, deben ceder su libertad a quienes manejan el Estado. Es un argumento similar al esgrimido por los países imperialistas cuando tratan de inculcar a otros pueblos las ventajas de ser colonias dirigidas desde el exterior. Luigi Einaudi escribió al respecto: “Hay un grupo de estos maestros de la confusión que, para mejor satisfacer las necesidades de los hombres, han dado en una idea peregrina: la de que los hombres no saben lo que hacen, es decir que hacen requerimientos que no corresponden a sus verdaderos deseos, a sus verdaderas necesidades; y que por eso es necesario que alguien se encargue de decidir por cuenta de los hombres lo que éstos deben adquirir o comprar”.

“Naturalmente, si partimos del principio que no son los hombres los que deben, cada uno por su cuenta, decidir, según los medios que poseen, lo que quiere adquirir, sino que la decisión debe ser tomada por otro, entonces podemos dejar de lado el mercado. En ciertos casos puede ser razonable, responder a las necesidades y hasta constituir una ventaja social el que las decisiones sobre lo que cada hombre debe consumir no le corresponde a él mismo sino a algún otro. Más todavía, se puede afirmar que el campo dentro del cual la decisión corresponde a otro y no al interesado, ha sido grande en ciertas épocas históricas y en ciertas circunstancias, y podría nuevamente adquirir en el porvenir una notabilísima importancia”.

“En la Edad Media florecían los conventos y duran todavía hoy en día. ¿Quiénes son los monjes y las monjas sino personas que han abdicado en manos de sus superiores toda facultad de manifestar deseos y de libre elección de sus satisfacciones? Comen, se visten, duermen, se despiertan, viven como quiere el reglamento y como ordena el padre guardián. Su economía no es de mercado sino de obediencia a la orden de sus superiores. Si son felices de vivir así, ¿Por qué no respetar su voluntad? Generalmente, sin embargo, los hombres gustan de vivir a su modo y no como los monjes del convento” (De “Florilegio del buen gobierno”-Organización Techint-Buenos Aires 1970).

Mientras que muchos adeptos contemplan la vida con la esperanza de un pronto regreso del Mesías y el inicio definitivo del Reino de Dios, otros contemplan la vida con la esperanza de una pronta instauración del socialismo. Teniendo en la mente la idea de un convento, consideran pecaminosa las ganancias, el dinero, el comercio y los intereses, casi de la misma forma en que a tales prácticas y medios se los consideraba durante la época medieval. De ahí el desprecio que se siente por las actividades empresariales en los países subdesarrollados.

El socialismo-convento tiende a fracasar aun cuando se lo adopte en forma voluntaria. Ello se debe a que hay personas que no pueden estar ni un instante sin trabajar evitando toda posible pérdida de tiempo, mientras que otras pueden estar sin trabajar todo el tiempo. De esa manera se genera cierta explotación laboral de los últimos sobre los primeros, por lo que comenzarán los conflictos. H. E. Barnes y Y. H. Becker escribieron: “Por significativas que fuesen las premisas y los resultados del socialismo utópico por lo que hace a la capacidad de la sociedad para resolver de modo consciente y con arreglo a un plan sus propios problemas, es difícil que –como se ha sostenido a veces- ese tipo de socialismo hubiera podido llevar directamente al marxista. Era demasiado poco práctico y, desde el punto de vista marxista, no era lo bastante proletario. El socialismo utópico fue en un sentido muy real tan precursor del «solidarismo» francés moderno, como del socialismo marxista. Entre el socialismo utópico y el marxista hubo una etapa de «socialismo de transición» que hizo del socialismo un movimiento revolucionario y proletario”.

“En algunas comunidades de Estados Unidos se ensayaron las utopías elaboradas por Fourier, Cabet y Owen, por no mencionar sino unas pocas. Todas ellas sin excepción fracasaron en la tarea de lograr los objetivos originariamente propuestos” (De “Historia del pensamiento social”-Fondo de Cultura Económica-México 1984).

Mientras que los socialismos voluntarios, o utópicos, dejaron de existir por los pobres resultados logrados, el socialismo impuesto en forma involuntaria debió recurrir a las armas para hacer que sus resultados económicos no fuesen demasiado malos. De esa forma entraron en la etapa del socialismo-cuartel. Andrei Sajarov escribía respecto de la URSS: “La nuestra es una economía permanentemente militarizada a un nivel inverosímil en tiempos de paz, que resulta opresiva para la población y peligrosa para el resto del mundo. La nuestra es una economía que acusa fatiga crónica y falta de recursos, a pesar de nuestras riquezas naturales, como las tierras negras, el carbón, el petróleo o la madera, y a despecho de otras condiciones favorables, como la variedad climática y la baja densidad de población” (De “Mi país y el mundo”-Editorial Noguer SA-Barcelona 1976).

Una vez militarizada la sociedad, al poco tiempo el socialismo se convierte en una sociedad-cárcel, que, gobernada por líderes como Mao o Stalin, genera las peores catástrofes humanas que recuerda la historia. Sajarov escribe al respecto: “En China se había inflamado la hoguera de la guerra civil. Tras apoderarse de los países socialistas, el estalinismo desmembraba en sus potros alucinantes los cuerpos y las almas de millones y millones de seres humanos. Apagados los hornos de Auschwitz, millares de criaturas, sin embargo, dejaban a diario sus vidas en las gélidas minas de Kolima, de Norilsk y de Vorkuta, no menos que en las incontables brigadas estalinistas «de la muerte» (mano de obra procedente de los presidios y destinada a la realización de grandes proyectos públicos). En estos instantes, las víctimas del Gulag alcanzaban ya la espantosa cifra de veinte millones”.

“Como muchos autores señalan, el pleno monopolio estatal conduce inevitablemente a la represión y al conformismo coercitivo, pues todo individuo depende por entero del Estado. En los periodos críticos de represión aparece el terror, y en las épocas más tranquilas reina la burocracia inepta, la uniformidad y la apatía”.