martes, 1 de mayo de 2018

Mundo unido por imposición vs. Mundo unido por convicción

Una de las formas de encontrarle sentido a la historia de la humanidad consiste en considerar los distintos intentos realizados para unificarla bajo un solo gobierno. Varios líderes e imperios se ofrecieron “generosamente” a establecer tal tipo de gobierno a condición de permitirles imponer sus propios criterios personales al resto de la humanidad. Las convicciones del futuro líder del mundo, constituían imposiciones para el resto; de ahí el origen de gran parte de los conflictos acontecidos. Entre los más destacados intentos pueden mencionarse los promovidos por Alejandro Magno, por el Imperio Romano y por Napoleón Bonaparte. También los totalitarismos del siglo XX pretendieron una dominación mundial.

Alejandro Magno utiliza, como justificación o pretexto para la dominación, la difusión mundial de la cultura griega. Sin embargo, esa difusión podría haberse realizado también por otros medios distintos a la dominación militar. Algo similar ocurrió con el Imperio Romano, si bien Roma tenía la predisposición a incorporar, antes que destruir, los aportes culturales de los pueblos dominados.

También desde la religión se hicieron intentos unificadores, aunque sin mucho éxito. En este caso puede utilizarse como ejemplo el intento de reformar la Iglesia Católica y difundir el cristianismo, establecido por Erasmo de Rótterdam. Para ello confía en el diálogo y la tolerancia para establecer una duradera paz mundial entre los diversos pueblos. Mayor éxito tuvo Martin Lutero en sus intentos reformadores y correctores de la Iglesia, aunque su método de imposición sólo logró la división del cristianismo.

Erasmo fue un intelectual que prefería su libertad personal sobre todas las cosas; de ahí que pretendía respetar las libertades personales de todos los hombres oponiéndose a todo método de imposición forzada. Stephan Zweig escribió: “Combatía Erasmo cualquier fanatismo, ya en el terreno religioso, en el nacional o en el modo de concebir el Universo y la vida, como perturbador nato y jurado de toda comprensión: odiaba a todos los obstinados y monoideístas, ya aparecieran en hábitos sacerdotales o con togas académicas, a los que llevaban anteojeras en el pensamiento y a los fanáticos de toda clase y raza, que, en todas partes, exigen una obediencia de cadáver para sus propias opiniones y a toda otra concepción la llaman despectivamente herejía o bribonería”.

“Así como a nadie quería constreñir a que aceptara las concepciones que él enseñaba, también oponía decidida resistencia a que le forzaran a seguir cualquier confesión religiosa o política. La independencia del pensamiento era para él cosa evidente y este libre espíritu siempre se consideró como un secuestro de la divina pluralidad del mundo el que alguien, ya en el púlpito o ya en la cátedra, se levantara y hablara de su propia verdad personal como una misión que Dios le hubiere confiado, hablándole al oído, a él y sólo a él” (De “Triunfo y tragedia de Erasmo de Rótterdam”-Editorial Juventud SA-Barcelona 1935).

Erasmo fue esencialmente un ciudadano del mundo, con una mente predispuesta a proponer la unidad de toda la humanidad. Zweig agrega: “Esta tenaz y resuelta voluntad de ser libre, de no querer servir a nadie, hizo de Erasmo un nómada durante toda su vida. Infatigablemente, está de viaje por todos los países; tan pronto en Holanda como en Inglaterra, en Italia, Alemania y Suiza; es el que viaja más, y más ha viajado, entre todos los sabios de su tiempo; nunca completamente pobre, nunca auténticamente rico, siempre, como Beethoven, «viviendo del aire»”.

“Leer buenos libros en una tranquila estancia y escribir los suyos, no ser soberano de nadie ni súbdito de nadie, éste, realmente, fue el ideal de la vida de Erasmo”. “Sólo conoce dos categorías en la sociedad: la aristocracia de la educación y del espíritu como mundo superior, la plebe y la barbarie como el inferior. Donde domina el libro y la palabra, la «eloquentia et eruditio», allí, desde ahora, está su patria”.

Erasmo no es un ingenuo optimista que piensa cambiar al mundo con sus libros, ya que sólo busca orientarlo en la dirección correcta. “A un tiempo idealista por su corazón y escéptico por su inteligencia, Erasmo conocía todas las resistencias que se oponían, en el terreno de lo real, a la realización de aquella «paz universal cristiana», a aquel único señorío de la humana razón. El hombre que, en su «Elogio de la Locura», describió todas las variedades del delirio humano y de la absurdidad, no pertenece al grupo de aquellos soñadores idealistas que opinan que con la palabra escrita, con libros, predicaciones y tratados, se puede matar el inmanente impulso de violencia de la naturaleza humana o, por lo menos, adormecerlo…serán necesarios cientos de años, y quizás miles, de educación moral y elevación de la cultura para una plena desbestialización y humanización de la estirpe del hombre”.

Con sus escritos, Erasmo no se dirige tanto al hombre común como al ámbito culturalmente superior, intermediación que finalmente fracasó. Todo indica que el intelectual influyente debe tener la habilidad suficiente como para comunicarse directamente con el individuo común. “Como hombre espiritual no podía dirigirse siempre sino a los espirituales, no a los conducidos y seducidos, sino a los conductores, a los príncipes, a los sacerdotes, a los sabios, a los artistas, a todos aquellos a quienes sabía y hacía responsables de toda discordia en el mundo europeo”.

Al buscar atenuar el fanatismo de la clase dirigente, Erasmo tiene presente que la barbarie es peligrosa sólo cuando se apoya en una idea. “Nunca, en el curso de la historia, las sublevaciones y levantamientos sin una dirección espiritual han llegado a ser peligrosos para un orden social auténtico; sólo cuando el impulso de violencia está al servicio de una idea, o la idea se sirve de él, se producen los verdaderos trastornos, las revoluciones sangrientas y destructoras”.

“Quien, con su palabra, sopla una llamita, tiene que tener conciencia de que se producirá una fogata destructora; el que excita el fanatismo, declarando como único valedero un solo sistema de existir, de pensar y de creer, tiene que reconocer la responsabilidad de que, con ello, está provocando la desavenencia universal, una guerra espiritual o corporal, contra toda otra forma de pensar o de vivir”.

Los seguidores de Erasmo no tienen éxito al no llegar con sus prédicas a las masas populares, lo que sí consiguen otros predicadores menos espirituales. Zweig escribe al respecto: “Evitan las palabras violentas y cultivan la cortesía urbana, como especial deber, en una época de grosería y dureza. Oralmente y por escrito, en su palabra y porte, estos aristócratas del espíritu se esfuerzan por alcanzar distinción en su ánimo y expresiones…Y así como la noble caballería sucumbía ante la fuerza grosera de los cañones que vomitaban hierro, así también este noble escuadrón idealista caerá bellamente, pero sin vigor, ante el ataque robusto, de campesina fuerza, de la revolución popular de un Lutero o un Zwinglio”.

“Porque precisamente este apartar la mirada del pueblo, esta indiferencia hacia la realidad, quitó de antemano al imperio de Erasmo toda posibilidad de duración, y a sus ideas la inmediata fuerza actuante: la falta orgánica fundamental del humanismo era querer instruir al pueblo desde lo alto, en lugar de intentar comprenderlo y aprender de él”.

En todo proceso educativo debe existir una adaptación de ambas partes, del que enseña y del que aprende, y de ahí que, cuando se espera una adaptación unilateral, se tenderá hacia el fracaso. “Porque, y esta era la más profunda tragedia del humanismo y la causa de su rápido ocaso, sus ideas eran grandes, pero no lo eran los hombres que las proclamaban. Una pizca de ridiculez va unida a estos idealistas de cuarto cerrado, como lo va siempre a los reformadores del mundo puramente académicos; almas áridas todos ellos, bienintencionados, honrados, un poco pedantes, vanos, que ostentan sus nombres latinos como una espiritual mascarada; una pedantería de maestro de escuela cubría de polvo, en todos ellos, los más florecientes pensamientos”.

Las posibilidades futuras de orientarnos hacia un mundo unido por convicción generalizada, radica en la visión científica predominante en la actualidad, tal la de un universo en el que todas y cada una de sus partes están regidas por alguna ley natural. De ahí que también podamos hablar de un orden natural y de una posterior adaptación al mismo. Así como las especies vivientes surgieron de un proceso de evolución y adaptación biológica, la vida inteligente prosigue tal proceso mediante una evolución y posterior adaptación cultural.

En realidad, la idea de adaptarnos a la ley natural no es nueva ni reciente, ya que los antiguos estoicos se guiaban por ese criterio, quizás sin definir a la ley natural como lo hacemos ahora, como un vínculo invariante entre causas y efectos. Como las leyes naturales son objetivas y observables, los hombres disponemos de una guía segura y común a todos los pueblos, siendo el único camino posible para establecer un mundo unido por convicción compartida. Roger Labrousse escribió: “El punto de partida es la noción de ley natural a la que está reservado el porvenir más brillante. Los antiguos estoicos entendían por esta frase el Orden universal…”. “Es un sistema de obligaciones impuesto por un Dios que sigue siendo, como en Zenón, la personificación de la trilogía Naturaleza-Orden-Providencia y el símbolo de la objetividad de la ley”.

“Así la ley natural trasciende nuestras voluntades arbitrarias. No es la de Atenas ni de Roma, sino la de Dios; no tolera acá tal interpretación y allá la otra, sino que es única, idéntica en todos los lugares y todos los tiempos” (De “Introducción a la Filosofía Política”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1953).

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