miércoles, 16 de mayo de 2018

Dogmatismo y ética

Mientras que la ciencia experimental logra resultados que son reconocidos en todo el planeta, debido a la validez universal de las leyes naturales que describe, no ocurre otro tanto con la ética, dominada hasta el momento por la religión y la filosofía. Ello se debe a que no existe un consenso general acerca de la aplicación del método científico en cuestiones asociadas al comportamiento social del hombre. Si bien los recientes logros de la neurociencia avanzan sobre la descripción de emociones y sentimientos humanos, todavía se está algo lejos de que sean utilizados como base para ideologías paralelas a la religión y la filosofía.

El significado que actualmente se le asocia a la palabra “dogma” proviene del asignado por la Iglesia Católica. Al respecto, Jesús María Vázquez escribió: “A partir del Concilio de Trento, se convierte en término técnico que designa una verdad directamente revelada por Dios y declarada por el Magisterio eclesiástico como verdad contenida en la Revelación y objeto de fe. Dogma para el creyente, comenta Schmaus, es «en el vaivén eterno de la vida del hombre, en el continuo oleaje de los errores, firmeza, seguridad, refugio y claridad imbatibles»” (Del “Diccionario de las Ciencias Sociales”-Instituto de Estudios Políticos-Madrid 1975).

El problema que presenta el conocimiento basado en dogmas implica su inflexibilidad para la aceptación de perfeccionamientos posteriores, como también la imposibilidad para concordar con posturas rivales. Los conflictos entre las diversas religiones y filosofías, surgen esencialmente del dogmatismo que las sustenta. De todas maneras, la veracidad de una postura religiosa o filosófica no queda invalidada por su dogmatismo, ya que puede poseer atributos compatibles con la realidad. R. Lenoble escribió: “Todos los dogmatismos van a pedirle a la historia que pruebe que tienen razón, y, como se contradicen, cada uno le hace hablar a su manera” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico” de P. Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).

Mientras que el dogmatismo religioso se basa en la creencia en que Dios revela a algunos hombres sus deseos o su voluntad, el dogmatismo filosófico se basa en la confianza desmedida en la razón humana. Revelación y razón dominan, por lo tanto, los fundamentos de la ética. Sin embargo, no resulta inoportuno pensar que revelación y razón sean justificativos posteriores para lo que se conoció por observación y experiencia. José Ingenieros escribió: “Suele decirse que un dogma es una opinión impuesta por una autoridad. De acuerdo. ¿Por cuál autoridad? La autoridad de la revelación divina, afirmaron los teólogos de cada Iglesia, pretendiéndose sus intérpretes fieles; la autoridad de la pura razón, arguyeron los filósofos racionalistas, creyéndose los legisladores de esa entidad superior a la común razón de los hombres. En uno y otro caso, teólogos y filósofos, convenían en que los principios básicos de la moral, ya fuesen teológicos o racionales, eran prácticamente inaccesibles al examen y la crítica individual, concibiéndolos como eternos, inmutables e imperfectibles”.

“Podríamos, pues, definir: un dogma moral es una opinión inmutable e imperfectible impuesta a los hombres por una autoridad anterior a su propia experiencia” (De “Hacia una moral sin dogmas”-Editorial Losada SA-Buenos Aires 1947).

Mientras que el religioso y el filósofo no aceptan críticas a sus construcciones intelectuales, aduciendo una previa superioridad intelectual e, incluso, moral, el científico acepta críticas y sugerencias. Mientras que aquéllos parten desde la verdad poseída, el científico va siempre en su búsqueda. Mientras la labor de religiosos y filósofos es individual y grupal, la labor del científico resulta ser una actividad colectiva, aunque sustentada en el pensamiento individual. Mientras que teólogos y filósofos levantan edificios ubicados uno al lado de otros, el científico colabora en la construcción de un único edificio realizado por muchos. Albert Einstein expresó: “La labor del científico está tan ligada a la de los científicos contemporáneos y a la de quienes le precedieron, que parece casi un producto de su generación”.

En cuestiones de ética, predominan, como se dijo, las realizaciones de teólogos y filósofos. José Ingenieros agregó: “La historia de la ética, desde sus primeras concreciones hasta nuestros días, nos muestra una lucha constante entre dos géneros de sistemas dogmáticos. Los unos –teológicos y religiosos- ponían sus principios en dogmas revelados y han cumplido eficazmente en ciertas épocas una positiva función social; los otros –filosóficos e independientes- partían de dogmas racionales y nunca alcanzaron la difusión necesaria para influir sobre las creencias colectivas. Prácticamente, un dogma revelado ha sido la opinión «ne varietur» [invariable] impuesta por los teólogos de una Iglesia a sus respectivos creyentes; un dogma racional, la opinión «ne varietur» impuesta por un filósofo a sus discípulos y admiradores”.

“Por una explicable obsecuencia a las creencias vulgares, los filósofos se inclinaron a atribuir a sus principios de ética racional los mismos caracteres que los teólogos a los principios de ética revelada: eternidad, inmutabilidad, indiscutibilidad, imperfectibilidad”.

Adherir a un sistema dogmático implica la firme creencia en ascender a la cima del mundo intelectual en la suposición de que se ha llegado a poseer la verdad absoluta con el consiguiente derecho a ponerla en práctica a cualquier precio. El marxista cree que el pensamiento individual, fuera de los dogmas partidarios, es propio del individualismo pequeño-burgués, por lo que es rechazado ante el predominante espíritu colectivista. De ahí que no existe diferencia metodológica esencial entre los llamados a la violencia contra el infiel, por parte de Mahoma, y la violencia contra la burguesía, impulsada por Marx.

La siguiente descripción de la psicología del revolucionario vislumbra el estado mental y moral al que puede llegar el fanático que adhiere a una ideología totalitaria sustentada con poco o ningún vínculo con la realidad. J. M. Coetzee escribió: “El revolucionario es un hombre condenado. No se interesa por nada, no tiene sentimientos, no tiene lazos que lo unan a nada, ni siquiera tiene nombre”.

“En él, todo está absorbido por una pasión única y total: la revolución. En las profundidades de su ser ha roto amarras con el orden civil, con la ley y la moralidad. Si sigue viviendo en sociedad, es sólo con la idea de destruirla”. “No espera misericordia alguna. Todos los días está dispuesto a morir” (Citado en “La cuarta espada” de Santiago Roncagliolo-Debate-Buenos Aires 2007).

Tanto el fanático que pretende destruir la sociedad de los infieles, como el fanático que pretende destruir la sociedad capitalista, están imbuidos en la creencia de que son los restauradores de la justicia y del bien, y que sus acciones violentas cumplen una importante función en la historia de la humanidad. Refiriéndose a Abimael Guzmán, el terrorista fundador de Sendero Luminoso, Santiago Roncagliolo escribió: “Abimael estaba obsesionado con la Historia, con mayúscula. Registraba todo, escribía todo, pensando que serían documentos fundamentales en el futuro. En las reuniones del partido, el peor castigo para sus oponentes era prohibirles firmar las actas, porque eso los dejaba fuera de la Historia”.

Existen dos circunstancias extremas en que puede hablarse de un “pensamiento único”: en el primer caso se lo asocia al pensamiento basado en dogmas de fe o de razón, que surge en virtud del acatamiento masivo a los mismos. En el segundo caso, aparece la unanimidad del pensamiento en virtud de basarse en hechos suficientemente comprobados por la ciencia experimental, como es el caso del científico que tiende a aceptar sin discusión, en su etapa de formación, una gran parte de su ciencia. Así, a pocos se les ocurriría poner en dudas la veracidad de las leyes de Newton como el electromagnetismo de Maxwell (en sus respectivos campos de aplicación).

Debido a que la mayor parte de los contenidos educativos provienen de la ciencia, y no de la filosofía o de la religión, es importante que el alumno desarrolle una actitud crítica en una etapa posterior a una previa formación básica, en lugar de adoptar una actitud crítica en cuestiones comprobadas suficientemente. También el alumno debe saber que las ciencias sociales, en general, atraviesan por una etapa pre-científica por lo que sus resultados parciales están en una etapa de consolidación.

Lo que resulta sorprendente es la actitud del marxismo, basado en dogmas de fe y de razón, que pretende pasar por científico cuando en realidad puede, a lo sumo, constituir una hipótesis científica errónea. Al desconocer toda descripción del hombre individual, y al describir la sociedad en base a clases sociales, limita su perspectiva. Se basa, además, en la visión de la economía del siglo XIX dejando fuera varios aspectos de importancia descubiertos posteriormente a su descripción del pre-capitalismo. Incluso Marx no termina de escribir “El capital” cuando advierte la aparición de los primeros enunciados de la teoría subjetiva del valor.

La violencia asociada a los diversos dogmatismos sólo puede ser atenuada por una vigencia futura de la actitud del científico, de quien busca la verdad en lugar de suponer que ya la posee en su totalidad. También el pensamiento científico ha de ser el que permitirá cierta unanimidad en base a las verdades parciales comprobadas suficientemente.

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