martes, 26 de diciembre de 2017

¿Es el egoísmo una virtud?

Quienes adhieren al liberalismo y se sienten integrantes de ese sector ideológico, pueden a veces sentirse confundidos respecto de la actitud del egoísmo, siendo un caso semejante al del niño que escucha decir al padre que es un defecto mientras que la madre le dice que es una virtud. Uno de los padres del liberalismo, Ludwig von Mises, repite frecuentemente la palabra “cooperación”, sugiriendo que toda acción humana, especialmente en el ámbito de la economía, debe ser orientada por una actitud cooperativa. Sin embargo, una destacada difusora del pensamiento liberal, como Ayn Rand, adopta un desconcertante título para uno de sus libros: “La virtud del egoísmo”.

Teniendo presente la vinculación necesaria que debe existir entre las diversas ramas de la ciencia social, debería considerarse al egoísmo como un defecto, tal como se lo considera en psicología social o en la religión moral, además de la tradición y las costumbres vigentes en la mayoría de las sociedades. Ayn Rand escribió al respecto: “En el uso popular, la palabra «egoísmo» es sinónimo de maldad: la imagen que evoca es la de un bruto sanguinario capaz de pisotear un sinnúmero de cadáveres para lograr sus fines, que no se preocupa por ningún ser viviente y que sólo persigue la satisfacción de caprichos súbitos e insensatos”.

“Sin embargo, el significado exacto de la palabra «egoísmo» y su definición de acuerdo con el diccionario [la autora se refiere a diccionarios de lengua inglesa] es: La preocupación por los intereses personales. Este concepto no incluye una calificación moral: no nos dice si la preocupación sobre lo que a uno le interesa es buena o mala, ni qué es lo que constituye los intereses reales del hombre. La respuesta a esa pregunta corresponde a la ética” (De “La virtud del egoísmo”-Grito Sagrado Editorial-Buenos Aires 2007).

Si el hombre posee una actitud característica mediante la cual responde de igual manera en iguales circunstancias, necesariamente ha de estar asociada a un criterio ético. Recordemos que la psicología social reconoce dos tendencias básicas en las acciones humanas: cooperación y competencia. Podemos ejemplificar todas las actitudes posibles considerando el caso de una persona que sufre un accidente en la vía pública. Quienes observan el hecho y comparten parcial o totalmente su sufrimiento, muestran una actitud cooperativa por la cual tienden a compartir las penas y las alegrías ajenas como propias (amor). Por el contrario, quienes sienten alguna satisfacción al ver a otra persona sufrir, tienden a responder con alegría propia ante el mal ajeno y también con tristeza propia ante el bien ajeno (odio). Finalmente tenemos el caso del egoísta, alguien que sólo se interesa por su propia persona y por sus familiares, quien poco o nada se siente afectado por el accidentado desconocido. También tenemos el caso del indiferente, que poco o nada se preocupa por él mismo y por los demás.

Se advierte que estas actitudes básicas del hombre (amor, odio, egoísmo e indiferencia) cubren todas las respuestas posibles, si bien no se tiene en cuenta la intensidad emocional de dichas respuestas, que puede variar significativamente entre las distintas personas. De ahí surge una ética natural asociada al Bien (la cooperación: el amor) y al Mal: (la mala competencia: odio y egoísmo) y la indiferencia (que a la larga se asocia al Mal).

La ética cristiana resulta compatible con la ética natural, ya que con el “Amarás al prójimo como a ti mismo” se nos sugiere preocuparnos tanto por nuestros intereses personales como por los de los demás. De ahí que la actitud del egoísmo, que si bien no siempre produce perjuicios a los demás, a la larga tiende a producir inconvenientes en la familia y en la sociedad. El mandamiento bíblico mencionado ya aparece en el Antiguo Testamento (en Levítico 19:18), de donde tiene sentido aquello de que la civilización occidental se fundamenta en la tradición judeo-cristiana, cuya eficacia se advierte en los resultados concretos que derivan de adoptar tal actitud.

Todo ser humano presenta una actitud característica, o actitud predominante, de tal manera que el egoísta, por ejemplo, lo será en toda circunstancia, ya se trate que esté en una reunión de amigos o esté haciendo intercambios en un ámbito comercial. Ello no indica que tal persona ha de ser egoísta toda su vida, ya que, al tomar plena conciencia de los efectos de sus acciones, alguna vez podrá orientarse hacia posturas cooperativas.

Es muy distinto afirmar que “el egoísmo es necesario para el funcionamiento del sistema capitalista” que decir que “el sistema capitalista puede funcionar aceptablemente a pesar del egoísmo humano”. Como el egoísmo es parte de nuestra naturaleza humana, necesitamos sistemas económicos y políticos que se adapten al hombre real, con sus virtudes y defectos. De ahí que la competencia en el mercado, entre hombres predominantemente egoístas, pueda funcionar aceptablemente. Ello se debe a que, si un empresario egoísta aumenta los precios excesivamente, o paga muy poco a sus empleados, pronto se quedará sin clientes y sin empleados (y sin empresa). De ahí que la competencia del mercado lo obligará a reducir su egoísmo hasta niveles normales.

En el caso de ausencia de competencia, en sociedades con poca cantidad de empresarios, no puede hablarse de “mercado” ni de “competencia” ni de “capitalismo”; los egoísmos no atenuados hacen visibles los efectos perniciosos que pueden aparecer. Aun así, la existencia de pocos empresarios egoístas es mejor que la ausencia total de empresarios, en cuyo caso la economía de esa sociedad será muy poco efectiva.

Si el egoísmo fuese el fundamento del capitalismo, sería mejor que todos los miembros de la sociedad fueran egoístas. Por el contrario, el capitalismo, al promover la competencia, busca atenuar el inevitable egoísmo existente de manera de que predomine la cooperación, haciendo que los intereses individuales sean compatibles con los intereses colectivos. Lamentablemente, el capitalismo promovido junto al egoísmo y no junto con la cooperación, tiene pocas posibilidades de ser aceptado masivamente por cuanto, como lo reconoce la propia Ayn Rand, “en el uso popular, la palabra «egoísmo» es sinónimo de maldad”.

El promovido egoísmo es el blanco perfecto que necesitan los detractores del capitalismo para su descalificación. Ernest Hello escribió: “Existe una clase de hombres que dan la impresión de creer que el mal es una cosa que es necesario usar, pero del cual hay que cuidarse de abusar, que el bien completo sería monótono y exclusivo, que el mal, tomado a pequeñas dosis y mezclado con el bien por una mano discreta y delicada, tiene sus ventajas y sus encantos. En el orden de la religión, esta disposición del espíritu lleva al protestantismo. En el orden de la política, ella conduce al liberalismo” (De “El siglo”-Editorial Difusión SA-Buenos Aires 1943).

Si nos atenemos al acto básico de la economía, que es el intercambio en el mercado, se observa que, para que perdure en el tiempo, debe establecerse para beneficio de ambas partes. Por el contrario, si en un intercambio el vendedor se beneficia mientras que el comprador se perjudica, o a la inversa, el vínculo comercial tiende a no perdurar. Como la base de la propuesta liberal implica un beneficio simultáneo entre ambas partes, es evidente que promueve la cooperación propuesta por Ludwig von Mises y no el egoísmo propuesto por Ayn Rand.

Seguramente que la escritora mencionada habría estado de acuerdo con la propuesta de Mises. Sin embargo, todo parece indicar que se trata de una desafortunada elección de términos, o un análisis conceptual poco efectivo, que para nada malogran sus claras exposiciones acerca de las ventajas del capitalismo respecto del socialismo.

Otro de los errores frecuentes consiste en suponer que el típico empresario capitalista es alguien motivado por el lujo, el consumo ostentoso o el poder. El capital productivo nace del ahorro, y el ahorro nace del trabajo y de la renuncia a un bienestar en el presente para asegurar un bienestar futuro. El trabajo y el ahorro, junto con el intercambio comercial que favorece a todos los participantes, requiere del predominio de una actitud cooperativa, en lugar de egoísta. De todas formas, debe decirse que, de la misma manera en que la mayor parte de los cristianos poco se preocupa por cumplir con los mandamientos bíblicos, la mayoría de los empresarios poco se preocupa por cumplir con los “mandamientos liberales”. Así como no debe descalificarse a ética cristiana por no ser tan efectiva como sería deseable, tampoco debe descalificarse al sistema capitalista por las acciones concretas del empresario real.

Si el liberalismo ha de tener un fundamento ético, como corresponde a toda postura que incide en las conductas individuales, debe necesariamente apoyarse en una actitud reconocida por todos como una virtud y no en una actitud reconocida como un defecto. Carlos Moyano Llerena escribió respecto del liberalismo: “La idea central de su doctrina consiste esencialmente en la exaltación de la libertad individual del hombre, que dirige su conducta solamente por su propia razón sin admitirse interferencia alguna en el proceso. En los primeros autores había un reconocimiento de la ley natural, incluso de su origen divino. Pero luego la confianza irrestricta en la razón humana lleva a rechazar los valores y la trascendencia, así como las limitaciones de la tradición y de la autoridad”.

“Algunos liberales modernos, como Friedrich A. Hayek, tienen una concepción diferente. A juicio de este autor «depender exclusivamente del discernimiento racional como fundamento suficiente para la acción humana es un serio error intelectual». En su opinión la tradición de las reglas morales «contiene guías para la acción humana que la razón por sí sola no podría haber descubierto y justificado nunca». Esa tradición sería el producto de un proceso de selección cultural, «que sigue siendo un tesoro al que la razón no puede reemplazar», aunque la fe en sus principios «se ha ido desmoronando progresivamente durante las últimas generaciones, en forma alarmante»”.

“El origen de esa tradición moral común de una sociedad se encontraría en un proceso de evolución cultural basado en una ‘selección grupal’, distinta de la mecánica de la selección biológica darviniana. La tradición ética así construida tendería a hacer posible «aumentar la producción de vidas o mantenerlas». Como se ve, se trata de un planteo sustancialmente diferente al de la corriente principal del liberalismo” (De “El capitalismo en el siglo XXI”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1996).

1 comentario:

Carlos García dijo...

Interesante este tema. Un profesor en psicología canadiense llamado Peter Jordanson maneja éste tema de manera magistral. Estoy convencido que la inmensa mayoría de los "justicieros" sociales de la izquierda tienen problemas serios de narcisismo y están muy lejos de ser tan desprendidos como dicen ser. Interesante el psicoanálisis y la tesis del profesor Jordanson.