domingo, 17 de diciembre de 2017

Reforma Universitaria y usurpación ideológica

La decadencia de la Argentina no sólo se ha manifestado en el ámbito de la política o de la economía, sino también en lo que atañe a la educación, especialmente en el caso de los altos estudios. La universidad, en lugar de ser el templo de la cultura y del saber, con el tiempo fue usurpada hasta llegar a ser el valuarte y cuna de una subversión orientada a expandir el comunismo en todo el planeta.

En la actualidad, cuando el marxismo ha abandonado las tácticas violentas, mantiene un accionar orientado a la destrucción de la sociedad capitalista tratando de implantar el socialismo bajo un disfraz democrático. De ahí que todavía siga con su misión usurpadora impulsada especialmente desde las facultades de humanidades y ciencias sociales. Francisco J. Vocos escribió: “La llamada Reforma Universitaria enseguida mostró su verdadera naturaleza política, de raigambre marxista, que utilizó las altas casas de estudio para formar las vanguardias de la revolución social que pretendía realizar en la América Latina. El marxismo internacional aprovechó el largo proceso de caída de la Universidad para precipitar la crisis y arrastrar a las juventudes a la revolución que había consumado en Rusia y continuaba propagando por el mundo. Todo lo que estaba contenido en sus principios comunistas (orientación que prevaleció sobre la de algunos intelectuales laicistas o liberales que inicialmente la prohijaron) se vino cumpliendo sistemáticamente desde 1918, llevando el ensayo revolucionario hasta sus últimas consecuencias” (De “El problema universitario”-Cruz y Fierro Editores-Buenos Aires 1981).

Ningún científico auténtico promueve sus hipótesis y teorías aduciendo que se trata de investigaciones “científicas”, ya que, quien conoce el método de la ciencia experimental, sabe perfectamente que toda hipótesis puede ser compatible, o bien incompatible, con la realidad, en cuyo caso deberá ser abandonada o reelaborada. Los que poco o nada conocen de ciencia, por el contrario, suponen que el método científico conduce necesariamente al éxito, tal como lo sugiere el marxismo, mientras rechazan la ciencia auténtica (o verificada experimentalmente) calificándola como simple “ideología”, ya que no concuerda con el marxismo, aunque concuerda con la realidad a describir.

La Universidad argentina ha pasado por varias etapas que van desde la teológica, a la filosófica, científica, profesional, burocrática y, finalmente, política. Teniendo presente la universalidad de la ciencia experimental, y los resultados obtenidos, debería ser la ciencia el fundamento de los contenidos y del conocimiento impartido. Debería, además, estar al servicio de la sociedad y de la nación en lugar de estar orientada hacia la destrucción de la “injusta sociedad capitalista” tal como se advierte en la actualidad.

En el mejor de los casos, la universidad actual prepara especialistas, o profesionales, muy limitados respecto de la cultura general, por lo que ello implica desvirtuar los fines esenciales, que implica la preparación cultural integral del individuo. El especialista es el que sabe “todo de nada”, en oposición al enciclopedista que sabe “nada de todo”, por lo cual el caso intermedio resulta el más aconsejable. Juan Lazarte escribió: “En las famosas universidades de Oxford y Cambridge el estudiante recibe un tipo general educativo que va más al desenvolvimiento de la personalidad que al conocimiento científico. Educación total humana, equilibrando las fuerzas en que se desarrolla la personalidad. Tal vez por este aspecto peculiar los hijos del «alma mater» de estas universidades son ingleses de primera clase en general, llevando esta característica al mundo” (De “Laicismo y libertad”-Editorial Cátedra Lisandro de la Torre-Buenos Aires 1959).

La decadencia universitaria se vislumbra a partir de la adhesión incondicional de “intelectuales” que optaron por promover la destrucción social y material de su propia nación buscando el engrandecimiento de su patria de adopción, la Unión Soviética. Francisco J. Vocos escribe al respecto: “Los fines revolucionarios, trastornando toda la concepción de la vida universitaria; convirtiendo las altas casas de estudios en simples campos de experimentación o de adiestramiento para la lucha; sacando al estudiante de su sitio para asignarle un papel preponderante en la actividad revolucionaria, han configurado la Universidad como vanguardia de una empresa política de vastos alcances; la organización de América Latina según el molde de las repúblicas soviéticas”.

Cuando la universidad pasa a ser una extensión de los partidos políticos, las intrigas, bajezas y desvergüenzas de los comités pasan a la universidad. La “universidad democrática” llega al extremo de ser gobernada por los alumnos, aunque indirectamente por los ideólogos marxistas. Vocos escribe al respecto: “Si la democracia postula el gobierno de la mayoría y en la Universidad la mayoría está constituida por los estudiantes, el gobierno de la Universidad debe pertenecer a los estudiantes. La Reforma proclamó el principio de la soberanía estudiantil y su derecho a gobernar la Universidad. Y no solamente lo afirmó, sino que lo impuso inicialmente por la violencia, apoderándose de la Universidad de Córdoba y nombrando como autoridades un triunvirato de estudiantes. La inspiración marxista les había sugerido los medios, y los estudiantes cordobeses se lanzaron a la conquista del gobierno de la Universidad por la acción violenta”.

Alguien podrá aducir que en los países comunistas no son los estudiantes precisamente quienes gobiernan las universidades. Al respecto debe decirse que es distinto el marxista en el poder que el marxista persiguiendo el poder. En el primer caso establece un gobierno personal absoluto, eterno e indiscutible, mientras que en el segundo caso intenta destruir, por cualquier medio posible, al “injusto sistema capitalista”.

En épocas más recientes, como la década de los 70, las universidades argentinas, en su gran mayoría, no sólo fueron usurpadas ideológicamente, sino también convertidas en guaridas de terroristas urbanos. La actividad académica pasó a un segundo plano y desde los propios rectorados se apoyó a la guerrilla combativa. Gustavo Landívar escribió: “Los profesores Ortega Peña y Luis Duhalde, verdaderos ideólogos del marxismo, impusieron un sistema en la Facultad de Derecho que luego iba a adoptarse en otras facultades. Eran los exámenes de grupo, en donde una docena de estudiantes, aproximadamente, debían rendir su materia. Al efecto uno solo de ellos exponía sus conocimientos, y si el profesor lo creía conveniente podía interrogar a los restantes, aunque esto no se hacía si se notaba cierta falta de conocimiento. Los exámenes de grupo fueron mostrados como una de las «conquistas revolucionarias» más importantes del siglo, y muchísimos estudiantes acogieron la idea con simpatía. Muy pocos estaban al tanto de que esa facilidad en los estudios tenía como objeto entregar a la sociedad a profesionales ineptos, con lo que se contribuía a la subversión de los valores”.

“Entre las medidas más insólitas que se tomaron recordamos la abolición de toda diferencia jerárquica. Es decir, la tan mentada «igualdad» del marxismo. De tal modo, el salón de profesores, que estaba destinado al descanso de los docentes y cuya tranquilidad les permitía preparar las clases y corregir los exámenes, fue abierto para los estudiantes y los no docentes. Y así fue que prácticamente se tomaron por asalto esas instalaciones. Era un espectáculo frecuente ver a alumnos y ordenanzas de la Facultad cómodamente apoltronados en los sillones, mientras que los profesores no tenían un lugar donde sentarse” (De “La universidad de la violencia”-Ediciones Depalma-Buenos Aires 1980).

El propia Editorial de la Universidad de Buenos Aires (Eudeba) se encargaba de editar libros de apoyo para la acción terrorista. Landívar escribe al respecto: “Eudeba, pese a su prohibición expresa, continuaba publicando libros marxistas –se publicaron 140.000 ejemplares a un costo de 470 millones de pesos de entonces-; cada vez había más aulas convertidas en arsenales de la guerrilla; cada día se producía un nuevo atentado terrorista cuyo origen era la propia Universidad; periódicamente era agredido un profesor o un estudiante que no aceptaba las directivas de los activistas. No pasaba una jornada sin que se hubiese interrumpido algún curso, y los «cuerpos de delegados» llegaban continuamente a su despacho del rectorado [de Vicente Solano Lima] para reclamar la imposición de medidas radicales”.

En las distintas universidades se sucedían los decanos que provenían de la “izquierda peronista” o bien de la “derecha peronista”. Es interesante el caso ocurrido en la Universidad Tecnológica Nacional-Regional Mendoza, cuando uno de sus alumnos, que se distinguía por preparar primitivos y groseros festejos para quienes se recibían de ingenieros, conocido como “el loco Seijo”, en un lapso de unos seis meses, aproximadamente, pasó de ser un alumno, al recibirse normalmente, hasta llegar a convertirse en Decano de dicha facultad. La politiquería había desplazado a la ciencia para establecerse firmemente en las universidades argentinas. La decadencia prolongada que sufrimos como nación es una consecuencia necesaria e inevitable de las preferencias políticas predominantes en la sociedad.

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