martes, 9 de mayo de 2017

La colonización europea en América

Las distintas interpretaciones de la historia se deben a las diversas valoraciones subjetivas que los historiadores atribuyen a los mismos hechos, además de las inevitables deformaciones que sufren con el paso del tiempo. A las limitaciones propias de la investigación histórica se les agrega la tergiversación consciente de los hechos, ya que los políticos inescrupulosos falsifican la historia buscando legitimar sus nefastos objetivos. Miguel de Cervantes escribió: “El poeta puede contar o cantar las cosas no como fueron, sino como debían ser; y el historiador las ha de escribir no como debían ser, sino como fueron, sin añadir ni quitar a la verdad cosa alguna” (De “Don Quijote”).

También la historia de la colonización europea en el continente americano sufre tales vicisitudes, ya que a la historia de España, por ejemplo, los historiadores españoles la sobredimensionan en sus virtudes, mientras que, los historiadores ingleses, la sobredimensionan en sus defectos. Si bien nos queda la posibilidad de asociar cierta coherencia lógica, o su ausencia, para vislumbrar la veracidad o falsedad de los comportamientos descritos, resulta que muchas veces los comportamientos reales escapan a toda lógica, por lo que siempre tendremos cierta dosis de incertidumbre respecto de la historia.

Algunos autores comparan el descubrimiento de América con la irrupción del cristianismo, como acontecimientos que influyen de manera importante en la Europa de sus respectivas épocas. Germán Arciniegas escribió: “En la historia de Occidente hay una aventura llamada América. La más grande aventura después del Cristianismo. Cuando América entra en la escena, la Tierra –plana y pequeña- se hace redonda y grande; los hombres comienzan a pensar y a vivir de otra manera; el mundo se hace –todo el mundo-nuevo. Surge –al menos como posibilidad- la sociedad democrática. Europa encuentra hacia dónde desplazarse” (De “El revés de la historia”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1985).

Los mapas del siglo XV, que representaban una tierra plana, estaban constituidos por un círculo sobre el cual se ubicaban tres zonas que formaban una T. La zona superior al trazo horizontal de la T correspondía a Oriente (Asia). El trazo vertical de la T correspondía al Mar Mediterráneo, con Europa a la izquierda y África a la derecha. Daniel J. Boorstin escribió: “La forma común de todas estas caricaturas ha hecho que fuesen denominadas «mapas ruedas» o «mapas T-O». Toda la parte habitable de la Tierra era representada como un plato circular (una O), dividido por una corriente de agua en forma de T. El este era ubicado en la parte de arriba, y esto era lo que se quería decir cuando se hablaba de «orientar» un mapa. En la parte superior de la T estaba el continente asiático; abajo, a la izquierda de la vertical, se encontraba Europa y, a la derecha, África. El Mediterráneo era la línea que separaba a Europa de África; la línea horizontal que separa a Europa y África de Asia era el Danubio y el Nilo, de quienes se suponía que corrían en una sola línea. Y todo estaba rodeado por el «mar océano»” (De “Los descubridores”-Crítica-Barcelona 1986).

Estos mapas medievales tenían una significación religiosa, ya que los tres continentes mencionados provendrían de poblaciones constituidas por los descendientes de los tres hijos de Noé: Sem, Cam y Jafet. Además, el punto común de los trazos de la T correspondía a Jerusalén, considerada el centro del mundo.

Europa, en ese entonces, afrontaba problemas económicos por cuanto el comercio con el Asia estaba dificultado por la interrupción de la principal vía marítima, ya que el Mediterráneo estaba invadido y dominado por los musulmanes. Además, la Iglesia trataba de compensar la cantidad de adeptos que se iban del catolicismo al protestantismo. Es por ello que los Reyes Católicos de España apoyan a quien traía escrito en su nombre la misión religiosa que debía cumplir: Palomo (Colombo) llevador de Cristo (Cristoforo).

La colonización de América, por parte de los españoles, significó también trasladar al nuevo mundo las formas políticas imperantes en España tanto como sus hábitos poco afines al trabajo manual. Mario Lazo escribió: “La influencia más indeleble de la cultura árabe en la civilización española fue de índole política. Tanto en lo civil como en lo religioso, los califas ejercían una soberanía absoluta, y el pueblo llegó a considerarlos como individuos omniscientes y omnipotentes. Cuando finalmente los musulmanes fueron derrotados y expulsados del territorio peninsular por los cristianos, aquel generalizado concepto «mesiánico» del califato resultó aplicado a la persona de los reyes. Los súbditos de éstos, condicionados mentalmente por el ejercicio secular de la dominación de los califas, respetaban esa autoridad absoluta y confiaban en ella, con una profunda fe, para la solución de todos sus problemas”.

“Los judíos fueron expulsados en 1492 y, después de poco más de un siglo, igual suerte correrían los moriscos. Dado que, de hecho, el ejercicio de la mayor parte de los oficios y profesiones, así como el de las más diversas actividades gubernamentales, científicas, intelectuales y mercantiles, se hallaban dominados por estos individuos prácticos e inteligentes, el efecto de los edictos de expulsión en la vida económica y cultural de la Península resultó desastroso. El retroceso general que sufrió la nación hispana se agudizó aún más por la tendencia de los autóctonos –que se tenían más por cristianos que por españoles- a considerarse muy superiores a los judíos y a los moros, y a despreciar los oficios y ocupaciones de éstos. Como resultado de este proceso decayeron el comercio y la artesanía, arruinándose muchas de las espléndidas vegas moriscas del Levante y Andalucía”.

“Imbuidos de la importancia de la pureza racial («limpieza de sangre»), los españoles se mostraban renuentes a acometer toda labor que antes hubieran realizado los miembros de las clases sociales desterradas. Con excepción de las faenas agrícolas necesarias para la subsistencia, los castellanos consideraban el trabajo manual como una actividad indigna de ellos y, por lo tanto, sus medios de asegurarse el pan resultaron limitados. Podían abrazar el sacerdocio, incorporarse al ejército y empuñar las armas en defensa del soberano, o bien trasponer la inmensidad del océano e ir en pos del vellocino de oro a las recién descubiertas tierras del Nuevo Mundo. En nombre de la pureza racial, el español se transformó en un fanático del cristianismo, más católico que los mismos papas semipaganos, hecho éste que, a su vez, explica los fenómenos de la Inquisición y la Contrarreforma” (De “Daga en el corazón”-Minerva Books Ltd.-Barcelona 1972).

La colonización del Centro y del Sur americanos, por los españoles, tuvo características muy distintas a la colonización del Norte, por europeos mayoritariamente protestantes. El citado autor agrega: “La legendaria trinidad del conquistador eran «la gloria, el oro y Nuestro Señor». Era el caballero de la fe depurada, pero no se sentía inclinado a llevar a cabo un esfuerzo metódico, asiduo y constante. Poseía escasas dotes políticas y limitada experiencia administrativa, e irrumpió en el escenario americano animado de un espíritu de aventura y carente de la compañía de sus mujeres. Aquellos mozos viriles mezclaron su sangre a la de las indígenas, generando así a los mestizos. Posteriormente, al traerse los primeros esclavos negros de la Península y del continente africano, los españoles mezclaron su sangre a la de aquellos, generando así los primeros mulatos”.

“En contraposición a este hecho, los colonos de Norteamérica llegaron al Nuevo Mundo desde el país de la Reforma, acompañados de sus familias. No se mezclaron con los aborígenes, a quienes engañaron, envilecieron y estuvieron a punto de exterminar. Posteriormente, cuando los colonos importaron esclavos africanos, tampoco se mezclaron manifiestamente con éstos. Esta es una de las razones que explican el porqué se enfrentan hoy día a problemas raciales de tan grave envergadura, en tanto que Hispanoamérica se halla virtualmente exenta de la intolerancia y las tensiones raciales”.

“Si bien es cierto que en las escuelas, institutos y universidades norteamericanos se enseña que la colonización de Hispanoamérica por los españoles y portugueses fue una empresa brutal, cruel y despiadada, es justo señalar el hecho de que muchos historiadores imparciales convienen en que, por el contrario, el colonizador inglés, que envileció, engañó y virtualmente exterminó al aborigen, se mostró mucho más incivilizado que los conquistadores hispanos y lusitanos. La misma Inquisición española, fue, de hecho, menos cruel que las cortes inquisitoriales inglesas de los siglos XVI y XVII…Muchos historiadores españoles han visto en los intentos de denigración de la empresa de Indias elementos constitutivos de la campaña general de difamación contra España y sus instituciones llevada a cabo por los enemigos del antiguo poderío español. «El valor moral de la conquista de América, la evangelización y la implantación en aquellas latitudes de una cultura cristiana –afirma uno de estos historiadores- rebaten por sí mismas cualquier tentativa de mermar la grandiosidad a la empresa de Indias»”.

Mario Lazo destaca que la herencia histórica de la colonización determina en cierta forma las costumbres e ideas dominantes en América, y que debemos ser conscientes de esa herencia para poder superarla con el transcurrir del tiempo, resultando mucho más beneficioso que culpar a los países exitosos por las limitaciones que nos hemos impuesto, o que heredamos, y que ni siquiera intentamos superar. “El conquistador y el colonizador de Hispanoamérica llegaron al Nuevo Mundo animados de la ambición de enriquecerse rápidamente. La previsión no era una de las características del español de aquellos tiempos. El colonizador castellano utilizó a los indios, y luego a los negros, para ejecutar las faenas que él tenía por indignas de su condición. Como resultado de ello, hasta fechas recientes la mayoría de los jóvenes hispanoamericanos elegían cursar estudios universitarios que les permitieran doctorarse en los campos de las letras y las humanidades. Existe en Hispanoamérica cierto déficit de ingenieros y técnicos, más, sin embargo, hay legiones de abogados, muchos de los cuales permanecen ociosos”.

“Fieles a la tradición milenaria de sus antepasados, que recurrían a los califas y a los reyes en busca de jefatura, los hispanoamericanos admiran y aspiran a ser dirigidos por personajes políticos enérgicos y decididos. Fruto de esta situación ha sido el caudillo, que genera la adhesión de sus partidarios, no tanto por la índole de sus ideas como por el irresistible influjo de su personalidad. Ni que decir tiene que este estado de cosas ha constituido un impedimento en el desarrollo del espíritu cívico, pero hay que tener en cuenta que el concepto de caudillismo se halla profundamente enraizado en la historia. Habrá de desparecer, aunque el proceso será lento, sumamente lento”.

Tanto en el caso de los individuos como en el de los pueblos, la pereza mental favorece el determinismo impuesto por la herencia genética o por la herencia cultural, ya que la mente es esencialmente un órgano de adaptación que nos permite decidir nuestro destino liberándonos de un falso fatalismo prefijado de antemano.

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