viernes, 1 de agosto de 2014

De la honradez a la hipocresía y el cinismo

Por lo general, cuando se trata de describir la decadencia o el estancamiento de la Argentina, se recurre a los aspectos económicos. Sin embargo, debe también desarrollarse la descripción de la decadencia moral. Al existir una correlación entre ambas, surgen dos interpretaciones distintas; la primera sostiene que la decadencia moral produce indefectiblemente la económica, mientras que la segunda indica que la decadencia económica arrastra consigo la decadencia moral. Quienes aducen esta última alternativa, en cierta forma suponen que la gente pobre debería ser corrupta y los ricos honrados, algo que no resulta compatible con la realidad. Tampoco lo opuesto es válido, no debiendo generalizarse en este sentido. Lo que sí puede afirmarse es que el deterioro moral producirá luego un deterioro económico.

Varias décadas atrás, todo vínculo comercial, o contractual, se hacía “de palabra”. Ante el predominio de la honradez de las personas, reflejo de la mentalidad reinante, no hacia falta establecer contratos ni concurrir a un escribano público para asegurar el cumplimiento de lo pactado. En la época actual, es impensable hacer algo semejante, ya que implica sucumbir económicamente en poco tiempo, excepto que los pactos se establezcan con personas de mucha confianza. Respecto de un ex-vicepresidente de la Nación (1922-28), Nelson Castro escribió: “Son muchos los testimonios de quienes recuerdan haberlo visto caminando por alguna calle céntrica de Buenos Aires, vistiendo un traje limpio pero gastado y portando un portafolio castigado por el paso del tiempo, o haciendo cola para subir al tranvía. Al reconocerlo, algunos tímidamente se acercaban a saludarlo. -«¿Cómo es posible que usted esté pasando estas vicisitudes?», le preguntaban. -«Ninguna vicisitud; es lo que corresponde», respondía él con naturalidad. Este era Elpidio González”.

De predominar en nuestra sociedad este tipo de persona, que tenía como principal orgullo el de ser una persona decente, se terminaría de inmediato con los populismos que han impedido el progreso de la Argentina. Elpidio González alguna vez manifestó: “Hay que servir a la Nación con desinterés personal, y después de disfrutar del honor de haber sido presidente o vice, no se le puede exigir al Estado que nos mantenga con altos sueldos vitalicios” (De “Vicepresidentes argentinos”-Nelson Castro-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2009).

Haciendo comparaciones con el actual vicepresidente (2014), se advierte que hemos entrado en la época del cinismo. Puede hacerse un resumen de las tendencias morales:

1- Honradez: se valora y se posee la virtud moral
2- Hipocresía: se valora tal virtud, pero se finge poseerla
3- Cinismo: no se la valora ni tampoco se finge poseerla

El cinismo se advierte principalmente en los gobernantes, que en cierta forma son un reflejo de la sociedad ya que de ella surgen y ella los elige. La mentira y el robo son los aspectos más evidentes del deterioro moral, por lo que el funcionamiento de la sociedad se deteriora en todos los aspectos. Considerando los asesinatos, se reduce al mínimo la calidad de vida, ya que todo individuo tan sólo tiene como aspiración la supervivencia; “que no me maten y que no me roben”, un ideal que implica objetivos alejados del potencial desarrollo que un individuo puede tener.

En todo proceso evolutivo, ya se trate de cualquier forma de vida, de la cultura de los pueblos o, incluso, de la propia ciencia experimental, aparece la imperiosa necesidad de aprender de los errores. De lo contrario tal proceso se detiene, o desaparece como tal. Existe un factor esencial que impide que los pueblos progresen, o que salgan de situaciones de crisis, y es la debilidad moral de gobernantes y pueblo que se niegan a reconocer errores impidiendo el normal funcionamiento del proceso evolutivo cultural.

La negación de la realidad se debe principalmente a la ignorancia de quienes no saben interpretarla adecuadamente y a la mentira que la encubre hasta deformarla, para hacerla compatible con la ideología dominante. Pero la verdad, tarde o temprano, se hace presente, a veces de la forma menos benigna. Aunque tampoco de esa crisis aprende el ignorante y el mentiroso, ya que de inmediato culpa a los demás por la situación adversa suponiendo que enemigos imaginarios tratan de destruirlo, otorgándose una importancia ni siquiera tenida en cuenta por los demás. Podemos hacer una síntesis de la secuencia adoptada por los gobiernos populistas:

a- Si hay problemas, no debe hablarse de ellos
b- Si resulta inevitable nombrarlos, cambiarles de nombre
c- Mientras tanto, se inventan acontecimientos que ocupan la atención pública para alejarla de los problemas reales
d- Si los problemas se han hecho muy evidentes, entonces se atribuye la culpa a los demás (gobiernos anteriores, grandes corporaciones, el imperialismo yankee o el sistema capitalista)
e- Si la táctica anterior no resulta suficiente, en lugar de mostrarse culpable, se adopta la postura de la victima inocente que padece la maldad de “ellos”; el sector opositor que busca la destitución
f- Si todo lo anterior resulta insuficiente, se trata de embaucar al pueblo mediante largos mensajes televisivos sin que advierta que lo están engañando. Se busca que sea conciente de la estafa recién “cuando yo ya no esté allí”
g- Si un gobierno posterior no pudo resolver la crisis heredada, en algunos años más podrá postularse para un nuevo periodo presidencial, ya que la memoria del pueblo es débil

La reciente cesación de pagos pronto fue negada por el gobierno, incluso intentando cambiarle de nombre. Con ello ha tranquilizado al sector obsecuente de la población. De todas maneras, con un nombre u otro, aceptándola o no, los efectos dependen del nivel de confianza que en los inversores genere la situación. Esta actitud del gobierno nos hace recordar aquellas expresiones de que “no existe inflación, es un acomodamiento de precios”. Cuando la inflación se hizo muy evidente, culpó a los “especuladores”, hasta que en el último año se llegó a una duplicación del costo de la canasta básica de alimentos.

Si nos remontamos al 2002, cuando el entonces Presidente de la Nación fue aplaudido por todos los integrantes del Congreso Nacional ante la convincente declaración de: “¡No vamos a pagar la deuda!”, advertimos que entrábamos en la década de la estafa y de la delincuencia abierta y descarada, es decir, superamos la etapa de la hipocresía para entrar en la del cinismo. En esas épocas, un ex-Presidente uruguayo expresó (sin advertir que había una cámara de TV encendida): “¡Los argentinos; una manga de ladrones del primero hasta el último!” previendo o corroborando (según si fue antes o después) la actitud pública del propio primer mandatario argentino (Rodríguez Saa).

Hemos llegado al extremo de tener que hacer esfuerzos para seguir manteniendo las ideas y los sentimientos morales que nos indican que delincuente es el que no paga las deudas y no el que pretende cobrarlas. Si nos guiamos por lo que opina el sector oficialista, las cosas son al revés, por lo cual aparece una peligrosa disociación al aceptar que la moral de las naciones resulta opuesta a la moral de los individuos.

Si alguien roba, como un medio de vida, demás está decir que se trata de una persona que se ha excluido voluntariamente de la sociedad por cuanto la víctima aborrece tal tipo de acción. El ladrón conserva todavía un poco de vergüenza ya que por lo general actúa sin que lo vean, por lo que hace pensar que puede ser recuperable; socialmente hablando. El estafador, en cambio, cuando pide dinero prestado para jactarse luego de que no lo va a devolver, da la sensación de que es irrecuperable dado el cinismo manifiesto. De ahí que no resulta sorpresivo enterarnos que la Argentina lidera en Latinoamérica el índice de robos por cantidad de habitantes, casi duplicando al segundo (Brasil). El ladrón tiene en la Argentina el aliciente de los integrantes del gobierno nacional que dan ejemplos de robos a gran escala, por una parte, y de la propia “justicia” que aduce que el delincuente actúa de esa forma porque el ciudadano decente lo excluyó previamente de la sociedad y que el delito es entonces una justa venganza.

Son muchos los que piensan que el ciudadano decente debe trabajar para mantener a su familia y, además, debe hacer horas extras para mantener indirectamente a muchos que no quieren trabajar, evitando, de esa manera, que salgan a robar. Luego, al negarse a trabajar esas horas adicionales, justificaría la culpabilidad supuesta. El medio más efectivo para llevar a cabo esta idea es el apoyo electoral a un gobierno populista que trate de “contener” a los potenciales ladrones manteniéndolos con lo obtenido de la confiscación parcial de las ganancias del sector productivo. Con esto satisface, además, las múltiples adhesiones de los socialistas, quienes “generosamente” promueven repartir las riquezas ajenas pero sin dar nada propio y mucho menos pensar en la remota posibilidad de producir algo que pueda mejorar la situación económica y social de algún necesitado.

Las personas, como los países exitosos, luego de cada traspié se preguntan en qué fallaron. Los países en crisis prolongadas, en cambio, aducen complots extranjeros y no desaprovechan la situación para descalificar al sistema económico poco afín a sus gustos. Roberto Cachanosky escribió antes del fallo negativo acerca del default: “Que politizaron el tema de la deuda es clarísimo, lo que me hace pensar que vamos de cabeza al default porque es un buen negocio político, dentro de la declinación que viene teniendo el kirchnerismo. Es algo así como la malvinización de la deuda externa. Tratar de conseguir el apoyo de la población contra el enemigo externo, es este caso el imperio americano con su justicia que extorsiona y los holdouts que no tienen piedad con tal de cobrar”.

“La pregunta es: ¿Por qué todo el sistema judicial norteamericano va a querer extorsionar a Argentina? ¿Tan poderosos somos como para que quieran destruirnos?”. “El riesgo de jugar con el falso nacionalismo e ir a la cabeza del default, consiste en que los bonos de Argentina caigan en forma notable. Si esos bonos caen y parte de ellos están en el activo de los bancos, el sistema financiero va a tener una fenomenal pérdida patrimonial. Eso puede llevarlo a cortar créditos, por ejemplo los giros en descubierto como ocurrió en otras oportunidades, con lo cual se corta la cadena de pagos y se profundiza el proceso recesivo”.

“Axel Kicillof afirmó que los holdouts quieren «tirar abajo el proceso de reestructuración» de deuda encarado por el país en 2005 y 2010, con objeto de «volver a la dinámica del sobreendeudamiento» propia del «neoliberalismo». Evidentemente Kicillof [Ministro de Economía] parece tener algún tipo de tara con el liberalismo, porque si hay algo que, entre muchas otras cosas, propugna el liberalismo, es la disciplina fiscal. Si hay disciplina fiscal no hay déficit. Si no hay déficit no hay necesidad de endeudamiento. Es más, el liberalismo propugna un bajo gasto público, con un Estado subordinado a defender el derecho a la vida, la propiedad y la libertad de las personas. Por lo tanto, un bajo nivel de gasto público puede tener fácilmente como contrapartida el equilibrio fiscal y la ausencia de endeudamiento”. “Por el contrario, es el populismo autoritario que defiende Kicillof el que lleva al desborde del gasto público, al déficit fiscal y a la necesidad de endeudarse”.

“Nadie seriamente puede decir que el liberalismo impulsa el aumento del gasto público…es como decir que el marxismo impulsa las privatizaciones”. “Mientras tanto continuará el ajuste por el lado del sector privado mientras sigue la fiesta en el sector público, como puede verse con el gasto que sigue creciendo a tasas anuales del 45%” (De http://economiaparatodos.net ).

El gobierno utiliza la situación repitiendo que no va a pagar con el hambre del pueblo, como si acaso alguna vez se interesara en serio por los problemas cotidianos que sufre la población. Si de verdad se preocupara por el pueblo, trataría de no derrochar los recursos económicos, de no ahuyentar capitales productivos, de no enriquecerse a nivel personal hasta llegar a cifras inverosímiles, de no llenar el Estado con parásitos que sólo sirven para entorpecer la labor del que trabaja, incluso de impedir la producción ante la confiscación de ganancias empresariales que podrían aplicarse en la inversión productiva.

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