miércoles, 13 de agosto de 2014

Las peligrosas "buenas intenciones"

Cuando las personas capaces cometen errores, o cuando se advierte una manifiesta incapacidad de los gobernantes, existe la posibilidad de superar la situación adversa en el futuro. Algo distinto ocurre cuando todos interpretan que las cosas se hacen con capacidad y “buenas intenciones” aunque todo salga mal. Esto ocurre en política y, especialmente, en economía, ya que, generalmente, cuando se proponen “soluciones evidentes” para los problemas sociales, los efectos resultan desastrosos.

Todo esto se debe a que el término medio de las personas razona como un niño bien intencionado de diez años que encuentra soluciones para la pobreza, o la desigualdad, mediante un breve e iluminador pensamiento. Luego, los políticos tratan de responder a tales expectativas, con lo que se aseguran varios triunfos electorales. Como las soluciones propuestas no producen los efectos esperados, se le dice al pueblo que “algunos sectores” opusieron su egoísmo al bienestar de la mayoría.

Algunos países parecen destinados a una crisis económica y social prolongada a pesar de las condiciones favorables que se les presentan, o que disponen, como son los casos de Venezuela y Argentina. Los errores asociados a las creencias intuitivas se deben a la ignorancia de aspectos básicos de la economía y a una cerrada oposición a conocerlos. Como todo individuo necesita establecer una creencia básica para orientar su vida, teme perderla incorporando nuevos conocimientos.

Entre los errores advertidos se encuentra la persistente búsqueda de la igualdad económica en lugar de tratar de eliminar la pobreza. Como se atribuyen los grandes males de la sociedad a la desigualdad social, entendida como desigualdad económica, se proponen varias medidas para corregir la situación. La desigualdad genera violencia en la persona envidiosa, siendo una falla moral que debe solucionarse a nivel individual. Incluso hay quienes, a pesar de poseer una muy buena posición económica, siguen siendo envidiosos, tratando de alcanzar niveles de riqueza todavía superiores. El nivel de felicidad logrado, sin embargo, no resulta proporcional al nivel de riqueza o de comodidades para el cuerpo, ya que depende también de factores afectivos y cognitivos.

La forma más sencilla de combatir la desigualdad social, para que el envidioso se sienta a gusto, implica reducir el nivel económico general hasta que sean todos casi igualmente pobres, lo que resulta ser un absurdo. Además, debe distinguirse entre las personas que poseen mucho dinero pero que lo obtuvieron como consecuencia de realizar aportes productivos o simplemente se debe a una consecuencia de maniobras ilegales o bien del robo legalizado incurrido por quienes roban a la sociedad a través del Estado. De ahí que la propuesta de la igualdad económica surja de una falsa “buena intención”, mientras que la reducción de la pobreza es una propuesta posible y realizable, aunque las expresiones de deseo no deberían ser consideradas como “buenas intenciones” ya que tal calificativo debe reservarse ante acciones concretas que las respalden, ya que declamar por declamar resulta poco meritorio.

Entre las creencias propias del niño bien intencionado puede mencionarse la idea de imprimir muchos billetes para regalárselos a los pobres y eliminar así la pobreza. Esta “solución” tan sencilla no la adoptan los países serios porque produce efectos inflacionarios en el mediando y el largo plazo, resultando el remedio bastante peor que la enfermedad. En la Argentina kirchnerista, al otorgarse durante cierto tiempo aumentos de sueldos superiores a la inflación real, agudizó la “enfermedad” aunque muchos creyeran que el proceso continuaría por siempre, hasta que la dura realidad comenzó a imponer su presencia. Tal decisión gubernamental recibió en su momento un fuerte apoyo electoral; como era de esperar.

Otra de las creencias del niño bien intencionado es que, al quitarles el dinero a los ricos para distribuirlos entre los pobres, se resolverían los grandes problemas de desigualdad y pobreza. Los gobiernos populistas cumplen casi siempre los deseos del hombre promedio, que esencialmente coinciden con los de ese niño. Roberto Cachanosky escribió: “Así, en su afán por perseguir a todo aquél que tiene propiedades y ganancias, los gobiernos populistas y progresistas han logrado que una buena parte de los argentinos sean exiliados económicos. Es decir, viven en Argentina pero ahorran en el exterior. ¿Cuál es el problema? Que gracias al populismo y al progresismo, el ahorro de los argentinos es depositado en bancos norteamericanos o suizos. Pregunta: ¿qué hacen esos bancos norteamericanos o suizos con los fondos que depositan los argentinos escapando del populismo autóctono? Se los prestan a empresas y consumidores norteamericanos y suizos, quienes pueden invertir y consumir a tasas de interés bajas. Llegamos así a un increíble resultado. Los gobiernos populistas y progresistas han conseguido que nosotros, que somos pobres, terminemos financiando el crecimiento y el consumo de los países desarrollados. Esos mismos países a los que populistas y progresistas detestan con tanto énfasis” (De “El síndrome argentino”-Ediciones B SA-Buenos Aires 2006).

El niño bien intencionado propone para el empleado una seguridad social y laboral mayor incluso que la que tiene su empleador, lo que por cierto beneficia a quienes ya tienen trabajo, mientras que desanima a los empresarios a tomar nuevos empleados, por lo que habrá un importante índice de desempleo o bien la economía informal tendrá una significativa importancia. De ahí que gran parte de los trabajadores padezcan una inseguridad social y laboral similar a la de los trabajadores de siglos pasados.

Algo similar sucederá en el caso de la decisión estatal de imponer precios máximos a los alquileres de viviendas. Quienes ya están alquilando se beneficiarán con los alquileres congelados, pero ya no existirán alicientes para la construcción de nuevas viviendas para alquilar, por lo cual, no sólo se perjudicará a la industria de la construcción sino a quienes necesitan alquilar por primera vez. En la Argentina, el enorme déficit habitacional tiene mucho que ver con la decisión de Perón en ese sentido. Sin embargo, mientras más daño alguien hace a la sociedad, mayor ha de ser su prestigio dentro de una población “bien intencionada”. Thomas Sowell escribió:

“El efecto inmediato de alquileres fijados por debajo de lo establecido por la oferta y la demanda, es que una mayor cantidad de personas trata de rentar apartamentos, puesto que son más baratos; pero como no se construyen más, es difícil encontrar desocupados. Más aún, mucho antes de que las edificaciones existentes se deterioren por el uso, disminuyen los servicios complementarios como el mantenimiento y la reparación, puesto que los propietarios ya no se hallan bajo las mismas presiones competitivas para gastar dinero en tales funciones para atraer arrendatarios, pues existen más interesados que apartamentos disponibles al haber escasez de vivienda”. “En tanto, la menor tasa de rendimiento sobre inversiones en nuevos edificios de apartamentos debida al control de alquileres, motiva que se construya una menor cantidad de ellos” (De “Economía. Verdades y mentiras”-Editorial Océano de México SA-México 2008).

También los socialistas aducen “buenas intenciones”. André Frossard relata aspectos de su etapa de adoctrinamiento marxista antes de aceptar el cristianismo, escribiendo respecto de los “burgueses” que serán expropiados con la llegada del socialismo: “La avidez, la voluntad de acaparar y dominar, al no encontrar más apoyo y recibir menos estímulo en la sociedad nueva, morirían de inanición; los antagonismos económicos y sociales desaparecerían junto con las causas que los hacen inevitables” (De “Dios existe”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1969).

Adviértase la escalofriante naturalidad con que, en el proceso de adoctrinamiento, se habla de la “muerte por inanición” que fue puesta en práctica en la URSS. Fue una actitud similar a la de los nazis cuando hablaban con naturalidad acerca de exterminar judíos como algo necesario y positivo para el resto de la sociedad. Incluso Aldous Huxley vincula “buenas intenciones” con “genocidio”: “Varios millones de paisanos fueron muertos de hambre deliberadamente en 1933 por los encargados de proyectar los planes de los Soviets. La inhumanidad acarrea el resentimiento; el resentimiento se mantiene sofocado por la fuerza. Como siempre, el principal resultado de la violencia es la necesidad de emplear mayor violencia. Tal es pues el planteamiento de los Soviets; está bien intencionado, pero emplea medios inicuos que están produciendo resultados totalmente distintos de los que se propusieron los primeros autores de la revolución” (De “El fin y los medios”-Editorial Hermes-Buenos Aires 1955).

El marxista dice que quienes se oponen al socialismo lo hacen para “defender sus intereses egoístas”. Sin embargo, es más justo decir que lo hacen para salvar sus propias vidas. Cuando un pueblo elige a un gobernante “socialista”, puede tratarse de alguien bien intencionado, medianamente bien intencionado o incluso puede llegar a ser un peligroso individuo lleno de resentimiento y odio, que trate de vengarse de todo aquel que haya logrado cierto éxito económico a través de actividades productivas. Generalmente, la persona honesta y decente piensa que no existen causas para que alguna vez su vida corra peligro ante el ascenso al gobierno de cualquier político. Sin embargo, tratándose de nazis o de marxistas, quienes corren mayor peligro son precisamente las personas decentes. En los 70 algo de esto pudo comprobarse en la Argentina ante los asesinatos cometidos por los terroristas de izquierda.

El hipócrita, el ignorante, el populista y el totalitario se consideran éticamente superiores porque adhieren a gobiernos que imprimen billetes para todos, redistribuyen las ganancias del sector productivo entre quienes los necesitan y quienes no, imponen mejoras sociales amplias para el trabajador dependiente, ponen límites al precio de productos y alquileres, etc. Mientras que puede resultar beneficioso un poco de “justicia social”, mucho de ella conduce al subdesarrollo sostenido. Luego, el despreciable, mal intencionado e insensible es el que se opone a los intentos “justicieros” desmedidos, y por lo tanto, se lo ha de marginar de la sociedad identificándoselo como “neoliberal”.

Quien hace algo por sí mismo y por los demás es el que se exige mucho conformándose pocas veces con su tarea, mientras que el hombre-masa es el que poco hace por superarse estando contento consigo mismo. Por el contrario, el que poco hace y pretende repartir ganancias ajenas e incluso controlar la vida de los demás desde el Estado, es el que se autocalifica éticamente como “superior”. De ahí que pueda afirmarse que el neoliberal es la persona que reúne los mejores calificativos en la sociedad ya que es denigrado tanto por hipócritas, ignorantes, populistas y totalitarios. Esta aparente contradicción surge al adoptar el criterio de Marco Tulio Cicerón, quien escribió: “Tanto vale ser alabado de los buenos, como vituperado de los malos”.

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