viernes, 15 de agosto de 2014

Ante una nueva crisis

Al acentuarse el proceso inflacionario, decae el valor adquisitivo de los sueldos, disminuyendo el consumo e iniciando una etapa en que se pierden puestos de trabajo en sectores cuya producción es considerada prescindible, aunque muchos ciudadanos deban reducir el consumo hasta de lo imprescindible. Este proceso es una consecuencia del previo estimulo artificial del consumo que sacrificó la inversión, y aun el mantenimiento de lo existente, llegando a las expropiaciones por parte del Estado, que indujeron a los inversores a llevar sus capitales y empresas a lugares más seguros. Roberto Cachanosky escribió: “Néstor Kirchner y Cristina Fernández siempre buscaron el poder hegemónico. Intentaron instaurar una dictadura pero utilizando el voto. Para eso necesitaban tener contenta a la gente con la fiesta de consumo. Y para sostener la fiesta de consumo había que disponer de recursos. A Néstor Kirchner (NK) le tocó en suerte sólo iniciar el proceso de destrucción económica, consumiendo stock de capital. No es que Cristina Fernández (CFK) cambió de vía en el 2007. Ambos seguían el mismo camino, la diferencia estuvo en que al inicio había más recursos para sostener el consumo artificial”.

“Uno de los mecanismos que usaron para financiar el aumento del gasto público fue el consumo de stock de capital de infraestructura (trenes, rutas, sistema energético, etc.). Dinero que habría que haber destinado al mantenimiento y renovación del stock de capital fue desviado a financiar falsas políticas sociales para estimular el consumo a costa de destruir el sistema energético. Lo que impulsó NK primero y CFK después fue el consumo de celulares, televisores, etc., a costa de tener trenes que iban cayéndose a pedazos hasta que un día no frenaron y produjeron una tragedia”. “Algo parecido puede decirse de los otros mecanismos de financiamiento del gasto. Por ejemplo, la emisión monetaria para financiar el gasto genera inflación” (De http://economiaparatodos.net ).

El actual ministro de economía, Axel Kicillof, admite su orientación ideológica keynesiana. Friedrich A. Hayek escribió: “Al político guiado por la máxima keynesiana –ligeramente modificada- de que a la larga todos perderemos el cargo, no le preocupa si su eficaz remedio para el desempleo va a producir un paro aún mayor en el futuro, pues la culpa no recaerá sobre quienes crearon la inflación, sino sobre quienes la detengan”. “La verdad, incómoda, aunque inconmovible, es que una falsa política crediticia y monetaria, promovida sin apenas interrupción … ha abocado a los sistemas económicos de los países industriales occidentales a una posición altamente inestable, con lo que cualquier acción que se emprenda produce consecuencias muy desagradables. Podemos elegir entre estas tres únicas posibilidades:

a) Permitir que continúe la inflación declarada a un ritmo creciente hasta provocar la desorganización completa de toda actividad económica.
b) Imponer controles de precios y salarios que ocultarán durante algún tiempo los efectos de la inflación, pero que llevarían, por último, a un sistema dirigista y totalitario.
c) Finalmente, acabar de una manera decidida con el incremento de la cantidad de dinero, lo cual nos haría patentes en seguida, por medio de la aparición de un fuerte desempleo, todas las malas inversiones del factor trabajo que la inflación de los años pasados ha causado y que las otras dos soluciones aumentarían aún más. (De “¿Inflación o pleno empleo?”-Unión Editorial SA-Madrid 1976).

El gobierno argentino ha optado por las opciones a) y b), siguiendo con cierto retardo a Venezuela. En cuanto a las decisiones políticas adoptadas en anteriores crisis, se pueden mencionar las siguientes:

1- Intervención de las Fuerzas Armadas para “salvar el país”, aunque generalmente sirvió para “salvar el prestigio de los malos gobiernos”, ya que algunos fueron posteriormente reelegidos por cuanto una gran parte de la población suponía que los sacaron por “buenos”.
2- El gobierno que produjo la crisis trata de realizar el “trabajo sucio” (como reducir el gasto público superfluo) para facilitar la acción de un nuevo gobierno.
3- El gobierno que produjo la crisis trata de mantenerse en el poder aunque la situación empeore bastante.
4- El gobierno que no puede resolver la situación renuncia un tiempo antes para facilitar una pronta solución, por lo que se adelantan las próximas elecciones presidenciales.

No parece que CFK vaya hacer algo a favor del país, y menos a favor de otro partido integrado por políticos del bando “enemigo” o por “traidores” que antes fueron sus aliados, por lo cual, pareciera, la crisis se va a incrementar hasta la entrega del mando a fines del 2015.

En una escena difundida por televisión se observa a la senadora CFK “sugerirle” al entonces presidente Fernando de la Rúa que renuncie a la presidencia debido a su incapacidad para resolver la crisis de ese momento. Se supone que tal sugerencia no llevaba intenciones golpistas y destituyentes, por lo cual la Presidente debería contemplar la viabilidad de tal sugerencia para su propio caso. Si se tiene en cuenta que el gobierno kirchnerista nos ha sumergido en una crisis que tiende a agudizarse rápidamente, sería positivo para la nación que adelantara las elecciones al menos un año. Si los problemas generados por la excesiva emisión monetaria los piensa resolver con mayor emisión, no resulta difícil imaginar lo que ha de ser del país dentro de un año.

El populismo ha sido nefasto para la Argentina, siendo la causa esencial de nuestro histórico atraso. Conviene tener presente las palabras de Marcos Aguinis: “Populismo no significa interés dominante por el bienestar del pueblo. Tampoco que se gobierne en su favor. Significa que se manipula al pueblo para satisfacer al caudillo de turno o su círculo de fieles. El pueblo no es servido, sino enajenado. Cae bajo la hipnosis de quien simula amarlo y sacrificarse por su felicidad. Pero el pueblo, en este caso, no es sujeto, sino rebaño que se conduce, alimenta y carnea”. “El instrumento de elección para engrillar los tobillos y el cerebro de una sociedad populista es el asistencialismo clientelista. No es nuevo: lo inventó Luis Napoleón (Napoleón III) en el tercer cuarto del siglo XIX. Conmovió a las multitudes miserables hasta enamorarlas, y de esa forma desvió la energía de su rebelión hacia el sometimiento político. No lo aplicó para mejorar la vida de los franceses, sino para que los franceses lo siguiesen respaldando a él y a su corte. De ahí proviene la palabra bonapartismo. La exitosa técnica fue luego imitada por Bismarck y, en el siglo XX, por Mussolini, Hitler y otros, que la perfeccionaron con la movilización de masas y con una ficción revolucionaria, hasta hacerla desembocar en regímenes totalitarios o semitotalitarios”.

“El asistencialismo clientelista no siempre es conveniente para una sociedad, y debe significar el recurso extremo. Produce una involución de consecuencias, aunque satisfaga urgencias básicas e impostergables. Genera un retroceso hacia la dependencia y fija vastos sectores de la sociedad a una postura infantil, demandante y acrítica. A los jefes que utilizan el asistencialismo no les interesa que maduren hacia la autonomía y el bienestar. No regalan cañas de pescar sino pescados. No se afanan para que prosperen de veras, sino para que subsistan. El populismo los quiere mediocres y cómplices, para mantener la hegemonía; los quiere como un ejército agradecido y miope. Soborna aumentando la burocracia, llenando las dependencias de ñoquis, convirtiendo al sector público en una vizcachera de quioscos que alimentan a los punteros. En consecuencia, tenemos que desconfiar del asistencialismo que excede su tarea de estricto y honesto salvataje, que busca obscenas retribuciones políticas, y que no va acompañado de iniciativas que estimulen el progreso real”.

“Por otra parte, el populismo anhela una comunidad sin contradicciones, sin pluralidad. No sólo hace regalos a los pobres, sino también a las demás franjas sociales. Los empresarios –como ha sido evidente- dejan de ser competitivos, en lugar de apostar a la imaginación y a la excelencia, se instalan a la sombra del caudillo (o del Estado que él comanda) para obtener privilegios y ganancias fáciles. Los beneficios son el resultado de la obsecuencia, la corrupción y la mentira, no de méritos ejemplares. El sector productivo languidece, porque no recibe estímulos como los que se dedican a acariciar desvergonzadamente los dedos del poder”.

“El populismo simula ser revolucionario, y lo simula muy bien. De ese modo atrapa la pasión de jóvenes, intelectuales y gente solidaria, que cae bajo sus embotantes malabarismos ideológicos. Utiliza el concepto pueblo como si fuese una esencia supraindividual, una unidad perfecta. El líder, su partido y la nación constituyen un todo sin fisuras. La lealtad se debe ejercer de abajo hacia arriba, nunca en forma recíproca. El pueblo se debe al líder y el líder «dice» (sólo dice) que se debe al pueblo. En el populismo molesta la división de poderes, la alternancia política, la independencia de la justicia, aunque simulen respetarlas (violándolas sin escrúpulos ni respiro)”.

“Agreguemos que el populismo instila pereza en el pensamiento. La culpa de todo está siempre en otra parte («los intereses foráneos…»). Lo único que cabe hacer –enseña- es quejarse, protestar. Inhibe la crítica de fondo y, en consecuencia, aleja la posibilidad de hacer buenos diagnósticos y aplicar tratamientos eficientes. El problema son los otros. Por lo tanto, de los otros vendrá la solución. Hay que pedir, exigir y hasta extorsionar. En la Argentina las cosas fueron espantosas por culpa del FMI, del Banco Mundial, el G7, las empresas extranjeras, el imperialismo, la globalización, la envidia que nos tienen, el calentamiento del planeta y así en adelante. Todavía no incluimos a los marcianos”.

“Como el pueblo y su líder son la misma cosa para el populismo y sus derivaciones, el líder hace lo que el pueblo quiere (dice) y el pueblo se lo cree a pies juntillas. No hay más ley que la del pueblo (dice) y, por lo tanto, puede cambiarla o violarla cuantas veces se le ocurra, porque lo hace por deseo o pedido del pueblo (dice). En verdad, la ajusta a sus egoístas intereses. Esto es calamitoso, porque genera una terrible inestabilidad jurídica que, sin embargo, no se percibe ni repudia como tal. La inestabilidad jurídica perturba la inversión y afecta al aparato productivo. Los países con inestabilidad jurídica son invariablemente pobres. Pero el populismo se las arregla para construir sofismas a partir de una curiosa hipótesis: que la estabilidad beneficia a unos más que a otros. Lo cual es cierto en el corto plazo, pero a la larga rinde altos dividendos a la sociedad en su conjunto” (De “Voces en la crisis”- M. Elena Dubecq editora-Ediciones AGON-Buenos Aires 2003).

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