Una forma simple de expresar la diferencia entre liberalismo y socialismo consiste en considerar la estimación, desde ambas posturas, respecto de los efectos de los controles estatales en el desarrollo del proceso económico, que son negativos para el primero y positivos para el segundo. Mientras que el liberalismo sostiene que toda intervención del Estado deberá tratar de afianzar y garantizar el pleno desarrollo del mercado, para el socialismo tal intervención deberá consistir en suplantarlo por una planificación centralizada y estatal; es decir, para el liberalismo no deben existir controles que lo distorsionen, mientras que para el socialismo no debe existir el mercado.
Los controles también son propuestos desde las posturas intervencionistas con las intenciones de “salvar al capitalismo”, por cuanto le atribuyen fallas esenciales que deberían ser corregidas por quienes dirigen el Estado. Es oportuno decir que, si no se trabaja en forma intensiva o si no existe un espíritu emprendedor generalizado, una sociedad nunca podrá alcanzar un nivel de desarrollo aceptable.
La propuesta liberal ha sido desvirtuada por la sistemática difamación por parte del sector marxista. Una de las versiones utilizadas en tal sentido indica que el “liberalismo propone la no intervención del Estado en la economía”, que en realidad es algo bastante distinto a sostener que debe intervenir para garantizar el buen funcionamiento del mercado y dedicarse principalmente a la educación, seguridad, defensa, salud, justicia, etc., que están íntimamente ligados al desarrollo económico aun cuando sean aspectos sociales de interés en si mismos. Incluso los autores liberales más representativos, como es el caso de Ludwig von Mises, no descartan la posibilidad de la existencia de empresas estatales que se adapten al mercado; mientras que se oponen a la existencia de empresas que sean deficitarias y cuyas pérdidas anuales deban ser cubiertas por el resto de la población.
Los controles del Estado son necesarios e imprescindibles en el caso de empresas de transportes, como el ferrocarril, en aquellas situaciones en que es poco viable, económicamente hablando, disponer de dos empresas que compitan en tramos con poca demanda. En tales casos es admisible la existencia de controles estatales a la única empresa que ha de mantener el servicio.
La postura liberal surge de la admisión implícita de la igualdad de los hombres, suponiendo que todos son aptos, en principio, para las actividades económicas, es decir, para el trabajo, la innovación y el buen criterio empresarial. La postura socialista, por el contrario, surge de una implícita aceptación de cierta desigualdad de los hombres, por la cual los “mejores” deben dirigir la economía desde el Estado mientras que los demás deben obedecer.
La supuesta superioridad ética del marxista surge de haber considerado que el empresario es esencialmente egoísta y explotador, y que sólo se producirá la justicia social y distributiva cuando toda la población se someta a la voluntad de quienes decidirán desde el Estado lo que se ha de producir, lo que se ha de consumir, el lugar dónde cada uno ha de trabajar o dónde cada uno ha de vivir, etc. Hay veces en que la sociedad atribuye cierta superioridad ética, no al que produce y trabaja, sino al que “distribuye” lo que otro ha producido.
Junto a esta supuesta superioridad ética resulta necesaria una idéntica superioridad intelectual por cuanto el planificador de la economía debe reemplazar las millones de decisiones individuales que día a día son tomadas por todos y cada uno de los habitantes de un país. Agustín Etchebarne escribió: “Los planificadores no comprenden que la complejidad de la economía les excede. No ven que el aparente orden que observamos en la economía surge de manera espontánea de un caótico océano de sentimientos, pensamientos, gustos, deseos, imaginaciones, inventos, pulsiones, dolores y afectos que se multiplican y mutan incansablemente en las cabezas de los 7.000 millones de personas que interactúan en el mundo. No logran ver que el valor de los bienes depende de la subjetividad cambiante de todas esas gentes. No observan que el cambio es lo único que permanece constante en el sistema capitalista. Que las ideas se unen, se aparean y procrean nuevas ideas permanentemente y cada vez a mayor velocidad. Que la libertad es la que impulsa la imparable creatividad de millones de cerebros dispersos y que por eso el cambio es impredecible e incontrolable” (De “La arrogancia de los planificadores”).
El intervencionismo en la economía puede ejemplificarse en la propuesta de John M. Keynes, quien sostiene que el mercado requiere de ajustes y controles por parte del Estado, sin presuponer ninguna superioridad de tipo ética o intelectual por parte de quienes lo dirigen, por lo que tal postura resulta criticable, o no, adoptando un criterio en el cual se tenga en cuenta principalmente los resultados concretos de tales decisiones.
Debido a que el proceso del mercado es un sistema autorregulado, con realimentación negativa, se producen oscilaciones cuyas causas son variadas. De ahí que aparecerán ciclos económicos regulares en los cuales a las etapas de crecimiento les seguirán etapas de contracción y hasta de recesión económica. Estas etapas estarán asociadas a importantes tasas de desempleo, situación que resulta bastante penosa para quienes lo han de padecer. De ahí que el planteamiento keynesiano trata de suavizar las oscilaciones de la economía tratando de evitar el desempleo masivo, aunque muchos economistas estiman que el “remedio resulta peor que la enfermedad”. Agustín E. Digier escribe respecto del método keynesiano: “Las políticas monetarias, fiscales y del gasto público propiciadas por Keynes para que las ondas cíclicas no sean tan pronunciadas se sintetizan en el cuadro siguiente:
Política monetaria:
Depresión: Aumentar la oferta monetaria (la cantidad de moneda). Disminuir la tasa de interés (costo de dinero)
Auge: Disminuir la cantidad de moneda (la oferta). Aumentar la tasa de interés (costo del dinero)
Política fiscal:
Depresión: Disminuir la presión tributaria
Auge: Aumentar impuestos (Presión tributaria)
Políticas de gastos e Inversión pública:
Depresión: Aumentar el gasto público y las obras públicas
Auge: Disminuir el gasto público y las obras públicas
(De “Economía para no economistas”-Valletta Ediciones SRL-Buenos Aires 1999)
El actual gobierno argentino aduce seguir los lineamientos keynesianos. Sin embargo, debido a la importante emisión monetaria, que se estima en un 40% anual, parece considerar que estamos en una etapa de “depresión sostenida”, o bien puede decirse que no sigue el método keynesiano; por lo que puede decirse que se trata de un simple y vulgar proceso populista e inflacionista cuyos patrocinantes están decididos a perpetuarse en el poder “comprando votos” con el dinero emitido en grandes cantidades. Ludwig von Mises escribió: “Los gobiernos dirigistas están dando a sus pueblos una ilusión de prosperidad a cambio de liquidar todas sus reservas. Cuando éstas se acaben ha de venir la gran catástrofe si los pueblos no abren los ojos antes de caer en el precipicio” (De “La Acción humana”-Editorial Sopec SA-Madrid 1968).
Debido a que la inflación ha llegado a niveles cercanos al 30% anual, desde el Estado se ha decidido establecer un control de precios selectivo, es decir, sólo para artículos de primera necesidad. De ahí que el empresario dedicado a la producción de alimentos, verá que sus costos, y sus propias gastos, seguirán subiendo al ritmo de la inflación, pero él no podrá subir los precios de sus productos. De ahí que los pequeños empresarios, en ese rubro, deberán dejar su actividad cambiando por otras más redituables o bien seguir comerciando pero esta vez en el mercado marginal o negro. En todos los casos, el precio de las mercaderías “congeladas” tenderá a subir. Faustino Ballvé escribió:
“Hay veces artículos de consumo necesario que resultan caros a los pobres y hay que fijarles precios bajos obligatorios. Pero esto, que es tan simpático en teoría, resulta imposible en la práctica. Ningún productor estará dispuesto a sostener una producción incosteable, porque las cosas no son caras por capricho del productor –la libre competencia cuida de evitarlo-, sino por su costo. Si se fijan por el gobierno precios incosteables, el productor, o dejará de producir o habrá que subsidiarlo. Y como los subsidios los paga el gobierno con el dinero del contribuyente, resulta que lo que el consumidor ahorra en el precio lo paga en el impuesto. Por otra parte la baratura de un producto invita al despilfarro y entonces se impone el racionamiento. Pero éste tampoco resuelve el problema. Cuando hay racionamiento todo el mundo toma su ración íntegra aun cuando no la necesite, y la revende en el mercado negro o la emplea para fines inferiores como alimentar el ganado con el pan del racionamiento de las personas. En Francia, cuando terminó la última guerra, se suprimió el racionamiento del pan, y el gobierno tuvo la sorpresa de ver que, en régimen de mercado libre, los franceses consumían menos pan que en régimen de racionamiento” (De “Diez lecciones de economía”-Victor P. de Zavalía Editor-Buenos Aires 1960).
El Estado dirigista controla las exportaciones e importaciones quedándose con una parte importante de los ingresos del sector productivo. En manos de los empresarios, tales ingresos podrán ir a la inversión y el trabajo, mientras que en manos de los políticos, resulta probable que sean dilapidados en propaganda partidaria o en la compra indirecta de votos a través de los “subsidios a la vagancia”. Como los dirigistas han convencido previamente a la población que el empresario exitoso crea “desigualdad social”, le parece natural que sus ganancias sean parcialmente confiscadas por el sector político. G. A. Pastor escribió respecto a las múltiples cotizaciones del dólar:
“Si se toma como ejemplo a la Argentina, uno de los primeros países que lo ha practicado, puede decirse que este sistema funcionó de la siguiente manera: los dólares que proceden de la exportación de los cereales y del maíz debían ser, durante muchos años, entregados obligatoriamente al Banco Central a razón de m$n 5 por dólar, mientras que esos mismos dólares eran revendidos a razón de m$n 8 por dólar. Pero como la inflación provoca un alza constante de los precios interiores, este margen de cambio se transformó rápidamente, a pesar de la cotización elevada fijada para las importaciones, en una prima a la importación y en un verdadero castigo de las exportaciones”.
“La política mencionada tuvo como consecuencia ineludible la descapitalización sistemática de los grupos sociales que producían mercaderías de exportación, ya que ellos debían pagar los productos importados, combustibles, tractores, acero, vestidos, etcétera, según una tasa más cara que la que se aplicaba para la venta de sus propios productos. Así se arruinaron sucesivamente los plantadores de café del Brasil, los productores agrícolas y los criadores de ganado de la Argentina, los productores de lana uruguayos…..”. “Los cambios múltiples ocasionan igualmente en toda la América Latina no sólo el desorden, sino el desarrollo de la inmoralidad económica más desenfrenada. Un cambio para el trigo, otro para las vacas, un tercero para los productos químicos, otro para los combustibles, es verdaderamente imposible tratar de mantener una llave inglesa en una caja de velocidades” (De “La inflación al alcance de todos”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1958).
El autor citado hace referencia a las épocas de Perón, es decir, a la década de los 50. Adviértase la coincidencia de la cotización del dólar oficial respecto del marginal, que en la actualidad (Febrero/13) ronda los 5 y los 8 pesos, respectivamente. Nótese la semejanza de la situación del sector exportador actual debido a la similar estrategia adoptada por el kirchnerismo.
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