El control de precios constituye un eslabón dentro de la secuencia asociada al proceso inflacionario, de ahí que resulta conveniente incluirlo en tal contexto. En la Argentina, justamente, estamos iniciando la segunda etapa de un proceso que va desde la emisión excesiva de papel moneda y que se va acercando paulatinamente a un final nada bueno, según la opinión de muchos especialistas. La secuencia inflacionaria ha sido descrita por Luis Pazos de la siguiente forma:
1era. Etapa: Inflación = Emisión de papel moneda sin respaldo de bienes en el mercado
2da. Etapa: Inflación + Control de precios = Escasez + Mercado negro
3era. Etapa: Escasez + Mercado negro = Racionamiento y sistema de colas
4ta. Etapa: Pérdida total del poder adquisitivo del dinero = Regreso al trueque
Como en nuestro país se siguen los lineamientos económicos sugeridos por John M. Keynes, es oportuno citar algunas de las recomendaciones que dio el propio economista británico. Respecto de la inflación escribió: “Se pone en boca de Lenin la afirmación de que la mejor manera de destruir el sistema capitalista es corromper su moneda. Los gobiernos pueden confiscar, en secreto y sin ser observados, mediante el proceso constante de la inflación, una parte importante de la riqueza de sus ciudadanos. Recurriendo a este método, no sólo confiscan, sino que confiscan arbitrariamente…..no se equivocaba Lenin, desde luego, no existe recurso más sutil ni más seguro para echar abajo las actuales bases de la sociedad que el de corromper su moneda. Este proceso emplea todas las fuerzas ocultas de la ley económica en la tarea de la destrucción, y lo hace de una manera que sólo una persona entre mil es capaz de diagnosticarla” (Citado en “Ciencia y teoría económica” de Luis Pazos-Editorial Diana SA-México 1976).
La emisión monetaria excesiva presenta dos objetivos aparentes y contradictorios:
a) Lograr una mejor distribución de la riqueza.
b) Lograr un mejor control y dominio sobre la población por parte del Estado.
Respecto de las ventajas aparentes del incremento de los gastos públicos vía emisión excesiva de dinero, Luis Pazos escribió: “Al invertir y gastar dinero, el gobierno va aumentando la demanda efectiva y los fabricantes tendrán a quien vender. Al ver aumentadas sus ventas, los fabricantes aumentarán su producción, lo que traerá como consecuencia una ocupación mayor y una solución al problema del desempleo. Parece como si Keynes hubiera descubierto una solución muy sencilla que acaba con todos los problemas de la economía. Si eso fuera cierto, ya se hubiera acabado con la pobreza en los países subdesarrollados; pues la solución sería que el gobierno emitiera billetes, los repartieran y todos ejercieran su poder de compra, y al ver los productores la rápida venta de sus productos, produjeran más, con el consiguiente aumento en la ocupación de mano de obra”.
Es evidente que “la solución keynesiana” tiene una lógica aceptable, por lo que, en principio, no debería llegarse a una situación similar al de la secuencia antes mencionada. Si el método keynesiano, al menos como se entiende en la Argentina, fuera realmente eficaz, sería absurdo no aplicarlo, ya que no existe algo tan sencillo como imprimir papel moneda en grandes cantidades, y más aún, algo tan poco dificultoso como gastarlo.
Keynes sugería una emisión monetaria excesiva sólo en momentos en que debía ponerse en marcha una economía recesiva. En caso de continuar aplicando esta técnica en épocas normales, o no recesivas, el proceso produciría inflación. Es un caso similar al del médico que le aconseja comer con bastante sal a quien padece un decaimiento por baja presión arterial. Luego, le prohíbe la ingesta de excesiva sal por cuanto ello le provocará un alza de dicha presión que irá acompañada por posibles trastornos de la salud.
El sentido común nos indica que no puede haber soluciones mágicas para la economía, de ahí que el proceso inflacionario, en la mayoría de los países, se trata de evitar, por lo que habría que descartar que los especialistas a cargo de la economía argentina ignoren algo tan elemental. Descartando la posible ignorancia de los especialistas, queda entonces la segunda posibilidad; la utilización de la inflación como un camino indirecto hacia el logro del poder total por parte del grupo de dirigentes a cargo del gobierno. ¿En esto consistirá la expresión presidencial dirigida hacia sus seguidores, tal el elocuente “vamos por todo”?.
Es oportuno destacar que todo el espectro ideológico coincide en que la inflación destruye a la economía, al menos si consideramos el caso de Vladimir Lenin (representativo de la izquierda marxista), John M. Keynes (representativo del intervencionismo) y, finalmente, Milton Friedman (representativo de los economistas liberales). Tal coincidencia se debe a que los efectos de la inflación son aspectos observables de los cuales poco se duda.
Si la inflación nunca termina bien, y si alguien insiste en promoverla, seguramente lo hará para buscar algún tipo de ventaja personal o sectorial. No debemos olvidar aquellas expresiones de un ex Ministro de Economía chileno, en épocas de Salvador Allende, cuando reconoció en una entrevista que el deterioro económico del país (un malestar para la población) podía ser algo positivo para quienes ejercían el gobierno, por cuanto tal deterioro podía permitir aumentar el poder político. Robert Moss escribió:
“Después que llegó a ser Ministro de Economía, Carlos Matus dijo lo siguiente en una extraordinariamente franca entrevista al corresponsal de Der Spiegel: «Si se considera con criterio económico convencional, nos encontramos, en efecto, en estado de crisis. Si, por ejemplo, el anterior gobierno se hubiera encontrado en nuestra situación, hubiese sido su final….Pero lo que es crisis para algunos, para nosotros es solución». Lo que puede acreditársele a Matus es, por lo menos, su honradez. No es difícil interpretar su declaración. Es obvio que una crisis económica mayor le proporciona a cualquier gobierno el pretexto para atribuirse mayores poderes. Pocas democracias del mundo han sobrevivido a un periodo de inflación al estilo Weimar sin cambios políticos radicales. La elevada inflación y la escasez de alimentos proporcionaron a los partidos marxistas en Chile el pretexto para imponer un sistema de racionamiento que dio a los comités de vecinos –o Junta de Abastecimientos- considerable amplitud para vigilar las vidas de sus vecinos. No constituía sorpresa el que estos comités estuvieran dominados por el Partido Comunista. Al mismo tiempo, manteniendo bajos los salarios de los trabajadores especializados y profesionales en el momento de desatada la inflación, el gobierno podía debilitar a la clase media chilena”.
“El objetivo final no era una sociedad de mayor igualdad, ni siquiera una nueva forma de socialismo –ya que el gobierno de Allende estaba singularmente desinteresado en hacer experimentos con la participación de los trabajadores-, sino más bien la concentración del poder político en las manos de un estrecho grupo dirigente. En este sentido, una política económica que provocaba una serie de desastres económicos tenía sentido político. Al erosionar «las bases económicas de la burguesía» a través de la redistribución de la riqueza y el control estatal de las compañías privadas, los estrategas marxistas esperaban cambiar el equilibrio del poder dentro de la sociedad chilena. Al abusar de los poderes gubernativos para regular la economía, iniciaron una larga marcha a través de instituciones cuyo objetivo no era un mero «capitalismo estatal» (basado en el más anticuado modelo stalinista), sino un sistema político autoritario en el cual las libertades básicas –incluyendo el derecho de huelga- no existirían más. Quizás no toda la curiosa combinación de partidos que formaban la Unidad Popular compartía estas ideas; pero, gustárales o no, ésta era la dirección que seguía la política económica del gobierno”. (De “El experimento marxista chileno”-Editora Nacional Gabriela Mistral Ltda.-Santiago de Chile 1973).
En la Argentina, sin embargo, el modelo inflacionario propuesto por el gobierno recibió un fuerte apoyo electoral, por lo cual, resulta ser una actitud que va en contra de los propios intereses de los votantes, algo fuera del comportamiento racional que esperan los economistas de los seres humanos. En este caso debe sospecharse que el pueblo creyó en la palabra y supuso buenas intenciones de los gobernantes, quienes minimizaron los efectos del proceso inflacionario. Esta búsqueda de votos mediante el engaño nos hace recordar el comportamiento de ciertos insectos muy pequeños, como las garrapatas, que anestesian previamente a sus víctimas, los perros, para que su tarea de sacarles la sangre pase inadvertida.
En cuanto a las épocas de la segunda presidencia de Perón, Hugo Gambini escribió: “Sin combatir con armas reales el proceso inflacionario, el gobierno intentó detener su inevitable secuela inmediata: el alza de precios. Volvió la batalla contra el agio y la especulación, iniciada en 1946 con la famosa «campaña de los sesenta días», la que llevó esta vez a la cárcel a decenas de pequeños comerciantes. La mayoría de ellos eran almaceneros, a quienes aplicaron severos castigos que afectaban tanto sus intereses comerciales como sus derechos civiles” (De “Historia del peronismo”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2007).
El control de precios parte de la suposición de que el aumento de los mismos no se debe a la excesiva emisión monetaria, créditos a tasas reducidas, y otros medios promovidos desde el Estado, sino a la búsqueda perversa de mayores ganancias por parte de empresarios y comerciantes. En realidad, quien alguna vez vendió a un precio y tuvo que reponer mercaderías a un precio mayor (compensando la diferencia con sus propias reservas monetarias) trata de protegerse adoptando mayores márgenes de ganancias. Luego, la autoprotección casi no se distingue del afán de lograr mayores ganancias aún. Pero nunca debe olvidarse que tal comportamiento ha sido favorecido por la tendencia del Estado a gastar bastante más de lo aconsejable cayendo en la decisión de imprimir billetes en una forma irresponsable.
El kirchnerismo se ha caracterizado por buscar cada vez mayor poder político y económico. Las expropiaciones de las jubilaciones privadas y de varias empresas, la concentración de los medios masivos de comunicación, la centralización de los impuestos recibidos, que le permite repartir recursos del Estado con preferencia por los gobernadores adeptos, constituyen una evidente tendencia a la concentración absoluta del poder. Esto constituye una forma de totalitarismo (todo en el Estado) que tantas penurias produjo a lo largo y a lo ancho del mundo a través de la historia.
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